La vitalidad del pensamiento radical latinoamericano
El presente texto constituye el prólogo a Marx y Engels: Dimensión ética y contemporaneidad. Una visión desde Cuba de Armando Hart Dávalos, a publicarse próximamente por editorial Ocean press. Artículo publicado el 10 de septiembre de 2004
Este es un libro juvenil. Su autor es un joven y el público lector al que va dirigido es la juventud. En primer lugar, la cubana. Pero también la juventud latinoamericana, la norteamericana y, aunque resulte prematuro y quizás ambicioso, la juventud mundial. La de ese “movimiento de movimientos” que hoy reclama Otro mundo posible, rechazando la globalización capitalista de los mercados y la imposición avasallante de una cultura autoritaria: el american way of life. Un mundo posible y necesario. Un mundo mejor. Armando Hart piensa que ese mundo mejor es —o debe ser— el socialismo. Y tiene razón.
Es el libro de un joven por la frescura y la amplitud de sus ideas, por la pasión y el entusiasmo con que aborda los problemas, por la ausencia de reverencias que pone en práctica frente a “las autoridades” otrora tradicionales de la teoría y frente a los dogmas cristalizados que obstaculizaron el sueño revolucionario de las generaciones precedentes.
Sólo a partir de su energía y su entusiasmo juvenil el autor pudo animarse a incomodar los cánones trillados y los lugares comunes que tanto han retrasado al pensamiento de la rebelión, a la teoría de la revolución, a la práctica política de la transformación radical y al proyecto socialista en América Latina y en el mundo.
Pero se trata de un joven muy especial. Uno que no hace tabla rasa con el pasado porque sabe en carne propia lo imprescindible de la continuidad histórica y de la transmisión de experiencias acumuladas por las generaciones de revolucionarios que nos antecedieron. A pesar de ese espíritu juvenil, el autor de este libro cuenta en sus espaldas con la experiencia de casi medio siglo de participación en luchas políticas contra el imperialismo y el capitalismo, por la liberación nacional y el socialismo latinoamericano.
Los textos que el volumen reúne conjugan, entonces, la necesaria búsqueda de una nueva manera de abordar los problemas con la experiencia acumulada a lo largo de tanto tiempo. Marca continuidades y establece rupturas, reivindica la tradición revolucionaria, pero con balance crítico.
Si a comienzos del siglo XX ser de vanguardia implicaba romper con toda tradición y todo pasado, hoy en América Latina, después de los genocidios represivos y el aluvión neoliberal que se propuso barrer toda identidad que no se subordinara al debe y el haber mercantil, ser de vanguardia implica recuperar y recrear la tradición. Pero hay que recuperarla de manera lúcida. “Con beneficio de inventario”, nos sugiere Armando Hart, y eso es lo que intenta hacer.
Redactado con una prosa ágil y elegante, el volumen elude los tics de aquellas jergas académicas que confunden lenguaje críptico y ensimismado con profundidad del pensamiento.
Paso a paso, en una especie de extendido diálogo socrático —no casualmente muchos capítulos nacieron como intervenciones orales—, el autor nos va conduciendo por los problemas fundamentales de la teoría y la práctica del socialismo.
La estructura argumentativa conforma una línea bien definida. Hart comienza por el presente, fundamentando su actual identidad política socialista y relatando las fuentes que a ella lo condujeron, como punto de llegada de toda una acumulación cultural previa, cubana y latinoamericana. De manera harto elocuente y expresiva, sintetiza la génesis de su conciencia política socialista afirmando sencillamente que: “Para mí todo empezó como una cuestión de carácter moral”. Recién después de leer el libro completo, el lector podrá evaluar el enorme peso teórico que adquiere en la obra esa especie de confesión inicial.
Luego de explicitar el punto de partida político, el autor retrocede cronológicamente hacia el pasado. Allí describe los graves problemas políticos que atravesaron al socialismo durante el siglo XX. Seguidamente, intenta elaborar un diagnóstico de las razones teóricas y filosóficas que generaron esas dificultades. A continuación propone una posible lectura alternativa del pensamiento marxista para superar la crisis de los antiguos dogmas y finalmente invita al lector a discutir y reflexionar sobre las coordenadas específicas de nuestra América en la actualidad, sin las cuales todo lo anterior se convertiría en un planteo meramente abstracto y falsamente universalista.
