Marighella, 50 años
Las circunstancias de su asesinato, cuya responsabilidad admitió oficialmente el gobierno brasileño en 1996, han quedado debidamente esclarecidas en tres libros: 'Batismo de sangue' (Rocco), de mi autoría, que sirvió de base para un filme de Hervécio Ratton; la biografía escrita por Emiliano José: 'Carlos Marighella: o enemigo número um da ditadura militar' (Casa Amarela); y, en especial, la biografía realizada por Mário Magalhães: 'Marighella, o guerrilheiro que incendiou o mundo' (Companhia das Letras).
Falta ahora que el público brasileño supere las barreras del clima de censura impuesto por el gobierno Bolsonaro para que pueda tener acceso a la película de Wagner Moura sobre Marighella, basada en el libro de Magalhães.
Para quienes defienden la tortura (excepto cuando se la aplican a ellos) y hacen una mueca cuando se habla de derechos humanos, Marighella fue un terrorista que pretendía hacer de Brasil una nueva Cuba. (Ojalá. Así toda nuestra población tendría asegurados, como en Cuba, los derechos humanos elementales --alimentación, salud y educación— sin que fueran una carga para el presupuesto familiar, y la nación se destacaría por su alto nivel cultural y su sentimiento de soberanía e independencia).
Epítetos peyorativos similares se aplicaron, con vocablos propios de cada época, a Zumbi dos Palmares (desmembrado), Tiradentes (ahorcado), Fray Caneca (fusilado), Angelim (exiliado), Madre Joana Angélica (asesinada) y tantos otros que dieron sus vidas para librar a Brasil de su complejo de ser un país de segunda comparado con las naciones metropolitanas.
Carlos Marighella en la década del 40, cuando era Diputado por el Partido Comunista.
Conocí a Marighella en 1967, en el convento dominico de Sao Paulo, cuando se mostró interesado en que los frailes apoyaran su propuesta revolucionaria y nos regaló sus poemas. Dotado de talento poético, contestó en verso una prueba de física cuando cursaba la enseñanza media en Salvador. Ingresó en la facultad de ingeniería, pero no terminó los estudios. Se dedicó a defender los derechos de los más pobres como militante del Partido Comunista. Electo diputado federal por Bahía en 1946, se vio obligado a retomar la lucha clandestina cuando el gobierno Dutra proscribió al PCB.
Tras el advenimiento de la dictadura militar en 1964, Marighella rompió con el PCB y fundó la ALN (Acción Libertadora Nacional), una organización revolucionaria cuyo propósito era redemocratizar a Brasil e implantar el socialismo. No vivió lo suficiente para ver el fin de la dictadura en 1985. Pero dio la vida para que otros tuvieran vida. Sus ideales siguen vigentes, aunque hoy sean otros los métodos de lucha. Ya no se justifican las acciones armadas, que solo les interesan a los fabricantes de armas y a la extrema derecha. Los espacios democráticos fueron arduamente reconquistados tras el derribo de la dictadura en 1985, y es necesario preservarlos y ampliarlos a la luz de la Constitución Ciudadana de 1988.
Marighella, con quien tuve diversos contactos, era un hombre afable, culto, que trataba a sus subordinados como a hermanos y hermanas más jóvenes. Sabía oír las críticas y reconsiderar sus posiciones. Sensato, jamás sugirió que los frailes participaran en acciones armadas. Nuestras tareas eran todas de apoyo, como amparar a militantes heridos o facilitar la salida clandestina del país de los que, una vez identificados, eran implacablemente perseguidos.
Como militante de la utopía, Marighella es un ejemplo a seguir por todos aquellos que se encuentran insatisfechos con la actual coyuntura brasileña. Y que no se quedan a la espera de que las cosas sucedan por su propio peso, sino que asumen la propuesta de Geraldo Vandré: “Quien sabe actúa ya, no espera a lo que acontezca”.
Cubadebate