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Mundo, EE.UU. :: 16/03/2021

Las protestas en Haití son un repudio al autoritarismo y a la intervención estadounidense

Arvind Dilawar
Entrevista con Kim Ives, editor de 'Haïti Liberté'

El corrupto presidente de Haití, sostenido por EEUU, se enfrenta a manifestaciones masivas exigiendo su dimisión. Desde el 14 de febrero, miles de haitianos han salido a la calle cada fin de semana en la capital de Puerto Príncipe y en otros lugares para protestar por la negativa del presidente Jovenel Moïse a abdicar del poder. Moïse, que fue elegido con el respaldo de EEUU en noviembre de 2016, ha explotado una supuesta laguna en la Constitución de Haití que establece que la duración del mandato presidencial es de cinco años.

La Constitución aclara que los mandatos deben comenzar en febrero, pero Moïse insiste en que su elección en noviembre –el retraso, derivado de la anterior intromisión de EEUU– le da derecho a más tiempo en el cargo. Miles de haitianos no están de acuerdo, pero sus manifestaciones fueron respondidas con violencia policial, dejando decenas de muertos.

La consigna principal de los manifestantes ha sido: «¿Dónde está el dinero de Petrocaribe?». Aunque parezca una simple pregunta de finanzas publicas, el grito apunta a la profunda corrupción en Haití bajo Moïse y su predecesor, Michel Martelly, que han dilapidado o robado miles de millones de dólares de petróleo y fondos proporcionados por Venezuela como parte de Petrocaribe, un programa destinado a apoyar el desarrollo regional. 

La combinación de corrupción y represión ha llevado a los críticos a calificar a Moïse y Martelly de «neoduvalieristas», en referencia a François Pap Doc Duvalier y Jean-Cleade Baby Doc Duvalier, los dictadores que gobernaron Haití de 1957 a 1986. La corriente duvalierista forma un marcado contraste con Fanmi Lavalas, un popular partido socialdemócrata fundado por Jean-Bertrand Aristide quien, en 1991, se convirtió en el primer presidente de Haití elegido democráticamente, pero que más tarde ese mismo año sería derrocado por un golpe de Estado respaldado por EEUU.

Arvind Dilawar, colaborador de Jacobin, habló con Kim Ives, editor de Haïti Liberté, sobre las protestas, la brutal respuesta del gobierno y la complicidad de EEUU en la represión del pueblo haitiano.

AD. ¿Cuál fue la chispa que encendió las protestas?

KI. Las últimas protestas tienen su origen en que Moïse no dejó el cargo presidencial el 7 de febrero de 2021, como dicta el artículo 134.2 de la Constitución de Haití de 1987. Había dejado claro que se pretendía mantener en el poder en los meses anteriores a la fecha, pero su negativa se produjo de forma muy beligerante. El pueblo no se volcó a las calles el 7 de febrero esperando quizá que renunciara en algún momento, pero no lo hizo. Desde entonces, cada fin de semana las manifestaciones aumentan de tamaño y el tono se vuelve más áspero.

Hay una pequeña contradicción en el artículo 134, que dice que el cargo presidencial durará cinco años. Pero en el 134.2 se aclara que el mandato tendrá que empezar el 7 de febrero del año de las elecciones. Así que, aunque la elección fue el 20 de noviembre de 2016, ese artículo constitucional insiste en que el reloj inicia el 7 de febrero.

A lo largo de la presidencia de Moïse hubo manifestaciones constantes, al igual que sucedió con su predecesor, Michel Martelly. Existieron alrededor de ochenta y cuatro manifestaciones por mes hacia final de 2020; esto dice mucho, dado que el COVID ya estaba circulando. Así que podríamos decir que no fue exactamente «la chispa», sino la gota que colmó el vaso.

A diferencia de lo que ha sucedido en el pasado, no veo probable que estas manifestaciones se retiren de la calle. Se han ido intensificando desde julio de 2018, cuando Moïse tuvo que aumentar drásticamente los precios de los combustibles en el país debido a que el petróleo de Petrocaribe –y con ello el dinero– ya no estaban fluyendo en el país. El FMI, que tuvo que intervenir para resolver el conflicto, dijo: «tienes que subir los precios del petróleo o no vas a conseguir un préstamo». Así lo hizo, y así comenzaron los últimos dos años y medio de manifestaciones semanales, si no diarias.