En ese viaje del pensamiento que estructura el orden lógico de los diversos ensayos agrupados en el texto, Armando Hart va abordando una doble tarea. Realiza un impostergable balance crítico del pasado pero no se queda girando sobre lo que ya sucedió. Al mismo tiempo, elabora un tipo de interrogación sobre el pensamiento del marxismo —donde se pregunta por la función de la cultura, de la ética y de la subjetividad en la concepción materialista de la historia— con la mirada puesta en el horizonte presente y futuro.
Esos nuevos planteos sobre Marx y Engels y la lectura sobre la cultura, los valores y la ética que aquí nos propone Hart, aunque originales, tampoco son creaciones ex nihilo. Se nutren de toda una tradición anterior de pensamiento radical latinoamericano en la que él se formó a comienzos de los años ’50 en la Colina Universitaria, junto con Fidel y el resto de la generación del Centenario que integró el Movimiento 26 de julio. (Para conocer más en detalle ese proceso de formación inicial sugerimos al lector o la lectora que consulten Aldabonazo. En la clandestinidad revolucionaria cubana 1952-1958, imprescindible obra del mismo autor que complementa el presente volumen con las experiencias políticas de la juventud cubana que protagonizó la lucha revolucionaria durante toda la década del ‘50. Allí están las fuentes políticas originarias de lo que este libro teórico sistematiza en el plano filosófico).
Esa tradición previa de pensamiento radical nacido de lo más profundo de nuestra América tiene en José Martí, obviamente, al gran iniciador. Pero se equivocan los que reducen su fuente únicamente a Martí. Junto a él también están Rodó, Darío, Ingenieros y el joven Vasconcelos; Mella, Martínez Villena, Raúl Roa y Antonio Guiteras; Recabarren, Sandino, Farabundo Martí, Ponce, Deodoro Roca y Mariátegui, entre muchísimos otros.
Toda una constelación de pensamiento radical latinoamericano, crecida inicialmente a partir del modernismo, que en algún libro hemos denominado “hermandad de Ariel”, apelando a la obra crítica del imperialismo norteamericano del uruguayo Rodó, pero que bien podría llamarse de otra forma (pues, por ejemplo Mariátegui, no compartía algunos criterios de Rodó). No importa tanto la denominación sino más bien la identificación y el reconocimiento de la existencia de esa corriente de la cual el pensamiento filosófico de Armando Hart Dávalos resulta indudablemente continuador y deudor.
Creemos no equivocarnos al afirmar que este libro constituye una clara expresión de la vitalidad teórica de esa corriente que siempre se opuso al imperialismo norteamericano y al capitalismo no sólo en el terreno económico —denunciando la explotación del hombre por el hombre y el saqueo de nuestro continente— sino también en el ámbito de la cultura —criticando la enajenación que subordina los valores éticos y espirituales al mercado—. La gran mayoría de sus representantes oponen, frente a la “civilización” del dólar yanqui, el porvenir rebelde de la cultura y la unidad latinoamericana. (¿Acaso la teoría de la dependencia y la teología de la liberación —ambas creaciones originales de nuestra América— no son herederas de ese doble interés de esta vertiente por la economía y la espiritualidad, por la crítica de la explotación y de la alineación?).
Dando cuenta de la vitalidad de esa tradición, permítasenos por un momento apelar a la imaginación histórica. ¿Cómo no asociar el papel de José Ingenieros —no el positivista o el sarmientino, hoy olvidable, sino el antiimperialista— en su encuentro con los jóvenes Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y Gustavo Aldereguía o su relación con diversos estudiantes militantes latinoamericanos de la Reforma Universitaria de los años ’20 que lo adoptaban como “maestro de juventud” con la función que hoy juega en Cuba y en otros países de nuestra América Armando Hart frente a las nuevas generaciones de militantes estudiantiles, educadores, intelectuales, escritores y artistas comprometidos?
Salvando las distancias históricas, podemos verificar la continuidad de un pensamiento latinoamericano radical y antiimperialista. Un hilo rojo que une la producción de aquellos destacados protagonistas de la década del ‘20 con el actual pensamiento filosófico de Hart. Pero con una notable ventaja a favor de este último.
