Mis encuentros con Fidel
A la muerte de Fidel, los medios en general reaccionaron publicando textos que contenían feroces críticas o hagiografías desmesuradas. Pocas, si alguna, pusieron el foco en el Fidel real. Aquí, en este texto, preparado en su versión original francesa para el Drapeau Rouge de Bruselas (enero-marzo 2017), Houtart nos ofrece algunas sencillas pinceladas que nos ayudan a entender mejor al revolucionario cubano.
Resulta difícil contestar a una petición de recuerdos personales referente a una personalidad como Fidel, sin caer en el defecto de hablar más de uno que del personaje. Sin embargo, es el desafío que he aceptado. Mi primer contacto con Cuba data de antes de la revolución, en marzo de 1953, durante un congreso de la JOC. Después de 1959, he ido a la isla más de cincuenta veces, encontrándome con Fidel como en diez ocasiones. Se seguirá el orden cronológico enriquecido con reflexiones sobre el contexto general.
Mi primer encuentro con Fidel fue de lo más inesperado. En mi segundo viaje a Cuba, después de la revolución, cuando la muerte del Papa Juan XXIII, por la que fue declarado el luto de tres días, mantuve varias reuniones con miembros de la Iglesia católica, muy traumatizados por los acontecimientos. La mayor parte de los clérigos eran españoles y, para ellos, se trataba de una nueva versión de la guerra civil. El encargado de negocios de la Santa Sede, monseñor Zacchi, a quien había conocido en Colombia, mantenía buenas relaciones con Fidel, lo que le valió la hostilidad de la mayoría del episcopado. Como su secretario, canadiense del Quebec, estaba de vacaciones, me pidió que le ayudara con su correspondencia en idioma francés. El domingo fuimos a Varadero, que todavía no era la playa turística de hoy, a casa de un médico de sus amigos, para nadar en el mar del Caribe. Pequeñas embarcaciones de seguridad pasaban y volvían a pasar, dejando un olor desagradable de petróleo, cuando de la casa de al lado Fidel salió preparándose para ir a pescar, después de un viaje a la URSS. Reconociendo al nuncio, Fidel le hizo una señal amistosa, al que Monseñor Zacchi respondió, ¡avergonzado por no llevar su cruz pectoral!
La sociología de la religión
En 1986, al comienzo del deshielo ideológico, después de un período de una importante presencia soviética, algunos intelectuales marxistas persuadieron a las autoridades políticas de la importancia, para los cuadros del partido, de una reflexión sociológica sobre la religión. De hecho, en contacto con los cristianos activos en los movimientos revolucionarios de América Central y con los teólogos de la liberación, no podían aceptar que la línea oficial fuera considerar la religión solo como el opio del pueblo. Durante quince días, mi colega Genevieve Lemercinier y yo, impartimos esta enseñanza, para llegar a la conclusión de que, en muchos casos, la religión era un calmante contra las revueltas populares, pero que también podía constituir una motivación ética para un compromiso revolucionario.
El curso fue grabado y publicado en un volumen que tuve la oportunidad de entregar a Fidel. “Efectivamente”, me dijo, “debo ponerme al día en ese campo.” Poco antes había concedido una larga entrevista a Frei Betto, el dominico brasileño, que la publicó bajo el título de Fidel y la Religión, obra que se vendió en Cuba en más de un millón de ejemplares. El año después del curso, el Congreso del partido suprimió los artículos de su reglamento apartando a los creyentes de cualquier afiliación.
Esta sucesión de acontecimientos tuvo lugar a mediados de la década de los 80, cuando ya comenzaba el declive de la Unión Soviética. Después de la crisis de los misiles de 1962, su presencia en Cuba había mostrado ser muy importante. Con la garantía de que los EE.UU. no invadirían la isla –y el apoyo económico del país perteneciente al COMECOM–, la Unión Soviética era un pilar esencial para la sobrevivencia del país. Esto explica su influencia política e ideológica: la reorientación de la economía y la prolongación del monocultivo del azúcar para el abastecimiento de los países socialistas; la formación de una burocracia estatal conforme al modelo de la nomenclatura soviética; los libros escolares traducidos del ruso; el “período gris” para los intelectuales cubanos; investigadores apartados de los centros de estudio del partido; la eliminación del grupo y de la revista Pensamiento Crítico; el alineamiento con la Unión Soviética en la intervención en Praga, etc. Este fue sin lugar a duda el precio a pagar para no desaparecer como sociedad socialista en un océano capitalista, a menos de 200 km de distancia de las costas de EEUU. Sin embargo, nunca existió una sumisión completa, a tal punto que en algún momento los soviéticos pensaron en deshacerse de Fidel. El espíritu de José Martí, escritor y filósofo cubano de finales del siglo XIX, muerto en la guerra de independencia contra los españoles, seguía viviendo en el seno de un pueblo orgulloso de su soberanía.
