«Ost-algia», horror global y renovación de las luchas
Jean Salem intervendrá el próximo sábado día 2 de marzo, a las 17h, en el CSO La Traba (Madrid) en el acto organizado por Red Roja "De la Muerte y de la vida, Stalingrado".
En su libro publicado en 1994, ’Âge des extrêmes. Le Court XXe siècle, 1914-1991, [La Era de las catástrofes. El corto siglo XX] Eric Hobsbawm evoca el ejemplo de una pareja de jóvenes alemanes, amantes durante un tiempo, a los que la revolución bávara de los Soviets cambió la vida: Olga Benario, hija de un próspero abogado de Munich, y Otto Braun, maestro. Olga llegó a consagrar su vida a la organización de la revolución en… el hemisferio occidental. Nada menos. Estuvo ligada, y después casada, con Luis Carlos Prestes, que había encabezado una larga marcha insurreccional a través de las selvas del interior de Brasil. En 1935, la tentativa de insurrección fracasó y las autoridades brasileñas entregaron a Olga a la Alemania hitleriana, donde encontró la muerte en un campo de concentración. Otto, con más suerte, se propuso por aquel mismo tiempo participar en la Revolución al otro lado del mundo, en calidad de experto militar del Komintern en China; fue el único extranjero en tomar parte en la “Larga Marcha” de los comunistas chinos, antes de volver a Moscú y, finalmente, a la ex RDA. “¿Cuándo – se pregunta Hobsbawm – si no es en la primera mitad del siglo XX, estas dos vidas entremezcladas hubieran podido seguir una trayectoria así?”(2).
El siglo, que prácticamente había comenzado con las masacres de la primera guerra mundial y con la buena nueva de la Revolución en Rusia, había efectivamente repartido las cartas de una manera realmente muy simple: ser revolucionario era cada vez más ser un partidario de Lenin y de la Revolución de Octubre 1917, es decir, un miembro (o un “compañero de ruta”) de algún partido comunista en el seno de un movimiento mundial cuyo centro se encontraba en Moscú. Los mejores de entre ellos, los « profesionales » de este movimiento revolucionario internacional, como decía Bertolt Brecht en un poema que les dedicó, “cambiaban de país como de zapatos”.
Un poco de historia
En el siglo XIX el Estado ruso (gosudarstvo) aún estaba representado como asunto del soberano (gosudar’), y todo ruso tenía que prestar juramento de fidelidad al zar desde el momento de su llegada. El emperador no era un simple césar civil; era además el ”defensor y guardián”, una especie de “papa” de la religión ortodoxa. Es verdad que el 19 de febrero (3 de marzo) de 1861 fue promulgado al fin por el zar Alejandro II el “Estatuto general para los campesinos liberados de la servidumbre”. Pero en los años siguientes, sobre todo a partir de la llegada de Alejandro III en 1881, la política interior rusa estuvo casi exclusivamente marcada por el “triunfo de la reacción”(3).
Se puede observar a este propósito, una constante en la historia de las revoluciones: la víspera misma de su estallido, todo ocurre como si los privilegiados, en vez de acceder a algunas concesiones, incluso las más pequeñas, lo que podría al menos retrasar el desenlace inevitable, se ponen cada vez más intransigentes ante la idea de que les sea mermado el menor de sus privilegios. ¡Desde este punto de vista, la época en que estamos viviendo pareciera rica en promesas! Porque si olvidamos, aunque sea por un instante, las pitufadas caritativas y las payasadas del pretendido “comercio justo”, mal se ve quién, de entre los señores de la guerra económica mundializada, se va a preocupar seriamente hoy de limitar los colosales beneficios de las grandes firmas multinacionales o de redistribuir menos desigualmente los fabulosos beneficios que almacenan. Y es curioso ver con qué encarnizamiento la nobleza rusa, bajo el reino de Alejandro III (1881-1894) e incluso bajo el de Nicolás II (1894-1917), intentó restablecer su situación material e insistir en aquello que sus ideólogos denunciaban, después de la abolición de la servidumbre, como una intolerable “fusión de castas”. Igualmente en la Francia del siglo XVIII, la capitación (del latín, caput - impuesto “por cabeza/persona”, impuesto establecido desde 1701 y que teóricamente gravaba a todos los franceses) fue muy pronto eludido por el clero y los nobles, que quedaron exentos. Como la talla (otro impuesto directo) que terminó por recaer únicamente sobre los plebeyos. Y en 1786, cuando la deuda agobiaba las finanzas reales, y Calonne, ministro de Luis XVI, intentó yugular la crisis haciendo el impuesto menos injusto, chocó, también él, con una verdadera revuelta nobiliaria, con una reacción aristócrata que anunciaba y dio impulso a la Revolución Francesa.