Mientras Ingenieros predicaba sobre “las fuerzas morales” e increpaba al “hombre mediocre” del capitalismo defendiendo “los tiempos nuevos” inaugurados por la imagen lejana de la revolución bolchevique; mientras Mella, Ponce o Mariátegui soñaban con concretar en nuestro suelo irredento el gran proyecto humanista y emancipador que allá lejos realizaban Lenin y sus amigos; hoy Armando Hart dialoga, piensa y escribe desde una revolución triunfante en nuestra América, que habla nuestro idioma y difunde nuestra cultura. Un proceso político que logra la independencia nacional —tarea que nunca pudieron viabilizar los exponentes cubanos de una inexistente, según el autor, “burguesía nacional”— vinculando las luchas antiimperialistas, democráticas y populares con las tareas específicamente socialistas. Una revolución que aunque no tiene el poderío militar o económico de EEUU goza de una tremenda superioridad moral frente a la gran potencia del mundo. Esta revolución socialista ya no es, como en 1925, cuando se encontraron a conversar en el puerto de La Habana José Ingenieros y Julio Antonio Mella, un sueño difuso y lejano. Hermoso, contagioso y combativo, pero por entonces todavía lejano. Hoy la situación es distinta.
Por eso Armando Hart, nieto y heredero legítimo de esa hermandad de Ariel (o familia martiana o tradición bolivariana o como quiera llamársela), continuador actual del pensamiento radical latinoamericano, puede avanzar con paso seguro sobre el terreno abonado por casi 50 años de experiencias revolucionarias continentales de las que él ha sido protagonista directo.
Mientras insiste una y otra vez con que la resistencia frente a la actual globalización capitalista y la hegemonía que sobre ella imprime el imperialismo norteamericano tiene que sustentarse en las raíces culturales propias, enjuicia duramente los dogmas que petrificaron la teoría del marxismo y le quitaron fuerza moral. La fortaleza moral que todavía tenía en tiempos de Mella y de Mariátegui.
Esa crítica al dogma se torna impostergable porque mucha agua corrió bajo el puente. Hoy ya no nos podemos dar el lujo de tener la “inocencia”, si se nos permite el término, ni la virginidad política de aquellos heroicos marxistas latinoamericanos de los años ’20, entrañables fundadores de nuestra tradición.
Hart lo dice claramente y con todas las letras. En los regímenes políticos del Este europeo —donde nació y se consolidó, a partir de la muerte de Lenin, una cultura política que ilegítimamente asumió el nombre de marxismo ortodoxo— “hubo errores y horrores tremendos”. La bochornosa e indigna caída de esas sociedades no comenzó en 1985, nos alerta el autor. La perestroika —con toda su claudicación ante el mercado y su exaltación del capitalismo— es una consecuencia de una descomposición previa, no una causa. La derrota de esos regímenes comenzó a gestarse muchísimo antes.
Al acometer ese balance crítico, Hart no realiza una descripción neutral, aséptica, desterritorializada ni descontextualizada. Como integrante de la dirección histórica de la revolución cubana Hart expone en estos escritos una confesión amarga pero inequívoca: “La hemos vivido [la caída de la URSS y de las sociedades de Europa oriental] desde la perspectiva de la izquierda revolucionaria, antiimperialista y socialista”.
La reflexión sobre aquella tragedia que dilapidó las energías y el heroísmo de ese abnegado pueblo que derrotó a los nazis está realizada desde el ángulo insumiso y rebelde de nuestra América, desde lo más rico y creador de la cultura latinoamericana.
Aquel derrumbe de 1989 no fue una derrota militar sino más bien un desarme ideológico. La URSS se desintegra y desaparece de escena no porque le hayan lanzado misiles nucleares ni bombas atómicas sino porque pierde la confrontación en el terreno de la ideología, de los valores, de la ética y de la cultura. Todo el mundo vio por la televisión las inmensas colas en los Mc Donalds que, tras la caída del muro de Berlín, hacían los habitantes de esos países creyendo ilusoriamente que en esas hamburguesas indigestas iban a encontrar la utopía y el proyecto de vida que no les proporcionaban los regímenes burocráticos del Este europeo. Evidentemente, allí no se pudo crear la nueva subjetividad y la nueva cultura que tanto reclamaba el Che Guevara ni la hegemonía socialista en la que pensaba Antonio Gramsci. El marxismo oficial de esos países ya no tenía ni la autoridad moral ni el poder de convencimiento que nunca debió haber perdido. Como alertaba Roque Dalton, los marxistas revolucionarios podemos aceptar todas las clandestinidades... menos la clandestinidad moral.