AD. ¿Qué problemas estructurales se podrían identificar como para explicar la persistencia de la movilización del pueblo haitiano?

KI. El gobierno de Martelly fue impuesto por arriba por la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton en enero de 2011, cuando ella viajó a Haití para –básicamente– torcer el brazo del entonces presidente René Preval y decirle que tenía que poner a Martelly en la segunda vuelta. Martelly había quedado tercero según el Consejo Electoral, así que ella anuló el Consejo Electoral y dijo que no, que Martelly iba a estar en la segunda vuelta, y ganó.

Eso marcó el comienzo del gobierno neoduvalierista en el país tras veinte años de alternancia entre el [Partido] Lavalas y el gobierno semilavalista, entre Jean-Bertrand Aristide y su a veces llamado «gemelo», [René] Preval. Fue EEUU quien introdujo este grupo neoduvalista, que trajo consigo todas las características del duvalierismo: corrupción, represión, insensibilidad total a las demandas del pueblo y apertura total al imperialismo estadounidense, francés y canadiense para que hicieran lo que quisieran con el país.

De hecho, ese era su eslogan: «Haití está abierto a los negocios» que, no por casualidad, era el eslogan de Jean-Claude Baby Doc Duvalier a principios de la década de 1980, antes de su derrocamiento.

El pueblo de Haití se ha manifestado desde la llegada del Partido de los Calvos Haitianos, como llamó Martelly a su organización.

Este es el telón de fondo de todas las manifestaciones, que han sido contra la corrupción y la represión, principalmente. Pero en 2018 se volvieron más feroces y más masivas porque se cerró el flujo de fondos que el Petrocaribe de Venezuela proporcionaba a Haití. En un momento dado, el primer ministro de Martelly dijo que el 94% de los proyectos especiales del gobierno estaban siendo financiados por el fondo de Petrocaribe. Cuando todo ese dinero desapareció, Moïse, que había hecho todo tipo de promesas fantásticas a la gente (que en 18 meses tendrían electricidad 24 horas al día, 7 días a la semana, etc.), quedó con una población aún más enfurecida.

AD. ¿Qué tan grave es la corrupción en Haití?

KI. La mayor parte de la corrupción (y esto es lo que está detrás del gran movimiento de protesta) gira en torno al dinero robado del fondo de Petrocaribe. Fue la rabia que generó ese hecho la que, poco después del aumento de la gasolina en julio de 2018, se convirtió en llamado, en convocatoria desde las redes sociales bajo el lema «¿dónde está el dinero de Petrocaribe?».

Los venezolanos le dieron a Haití 4 mil millones de dólares de petróleo barato, unos veinte mil barriles diarios. Haití solo tuvo que pagar el 60% por adelantado, y el 40% fue a este fondo de capital, que se suponía que iba a pagar por las clínicas, los hospitales, las escuelas, las carreteras y cualquier cosa que beneficiara al pueblo haitiano. 

Pero en lugar de ser utilizado para ese fin, fue robado, malgastado y malversado en una miríada de proyectos falsos: desde estadios invisibles a falsos programas de distribución de alimentos, de construcción de viviendas, etc. El gobierno de Martelly desapareció de esta manera unos 1700 millones de dólares. Esa corrupción, esa malversación de los fondos de Petrocaribe, es lo que anima la indignación del pueblo haitiano.

Hay que decir que Haití también había recibido unos 13 mil millones de dólares de fondos para la reconstrucción tras el terremoto. Irónicamente, utilizaron en Haití el mismo eslogan que están utilizando [en Washington] hoy: «Reconstruir mejor». Pero no se destinó a reconstruir mejor. No solo se desperdició y fue interceptado por varios intermediarios y ONG, sino que lo que llegó a Haití también parece haber sido malgastado por el gobierno de Martelly. 

Sin embargo, lo que está más presente en la conciencia de los manifestantes son los fondos de Petrocaribe. Y es que se trató de un fondo de solidaridad de gran popularidad, a diferencia de la percepción que hubo en el caso del fondo para el terremoto (asignado por Bill Clinton), sobre el que los haitianos intuyeron, casi desde el principio, que probablemente no iba a hacer mucho por ellos.

AD. ¿Cómo ha respondido el gobierno haitiano a las protestas?