1905-1907 : el «estreno general»
¡En nuestros días hay quienes hablan de buen grado de una “modernización inacabada”, de una “transición perdida”, de una Rusia que habría estado en plena mutación desde principios del siglo XX y cuyo curso histórico habría sido revertido, o casi, por la revolución bolchevique! De un zar que hubiese bien querido, pero que, por falta de tiempo, no pudo; de las promesas de una ampliación del papel otorgado a una asamblea (la Duma) hasta entonces condenada a ser o bien el trasero, o bien… disuelta; la eclosión, desde finales del siglo XIX, de una burguesía que abarcaba desde los simples comerciantes a los nuevos “reyes del ferrocarril”, pasando por la intelligentsia urbana; el esbozo de un auténtico proletariado (más de 3 millones de obreros desde 1900); y, simplemente, el largo río tranquilo de la historia: todo eso, se afirma, habría bastado para hacer entrar a Rusia sin demasiados sobresaltos en una modernidad comparable a la de las otras naciones europeas del oeste. Hablando claro, que el poder comunista habría matado en el huevo las mejores intenciones que, como se sabe, sólo piden ser llevadas a cabo… Después de todo, nosotros estamos viviendo una época de contra-revolución, una época de Restauración, y este tipo de contra-verdades no debe apenas sorprendernos. Pero son difíciles de creer cuando leemos, por ejemplo, el Diario del príncipe Metchtcherski, confidente del zar Alejandro III: “Lo que más teme el pueblo es el vergajo”, escribía este gran liberal. “Donde hay látigo, reina el orden, recula el alcoholismo, el hijo respeta al padre y se nota gran prosperidad”. En cuanto a los fusilamientos y otras ejecuciones en masa practicadas corrientemente bajo el ministerio de Stolypin (1906-1911), no parece que eso sea típico de lo que comúnmente se entiende por “democracia”.
Un país esencialmente rural
En vísperas de la primera guerra mundial, la civilización urbana era aún un artículo de importación. Las reformas de Pedro el Grande (que reinó de 1682 a 1725) la habían impuesto; después se fue perfeccionando con una Rusia oficial europeizada, concentrada en Moscú y en Petersburgo que dominaban desde lejos un país masivamente rural. Tres cuartos de la población del Imperio ruso se dedicaban directamente a la agricultura. Tradicionalmente, la propiedad individual de la tierra no existía más que para los nobles y algunos comerciantes. El suelo cultivable pertenecía a las comunas campesinas (en Occidente se habla del mir [comunidad agrícola en la Rusia zarista], los rusos prefieren llamamrla obchtchina, “la comuna”). Cada familia poseía a perpetuidad su casa así como el recinto donde se levantaba el establo, el granero y un pequeño huerto; pero los campos y los prados eran comunales. Con tal de que proveyeran de recursos al ejército, que pagaran sus tasas y suministraran los servicios que se les requerían, los campesinos se administraban y se juzgaban entre ellos. Nuestra espalda, decía un viejo proverbio ruso, pertenece al señor, pero la tierra es nuestra. Las comunas se repartían las parcelas arables entre las familias proporcionalmente a las necesidades y a la capacidad de trabajo de cada una de ellas. Las re-distribuían regularmente con el fin de mantener la igualdad constantemente amenazada por el aumento o la disminución del número de bocas a alimentar en cada hogar. Marx se interesó muy de cerca por este sistema tan peculiar. Para Herzem y, más tarde, para los populistas rusos del siglo XIX, había ahí incluso todas las posibilidades de un socialismo ruso original. Pero la penetración del capitalismo en el campo tuvo como primer efecto descomponer el mir igualitario y permitió a un pequeño grupo de campesinos más favorecidos, los kulaks, escapar a la pauperización de la mayoría. Por eso Lenin, como marxista, consideraba que, en un país como Rusia, a pesar de este predominio del elemento campesino, la alianza de los obreros y los campesinos debía hacerse bajo la dirección del proletariado. De un proletariado, por cierto, notablemente menos numeroso, pero más organizado y menos inerme frente al poder del dinero, el cual acababa de caer con todo su peso sobre un “mujik todavía medio siervo.
