Las manos que empujan a Haití a las puertas del infierno
Durante décadas Haití, el “país más pobre del hemisferio norte”, ha estado sumido en una continua inestabilidad y en un caos casi permanente.
Las intervenciones imperialistas, más de treinta años de dictadura de los Duvalier, golpes militares, puertas giratorias (política-economía) han venido dibujando un panorama desolador: la pobreza y el crimen acompañan a la casi nula esperanza de crecimiento económico en las actuales condiciones.
Desde el verano pasado, la situación se ha ido agravando. La muerte violenta del entonces presidente derechista Jovenel Moïse, a manos de mercenarios estadounidenses y colombianos ha abierto la puerta a un vacío político e institucional, provocando el rechazo popular hacia la interinidad “permanente” del actual primer ministro, Ariel Henry, y sus tácticas para evitar o dilatar la convocatoria de elecciones.
En las últimas semanas, miles de personas han salido a las calles de Haití para exigir la renuncia de Henry, para protestar contra el aumento de los precios de los combustibles y del coste de la vida, así como para manifestar su oposición a una nueva intervención extranjera.
Como señala un político local, “Haití ha ido más allá de la caracterización de estado frágil para convertirse en un estado caótico. Nuestro país nunca ha experimentado este nivel de caos, ni siquiera durante el terremoto de 2010 que se cobró la vida de más de 200.000 personas”.
La maldición de la intervención imperialista extranjera está en la raíz de la situación del país. El imperialismo ha desarrollado unas relaciones de dominación en la historia moderna de Haití, haciendo de éste un país subordinado y desfavorecido.
Desde la independencia a principios del siglo XIX y hasta la intervención militar de EEUU en 1915, las fuerzas imperialistas fueron tejiendo una red de dominación que sería la raíz del sistema de dominación en Haití hasta nuestros días: un comercio de intercambio desigual, préstamos con un alto interés, indemnizaciones forzadas… Todo ello sirvió para bloquear y condicionar el desarrollo económico del país, abriendo la puerta a un “capitalismo atrófico y deformado”.
Esas fuerzas imperialistas y colonialistas también harán uso de las alianzas con algunos sectores locales partidarios de la dominación, y al mismo tiempo vía diferentes intervenciones militares, asentarán esa alianza.
Tras la intervención estadounidense de 1915, se materializará la política de Washington del llamado “control del patio trasero”, combinando el modo de producción feudal con un incipiente modo de producción capitalista. En ese período se consolidará también las relaciones con las clases dominantes locales, a través del diseño de una burocracia estatal que seguirá reforzando esos pactos y la represión contra los movimientos populares antiimperialistas. El estado francés y EEUU habían comprendido que “la humillación es necesaria para imponer la dominación”.
En las últimas décadas esa dominación imperialista se ha servido también del papel colaborador de los diferentes gobiernos, del aparato estatal y burocrático y de las clases dominantes y oligarcas. Gracias a ese engranaje ha logrado hacerse con la explotación de recursos naturales (bauxita), así como la utilización de la “ayuda económica y humanitaria” (que enriqueció al expresidente de EEUU Clinton y a su mujer), bloqueando el desarrollo alternativo de Haití y permitiendo mantener y reproducir el actual status quo.
Estos años, se han servido de aparatos religiosos, bandas de narcotraficantes, paramilitares, partidos políticos y ONGs para controlar y someter cualquier intento de cambio y transformación. Desde Occidente en ocasiones se han presentado algunas medidas desarrolladas como un importante avance para el cambio, pero en realidad han sido herramientas del imperialismo y la intervención extranjera. Un ejemplo lo representa el intento de desarrollo de la industria turística; sin embargo, un militante popular lo ha definido con acierto como “la creación parasitaria de un oasis en medio de un infierno desértico para la mayoría de la población”
Otro “avance” se ha presentado en torno al inusual desarrollo que han experimentado los bancos en el país. Sin embargo, a través de éstos, se ha controlado el dinero de las tropas extranjeras, de las ONGs y de la llamada “ayuda humanitaria”, no siendo difícil ubicar en qué bolsillos privados y poderosos han acabado.
Las fuerzas imperialistas han mostrado una doble cara en sus interacciones, por un lado, compitiendo por un mayor peso, y, por otro lado, colaborando y cerrando filas. Así, todos cierran filas a la hora de apoyar a los diferentes gobiernos colaboracionistas, hasta que dejan de serles útiles; siguen consolidando el aparato estatal (con una corrupción sistémica) y la red de influencias tejida durante décadas; ante el mundo mantienen y apoyan una “fachada” de democracia para el país; y también presionan de cara a la galería para que los gobiernos luchen contra la corrupción.
La violencia y el peso de las bandas armadas (muchas financiadas por el gobierno) se ha disparado desde la muerte de Jovenel Moise, llegando a dominar y controlar buen aparte de la capital, Port-au-Prince, y librando una guerra indiscriminada contra otras bandas, las fuerzas policiales y civiles en general. En torno a esa realidad no es difícil encontrar a políticos que se valen de las bandas para atacar a enemigos políticos y reprimir a las clases populares. Otros sectores también las usan como excusa para solicitar una nueva intervención militar extranjera.
El poder de estas bandas paramilitares se ha ido forjando en torno a la ausencia de un ejército (apenas 500 soldados), una policía débil y en ocasiones son importantes conexiones con las bandas, y una estructura estatal corrupta, con una economía improductiva. Como afirmaba un analista local, “su principal fuente de ingresos es la extorsión. Esto adopta varias formas, desde la depredación abierta hasta la gobernanza criminal. Por un lado, está el cobro de “pagos de protección” a los negocios locales, puestos de vendedores callejeros y conductores de transporte público, además del secuestro. Por el otro está la absorción de servicios públicos, como el suministro eléctrico y de agua a cambio de pagos”.
Un militante popular ha señalado el panorama venidero: “hoy en día, la comida no puede seguir siendo un lujo, el agua no puede ser un lujo, la seguridad, la salud, no pueden estar en manos de un pequeño grupo de personas. Si Haití es un paraíso, debe ser para todxs. Si será un infierno, lo será para todxs”.