Tenemos pues que hacernos cargo y dar cuenta de la fuente de todos esos “errores y horrores”. El autor nos advierte: “no basta con denunciar los errores, es indispensable analizar las raíces filosóficas de los mismos”. La idea reaparece varias veces en el libro: “No basta con denunciar los crímenes en nombre del socialismo, es necesario estudiar las raíces históricas, culturales y psicológicas de los mismos”.
El examen crítico de Armando Hart sobre las experiencias frustradas del socialismo del siglo XX elude el engañoso atajo de atribuir absolutamente todo a la culpa a un individuo singular: José Stalin (quien de todas maneras fue uno de los grandes responsables). Aunque en los textos que siguen Hart realiza una profunda y meditada crítica del stalinismo, lo hace sin poner nombres y apellidos para no ofender ni lastimar —totalmente comprensible porque, como enseña Fidel, la tarea es sumar y unir, no dividir—. No obstante, con nombre o sin nombre, se advierte claramente de qué se está hablando.
Sus reflexiones intentan indagar en las raíces filosóficas que han sobrevivido a la muerte del individuo Stalin. Porque no se trata de descolgar el cuadrito de la pared —como hizo el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956— conservando intactos sus métodos de pensamiento y su modo de concebir la vida social, la política, la cultura, la historia humana y el divorcio entre los dirigentes y las masas populares. Lo que está en juego es la posibilidad de repensar más a fondo el problema.
Armando Hart no se queda en la superficie. Se esfuerza por penetrar en las capas más profundas de aquella triste concepción del marxismo que alguna vez llegó a plantear, por boca del mismo Stalin: “La URSS es superior al capitalismo de Occidente porque produce mayor cantidad de acero”; en lugar de ubicar el eje de la disputa en la lucha por la hegemonía y por una nueva concepción de la vida, la cultura y los valores éticos. Si se combatía en el mismo terreno del capitalismo, la batalla estaba perdida de antemano (como finalmente quedó demostrado). Por eso el autor explica, lúcidamente, que las raíces de la crisis comienzan tras la muerte de Lenin y no recién en los años ’80, cuando los síntomas de la enfermedad aparecen a la vista de todo el mundo.
Y ya que mencionamos a Lenin, conviene destacar la actitud de Hart frente al maestro de Gramsci y gran artífice de la revolución de octubre, hoy insultado unánimemente por todos los medios de comunicación del sistema. A contramano de varios figurones ex izquierdistas que, seducidos por el posmodernismo y el posestructuralismo, actualmente reniegan de ese formidable asalto al cielo de 1917 y de su principal estratega, Armando Hart sugiere a sus jóvenes lectores “volver a leer y estudiar a Lenin” a partir de un ángulo bien preciso: “desde posiciones tercermundistas y de izquierda”. Vale la pena seguir su consejo.
Ese reexamen sobre la experiencia frustrada de la URSS no puede detenerse ante los hechos históricos. Tiene que conducir a nuevas investigaciones en la teoría. Según los términos empleados por Hart: “Para rescatar el pensamiento marxista del pantano ético dejado como nefasta herencia por más de 80 años de tergiversaciones es necesario investigar los fundamentos culturales del materialismo histórico”.
La finalidad de esos análisis históricos y teóricos no es el autoflagelo del socialismo ni derramar lágrimas sobre el difunto político. Tampoco la desmoralización de los militantes. ¡Todo lo contrario!. Lo que se persigue es robustecer el pensamiento crítico para evitar que las próximas luchas sean derrotadas. El objetivo es enriquecer al marxismo y al pensamiento de la revolución para poder luchar mejor por la transformación radical de las personas, las relaciones sociales y las instituciones. Se trata de volver a la pelea fortalecidos, luego de haber hecho un balance, con la cabeza erguida y la moral bien alta. No casualmente Karl von Clausewitz, el teórico clásico de la guerra, escribía sobre la importancia de las “armas morales” y las “fuerzas morales” en los encuentros bélicos. La moral de combate es fundamental para ganar una contienda como la actual batalla de las ideas.
Hart nos invita entonces a realizar un replanteo teórico de conjunto para que el marxismo sea una herramienta eficaz en la lucha contra el sistema capitalista y el imperialismo, en lugar de un peso muerto que hay que cargar en la espalda por temor a la “ortodoxia”. Para que nos permita pensar la sociedad latinoamericana y su transformación histórica, en lugar de ocultarla y negarla con citas autorizadas. Para que nos facilite la tarea, en lugar de obstaculizarla. Para que nos permita comprender la necesidad de unir al campo revolucionario, antiimperialista y anticapitalista, en lugar de generar divisiones artificiales, narcisistas, estériles e incomprensibles. Para que nos ayude a radicalizarnos cada vez más, en lugar de moderarnos y hacernos paulatinamente más “realistas” e institucionales. Para que nos permita hacer observables nuestras falencias y debilidades colectivas, en lugar de cegarnos y volvernos cada vez más sordos. En suma, para que nos invite a formular nuevas preguntas, en lugar de clausurar los debates.
