Migraciones y geoestrategia del caos del Imperio Occidental
LA SUCIA UTILIZACIÓN POLÍTICA
«Se denuncia un fuerte aumento del número de inmigrantes ilegales que llegan a España. Así, Tenerife está repleta de inmigrantes y refugiados, entre los cuales, por primera vez, la mayoría son hombres que huyeron de la guerra civil en Sudán».
Este es un titular cualquiera de la prensa española de este verano.
Lo que no dice ni dirá ningún artículo de esa misma prensa, como de cualquier otra europea, es que el Imperio Occidental lleva más de 500 años saqueando las tierras y poblaciones del mundo, a las que convirtió en «Periferias» del que constituiría como Sistema Mundial capitalista. Por supuesto, gran parte de esa historia de masacre, sometimiento y explotación la protagonizaron las formaciones socioestatales de Europa occidental, las cuales en el siglo XX fueron relevadas en su protagonismo, que no en su accionar, por EEUU.
Sin embargo, las poblaciones del planeta tuvieron un contrapeso en la URSS que les ayudó en sus esfuerzos de «descolonización parcial» o «independencia formal», que no económica ni en muchos casos política, pero que permitió también la consolidación de proyectos de soberanía y de cooperación mutua (Conferencia de Bandung, Grupo de los 77, Tricontinental, No Alineados...).
Con la caída del Bloque Soviético o «Segundo Mundo», todo ello se desmoronó o sufrió un grave retroceso, al tiempo que la ofensiva contra las «Periferias» o «Tercer Mundo» se recrudecería. Así, «Tratados de Libre Comercio», «Planes de Ajuste Estructural», endeudamiento masivo e imposición de agendas draconianas de destrucción de sus servicios sociales y de protección ciudadana, incremento del trasvase de sus recursos hacia las sociedades imperiales y, cuando fue necesario, golpes de Estado, generación de «guerras civiles» e invasiones militares. A ello se ha sumado recientemente el terrorismo directo: la infiltración de paramilitares, mercenarios y yihaddistas en la desestabilización y ruina de sociedades enteras. Todo acompañado también por el bombardeo y la destrucción de las mismas (véanse Irak, Siria, Yemen, Somalia, Sudán, Libia...), y, por supuesto «revoluciones de colores» de distinto pelaje, con ciberguerra por medio.
Y es que cuando buena parte de la población mundial se ha hecho «excedente», ya no requerida ni como fuerza de trabajo ni como ejército de reserva, pasa directamente a convertirse en «desechable». Es decir, suprimible, eliminable. Las políticas de exterminio, por tanto, no hacen sino multiplicarse por doquier.
Por si todo eso fuera poco, el sostenimiento de la civilización capitalista-occidental (urbano agro-industrial) requiere de un enorme flujo de energía de las Periferias a los Centros del Sistema, algo cada vez más difícil debido a que se está llegando a los picos de extracción de los combustibles, así como a los de distintos compuestos imprescindibles, como el fósforo y los nitratos, amén de las tierras fértiles y de la propia agua potable. Todo concomitante con el desequilibrio cada vez menos reversible de los ecosistemas.
Es decir, que se ha convertido a la mayoría del planeta en un CAOS inviable, una barbarie de explotación, miseria, precariedad, represión, masacres, genocidios y opresión del que miles de millones de seres humanos quieren escapar: se calcula que al menos 4.000 millones de personas están en eso que se llama tan eufemísticamente, «disponibilidad migratoria» (incluida una buena parte de la juventud española), constituyendo una fuerza de trabajo migrante global, un inacabable ejército laboral de reserva para el capital también global.
A los «primermundistas occidentales» les parece terrible que esas masas quieran venir a toda costa, y como sea, a sus territorios. Poco se acuerdan ya de cómo sus antepasados se expandieron colonizadoramente por el mundo, apropiándose de los territorios de los demás o poniéndolos al servicio del capital europeo, y de cómo centenares de millones de europeos anegaron el planeta huyendo del capitalismo salvaje de la Primera y Segunda Revoluciones Industriales, hasta bien entrado el siglo XX. El flujo migratorio mundial desde el siglo XIV fue siempre de las metrópolis, luego «Centros» del Sistema, a sus «Periferias». Sólo tras la Segunda Guerra Mundial comenzó a cambiar el sentido mayoritario de los mismos, invirtiéndose el flujo, una vez se consolidó y extendió el proceso de proletarización mundial.
Muros, vallas, alambradas, fosos, se multiplican hoy por el planeta para frenar el libre movimiento de seres humanos, al que la ONU reconoce como un derecho inalienable. Nunca la humanidad hasta hoy había sufrido tamaño impedimento a moverse, justo en el momento en que las mercancías y sobre todo el capital han gozado de la mayor libertad de movimiento [en este enlace expliqué por qué: Las migraciones humanas en el capitalismo. Movilidad de la fuerza de trabajo de reserva, y para mayor detalle «Significado de las migraciones internacionales de fuerza de trabajo en el capitalismo histórico. Una perspectiva marxista», en Piqueras y Dierckxens (eds.) El colapso de la globalización. El Viejo Topo, 2011].
