Lula regresó, ahora está en el ojo de un huracán
Luis Ignacio “Lula” da Silva puede ser el último “chico de la nueva política” del siglo XXI. A los 77 años, en forma y activo – liderando una alianza de 10 partidos políticos- acaba de ser elegido presidente de Brasil para un tercer mandato después de sus dos primeros entre 2003 y 2010.
Lula ha protagonizado un regreso dentro de un regreso. Durante un conteo electrónico de votos extremadamente rápido y ajustado, alcanzó el 50,9% frente al 49,1% del actual presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro, lo que representa una diferencia de solo dos millones de votos en un país de 215 millones de personas. Lula vuelve al poder el 1 de enero de 2023.
El primer discurso de Lula fue algo anti-Lula; conocido por sus improvisaciones al estilo de García Márquez y su estilo campechano, esta vez leyó un guión mesurado y cuidadosamente preparado.
En su intervención Lula enfatizó la defensa de la democracia; la lucha contra el hambre; el impulso al desarrollo sostenible con inclusión social; una “lucha implacable contra el racismo, los prejuicios y la discriminación”.
Invitó a la cooperación internacional para preservar la selva amazónica y por un comercio mundial justo, en lugar de un comercio “que condena a nuestro país a ser un eterno exportador de materias primas”.
Lula, un negociador excepcional, logró vencer a un Bolsonaro que utilizó el formidable aparato estatal para comprar votos; logró, también, derrotar una avalancha de noticias falsas, los intentos de supresión de votantes pobres y episodios de intimidación y violencia por parte de bolsonaristas rabiosos.
Esta vez, Lula hereda una nación devastada que, al igual que EEUU, está completamente polarizada. En 2003 cuando accedió al poder la realidad era bastante diferente, sólo dos meses, dicho de paso, antes de la guerra (sucia) de EEUU contra Irak. Sus dos primeros gobiernos lograron llevar a Brasil a cierta prosperidad económica y alivio de manera masiva la pobreza con un conjunto de políticas sociales. En ocho años creó al menos 15 millones de puestos de trabajo.
En 2018 una feroz persecución política terminó encarcelándolo antes de las elecciones presidenciales, allanando así el camino para Bolsonaro, un proyecto de extrema derecha elaborado por el ejército brasileño desde 2014.
La colusión entre el Ministerio Público y los incondicionales de la “justicia brasileña” decidió perseguir y condenar a Lula con cargos falsos. Lo mantuvo 580 días en la cárcel como un preso político casi tan notorio como Julian Assange.
Lula fue declarado no culpable, en no menos de 26 acusaciones en su contra por parte de una maquinaria legal en la llamada operación 'Lava Jato' (lavadero de coches); una maniobra política profundamente corrupta.
La tarea de Sísifo de Lula comienza ahora. Al menos 33 millones de brasileños están sumidos en el hambre. Otros 115 millones luchan contra la “inseguridad alimentaria”. Y nada menos que el 79% de las familias son rehenes de altos niveles de endeudamiento personal.
En contraste con una nueva “marea rosa” que se extiende por América Latina – de la que ahora Lula es su superestrella – en Brasil no hay marea rosa.
Por el contrario, Lula se enfrentará a un Congreso y un Senado profundamente hostiles y a gobernadores bolsonaristas, que como el de São Paulo, tienen un “poder de fuego industrial” mucho más poderoso que el de otras latitudes del Norte Global.
Los sospechosos habituales
Un vector absolutamente clave es que el sistema financiero internacional y el “Consenso de Washington”, que controla la agenda de Bolsonaro, han “infiltrado” el gobierno de Lula antes que comience.
El vicepresidente de Lula es el derechista Geraldo Alckmin, que puede ser catapultado al poder en el momento en que un Congreso, profundamente hostil, decida fabricar algún juicio político contra el líder el PT.
No es casualidad que la revista neoliberal 'The Economist' haya “advertido” a Lula para que se mueva hacia el "centro": es decir, su gobierno debería estar dirigido, en la práctica, por los sospechosos habituales del poder financiero.
Mucho dependerá de a quién designe Lula como su ministro de Hacienda. El principal candidato es Henrique Meirelles, ex presidente ejecutivo de FleetBoston, el segundo mayor acreedor externo de Brasil después de CitiGroup. Meirelles se ha auto-propuesto expresando su apoyo “irrestricto” a Lula, para quien trabajó anteriormente como presidente del banco central.
Es probable que Meirelles prescriba exactamente las mismas políticas que el banquero Paulo Guedes, ejecutor económico de Bolsonaro. Esto es exactamente lo que hIzo Meirelles durante la rapaz administración de Temer, que llegó al poder después del golpe institucional contra la presidenta Dilma Rousseff en 2016.
Y ahora vamos al verdadero juego. Nada menos que la subsecretaria de Estado de EEUU para Asuntos Políticos, Victoria "Fuck Europe" Nuland, visitó Brasil “extraoficialmente” en abril pasado. Se negó a reunirse con Bolsonaro y elogió el sistema electoral brasileño ("Tienen uno de los mejores del hemisferio, en términos de confiabilidad y de transparencia").