Uno de los grandes aportes de este libro consiste, justamente, en las preguntas que formula y en los espacios de discusión que se abren de aquí en adelante. Por eso, aunque habla de la historia pasada, el libro de Hart está pensado para el futuro, para las nuevas generaciones, para la gente joven que hoy se incorpora a la lucha por Otro mundo posible, al proyecto por otro mundo mejor, a la militancia por el socialismo a escala mundial.
¿Cuáles son las discusiones teóricas que abre Armando Hart? Uno de los ensayos que nos puede dar la pista de esos nuevos enfoques es, por ejemplo, el titulado “Marx, Engels y la condición humana”. El mismo constituye uno de los más originales y logrados de todo el libro. Allí el autor realiza un verdadero enriquecimiento de la teoría al cruzar a Marx con Sigmund Freud y al preguntarse por los fundamentos materiales de la subjetividad humana y la cultura. Hart no se conforma con lo habitual: citar, glosar y volver a reproducir lo que ya sabemos. Aporta conocimiento nuevo. Interroga a los fundadores de la filosofía de la praxis desde preguntas inéditas donde nuevas dimensiones, anteriormente “proscriptas” del materialismo histórico o consideradas “herejías revisionistas”, se integran en la visión marxista.
Por ejemplo: ¿Qué sucede con las emociones, con los elementos volitivos, con los mitos, con los símbolos, con la dimensión imaginaria, con los valores éticos (la justicia, la dignidad, el honor, la igualdad, la libertad, la fraternidad, la independencia, la autonomía, la solidaridad, la autoestima, el amor, etc.) y con la enorme fuerza de las producciones culturales en su nexo con las relaciones sociales y la historia, con la producción económica y la hegemonía política?. ¿Puede el marxismo dar cuenta al mismo tiempo de las pulsiones e instintos más primarios y de la vida ética y espiritual de la humanidad —y su vocación social— o hay que recurrir a otros saberes pues Marx no tiene nada que decir al respecto? ¿Cómo se articula la crítica del fetichismo de la economía política y el estudio de las leyes de tendencia del movimiento de la sociedad mercantil capitalista con el estudio de los pliegues más íntimos de la subjetividad? ¿Acaso el marxismo no tiene nada que aportar en el terreno científico que aborda la subjetividad? ¿Puede haber explicación científica de la sociedad y de la historia —incluyendo nociones como el progreso, el socialismo, la barbarie, la explotación y la dominación, la objetividad y la subjetividad— que prescinda de los valores éticos? ¿La función de las llamadas “superestructuras” en la concepción materialista de la historia es puramente reproductiva y refleja?
Estas y muchísimas otras preguntas palpitantes quedan abiertas por las reflexiones filosóficas de Armando Hart. Él nos invita a profundizar, a interrogarnos y a investigar. Nos propone utilizar el marxismo como herramienta y como método, pero despojado de todo determinismo, de todo materialismo vulgar, de todo economicismo y de toda escolástica.
Si bien es cierto que el libro de Hart se inserta de lleno en la tradición radical latinoamericana de Bolívar, San Martín, Martí, Zapata, Sandino, la hermandad de Ariel y lo más rico y original del marxismo latinoamericano del siglo XX, al mismo tiempo no puede desconocerse que sus formulaciones, nutridas de la experiencia de la revolución cubana, adquieren un carácter universal. Lejos de todo provincianismo intelectual, no podemos dejar de señalar que la aproximación teórica de Hart (donde el centro del pensamiento filosófico está ubicado en los seres humanos insertos en relaciones sociales, sus luchas y conflictos históricos, su práctica social, su voluntad, sus creaciones culturales y sus valores éticos), mantiene notables analogías con otras formulaciones teóricas nacidas en el suelo europeo. Entre unas y otras no hay calco ni copia, no hay transplante ni “recepción”, sino más bien una convergencia de perspectivas y una sugerente afinidad electiva de motivos ideológicos similares.
