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Medio Oriente :: 08/02/2022

Líbano: Hezbolá no podía pedirse un mejor enemigo que Israel

Joseph B.
Vale la pena contrastar el objetivo del régimen israelí de debilitar a Hezbolá con el éxito de la organización a la hora de erigirse en el poder hegemónico en el país

En las dos décadas transcurridas desde que el régimen de Israel fue obligado a poner fin a la ocupación militar del sur de Líbano, que duró 18 años, se ha desarrollado una extraña relación simbiótica entre Israel y el grupo islamista libanés Hezbolá. Reforzados por juegos de poder geopolítico, estos dos enemigos se han vuelto mutuamente dependientes en su afán por llevar a cabo sus ambiciones tanto dentro de su propio país como en la región más amplia. Esta observación puede sonar a teoría de la conspiración, pero no precisa conspiración alguna.

A simple vista resulta difícil encontrar dos actores políticos más incompatibles entre sí: el régimen racista de Israel considera a Hezbolá una organización terrorista, y la verdadera razón de ser de Hezbolá se deriva de su resistencia a Israel. Sin embargo, a medida que cunden los rumores de una posible guerra regional, que pende del hilo de las recientes conversaciones en Viena sobre el programa nuclear de Irán, esta interdependencia no ha hecho sino volverse más descarnada.

Esta relación simbiótica no es nueva y se originó en los años de ocupación del sur de Líbano. La brutal invasión israelí en 1982, basada en el pretexto de luchar contra la Organización por la Liberación de Palestina (OLP), contribuyó a la destrucción de lo que quedaba de una coalición árabe nacionalista de izquierdas que se había aliado con grupos de la resistencia palestina frente a las milicias maronitas al comienzo de la guerra civil libanesa en 1975 (Siria, que ocupó la mayor parte de Líbano a partir de 1976, había realizado gran parte de este trabajo antes de la llegada de Israel, pero con apoyo popular). Esta masacre sionista ‒que incluyó sonados asesinatos de líderes comunistas y de izquierda como Mehdi Amel y Husayn Muruwwa a manos de islamistas‒ dejó abierto el campo político libanés para que pudieran entrar en escena grupos islamistas.

Tras la invasión israelí, el recién estrenado gobierno iraní del ayatolá Jomeini, quien estableció una república independiente en 1979, vio una oportunidad de financiar, entrenar y equipar un grupo chiíta armado, que con la ayuda del presidente sirio, Hafez al Ásad, se constituyó oficialmente en 1985 con el nombre de Hezbolá. Este desbancó muy pronto al movimiento Amal, que estaba más arraigado, como el partido que gozaba de más popularidad en el seno de la comunidad chiíta y sus seguidores islamistas, pues a este último se le consideraba demasiado complaciente con la ocupación israelí.

El rápido crecimiento de Hezbolá en Líbano se nutrió tanto de la criminal agresión israelí como del apoyo directo de Irán y Siria. Durante 15 años, Hezbolá condujo una campaña guerrillera contra las fuerzas israelíes y sus aliados del Ejército del Sur de Líbano, dirigido por la facción cristiana, sustituyendo así a la OLP como principal grupo de resistencia a la ocupación israelí. Las tácticas militares de Hezbolá, que provocaron numerosas bajas en las filas de los ocupantes y debilitaron el control del ejército sobre el sur del país, obligaron a Israel a abandonar Líbano en el año 2000. Fue en el infierno de la ocupación israelí donde se forjó Hezbolá… y ese infierno sigue ardiendo hoy.

Narrativas cíclicas

En los años transcurridos desde entonces se ha desarrollado una interdependencia inusual y nada fácil entre los dos enemigos. Hoy Hezbolá sigue siendo una de las principales amenazas que esgrime el régimen israelí para justificar la militarización de la vida cotidiana, una extensión del conflicto árabe-israelí que se basa en una comprensión esencialista de la diferencia entre unos árabes malos hostiles (como Hezbolá, Hamás y el sirio Bashar al Assad) frente a los árabes buenos pacíficos (como Egipto, Jordania y los Estados árabes del golfo). La amenaza de Israel, mientras tanto, es la principal razón que aduce Hezbolá para mantener su hegemonía militar en Líbano; prácticamente todos los debates de política nacional, sobre todo si tienen que ver con las armas de Hezbolá, se filtra a través de esta lente.