KI. Con una represión muy fuerte. En noviembre, Moïse restituyó en su cargo a Léon Charles, que estaba al frente de la Policía Nacional de Haití justo después del golpe de Estado contra Aristide, el 29 de febrero de 2004. Su cargo entonces fue caracterizado por una represión muy sangrienta y feroz contra las masas rebeldes, principalmente en Cite Soleil y Bel Air, las dos barriadas más grandes de Puerto Príncipe.

Moïse lo trajo de vuelta, y ha cumplido con todas expectativas e incluso ha recibido nuevos poderes.

Moïse, que gobierna por decreto desde el 13 de enero de 2020, también ha creado por decreto una nueva fuerza represiva –una suerte de Gestapo–: la Agencia Nacional de Inteligencia, que da a sus agentes el poder no solo de espiar a los ciudadanos, sino de arrestarlos e incluso matarlos, porque sus agentes van armados. Además, no pueden ser procesados, tienen total inmunidad. 

Se trata de una fuerza muy parecida al Tonton Macoute de la dictadura de Duvalier. Los Tonton Macoute tenían los mismos poderes extrajudiciales. Eran los ojos, los oídos y los puños de la dictadura de Duvalier, y le permitieron mantenerse en el poder durante tres décadas.

Esa agudización de las políticas represivas se ha vuelto evidente en las últimas semanas. Decenas de manifestantes fueron asesinados en los últimos meses de manifestaciones. A veces son alcanzados por granadas de gas lacrimógeno en la cabeza, y otras son abatidos por fuerzas policiales que actúan como francotiradores, disparando contra los manifestantes.

Además, otro decreto convirtió en un acto de terrorismo a determinadas formas de manifestación y protesta callejera. Esto aporta el marco legal para la severa represión policial (aunque los decretos en sí mismos son completamente ilegales). Hasta el Departamento de Estado de EEUU ha manifestado su consternación por estas medidas, aunque solo sea retórica.

En medio de esta manía de Moïse por lanzar decretos, no solo formó su propio Consejo Electoral –elegido a dedo–, sino que reescribió la Constitución. De nuevo, todas estas son tácticas que François Duvalier empleó a principios de los años 60 para establecer su presidencia vitalicia.

AD. ¿Cuáles cree que serán los resultados de las actuales protestas?

KI. Me sorprendería que Moïse pueda mantenerse en el poder hasta el 7 de febrero de 2022, como pretende. Pero es una situación complicada. En este momento, la coyuntura política en Haití se podría definir como una fuerza imparable chocándose contra un objeto inamovible.

EEUU parece estar vacilando. Julie Chung, la Subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, tuiteó el mes pasado que estaba alarmada por los movimientos autoritarios y antidemocráticos del gobierno. Pero no llegaron a decir que retiraban su apoyo. Parece que mantienen la misma política que tenía la administración Trump, que consiste en instar a Moïse a celebrar elecciones –que, se suponía, tenía que haber celebrado en 2018 y 2019– y pasar el bastón presidencial, renovar el parlamento y las alcaldías de todo Haití (ahora mismo, solo existen once cargos electos en el país: Moïse y diez senadores).

El gobierno de Biden debe estar observando la magnitud de estas manifestaciones. El otro factor es que, a medida que las manifestaciones crecen en tamaño y ferocidad, el Congreso de EEUU está presionando cada vez más al gobierno de Biden, diciendo que Moïse debe renunciar y ser reemplazado por un gobierno provisional.

Ahora, ¿llevará esta presión a EEUU a destituir a Moïse? Lo dudo. La última vez que hubo una transición civil, el presidente elegido fue Aristide, un sacerdote antimperialista de la tradición de la teología de liberación. EEUU vetó su elección y dio un golpe de Estado contra él ocho meses después de su toma de posesión, en 1991. 

Además está el papel –importantísimo– que juega Haití en la campaña antivenezolana de Washington. Por esas dos razones, es posible que EEUU sienta que su única opción es aguantar la tormenta y seguir apoyando a Moïses.

La otra cosa posibilidad, especialmente temible, dados los halcones y belicistas que pueblan la administración Biden, es una tercera intervención militar extranjera en Haití. Por supuesto, probablemente se ocultaría bajo el disfraz de una intervención «humanitaria». Pero eso sería tirar leña al fuego, porque el pueblo haitiano –esto sí lo puedo afirmar sin vacilación– está harto de las ocupaciones militares extranjeras.

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