24 octubre - 2 noviembre 1917 : diez días que estremecieron el mundo
Diez años después del « ensayo general » de 1905-1907 (en 1905, intento de insurrección ahogada en sangre y metralla, en Moscú, en diciembre del mismo año, etc.), diez años después de esta primera revolución rusa que había surgido cuando el ejército imperial sufría derrota tras derrota en la guerra que el gobierno de Nicolás II había desencadenado contra los “macaos” japoneses (el mote se lo puso el mismo zar), – diez años más tarde solamente, la Revolución de octubre del 17 tuvo también como marco y como causa inmediata la guerra, la guerra – esta vez, mundial –, la guerra, ese incomparable “acelerador de la historia”, según la fórmula de Lenin.
Por dos veces el ejército ruso se lanzó prematuramente a la ofensiva para aliviar al ejército francés, primero en su retirada de Bélgica y después cuando la batalla del Marne. Aquello fue un doble desastre. La campaña de 1915 no fue menos desastrosa: después de la caída de Varsovia, los alemanes penetraron en la Rusia Blanca, así como en los países bálticos. Petrogrado mismo se veía amenazado. Bloqueada por el Báltico y por el Mar Negro, obligada a abastecerse por Vladivostok y Murmansk, Rusia estaba sometida a un verdadero bloqueo. A finales de 1916, el alza de precios alcanzaba, según los sectores, de un 300% a un 600%. Y los soldados “votaban con sus pies”: los últimos meses de la guerra, ¡un millón de ellos había desertado! Para mejor apoyar la idea de que había que firmar, fuera como fuera, una paz, aunque fuera humillante, con Alemania (Brest-Litovsk, 3 de marzo de 1918), para convencer, dicho de otra manera, de que, si se quería salvar la incipiente revolución, era vital perder provisionalmente espacio con el fin de ganar tiempo, Lenin recalcará insistentemente esta fórmula-choque: la sangre ahoga a los soldados(4). Había que terminar lo más rápido posible.
Entre tanto tuvieron lugar una serie de acontecimientos absolutamente extraordinarios. El régimen del zar se hundió cuando una manifestación de obreros (el 23 de febrero [8 de marzo], con ocasión de la jornada internacional de la mujer), y un paro masivo del trabajo en las fábricas Putilov, desembocaron en una huelga general, seguida por un 90% de los 400.000 obreros con que contaba Petrogrado. La tropa se negó a disparar contra la gente y acabó por amotinarse. Nicolás II tuvo que abdicar el 3 de marzo y dejar sitio a “un gobierno provisional”. Este gobierno (o mejor, esta sucesión de gobiernos), dominado primero por la figura del príncipe Lvov, después , a partir de julio de 1917, por la de Kerenski, se verá obligado, de hecho, a compartir el poder hasta su propia caída con una multitud de consejos (soviets), surgidos espontáneamente. Los bolcheviques no obtuvieron en ellos la mayoría de inmediato. La timidez de la política social puesta en marcha por el gobierno provisional, los llamamientos de Kerenski a una « ofensiva revolucionaria » contra… los Alemanes y el desmembramiento absolutamente ficticio de los grandes latifundios en beneficio de hombres de paja y otros testaferros, no tardaron en hacer inmensamente popular el eslogan de los bolcheviques que pedía: “¡Pan, Paz y Tierra!”. En el campo, los incendios, los pillajes y las apropiaciones de los grandes latifundios se multiplicaron: los campesinos se pusieron a cultivar, a sembrar, a segar con la aprobación de los comités agrarios locales. Después, el fracaso el 2 de septiembre del golpe de Kornilov, un general faccioso, aceleró las cosas. El 23 de octubre el gobierno intentó poner fin por la fuerza a la agitación bolchevique. El lugar de eso, lo que consiguió fue una insurrección que llevó a la toma del Palacio de Invierno (26 de octubre) y a los primeros decretos promulgados por el nuevo poder soviético: el decreto sobre la paz y el decreto sobre la tierra (“la gran propiedad fue inmediatamente abolida sin indemnización alguna…”).
