Los 83, buena excusa para recordar a Galeano
A Eduardo Germán María se le dio por firmar con el apellido materno, Galeano, para no usar el paterno anglosajón, Hughes, aun cuando utilizó el Gius para firmar sus caricaturas. Eduardo fue frustrado futbolista (por patadura), obrero, mensajero, caricaturista, periodista y finalmente escritor, para “ayudar a recuperar los colores y la luz del arco iris humano, algo mutilado por años, siglos, milenios de racismo, machismo, guerras y más”.
Se le dio por nacer un 3 de setiembre de 1940, hace 83 años, pero nos dejó hablando solos -a sus hijos y nietos, a su musa y compañera Helena, y a sus amigos tricontinentales- hace más de ocho años.
Si antes de alcanzar los 20 años ya había pasado por la edición del semanario Marcha y la dirección del diario Época, al alcanzar los 30 ya había escrito Las venas abiertas de América Latina; la presentó al premio Casa de las Américas… y no ganó. Casi 40 años después el presidente venezolano Hugo Chávez le obsequió un ejemplar (en la Cumbre de las Américas de 2009) a Barack Obama, pero a éste no le gusta la historia, y mucho menos la de la injerencia y los genocidios perpetrados por sus antecesores y, obviamente, no la leyó.
El inmortal José Saramago recordaría: «Gran alborozo en las redacciones de los periódicos, radios y televisiones de todo el mundo. Chávez se aproxima a Obama con un libro en la mano, es evidente que cualquier persona razonable pensará que la ocasión para pedirle un autógrafo al presidente de EEUU está mal elegida, allí, en plena reunión de la cumbre, pero, al final, no, se trata de una delicada oferta de jefe de Estado a jefe de Estado, nada menos que Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. Claro que el gesto iba cargado de intenciones.»
Años después, en 2013, recibió la Orden Simón Rodríguez de manos de Nicolás Maduro: Chávez no sobrevivió para entregársela, tras rechazar Eduardo una condecoración con el nombre de Francisco de Miranda, “agente inglés”.
Incansable caminador errante de América Lapobre, fue corresponsal de Prensa Latina en Venezuela, y para no extrañar las costas montevideanas, se alojó en el desvencijado Hotel La Alemania de Macuto, a unos 40 kilómetros de Caracas. Mucho años después, para olvidar que casi muere de malaria en el trópico (escribió un relato sobre su delirio), logró bañarse nuevamente en el Caribe, frente al mismo hotel, que había resistido -el hotel, digo- la vaguada de 1999.
Su amigo Luis Britto cuenta que cada vez que las policías o los virus o los infartos se ensañaban contra Eduardo, éste salía repotenciado. Consecutivos exilios lo separan de la edición de Marcha y de Época (en Montevideo) y de Crisis, una de las revistas de repercusión continental que en 1973 clausuró la dictadura argentina. En su exilio en Barcelona, las autoridades le exigían que tuviera trabajo para renovarle la visa, pero no le permitían trabajar si no tenía renovada la visa.
Rico en exilios, Eduardo se gambeteó varios géneros literarios para lograr que la plenitud de sus mensajes le llegara a todos. Conoció y vivió con guerrilleros mayas, mineros bolivianos, garimpeiros venezolanos, consciente de que de esa fragmentación iba a nacer la totalidad en su Memorias del Fuego, mural en el cual las partes se miran con el todo, hecho de detalles que resultan leyes generales y de análisis ágiles como aforismos.
Eduardo comenzó a apuntar las ideas en servilletas y manteles de papel y luego en minúsculas libretitas, que luego se convertían en cuentos, novelas, tratados sociopolíticos, entrevistas y reportajes, con frases demoledoras. Sus libros dejan siempre enseñanzas, aunque esa no fuera su intención: ¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escuela o en la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón, alerta.
Nos dice que “los funcionarios no funcionan. Los políticos hablan pero no dicen. Los votantes votan pero no eligen. Los medios de información desinforman. Los centros de enseñanza enseñan a ignorar. Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan. Es más libre el dinero que la gente. La gente está al servicio de las cosas”.
Más que los libros, es la naturaleza la que enseña: En la Amazonía, la naturaleza da clases de diversidad. Los nativos reconocen diez tipos de suelos diferentes, ochenta variedades de planta, cuarenta y tres especies de hormigas y trescientas diez especies de pájaros en un solo kilómetro.
Britto se anima a decir que al tratar la historia como folletín apasionante y la mitología indígena como noticia y la denuncia como poesía, Galeano se va haciendo cada vez más propenso a la antología, porque todo lo suyo es antologizable.
Si Las venas abiertas desmenuzaba la barbarie estadounidense en el continente, el fervor gringo por apoyar dictaduras y genocidios para hacer sus negocios, Mujeres nos envenena de belleza y feminismo, con la ayuda de Helena Villagra, su esposa por cuatro décadas.
Eduardo era un gran escuchador, el cacique Oreja Abierta, como él se definía. Siempre habló de y para los jóvenes, de y para los indígenas, en contra de los narcoestados y el neoliberalismo, en favor de la ecología y la legalización de las drogas. Habló contra el olvido y del rescate de la memoria para encontrar los caminos del futuro común, siempre del lado de los pobres, de los indignados.
“Los que hablan del problema indígena tendrán que empezar a reconocer la solución indígena. Al fin y al cabo, la respuesta zapatista a cinco siglos de enmascaramiento, el desafío de estas máscaras que desenmascaran, está despegando el espléndido arcoiris que México contiene y está devolviendo la esperanza a los condenados a espera perpetua”.
En 2008, Galeano recibió la distinción del Mercosur –el primer ciudadano ilustre de la subregión- y brindó un inolvidable discurso, en el que dijo ser «patriota de varias patrias». «Sólo siendo juntos seremos capaces de descubrir lo que podemos ser, contra una tradición que nos ha amaestrado para el miedo y la resignación y la soledad y que cada día nos enseña a desquerernos», expresó.
Cafés, almuerzos y largas cenas en distintas ciudades (las últimas en Montevideo, con Ze Fernando y Angelito Ruocco como cocineros), donde los cuentos sobre y de sus nietos iban ganando espacio. Fue el referente y promotor de varios emprendimientos, entre ellos Telesur, cuando nos enseñó a vernos con nuestros propios ojos y reconocernos en nuestro propio espejo.
De acuerdo: “Este es un mundo violento y mentiroso pero no podemos perder la esperanza y el entusiasmo por cambiarlo… la grandeza humana está en las cosas chiquitas, que se hacen cotidianamente, en el día a día que hacen los anónimos sin saber que la hacen”.
CLAE