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Medio Oriente, EE.UU., Europa :: 16/11/2023

La propaganda de guerra de Israel y la estrategia de negación del genocidio (I)

Carlos Fazio
De lo que se trata al utilizar el mito de la legítima defensa es de demonizar al enemigo, arrancarle todo viso de humanidad y cosificarlo, de modo que su exterminio no equivalga a asesinatos en masa

La falsa equivalencia mediática sobre la guerra en Gaza entre una potencia militar nuclear apoyada por una armada multinacional compuesta por 11 países, y grupos de la resistencia palestina, que por muy bien pertrechado que estén −incluso con armamento traficado desde Afganistán y Ucrania− no representan un contrapeso al formidable poderío bélico del régimen de Tel Aviv, ha sido fabricada por los sofisticados aparatos de inteligencia militar israelíes como coartada para llevar a cabo un genocidio de manual con la complicidad del Occidente civilizado.

En forma paralela a la guerra de exterminio y limpieza étnica en vivo y en directo −que supera ya 11 mil 500 muertos palestinos, incluidos más de 4 mil 500 niños−, en la batalla por el control y la manipulación de la opinión pública (israelí e internacional), desde el 7 de octubre y hasta nuestros días el régimen sionista de Israel ha librado una guerra sin cuartel en el campo de la (des)información, que como es natural, incorpora a su red de embajadas en el orbe; entre ellas, la de México.

Sólo que en su estrategia de negación del genocidio y por controlar el flujo noticioso y ganar la batalla por la mente y los corazones –al imponer un bloqueo mediático y asfixiar informativamente a Gaza−, el ejército israelí también ha tomado como blanco a periodistas: desde el lanzamiento de la Operación Inundación de Al Aqsa de Hamas, van 49 trabajadores de la prensa asesinados y 24 corresponsales han sido capturados por el ejército de ocupación, lo que eleva a 39 el número de periodistas en cárceles de Israel.

Escudadas en la seguridad nacional y el patriotismo −mediante la censura militar y la mentira–, las operaciones de guerra sicológica dirigidas a influir en la conducta del enemigo, la propia fuerza y la población civil (israelí e internacional), han logrado enmascarar (así sea parcialmente) la ideología etnonacionalista, colonialista y expansionista de Benjamín Netanyahu y el partido Likud, con su régimen de apartheid mesiánico y teocrático, su bestiario y su proyecto de borrar del mapa a Gaza y Cisjordania, y construir una falsa narrativa simplista y maniquea singularizada en Hamas, igual (o peor) que ISIS.

Una de las características de la guerra sicológica es el ocultamiento sistemático de la realidad. Con la fabricación de su verdad oficial, el régimen de Israel busca manufacturar una realidad a modo y, con ello, moldear la percepción y las emociones generalizadas, distorsiona o falsea datos, o bien inventa otros, como las historias sobre los 40 bebés decapitados por Hamas y las niñas israelíes violadas y sus cuerpos arrastrados por las calles, que desde tiempos inmemoriales pertenecen al repertorio clásico, de rigor, de cualquier operación de propaganda de guerra. Se recurre e insiste en temas deliberados, de manera principal a través de la sugestión compulsiva, con miras a alterar y controlar opiniones, ideas y valores y, en última instancia, cambiar las actitudes sociales según propósitos predeterminados.

Como en tantos pogromos y matanzas anteriores, que abrevan en un larvado proceso de deshumanización y desindividualización mediática de las víctimas, en este caso, la población palestina (considerada genéricamente subhumana y terrorista), la historia oficial israelí sobre lo que ocurre hoy en Gaza (y Cisjordania) se impuso a través de un proceso de intoxicación propagandística, intenso y muy agresivo, facilitado por los medios de difusión masiva corporativos de EEUU, el Reino Unido y el Occidente colectivo, que de manera negligente replican y amplifican la propaganda proisraelí sin verificar los datos, y a la que se respalda al poner en juego todo el peso de los más altos cargos oficiales, como en el caso de Biden y los niños decapitados o del ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, quien calificó a los palestinos de animales humanos y llamó a Hamas el ISIS de Gaza, lo cual fue secundado por Netanyahu y el secretario de Defensa de EEUU, Lloyd Austin.

