Más allá de la nostalgia del 'New deal'
Lo recordamos con este artículo de 2008 de una gran agudeza y actualidad, evocador del programa de reformas de Roosevelt.
Resulta sorprendente que ningún candidato Demócrata a la presidencia haya apelado a la memoria del New Deal y a su inaudita serie de leyes a favor de los necesitados.
El New Deal fue tentativo, cauto; lo bastante atrevido para sacudir los pilares del sistema, pero no para substituirlos. Ayudó a los grandes agricultores comerciales, pero no a los aparceros. Los más pobres de los pobres fueron excluidos, señaladamente los negros. Como jornaleros, trabajadores inmigrados o empleados domésticos, no cumplían los criterios para acceder al seguro de desempleo, a un salario mínimo, a la seguridad social o a los subsidios agrarios.
Sin embargo, en el presente clima de guerra infinita y desapoderada codicia, apelar al legado de los años 30 sería un enorme paso hacia adelante. Tal vez el impulso de un proyecto así podría llevar a la nación a traspasar los límites de las reformas de Franklin Delano Roosevelt [FDR], particularmente si hubiera un clamor popular que viniera a exigirlo. Un candidato que apuntara al New Deal como modelo de legislación innovadora apelaría a la enorme reputación de que FDR y sus políticas gozan en este país, una admiración no igualada por ningún otro presidente desde Lincoln. Imagínense la respuesta del electorado ante un candidato Demócrata que se expresara así:
«Nuestra nación está en crisis, como lo estaba cuando Roosevelt tomó posesión. En aquel tiempo, las gentes necesitaban desesperadamente ayuda, necesitaban empleo, necesitaban vivienda, protección para la vejez. Necesitaban saber que el gobierno estaba con y para ellos, no con y para las clases ricas. Y eso es lo que el pueblo norteamericano necesita hoy.
«Yo haré lo que hizo el New Deal, responder al fracaso del sistema de mercado. El New Deal puso a millones de personas a trabajar, a través de la Works Progress Administration, en todo tipo de trabajos, desde la construcción de escuelas, hospitales y zonas de juegos y deportes, hasta la composición de sinfonías, la pintura de murales y la interpretación de piezas musicales, pasando por la reparación de calles y puentes. Eso mismo podemos hacer hoy por los trabajadores víctimas del cierre de empresas, por los profesionales desplazados por una economía fallida, por las familias que precisan de dos y hasta de tres ingresos para sobrevivir, por los escritores y los músicos y los otros artistas que luchan por vivir con cierta seguridad.
«El New Deal’s Civilian Conservation Corps, en su momento culminante, llegó a emplear a 500.000 jóvenes. Vivían en los campos, plantaron millones de árboles, ganaron millones de hectáreas de tierra, construyeron 150.000 kilómetros de vías forestales, protegieron hábitat naturales, recuperaron las reservas piscícolas y proporcionaron ayuda de emergencia a poblaciones amenazadas por inundaciones.
«Eso mismo podemos hacer hoy, trayendo a casa a nuestros soldados destinados en los frentes bélicos o en las bases militares que tenemos en 130 países. Reclutaremos a los jóvenes, no para combatir, sino para limpiar nuestros lagos y nuestros ríos, para construir vivienda para los necesitados, para hacer más hermosas nuestras ciudades, para estar prontos a la ayuda en desastres como el del Katrina. Los militares necesitan mucho tiempo para reclutar a hombres y mujeres jóvenes para a guerra, y por buenas razones. No tendremos nosotros ese problema a la hora de alistar jóvenes en tareas de construcción y no de destrucción.
«Podemos aprender del programa de Seguridad Social y de la Carta de Derechos de los soldados, que fueron programas gubernamentales eficaces, capaces de hacer por los ancianos y por los veteranos de guerra lo que las empresas privadas no podían hacer. Podemos ir más allá del New Deal, extendiendo el principio de la seguridad social a la seguridad sanitaria, con un sistema de salud público totalmente gratuito. Podemos extender la Carta de Derechos del soldado veterano y convertirla en una Carta Civil de Derechos que ofrezca educación superior pública para todos.
«Tendremos billones de dólares para pagar esos programas, si somos capaces de hacer dos cosas: si concentramos nuestra fiscalidad en el 1% más rico de la población, y no sólo en sus ingresos, sino también en su patrimonio acumulado, y si disminuimos drásticamente nuestra ciclópea máquina militar, declarándonos una nación pacífica.
«No prestaremos atención a quienes se quejen de que eso es ‘hipertrofia estatal’. Hemos visto ‘hipertrofia estatal’ orientada a la guerra y a los beneficios de los ricos. Nosotros nos serviremos de la intervención gubernamental a gran escala para beneficiar al pueblo.»
¡Qué refrescante sería, si un candidato presidencial nos recordara la experiencia del New Deal y se avilantara a desafiar a la elite empresarial, como hizo Roosevelt en vísperas de su reelección de 1936! Refiriéndose a unas clases ricas determinadas a derrotarlo, dijo a una gran multitud reunida en Madison Square Garden: «Son unánimes en el odio que me profesan. ¡Bienvenido sea ese odio!» Creo yo que un candidato que mostrara hoy un arrojo semejante ganaría de calle en las encuestas.
Las innovaciones del New Deal se nutrieron de las exigencias militantes de cambio que arrastraron al país cuando FDR comenzó su presidencia. De los grupos de aparceros; de los consejos de desempleados; de los millones de huelguistas en la Costa Oeste, en el Medio Oste y en el Sur; de las irrupciones masivas de desesperados en busca de comida, de alojamiento, de puesto de trabajo. De un torbellino que socavaba los fundamentos del capitalismo estadounidense.
Necesitaremos una movilización ciudadana similar hoy para arrancar del control empresarial a quienquiera resulte elegido presidente. Para llegar a los niveles del New Deal, para rebasarlos. Es una idea, cuyo tiempo ha llegado.
The Nation, 7 abril 2008 / elviejotopo.com