Mejor no hablar de Libia
La irrupción del ciclón Daniel que dejó mas de seis mil muertos y diez mil desaparecidos, expuso las consecuencias del cambio climático, pero además la ausencia del Estado para realizar obras de mantenimiento en las represas, donde se produjo la catástrofe. La tragedia de Libia es un espejo donde las grandes potencias occidentales no quieren mirarse.
Después de la intervención de la OTAN para derrocar a Gaddafi, convirtieron al país mas avanzado de África y con mejores indices de bienestar en un territorio de saqueos y violencia donde distintas fracciones rivales se disputan el gobierno.
En la localidad de Derna, la rotura de dos presas provocó una avalancha de agua que hizo desaparecer al 25% de la ciudad. Se borraron las calles, muchas casas quedaron debajo del agua y grandes edificios se derrumbaron. El número de víctimas, por ahora estimado en seis mil muertos y diez mil desaparecidos, ha ido creciendo con el correr de los días. La ciudad esta aislada, sin agua potable ni electricidad y hay cadáveres por todos lados.
Las lluvias que trajo el ciclón Daniel fueron inusuales y los volúmenes de agua caídos fueron extraordinarios, pero también es ciertos que las represas no fueron apoyadas con nuevas obras programadas y hacía años que no se hacía el mantenimiento adecuado.
El derrocamiento de Gaddafi por una rebelión salafista, apoyada por la OTAN, tuvo como consecuencia la desaparición del Estado libio que, ha pesar de la deriva regresiva del líder en los últimos años, todavía garantizaba una conducción centralizada y altos niveles de vida para el conjunto de la población. Lo que quedó en su lugar fue la lucha fraticida de distintas bandas aliadas a empresas petroleras extranjeros que se disputaron los territorios y los frutos del saqueo.
En la actualidad Libia ni siquiera tiene un gobierno, sino dos. El occidente está controlado por Abdul Hamid Dbeibé y esta reconocido por la ONU, como primer ministro del gobierno de unidad. El oriente esta controlado por el Parlamento de Tobruk y apoyado por el mariscal Haftar, hombre fuerte del ejército libio. Además de estas autoridades distintos grupos, entre ellos yihadistas del Estado islámico, controlan algunas ciudades.
Cuando en el año 2011 fue derrocado Gaddafi, Libia tenia la esperanza de vida mas alta, el PBI más elevado y uno de los mejores indices de desarrollo humano en África. El líder libio había conseguido unificar a todas las tribus y convertir en sedentarios a la mayoría de su población, que eran nómadas. Apoyándose en la nacionalización del petróleo impulsó un proyecto revolucionario, que quedó en soledad en la década del 90. Intentó sobrevivir haciendo concesiones a las potencias occidentales, que no evitaron su derrocamiento.
El proyecto civilizatorio con que las potencias occidentales reemplazaron al gobierno de Gaddafi fue la instalación del caos. Las luchas entre tribus se incentivaron y en un país que era una de los mas laicos de los que practican la religión musulmana, cobraron influencia grupos religiosos extremistas como el Daesh. Libia sigue teniendo las mayores reservas de petróleo de África, que actualmente son explotado por empresas multinacionales. Seis años después de la caída y asesinato de Gaddafi, promovido entre otras por Hilary Clinton, el 60% de la población libia sufría de malnutrición.
Hoy se vuelve a mencionar a Libia por los miles de muertos y desaparecidos que trajo el ciclón Daniel. Pero esta noticia que tendría que estar en la primera plana de todos los diarios, no tiene un lugar destacado. Ni para los grandes grupos monopólicos de la prensa occidental, ni para la mayoría de los portales de la izquierda europea, que silenciaron la intervención de la OTAN para derrocar a Gaddafi.
Mejor no hablar de Libia.