Esta relación simbiótica se consolidó tras la liberación del sur de Líbano en 2000 y se afianzó todavía más durante la guerra de 2006, originada por la captura por Hezbolá de dos soldados israelíes y en la que el régimen sionista fue clamorosamernte derrotado. En ambas ocasiones, Hezbolá se erigió en defensor de la nación libanesa frente a la agresión israelí. Por ejemplo, en un discurso que sancionó el fin de la guerra de 2006, el secretario general de Hezbolá, Hassán Nasralá, declaró que “nos hallamos ante una victoria estratégica e histórica de Líbano, de todo Líbano, de la resistencia y del conjunto de la nación”. Con motivo del décimo aniversario de la guerra, en 2016, Nasralá dijo: “cuando hablamos de victoria en la guerra de julio, deberíamos hablar… de desbaratamiento de los objetivos de la agresión israelí”.

Esta narrativa, a su vez, ha sido alimentada de modo continuo por Israel mediante su propia retórica política y sus amenazas de castigo colectivo, que trata efectivamente a la ciudadanía libanesa como si toda ella fuera una milicia de Hezbolá. En 2018, por ejemplo, el entonces ministro de Educación, Naftali Bennett, actualmente primer ministro de Israel, señaló que el éxito de Hezbolá en las elecciones libanesas de ese año “corrobora el que ha sido nuestro planteamiento desde hace tiempo: Hezbolá = Líbano. El Estado de Israel no distinguirá entre el Estado soberano de Líbano y Hezbolá, y considerará a Líbano responsable de toda acción que parta del interior de su territorio.”

El diputado del Likud Nir Barkat (ex alcalde de Jerusalén) llevó aún más lejos esta retórica de castigo colectivo en diciembre, cuando citó a Hezbolá para justificar el lanzamiento de una guerra por todo lo alto contra Irán y sus aliados: “Puesto que Hezbolá es una sucursal de Irán, hemos de cambiar la ecuación y decir abiertamente que si lanzan cohetes contra Israel, ello no provocará una tercera guerra libanesa, sino más bien una primera guerra iraní; y nuestro objetivo ha de ser Teherán.” Por cada declaración de Nasralá relativa a la constante amenaza israelí sobre Líbano aparece una declaración de un portavoz israelí que la confirma.

En los últimos años, esta narrativa cíclica también se ha puesto de manifiesto, irónicamente, en interacciones entre seguidores de Hezbolá y sus críticos libaneses cuando aviones de guerra israelíes violan el espacio aéreo libanés. Por ejemplo, durante una de las numerosas incursiones aéreas israelíes en enero de 2021, una periodista libanesa (quien guarda el anonimato por motivos de seguridad personal) se quejó en Twitter de que dichas incursiones se hubieran convertido en acontecimientos corrientes. Un seguidor de Hezbolá le contestó con una burla: “Bueno, sin duda vuestro ejército puede tumbarlos”, acompañada del emoji de una cara sonriente.

La referencia a “vuestro ejército” era una manera deliberada e irónica de insinuar que el ejército nacional libanés es incapaz de defender el país por sí mismo frente a Israel. Los seguidores de Hezbolá (y en ocasiones también sus oponentes, aunque a regañadientes) consideran que es una fuerza necesaria para cumplir esta función nacional. Como indican las palabras de Bennett, este punto de vista viene corroborado y reafirmado por el propio régimen israelí cuando centra en Hezbolá prácticamente todas las declaraciones relacionadas con Líbano y, cada vez más, también los comentarios relativos a Irán.

Cada vez que aviones de guerra israelíes violan el espacio aéreo libanés, refuerzan la noción de que nada de lo que ocurre en suelo libanés da pie a la exigencia de responsabilidades. Israel puede hacer lo que quiera y cuando quiera, y el ejército israelí parece gozar recordando este hecho al pueblo libanés.

Lo que sigue a estas violaciones del espacio aéreo se ha convertido en un guion conocido: el Estado libanés se queja oficialmente a Naciones Unidas, esta contesta que Israel debe dejar de violar el espacio aéreo libanés y… eso es todo. El sol sale a la mañana siguiente y todo el mundo vuelve a su rutina cotidiana. Tales violaciones debilitan toda legitimidad que pueda tener la idea de una república libanesa.

En cambio, Hezbolá es capaz de lograr cosas tan importantes como la importación de petróleo iraní para generar electricidad, mientras que el Estado libanés no consigue acabar con una crisis energética aparentemente interminable. El acercamiento entre Israel y los Estados árabes del golfo ha contribuido a reforzar todavía más la narrativa de Hezbolá sobre una conspiración regional contra la resistencia y su aliado iraní. Las propias acciones de Israel en Líbano refuerzan esa narrativa y obligan a muchas personas libanesas a aceptar a Hezbolá como mal menor.