La vieja táctica colonial del llamado mundo Occidental y cristiano de deshumanizar al otro con un lenguaje zoológico. Asimismo, como decía Franz Fanon, el opresor hace del colonizado una especie de quinta esencia del mal; el mal absoluto, impermeable a la ética, ausente y negador de valores. Al presentar a Hamas como salvajes, el objetivo de la propaganda de guerra israelí es igualarlo con toda la población gazatí (de la cual más de 40 por ciento son niños) y satanizarla colectivamente como bárbara −o facilitadora de la barbarie−, como arma para justificar el genocidio y encubrir su propio salvajismo. Lo que configura, también, todo un caso de proyección sicológica (la inversión de la acusación, donde el verdugo se convierte en víctima).

A lo que se suman el socorrido ardid para justificar las matanzas, de que Hamas usa a la población civil como escudos humanos, y la equiparación del antisionismo con el antisemitismo para silenciar toda crítica al régimen colonialista de Israel. Cabe enfatizar que el racismo forma parte de la naturaleza colonialista, y el movimiento sionista no es la excepción. Las políticas de eliminación –que pueden adoptar las formas de genocidio, limpieza étnica y apartheid− forman parte del ADN sionista desde el inicio mismo del movimiento a finales del siglo XIX.

Tras la respuesta visceral y vengativa del régimen de Israel, en realidad, de lo que se trata al utilizar el mito de la guerra bajo el falso argumento de la legítima defensa (poder del que carece Israel como potencia ocupante de acuerdo con el derecho internacional), es de demonizar al enemigo (Hamas peor que ISIS); arrancarle todo viso de humanidad y cosificarlo, de tal modo que su exterminio no equivalga a cometer brutales asesinatos en masa.

En medio de sus ataques de venganza, punitivos e indiscriminados contra la población civil y la infraestructura edilicia, incluidos hospitales, mezquitas, escuelas, sedes de agencias de noticias y ambulancias. (En ciudades tienes que tomar decisiones difíciles sobre objetivos, justificó el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, John Kirby, durante una rueda de prensa en la Casa Blanca el 7 de noviembre), uno de los objetivos de la propaganda de guerra israelí es sustituir el razonamiento por las emociones (en particular el miedo, el odio, el rechazo, la abominación al palestino o árabe) y convencer a su propia población (y al planeta en general) de la necesidad de participar en una misión purificadora, reivindicadora o justiciera. (En sentido inverso, se recurre a la corrupción de la razón y el oscurecimiento del intelecto humano).

Al haber cumplido con la definición de crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad, según el derecho internacional, los asesinatos en represalia y las prácticas de castigo colectivo aplicados por el régimen de Netanyahu –similares a los que llevaron a cabo los nazis para suprimir a la resistencia en Europa ocupada−, responden a una estrategia militar conocida como doctrina Dahiya, aplicada por el comandante de la Fuerza de Defensa de Israel, Gadi Eisenkot, durante la guerra del Líbano en 2006, y luego en Gaza, en 2008.

Dicha doctrina −que recoge el nombre del barrio de Dahiya en Beirut occidental, según recordó en la coyuntura Scott Ritter, ex oficial de inteligencia del cuerpo de marines de EEUU−, implica el ataque deliberado a la población y la infraestructura civil con el propósito específico de causar grave sufrimiento y angustia a los habitantes del objetivo elegido, al destruir simultáneamente al enemigo (Hezbollah, en el caso libanés; Hamás en Gaza).

Incluye, además, el asesinato intencional de mujeres, niños y ancianos (lo que califica a Israel como un Estado terrorista), porque en su intento por borrar a Hamas de la faz de la Tierra y convertir Gaza en escombros (Netanyahu y Gallant dixit), en esa guerra híbrida asimétrica no hay leyes que protejan a los no combatientes (amén de que a priori todos los gazatíes han sido igualados a Hamas, por lo que el único gazatí bueno es el gazatí muerto).

Peor: según publicó la ONG israelí 'Breaking the silence', los soldados sionistas han reconocido recibir órdenes del alto mando israelí de disparar a matar contra niñas y niños en Palestina. La situación ha llegado a tal grado que hasta el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, aseveró que Gaza se convirtió en un cementerio de niños.

La Jornada

 

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