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México :: 03/05/2024

La resistencia popular a la invasión yanqui de Veracruz en 1914

Gilberto López y Rivas
Como ocurrió en la Ciudad de México en 1847, el ejército abandonó el puerto sin presentar combate, y fue el pueblo que, de manera espontánea y sin plan de defensa, se lanza a las calles

Este 21 de abril se conmemoró el 110 aniversario de la defensa popular contra la ocupación estadounidense de Veracruz. Una vez más el pueblo veracruzano protagonizó una de las páginas más heroicas de la resistencia de los mexicanos frente al intervencionismo de EEUU.

Como ocurrió en la Ciudad de México el 14 de septiembre de 1847, el ejército regular abandonó el puerto sin presentar combate al invasor, y fue el pueblo que, de manera espontánea y sin un plan de defensa, se lanza a las calles, levanta parapetos improvisados, se posesiona de esquinas, azoteas, balcones y campanarios, y con escasos pertrechos y unas pocas armas, se dispone con su lucha, perdida de antemano, a defender la soberanía y la dignidad nacionales. El combate que se libra no podría ser más desigual. La fuerza expedicionaria contaba con los medios de guerra más modernos de la época: rifles de repetición Lee, ametralladoras Gattling y Colt, artillería de grueso calibre, ilimitado suministro de municiones y pertrechos bélicos y, además, el apoyo artillero de la flota anclada en la bahía.

Con anterioridad al desembarco, los agentes estadounidenses habían logrado neutralizar la posible participación en la defensa del puerto del Ejército Federal Mexicano, al mando del general Gustavo A. Mass, conminándolo a no resistir y a dejar la plaza. Efectivamente, en las primeras horas del 21 de abril, Mass se retira del puerto, rumbo a Tejería, abandonando a la población a su suerte y llevándose el grueso de sus tropas, la mayoría de las armas pesadas y ligeras, con su dotación de municiones, llegando incluso a olvidar, en su precipitada huida, su espada y sus condecoraciones.

Ante la evacuación de la plaza por parte del Ejército Federal, y subestimando la capacidad de respuesta, los yanquis ocuparon confiadas posiciones estratégicas cercanas al muelle. En los planes estadounidenses no esperaban encontrar resistencia en la toma del puerto. El poderío de la flota naval y la visible demostración de fuerza en el desembarco masivo, hacían difícil suponer un ataque contra las fuerzas invasoras.

No obstante, el estupor inicial y la vergüenza del pueblo veracruzano al propagarse la noticia de la invasión se desvanecen al escucharse los primeros disparos aislados: un solitario y modesto policía municipal, Aurelio Monfort, descarga su pistola frente a un nutrido contingente de marines, siendo inmediatamente acribillado por el fuego cruzado de la fusilería enemiga.

El pueblo reclama armas con exasperación, peleando incluso por las pocas que habían sido dejadas por el ejército. Otros se arman con algunos rifles y pistolas ofrecidas por algunos comerciantes. Algunos patriotas esperan turno, en medio del combate, para recoger las armas de los caídos: se registra un caso en el que ocho voluntarios civiles combaten con un solo rifle por horas. Grupos de civiles y algunos militares patriotas, al mando del coronel Manuel Contreras, se distribuyen en grupos pequeños por los edificios y las esquinas de la ciudad sitiada.

En la Escuela Naval, los alumnos se apresuran a la lucha bajo el mando del comodoro Manuel Azueta, siendo la única unidad militar organizada que resiste a los invasores. Inmediatamente, la Escuela Naval y varios edificios de la ciudad reciben el impacto del bombardeo proveniente de cruceros y destructores, mientras los marines, que despertaron la admiración del escritor Jack London, corresponsal del semanario Collier’s, barren las calles con balas expansivas dumdum, prohibidas por las regulaciones internacionales de la guerra en esa época.

El pueblo resiste con denuedo más de 24 horas; todavía en la tarde del 22, se escuchan esporádicos tiroteos. Se dan actos de gran heroicidad en la lucha, como el de José Azueta, ex alumno de la Escuela Naval, hijo del comodoro y teniente de artillería, quien empuña al descubierto una ametralladora para lograr mayor efectividad en sus disparos, hasta que cae gravemente herido. Cuando los estadounidenses le ofrecen ayuda médica, Azueta la rechaza y responde: de los invasores, no quiero ni la vida.

Niños y mujeres se dedican a cooperar en la defensa e incluso participan en la lucha contra el invasor. Se recuerda en el imaginario popular a doña América, quien recibe a los yanquis a tiros al aproximarse a la zona de tolerancia del puerto. Sectores importantes de la colonia española ofrecen resistencia a los invasores, registrándose muertes y heridos entre los mismos. Al finalizar el día 22, la resistencia termina, con un saldo de centenares de muertos. La soldadesca invasora hace piras con los cadáveres y los quema sin respeto alguno.

Seis largos meses duró la ocupación del puerto. Por fin, el 24 de noviembre de 1914, las tropas constitucionalistas entran a Veracruz, mientras simultáneamente los invasores yanquis se embarcaban en el muelle. Así terminaba una más de las intervenciones de EEUU a nuestro país. No sería la última.

La Jornada

 

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