Estamos pensando, fundamentalmente, en el “marxismo idealista” que el húngaro György Lukács condensara durante su juventud en su incomparable y genial Historia y conciencia de clase. Lo mismo sucede con el “marxismo culturalista”, del cual el militante italiano Antonio Gramsci hizo gala en sus inolvidables Cuadernos de la cárcel. Por supuesto que los motes de “idealista” y “culturalista” no pertenecen a esos geniales autores —ambos pensadores teóricos y, al mismo tiempo, revolucionarios prácticos— que produjo el marxismo europeo, sino a la jerga inquisitorial de sus dogmáticos censores, muchos de ellos pasados posteriormente a la socialdemocracia e, incluso, al neoliberalismo. Esos mismos de los que hoy ni siquiera nos acordamos los nombres, mientras miles y miles de jóvenes, a lo largo de todo el planeta, estudian los escritos de Gramsci y, en menor medida, los del joven Lukács.
La analogía y la convergencia de horizontes e inquietudes trazada con estos autores no es caprichosa ni forzada. Seguramente podrían agregarse muchos más a la comparación: desde los teóricos británicos de la cultura Raymond Williams y Terry Eagleton u otros gramscianos del mismo estilo hasta el marxista freudiano de la Escuela de Frankfurt Herbert Marcuse o el norteamericano Fredric Jameson, sin olvidarnos de los llamados de alerta frente al progreso tecnológico de las Tesis sobre el concepto de historia de Walter Benjamin. Lo que sucede es que el pensamiento de la revolución cubana converge, desde las coordenadas específicas de América Latina y el Tercer Mundo, con lo mejor y más original del marxismo historicista y humanista producido en Europa (y también, aunque no es tan visible, en los mismos EEUU).
No es casual que las vertientes más interesantes de la Nueva Izquierda mundial de los años ‘60 hayan encontrado en la revolución cubana un punto de referencia insoslayable. Tanto en los discursos políticos y pedagógicos de Fidel, en los escritos teóricos del Che y en la obra educacional encabezada por Armando Hart, como en la creación cultural impulsada desde la Casa de las Américas, en el pensamiento social predominante en la isla durante los años ’60, en la obra cinematográfica alentada por el ICAIC, en la literatura de lo real maravilloso de Alejo Carpentier y en el periodismo militante de Prensa Latina. Sólo a costa de ceder al más crudo y brutal eurocentrismo —esa enfermedad senil del socialismo que tanto daño nos ha hecho y nos sigue haciendo— se puede hacer caso omiso de esa imparable irradiación política cuya influencia cultural no se detuvo ni ante los movimientos sociales internos al gigante del norte ni ante el océano Atlántico.
Estos ensayos filosóficos, históricos y políticos de Armando Hart tienen la virtud de que logran sistematizar en un todo orgánico esa reflexión marxista humanista y ética, común a Fidel y al Che, que atraviesa las vetas más originales de la cultura de la revolución. Una concepción del marxismo que bien podría catalogarse, desde la rigidez petrificada de los dogmas de manual como “eticista”, “voluntarista” e “idealista”. Nada distinto, por cierto, de lo que se acusó al Che Guevara y a toda la dirección de la revolución cubana durante los años ’60. Según Hart escribe en el libro: “Sus ideas éticas [las del Che] fueron refutadas de idealismo filosófico y de subjetivismo por quienes situados en la superficie de la realidad no acertaron a penetrar en sus profundidades”.
En otra época, estamos casi seguros, el dogma cristalizado que durante tanto tiempo monopolizó el nombre de “ortodoxia” y se autobautizó “marxismo-leninismo” (sin tener nada que ver ni con la genialidad de Marx ni con el radicalismo de Lenin) hubiera catalogado este libro de Armando Hart como “puro revisionismo”. Probablemente habrían incluido este volumen en el índex de lo que “no es conveniente leer”. Cuando Hart nos solicitó telefónicamente nuestra primera opinión sobre su ensayo, le contestamos exactamente eso y él comenzó inmediatamente a reirse. Sí, hoy nos genera risa el dogmatismo de los que alguna vez se atrevieron a insultar y denostar al Che, a Lukács, a Gramsci o a tantos otros pensadores genuinos de la revolución.