Mientras que Stalin, al igual que los mencheviques, consideraba que la situación aún no estaba madura, la “posición leninista”, como escribió Slavoj Zizek, fue la “de lanzarse, de arrojarse sobre la paradoja de la situación, de aprovechar la oportunidad e intervenir, incluso si la situación era ‘prematura’”(5). “Esperar para actuar, es la muerte”, “hay que solucionar a toda costa este asunto esta misma tarde o esta misma noche”: es lo que Lenin había dicho y repetido en la noche del 24 al 25 de octubre de 1917, cuando, desde el Instituto Smolny, lanzó la consigna de la insurrección contra un gobierno provisional que colgaba ya sobre el vacío(6). A los que le reprochaban su “aventurerismo”, podría haberles contestado remitiéndoles a Marx: “Sería evidentemente muy cómodo hacer la historia si sólo se tuviera que emprender la lucha con la suerte infaliblemente a favor”(7).
En cuanto a la idea de revolución, yo intenté formular, a partir de un examen sistemático de las Obras completas de V.I. Lenin, seis tesis fundamentales que, durante el último cuarto de siglo, muchas izquierdas ‘respetables’ apagaron con el matacandelas, incluso desautorizaron con virulencia o, sencillamente, censuraron:
1º/ La revolución es una guerra; y la política es, de manera general, comparable al arte militar.
2º/ Una revolución política es también y sobre todo una revolución social, un cambio en la situación de las clases en las que se divide una sociedad.
3º/ Una revolución está hecha de una serie de batallas; es al partido de vanguardia a quien le corresponde aportar en cada etapa una consigna adaptada a la situación objetiva; a él le toca reconocer el momento oportuno de la insurrección.
4º/ Los grandes problemas de la vida de los pueblos nunca son resueltos más que por la fuerza.
5º/ Los revolucionarios no deben renunciar a la lucha en favor de las reformas.
6º/ En la era de las masas, la política empieza allí donde se encuentran millones de hombres, incluso decenas de millones. Hay que señalar además, el desplazamiento tendencial de los focos de la revolución hacia los países dominados.
Defensa y consolidación de la Revolución
1917 : no se trata de un trono que trivialmente se desmorona; no es un régimen monárquico que va a ser remplazado por un régimen parlamentario; no son tales o cuales reformas las que se van a llevar a cabo. Para el pueblo ruso, como escribió Pierre Pascal, fue “una inmensa revuelta contra todas las iniquidades, las opresiones, las crueldades, las hipocresías, contra el gran escándalo de la guerra, una inmensa aspiración a la felicidad de todos los hombres. ¡Los poderosos serán arrancados de sus sedes y los pobres serán exaltados!”(8) ¡Paz para todo el universo! ¡”Alegraos!”, escribía ya en abril de 1917 el poeta Sergey Esenin. “¡La tierra se prepara para un nuevo bautismo!”(9).