Se trata de que quienes salven esos «obstáculos» (entre los millares y millares que no lo logran cada año -casi 30.000 muertos o desaparecidos desde 2014 sólo en el Mediterráneo reconocen cifras oficiales, ridículamente cortas respecto a la realidad), lo hagan en condiciones de clandestinidad, sin derechos ni posibilidades de protesta o reivindicación, listos para aceptar cualquier condición laboral (antes había que ir a hacer esclavos y asumir los costos de su traslado, ahora, una vez desposeídas la mayor parte de las poblaciones del mundo de sus fuentes y medios de vida, ellas mismas «se costean» su traslado). Mano de obra extrabarata y «dócil». Ejército laboral de reserva inagotable y, en principio, autodisciplinado. El paraíso del empresariado global.
No hace falta explicar cómo el «poder social de negociación» de la fuerza de trabajo en cada lugar queda así reducido significativamente, y con ello la degradación de las condiciones laborales y salariales en casi todo el planeta. La fuerza de trabajo es la única mercancía que en el mercado mundial capitalista no adquiere el mismo precio, precisamente para que sea más barato al empresariado emplearla de distintas procedencias y con desiguales protecciones sociales.
Eso quiere decir que las políticas de inmigración de las sociedades centrales están diseñadas en función de los mercados de trabajo, que son profundamente desregulados en su aspecto social. En consecuencia, se concibe a la población inmigrante exclusivamente desde su condición de fuerza de trabajo. Una fuerza de trabajo que se quiere lo más vulnerable posible, para que se inserte de manera «aproblemática» en los cada vez más despóticos mercados laborales del capitalismo degenerativo (aumento de la jornada laboral, disminución de la estabilidad de la ocupación, deslocalización, pérdida de la contratación colectiva, desregulación - flexibilidad - informalidad - sumersión - economía gris - economía delictiva... son hoy algunas de sus señas distintivas).
De hecho, las disposiciones jurídicas y gubernamentales sobre la inmigración van destinadas a obtener la precarización y vulnerabilidad de esa fuerza de trabajo migrante global. La ausencia de verdaderas políticas de integración responde al imperio de mercado, en el que la mayor parte de la inmigración no está protegida. Incluidos los menores, que quedan en condiciones poco compatibles con supuestos «Estados de derecho» e incluso a menudo son devueltos sin más. Toda la actual polémica en torno a ellos en el Reino de España se explica porque precisamente no están dentro del mercado laboral y por tanto, no hay políticas de integración para ellos.
Por eso, la solución a todo esto no pasa precisamente por evitar que las personas migren, sino por que tengan los mismos derechos y su hora de trabajo la misma retribución. De esa manera, el empresariado no podría usar a las poblaciones del mundo como «ejército laboral de reserva».
Las migraciones masivas se pueden utilizar también como arma para desestabilizar países (los mayores porcentajes de personas migradas sobre «autóctonas» no están precisamente en las formaciones centrales del Sistema). EEUU la está empleando contra Europa (a la que se decidió a destrozar como potencial futuro competidor con su moneda única, mediante guerras en su propio suelo -Yugoeslavia y Ucrania), sembrando también de guerras toda la zona alrededor de este pseudocontinente.
Con ello, más y más el tema migratorio se convierte en elemento estrella de las contiendas electorales y de las pugnas políticas, coadyuvando a los procesos de renazificación de Europa y de cierres identitarios autocentrados, sin viabilidad alguna por supuesto a medio plazo, porque la necesidad de fuerza de trabajo (sobre todo barata e indefensa) seguirá imperando por sobre las tan brutales como estúpidamente simplistas proclamas de cada vez más parte de las fuerzas políticas y, desgraciadamente, de crecientes sectores de las clases trabajadoras que ven desmoronarse su «Estado de Bienestar» y anhelan inútilmente preservar lo que queda del mismo para sí en exclusividad.
Esto se manifiesta en el despiadado incremento de las políticas de represión y de mantenimiento selectivo de las fronteras, incluida la violación del derecho al tránsito en aguas internacionales (lo que constituye actos flagrantes de piratería). También se muestra en el permanente desplazamiento de la frontera europea hacia el Sur, para control sobre el propio terreno de las sociedades exportadoras de fuerza de trabajo, aumentando asimismo, de paso, la injerencia en ellas, a las que se chantajea frecuentemente con el arma de la «cooperación» o «ayuda al desarrollo», para que colaboren en la represión.
Mientras, las fuerzas «progres» reeditan el mercado de fuerza de trabajo «periférico-central» (al menos en lo que queda que esos términos puedan seguir teniendo sentido, dado que el Mundo Emergente liderado por China y Rusia está empezando a cambiar las cosas de nuevo y pronto posiblemente también lo que signifique la propia «centralidad»), para legalizar la importación de esa fuerza de trabajo extrabarata y luego devolverla tras su explotación ad hoc, y así no tener que hacer apenas frente a salarios indirectos y sobre todo diferidos.
De ahí, por ejemplo, el reciente viaje del presidente de gobierno español a varios países africanos...
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