Ahora bien. La crítica de los “errores y horrores” no comienza por parte del autor recién en los últimos tiempos. No es una cuestión oportunista. El búho de Minerva no siempre espera al atardecer para comenzar a mover sus alas. Hart viene insistiendo con la necesidad de una revalorización de la cultura de la rebeldía y su vínculo inseparable con la política revolucionaria desde hace décadas. Quienes conocen sus escritos e intervenciones orales saben perfectamente que no descubrió a José Martí ni al pensamiento latinoamericano recién en 1989...
Por otra parte, ya en sus manuscritos de 1966 elaborados en Praga, el Che Guevara había vaticinado que “La Unión Soviética está regresando al capitalismo”. Además, en la carta que le enviara a Armando Hart desde Tanzania, hace ya cuatro décadas, le señala la insuficiencia teórica de la enseñanza del marxismo de aquella época. También advierte la gravedad del seguidismo ideológico a los “ladrillos soviéticos” —como el Che llamaba a los tristemente célebres manuales de las Academias de Ciencias—.
No es ésta la ocasión para analizar a fondo la importantísima carta del Che a Hart que este volumen reproduce al comienzo ni sus implicancias teóricas (lo hemos intentado hacer extensamente en un libro específico sobre el pensamiento del Che). Sólo la mencionamos porque evidentemente los planteos críticos que en este libro expone Hart no son escritos de oportunidad, sacados a último minuto de la galera como por arte de magia. Son reflexiones maduras y sistemáticas de todo un pensamiento crítico que viene desarrollándose desde hace décadas. Muchísimo antes de la caída del muro...
No queremos concluir estas líneas sin dejar sentado que para nosotros hacer este prólogo constituye un inmenso honor. Porque compartimos sus ideas —lo afirmamos sin diplomacias ni compromisos formales de ningún tipo— pero fundamentalmente por la calidad humana, la sencillez y la modestia del autor del libro, a quien consideramos un compañero con todas las letras y un amigo. Sin esa sencillez y esa modestia no puede haber revolucionarios de verdad ni transmisión de experiencias para las nuevas generaciones.
También queremos felicitar a la compañera Eloísa Carreras por la encomiable y rigurosa tarea que realizó con el mismo cariño de otros textos sobre Hart. Que los trabajos no se pierdan, que los ensayos puedan ser útiles para la formación política de nuevas generaciones de militantes antiimperialistas y socialistas —dentro y fuera de Cuba— resulta algo fundamental.
Este libro, escrito con pasión, con lealtad, con sabiduría y con principios, probablemente se convierta en un clásico de nuestra tradición. Así lo merece. Tiene todo para serlo. Pone el dedo en la llaga y toma el toro por las astas. No repite lo que ya sabemos sino que indaga en nuestras falencias. Nos invita a seguir investigando en lo que todavía nos falta: una teoría marxista de la subjetividad, de la cultura, de la voluntad y de la ética. Una teoría elaborada desde una trinchera política bien clara y definida: la mejor tradición de pensamiento radical, revolucionario y antiimperialista de nuestra América.
Septiembre de 2004
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ARMANDO HART DÁVALOS (La Habana, 1930) es uno de los dirigentes históricos de la revolución cubana. Fue uno de los fundadores del Movimiento 26 de Julio, coordinador nacional de este movimiento en la lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista tras el asesinato de Frank País. Fue encarcelado por la dictadura en la “Prisión Modelo” de la isla de Pinos, de donde salió con el triunfo de la revolución en 1959 habiendo organizado a los presos para la toma del penal y el control total de la isla. Hart fue el primer ministro de Educación de la revolución. Dirigió la Reforma Universitaria y la célebre campaña de alfabetización en la cual un millón de cubanos y cubanas aprendieron a leer y escribir. Más tarde, fue ministro de Cultura. Actualmente dirige la Oficina del Programa Martiano. Ha publicado numerosos libros. Algunos son: Del trabajo cultural [La Habana, Ciencias Sociales, 1978]; Cambiar las reglas del juego [La Habana, Ministerio de Cultura, 1983] y José Antonio Saco, Félix Varela y Antonio Maceo: ética, cultura y política [La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1998]. Uno de los últimos es Aldabonazo. En la clandestinidad revolucionaria cubana 1952-1958 [La Habana, Letras Cubanas, 1997; Canadá, Pathfinder, 2004].
La carta que el Che Guevara le envía a Armando Hart y que Marx y Engels: Dimensión ética y contemporaneidad. Una visión desde Cuba reproduce como documento puede consultarse en https://www.lahaine.org/mundo.php/el-che-y-su-carta