El nuevo régimen se mantuvo gracias a la existencia de un partido comunista centralizado y disciplinado, integrado por 600.000 miembros. Era además, el único que podía evitar la desintegración de una Rusia amenazada – como otros viejos imperios multinacionales (el Austro-húngaro, Turquía) – de perder lo esencial de su cohesión. Por otra parte, la revolución había permitido al campesinado tomar posesión de la tierra. ¿Y las intervenciones exteriores (británica, americana, japonesa, polaca, etc.) y la contra-revolución blanca? Pudo hacerles resistencia victoriosamente, no sin la ayuda de la formidable ola revolucionaria que por entonces barría el planeta (en Berlín, en Hungría, pero también en México y, en menor grado, en Argentina, en Indonesia…). Fue suficientemente sólido para poder rechazar y finalmente aplastar, 25 años más tarde, la invasión de los ejércitos nazis - que cometieron espantosas masacres y causaron la muerte a 30 millones de ciudadanos soviéticos.
Alcance de la Revolución soviética
Este 90 aniversario lo confirma : vivimos en un periodo de doble impostura. La primera consiste en presentar el anticomunismo como un análisis de la URSS. “El problema del experto en cuestiones soviéticas”, Alain Besançon (antiguo comunista, “sovietólogo”, como tantos otros) planteaba: “no se trata principalmente, como sucede en otros dominios, de actualizar los conocimientos. La gran dificultad estriba en tener por verdadero lo que algunos tienen por inverosímil, en creer lo increíble” (10). La segunda de estas imposturas consiste, en expresión de Moshe Lewin, en “estalinizar” el conjunto del fenómeno, el cual, de principio a fin, no habría sido más que un inmenso gulag, uniforme y recomenzado(11). Un paso más y se llega a asimilar comunismo y nazismo, empleando la muy grosera noción de “totalitarismo”, - lo que da como resultado, en las cabezas de chorlito norteamericanas, que el 40% de los jóvenes esté convencido, se dice, de que la segunda guerra mundial opuso a Estados Unidos contra… ¡la URSS! En nombre de esta noción manida, de este espantajo chapucero, un antiguo comunista me advirtió, todo serio, que había que desconfiar del Movimiento de los Sin Tierra… Criminalización del ideal comunista, autofobia de antiguos comunistas que no tienen inconveniente en creerse actores de una historia de la que lo menos que se puede sentir es... vergüenza: tales son entre otras, las consecuencias de la desaparición del campo socialista y de la arrogancia inaudita de los vencedores del momento. Esta farsa siniestra ha consistido en hacer colar por la misma trampa los más generosos sueños de decenas y decenas de millones de hombres y de mujeres a través del planeta, sueños que, durante decenios, han acompañado la existencia del ‘socialismo real’. En reducirlos al mismo nivel que las obscenas pasiones de aquellas multitudes que los fascistas nunca galvanizaron más que a base de llamadas al odio e incitaciones a carnicerías. Y en hacernos admitir que la vulgaridad neoliberal es un mal menor; que, en consecuencia, este debe ser nuestro único horizonte.
¿Quiere decirse que no pasó nada? ¿que no se cometió ningún crimen? ¿que Evguenia Guinzbourg no ha descrito en páginas punzantes la locura de una vida en régimen de concentración que no le hizo cambiar de ideal?(12) ¿que el terror no pesó sobre el país, durante largos años al menos, como una aplastante chapa de plomo? De ninguna manera. Yo solamente pregunto si, a fuerza de pretender que es indecente dedicarse a hacer las cuentas del Gran Capitán en el orden del horror, se tiene fundamento para proferir acusaciones más desmedidas que cualquier cifra asignable. Y a banalizar por ello los montones de dientes de oro almacenados en los campos de exterminio nazis, las cabezas reducidas de prisioneros utilizadas de pisapapeles por los señores de las SS, las pantallas de piel humana, las experiencias diabólicas de médicos venidos del infierno, etc. Yo exijo, antes de entregarme sin más como muchos a la autoflagelación de los vencidos, exigimos quienes del comunismo hemos conocido sobre todo la rectitud, las luminosas esperanzas y el heroísmo que caracterizaba a nuestros mayores, que se nos diga algo más precisamente de qué nos están hablando, cuál fue la escala de los crímenes en cuestión. Porque cuando yo tenía 15 años, en 1968, es decir 45 años después de los hechos, los historiadores hablaban de 3 o 4 millones de muertos en las dos grandes oleadas de represión de los años 30 (en los años 1930-33 y 1935-38), mientras que las cifras más demenciales (¡100, incluso 140 millones de víctimas!) empezaron a circular a partir de 1975.
