Las vías abiertas de Alberto Fernández
La restricción en dólares que tiene la economía argentina es uno de los principales desafíos del nuevo gobierno. Antecedentes de tipos de negociación con el FMI. Eludir la austeridad para poder crecer y, por lo tanto, poder pagar la deuda con acreedores privados.
El presidente electo Alberto Fernández.
Vamos al grano. El nuevo gobierno necesitará liquidez. Actualmente existen poco más de 12 mil millones de dólares de reservas líquidas; monto insuficiente para enfrentar los vencimientos de 2019-20, para desalentar la demanda de dólares “fuga” y para activar la economía. Se mire por donde mire, el nuevo gobierno necesitará liquidez.
Existen varias fuentes y/o restricciones. Una es el FMI. Ha retenido un desembolso por 5400 millones de dólares comprometido para este año, a lo que se suman cinco desembolsos futuros que suman 4760 millones de dólares hasta 2020. Pero también tiene una deuda que querrá cobrar; de modo que intentará fijar condiciones al nuevo gobierno para conseguir sus objetivos.
Se sabemos que el Fondo siempre propone lo mismo: austeridad. Y también se conoces que esta receta no funciona (lo último ha sido Grecia, y antes Portugal). Esta vía difícilmente sea una fuente de recursos y seguramente será el origen de restricciones. Así que no quedará otra opción que renegociar para pagar lo adeudado.
A partir de aquí, la gran pregunta es tan sencilla de exponer como compleja de resolver: ¿cuáles son las vías posibles para encarar la gestión con el FMI? Seguramente, la vía resultante tendrá una identidad argentina, como fue desde 2005 en adelante. No obstante, es interesante aprender de algunas de las vías abiertas con relativo éxito (o no) en el mundo.
Un caso es la vía portuguesa. En 2011, el país luso recurrió a un rescate de 78.000 millones de euros de los que el FMI aportó un tercio, acompañado, como siempre, de un conjunto de políticas neoliberales ampliamente conocidas. El resultado fue que, cuatro años después, la ciudadanía le dio la espalda en las urnas a este plan del FMI luego de experimentar los efectos económicos y sociales de tales recetas. Ganó el socialista Antonio Costa, que gobernó de la mano de la izquierda portuguesa.
A partir de ahí, se pagó al FMI sin aceptar sus condicionamientos, aunque tampoco se modificaron las condiciones de la deuda (ni hubo quita, ni cambio de plazos). Mejor dicho, se pudo pagar gracias a que no se aceptaron sus exigencias.
Portugal decidió, en esos años, reactivar la economía con medidas no neoliberales: impulsó la demanda con mejores salarios, mejoró el sistema de pensiones, fomentó el turismo e implementó un plan de incentivos financieros a favor del modelo productivo con especial atención en las pymes. Los resultados saltan a la vista. Se ha producido un crecimiento con políticas sociales, pero aún persiste el elevado peso de la deuda pública. Y, nuevamente, en las recientes elecciones, Costa salió ganador.
Otro ejemplo es la vía uruguaya. Entre 2000 y 2002, el país recibió préstamos del Fondo por 1700 millones de dólares. En 2005 renegoció los plazos sin tocar el capital. Y, como ocurrió con el caso portugués, tampoco se aceptaron condiciones de políticas económicas. Así, gracias a que eligió su propio camino, basado en una política más keynesiana, logró pagar y crecer.
Otra vía fue la ecuatoriana. Rafael Correa partía de una gran deuda heredada, y jugó con las mismas lógicas de los mercados. Planteó la necesidad de auditar la deuda porque no se pagaría deuda ilegítima, hizo creíble su propuesta y esto generó una caída en el mercado secundario del valor de los títulos de la deuda, lo que permitió recomprarlos a un valor promedio de 35 por ciento del total. Así se logró que el monto adeudado cayera de tal manera que el nuevo perfil fuese asumible. Correa no aceptó presiones del FMI, y gracias a ello logró que el país creciera sostenidamente.
Pero además de estos ejemplos exitosos, también existe otro que permite alertar del camino que no hay que tomar. Nos referimos a la vía griega. La economía acabó destruida al mismo tiempo que la ciudadanía se empobreció. Luego, Syriza perdió las elecciones.
Pero el FMI no es el único asunto a tratar cuando queremos afrontar la restricción en dólares que tiene Argentina. Sería un pecado capital olvidarse de la otra gran potencia que sí tiene un exceso de liquidez en dólares. Nos referimos a China. En este sentido, una alternativa puede provenir de las propias reservas internacionales menos líquidas, como los 18.000 millones de dólares del swap con China.
A diferencia de swaps anteriores, el negociado entre Macri y China está condicionado al cumplimiento del acuerdo stand by con el FMI, por lo que un objetivo prioritario, en caso que Fernández gane la elección, será renegociarlo y evitar esa condicionalidad.
Otra fuente nada despreciable son los dólares fugados en manos de argentinos que volverán al circuito económico cuando la economía se reactive. El dinero siempre es codicioso. Si el camino con menos obstáculos y más rentable es el financiero, pues ahí se dirigirán las inversiones. Pero si, por el contrario, la ganancia está en el circuito de la economía real, en la producción, entonces el dinero se dirigirá hacia ese sector, siempre y cuando se logre desincentivar la “timba” financiera (como, por ejemplo, lo ha hecho Bolivia con Evo Morales). Dicho de otra manera: una buena forma de financiarse hacia futuro es tener un proyecto económico serio, productivo, con una demanda interna sólida y, entonces, la fuga caerá; y hasta lo fugado podrá retornar.
Como se puede observar, Alberto Fernández tendrá muchas vías abiertas. Ninguna será fácil. Ni tampoco habrá un único camino. De la combinación virtuosa de todas ellas dependerá el éxito de la vía argentina que, además, tendrá que añadir a esta ecuación un componente imprescindible: el papel de aquellos que fueron, en gran medida, los grandes beneficiados y responsables de la descapitalización del país en estos cuatro años.