Romper la imagen de resistencia

Cuando se habla en los medios de Israel sobre Hezbolá, no se menciona esta relación simbiótica violenta. De hecho, la mayoría de comentaristas prefieren aceptar tal cual las declaraciones de ambos bandos cuando dicen que son enemigos y que por tanto no pueden tener intereses comunes. Vemos estas opiniones en los círculos habituales que tratan la política exterior en EEUU, las dictaduras del golfo e Israel, y que presentan a Hezbolá como una amenaza terrorista permanente. Al contrario, muchos círculos antiimperialistas dan la vuelta a esta lógica y glorifican a la única fuerza árabe capaz de vencer a Israel.

El problema con este tipo de análisis es que se basa casi exclusivamente en la ocupación de 1982 y la guerra de 2006 para explicar todo lo que atañe a la relación entre Hezbolá e Israel, sin tener en cuenta la dinámica significativa que se inició tras la primavera árabe en 2011. Sobre todo no presta atención al papel de Hezbolá e Irán en las contrarrevoluciones que siguieron a las revueltas árabes, exceptuando Siria; estas intervenciones complementaron de hecho los esfuerzos de las dictaduras del golfo para aplastar toda alternativa a los regímenes autoritarios de la región, inclusive en Bahréin y Egipto.

En lo tocante a Israel, la narrativa de Hezbolá es clara: no hay día en que Al Manar, la emisora de Hezbolá, no declare -y con razón- que el régimen autoritario de Israel teme al partido y su fuerza militar. En el momento de escribir estas líneas, por ejemplo, Al Manar ha citado a Yaakov Lappin, del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos, afirmando que Hezbolá es ahora viente veces más fuerte que en vísperas de la guerra de 2006. En otras palabras, a Hezbolá le importa promover una imagen de poderío y capacidad para impulsar la resistencia. Y la política de Israel hacia Líbano no ha hecho más que reforzar el peso predominante del grupo en el país.

Frente a las manifestaciones, Nasralá fue el primero en declarar que el “mandato” del gobierno al que se oponían algunos manifestantes no decaería. En la misma semana, Nasralá afirmó que las manifestaciones habían sido secuestradas por intereses israelíes y extranjeros y podían provocar una guerra civil. Las manifestaciones se oponían a un gobierno cuyo primer ministro, Sa’ad Hariri, estaba estrechamente relacionado política y financieramente con otro país extranjero, Arabia Saudita.

Es difícil saber si el apoyo popular a Hezbolá y su narrativa de resistencia seguirá creciendo o no. Líbano atraviesa una serie de crisis sin precedentes y esto ha llevado a mucha gente a centrarse en sobrevivir como pueda. Al mismo tiempo, partidos sectarios rivales como las Fuerzas Libanesas (dirigido por el sector cristiano y aliado de Israel durante la guerra civil libanesa) han tratado de cabalgar la ola de la revuelta de octubre. Incluso sin tener en cuenta a Israel, es posible que los asuntos intrasectarios internos seguirán dominando la política libanesa durante un futuro previsible.

Dicho esto, vale la pena contrastar el objetivo declarado del régimen israelí de debilitar a Hezbolá con el éxito del grupo a la hora de erigirse en el poder hegemónico en el país. Una y otra vez, la política de Israel hacia Líbano ha beneficiado a Hezbolá. Si no supiéramos que Líbano e Israel son oficialmente países enemigos, se nos perdonaría que pensáramos que ambos gobiernos están obrando inadvertidamente en pro del mismo objetivo: aplastar cualquier alternativa al statu quo regional, empoderando de paso a Hezbolá. En cuanto a la propaganda, Hezbolá no podría pedirse un enemigo mejor.

Queda preguntarnos si estado de apartheid de Israel sigue deliberadamente, y no de modo inconsciente, el mismo guion con respecto a Hezbolá. A juzgar por la continua retórica hostil de los portavoces sionistas ‒incluidas las observaciones de Barkat sobre una “primera guerra iraní”‒, este parece ser el caso. Por consiguiente, podemos prever que las críticas locales libanesas a Hezbolá serán acalladas por la mayoría que alega que el partido es necesario como grupo de resistencia frente a Israel.

972mag.com / La Haine

 

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