Un mundo sin Unión Soviética
En el plano internacional, los Estados socialistas, tal como escribe A.Badiou, provocaron el suficiente miedo a los Estados imperialistas como “para obligarles, tanto fuera como dentro, a cautelas que tanto añoramos hoy”(13). Evidencia cada día más palmaria: la sola existencia de ese campo de enfrente, de eso que un presidente norteamericano no tuvo empacho en llamar ”Imperio del mal”, impidió durante más de 70 años al “mundo libre” revelar tan abiertamente como lo hace hoy sus verdaderas normas: guerras, miseria, paro masivo, prostitución, tráfico de droga y armamento, empobrecimiento absoluto y lobotomización generalizada de las grandes masas, etc. El dominio absoluto del capitalismo viene acarreando grandes sufrimientos a centenares de millones de personas, tanto en el interior como en el exterior de los países ex socialistas. ¡Cuán lejos nos parecen ya aquellas increíbles declaraciones de los años 1991-1992, según las cuales la desaparición de la Unión soviética constituía una oportunidad para los revolucionarios del mundo entero! Una hipoteca menos para los “puros”, para aquellas almas nobles que, después de todo, habían deseado la revolución pero… sin hacer daño ni ofender a nadie, el progreso social pero sin esa Unión soviética, siempre demasiado “blanda” o demasiado “dura” a sus ojos altaneros, - para todos aquellos que clamaban y aún claman hoy por una revolución… sin revolución.
De hecho, al contrario de lo que se piensa, la URSS, en 1991, por muy “estancada” o jadeante que estuviera, ¡no “cayó sola”! El principio de la ‘guerra fría’ y su desplome final, después del intermedio de la tregua de la ‘distensión’ de los años 72-80, ¿acaso no habían estado señalados por dos advertencias militares de lo más explícito?. Fueron amenazas no sólo de guerra, sino de guerra total o de aniquilamiento: la destrucción de Hiroshima y Nagasaki decidida por Harry Truman y el programa de ‘guerra de las estrellas’ lanzado por Ronald Reagan(14). ¿Nadie, o casi nadie, de aquellos que han descrito el fin de la URSS como una simple “desintegración”, como un simple breakdown, como una avería mecánica, se habrá dado cuenta de que uno de los objetivos explícitos de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDS), lanzada en 1983 por el equipo de Reagan, era “poner de rodillas a la potencia soviética”, quebrantarla para después arruinarla por medio de un relanzamiento desenfrenado de la carrera armamentística?. Por eso nos parece absolutamente evidente el carácter mistificador de categorías que pretenden definir como un proceso puramente espontáneo e interno una crisis que no se puede separar de la formidable presión ejercida por el campo contrario. Y la categoría de ‘implosión’ o de ‘colapso’, así como todos sus sucedáneos enumerados más arriba, podría por tanto participar perfectamente de una mitología apologética del capitalismo y del imperialismo. Como escribe Losurdo, ya no sirve más que para “coronar a los vencedores”(15)
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Concluyamos. Nada hemos dicho hasta ahora, tal vez se habrá notado, de una población cada vez más empobrecida, humillada, forzada a recurrir al sistema B para sobrevivir. Ni del descenso de la esperanza de vida en Rusia. Ni del hecho de que la pequeña pantalla haya llegado a ser ocio predominante, en ese país que cubría, hasta en los más apartados pueblos, una vasta red de teatros y cines, asociaciones artísticas y deportivas, conjuntos musicales y bibliotecas.