Posteriormente, Lula prometió a la UE una especie de “gobernanza” de la Amazonía y tuvo que condenar públicamente, aunque a disgusto, la operación militar especial rusa en Ucrania. Todo eso después de que hubiera elogiado a Biden, como “un respiro para la democracia en el mundo”. La recompensa por las tonterías acumuladas fue una portada de la revista 'Time'.
Todo lo anterior puede sugerir un gobierno pseudoizquierdista por parte del Partido de los Trabajadores (neoliberalismo con rostro humano) infiltrado por todo tipo de vectores de derecha, que esencialmente están al servicio de Wall Street y del Departamento de Estado de EEUU (el proyecto de los globalistas financieros es adquirir importantes activos económicos para impedir que Brasil ejerza una soberanía real).
Lula, por supuesto, es demasiado inteligente para ser reducido al papel de rehén, pero su margen de maniobra, internamente, es extremadamente escaso. Un bolsonarismo tóxico, ahora en la oposición, está instalado en las instituciones- disfrazado de una falsa política “antisistema”.
Jair Bolsonaro es un "mito" creado por los militares, que salió a la luz aproximadamente un mes después de la victoria electoral de Dilma a fines de 2014.
El mismo Bolsonaro (y sus simpatizantes más fanáticos) coquetearon con el nazismo elogiando descaradamente a conocidos torturadores durante la dictadura militar brasileña y promoviendo las inclinaciones fascistas que acechan a la sociedad brasileña.
El bolsonarismo es aún más insidioso porque se trata de un movimiento creado por unos militares que se han subordinado a las élites globalistas neoliberales y compuesto por evangélicos y magnates de la agroindustria y del complejo militar-industrial estadounidense, que se hacen pasar por "antiglobalistas". Con este “relato”, no es de extrañar que el virus haya contaminado literalmente a la mitad de una nación aturdida y confundida.
La mano china
Externamente, Lula jugará un juego completamente diferente. Lula es uno de los fundadores del BRICS en 2006 (desarrollado a partir del diálogo Rusia-China) y es auténticamente respetado por Xi Jinping y Vladimir Putin.
Su mandato, que termina a fines de 2026, se ejercerá exactamente en un tramo clave. Estará en el ojo del huracán, a caballo en la década que Putin describió, en su discurso el el Club de Valdai, como la más peligrosa e importante desde la II Guerra Mundial.
El impulso hacia un mundo multipolar, representado institucionalmente por un conglomerado de organismos (que van desde los BRICS+ hasta la Organización de Cooperación de Shanghái y la Unión Económica de Eurasia) se beneficiará de tener a Lula a bordo como el posible líder natural del Sur Global.
Por supuesto, el foco de su política exterior inmediata será América del Sur: ya anunció que el destino de su primera visita presidencial, será probablemente Argentina, que está destinada a unirse a BRICS+.
Luego visitará Washington. Él sabe que tiene que “mantener a sus amigos cerca y a sus enemigos más cerca aún”. La opinión informada en todo el Sur Global es consciente de que fue el régimen de Obama el que orquestó la compleja operación para derrocar a Dilma y expulsar a Lula de la política.
Brasil será un pato cojo en la cumbre del G20 en Bali de a mediados de noviembre, pero a partir de enero de 2023 Lula volverá a estar, en lo fundamental, junto con Putin y Xi. Y esto también se aplica a la próxima cumbre de los BRICS en Sudáfrica; un momento en que una variedad de naciones se unirán a esta instancia (Argentina, Arabia Saudita, Irán Turquía) consolidando los BRICS+.
Y luego está el nexo Brasil-China. Brasilia ha sido un importante socio comercial de Beijing en América Latina desde 2009, absorbiendo aproximadamente la mitad de la inversión de China en la región. Brasil por su parte es el quinto mayor exportador de crudo para el mercado chino, el segundo de hierro y el primero de soja.
Los precedentes cuentan la historia. Desde el principio, en 2003, Lula apostó por una asociación estratégica con China. Su viaje a Beijing en 2004 fue la prioridad en su política exterior. La respuesta de Beijing ha sido de una buena voluntad inquebrantable: China considera a Lula un viejo amigo, y este capital político abrirá prácticamente todas las puertas rojas.
En la práctica, esto significará que Lula invertirá su influencia global en fortalecer los BRICS+ (ya afirmó que BRICS estará en el centro de su política exterior) y en la cooperación geopolítica y geoeconómica Sur-Sur.
Esto puede incluir que Lula integre formalmente a Brasil como socio de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) de una manera que no antagonice (demasiado) con los EEUU. Lula, después de todo, es un maestro en este oficio.
Encontrar un camino en el ojo del huracán, por dentro y por fuera, será el desafío político para “el chico del regreso”. Lula ha sido descartado innumerables veces, por lo que subestimarlo es una mala apuesta. Incluso antes de comenzar su tercer mandato, ya realizó una gran hazaña: emancipar a la mayoría de los brasileños de la esclavitud mental.
Sin embargo, a partir de ahora todos los ojos estarán puestos en lo que realmente quieren los militares, y sus controladores extranjeros. Las Fuerzas Armadas del Brasil se han embarcado en un proyecto a largo plazo, ya controlan la mayoría de las palancas del poder y simplemente no se darán por vencidos. Y así, las probabilidades pueden estar en contra de un envejecido Ulises, del noreste de Brasil, que trata de alcanzar su “Ítaca ideal” de una tierra justa y soberana.
observatoriocrisis.com / La Haine