La explotación del hombre por el hombre, el paro, el pillaje capitalista de las enormes riquezas de la Unión soviética (nada se supo de todo esto durante siete decenios) son los signos más tangibles de la situación que siguió a la contra-revolución y hundimiento de la URSS. Nada hemos dicho de esa innegable nostalgia (ost-algia, dicen los alemanes refiriéndose a la Alemania del Este) que sienten muchos de entre los menos jóvenes por los tiempos pasados. El derecho a un trabajo fijo, la jornada de siete horas, incluso de seis horas (instaurada en 1956), así como la semana de cinco días, el derecho a la gratuidad de la enseñanza, a los cuidados sanitarios y a la ayuda social, a alquileres de bajo costo; la jubilación fijada a los 55 años para las mujeres y 60 para los hombres: todo esto a cuenta de la revolución de Octubre. El régimen que salió de Octubre 1917 puso además los fundamentos de la abolición de la discriminación y de la opresión de las mujeres. Las alivió de numerosas responsabilidades familiares creando un sistema gratuito de servicios sociales gestionados por el Estado. Desde el primer momento de su creación, intentó hacer recular prejuicios, algunos milenarios. El poder soviético supo gestionar su inmenso territorio practicando una especie de “internacionalismo interno” como nunca lo hiciera ninguna otra potencia con sus colonias, levantar un sistema industrial por medio de los primeros planes quinquenales de antes de la guerra y, llegado el caso, reformarse. Son otros tantos factores que testimonian avances muy espectaculares en relación con la antigua Rusia.
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Es tanto como decir que la cuestión del balance del periodo histórico iniciado con la revolución soviética y con la llegada de Lenin al poder sigue estando manifiestamente abierta. Es tanto como decir que una rehabilitación más que parcial de Octubre de 1917 y del “socialismo real” volverá dentro de poco con la renovación de las luchas y la restauración de la esperanza.
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Notas
1 Parafraseando al término nostalgia, “ost-algia”, dicen los alemanes refiriéndose a la Alemania del Este.
2 E. J. Hobsbawm, L’Âge des extrêmes. Le Court XXe siècle, 1914-1991, ???, Éditions Complexe / Le Monde diplomatique, p. 109.
3 Tomo esta expresión de un libro, muy antiguo ya, de B. Mouravieff : La Monarchie russe, Paris, Payot, 1962, p. 186.
4 V. I. Lenin, Informe a la sesión del Comité ejecutivo central de Rusia del 23de febrero de 1918.
5 S. Zizek, Vous avez dit totalitarisme ?, Paris, Éditions Amsterdam, 2005 ; rééd. 2007 : p. 120.
6 V. I. Lenin, « Carta a los miembros del Comité central « , octubre (6 de nov.) de 1917.
7 Cf. V. I. Lenin, Prólogo a la traducción l ruso de las cartas de K.
Marx a L. Kugelmann [1907], igualmente la carta de Marx a Kugelmann fechada el 17 abril de 1871
8 P. Pascal, Civilisation paysanne en Russie, Lausanne, L’Âge d’homme, 1969, p. 121.
9 S. Essenin, Llamamiento cantand: Радуйтесь ! Земля предстала Новой купели !
10 A. Besançon, Court traité de soviétologie à l’usage des autorités civiles, militaires et religieuses (Préface de R. Aron), Paris, Hachette, 1976, p. 19.
11 Cf. M. Lewin, « Dix ans après la fin du communisme. La Russie face à son passé soviétique », in Le Monde diplomatique, décembre 2001.
12 Cf. GINZBURG, E.S., El vértigo, Barcelona. Galaxia Gutenberg, 2005 y El Cielo de Siberia, Barcelona, Argos Vergara, 1980
13 BADIOU (A.), De quoi Sarkozy est-il le nom ?, Paris, Lignes, 2007, p. 125.
14 Cf. LOSURDO (D.), Fuir l’histoire ?, Paris, Le Temps des cerises, 2000 ; rééd. Paris, Delga, 2007 : p. 31.
15 Ibid., p. 32.