El terrorismo
En los años 90, el terrorismo estaba a la orden del día. Fidel convocó una reunión sobre el tema. Llegué por la tarde del primer día y me di cuenta de la confusión existente sobre el concepto. Puesto que me tocaba hablar al día siguiente por la mañana en el pleno, me pasé casi toda la noche trabajando sobre el concepto de terrorismo. Cuando entré en la sala del Centro de Convenciones, me invitaron a tomar un café en la parte trasera del escenario. Fidel también llegó y me dijo: “El terrorismo es inaceptable en cualquier campo que sea, los palestinos o los chechenos. Creo que puedo afirmar que durante la campaña que nos llevó de la Sierra Maestra a La Habana, nunca matamos a un civil”. Esto coincidía con el enfoque que yo iba a defender y me tranquilizó. Al final del seminario, con un grupo reducido, incluyendo a Abel Prieto, ministro de Cultura, en una cena con Fidel que se prolongó hasta las primeras horas del día siguiente, redactamos un texto incluyendo, en particular, el concepto de terrorismo de Estado, que brillaba por su ausencia en la definición de las Naciones Unidas.
Efectivamente, el adversario fundamental seguía siendo los EEUU, sobre todo desde la nacionalización de las compañías azucareras y de las refinerías de petróleo. La respuesta no se hizo esperar: un embargo económico (bloqueo) que durante los últimos 50 años le costó al país más de 750 mil millones de dólares y cuyas consecuencias se infiltraron en todos los sectores de la vida social e individual: cese de muchas importaciones, sanciones enormes a empresas o bancos extranjeros que no respetaban las normas norteamericanas, dificultades de acceso a internet (monopolio de empresas del Norte), serie de medidas llegando incluso a la confiscación de premios científicos otorgados a cubanos. Una intensa actividad ideológica acompañaba estas disposiciones: financiación de las radios de la oposición de Miami (Radio Martí) que inundaban el país con programas contra el gobierno, decenas de millones de dólares otorgados cada año por el Congreso oficialmente o en secreto por las agencias de inteligencia a los opositores al régimen, fuera o dentro del país.
A esto se sumaron las acciones violentas: esparcimiento de productos químicos para destruir los cultivos; actos terroristas en hoteles de la isla; bombardeo de los puertos; explosión de un avión de pasajeros en pleno vuelo; intento de invasión (Bahía de Cochinos). Todo esto costó la vida a más de 3.000 cubanos durante los veinte primeros años de la revolución. Y, por último, decenas de intentos de asesinato contra Fidel, frustrados por los servicios secretos del país. Si bien es cierto que en Cuba, una isla, existe la tendencia a desarrollar teorías de conspiración, el hecho es que no se lucha contra el imperialismo con repelentes de mosquitos. Se reforzó el papel del ejército y una vez más un “socialismo de guerra” tuvo que ser instalado.
La visita del Papa Juan Pablo II
Durante la visita papal, el gobierno invitó a un grupo de cuatro personas para seguir el evento: Frei Betto, Giulio Girardi, filósofo y teólogo de la liberación italiano, Pedro de Assis, sociólogo de la religión brasileño y antiguo alumno de Lovaina y yo. El día después de la partida del Papa, Fidel nos convocó a una cena con todo su equipo: el vicepresidente, el primer ministro, el secretario personal, futuro canciller, los responsables de los sectores de las religiones, de América Latina, del pensamiento político. Estaba visiblemente satisfecho: “Una visita de varios días, los discursos del Papa retransmitido en directo por todos los medios de comunicación, cientos de miles de personas en las plazas, más de 3.000 periodistas, un servicio de seguridad sin armas (ni una sola pistola) y todo transcurrió sin incidentes”, contó.
Algunos días antes se pasó cuatro horas en la televisión, explicando el propósito de la visita y su admiración por Juan Pablo II, un hombre deportista, valiente, moderno, con grandes conocimientos y una profunda convicción. “Pero”, dijo, “es anticomunista. ¿Tenemos que intentar comprender por qué? El comunismo en Polonia no surgió del pueblo, fue impuesto desde el exterior. Por otra parte, la Iglesia Católica fue durante la historia el baluarte de la identidad nacional contra los suecos, los prusianos, los rusos. A pesar de su actitud, hemos invitado al Papa y podrá expresarse como quiera. Si no os gusta, no reaccionen, porque él es nuestro anfitrión y si algunos líderes revolucionarios están presentes en las ceremonias, no les aplaudan, porque son actos religiosos. Por mi parte, voy a estar presente en la misa en la Plaza de la Revolución en La Habana.”
Después de su introducción al debate, en la cena, Fidel adoptó un tono más agresivo sobre el problema provocado por el arzobispo de Santiago que, cuando presentó al Papa, aprovechó la oportunidad para atacar al régimen. No fue su opinión lo que irritó a Fidel, ya que era bien conocida, sino el hecho del incumplimiento del acuerdo concluido con la Conferencia Episcopal, previa consulta mutua de 8 horas, para establecer todos los detalles de la visita del Papa, la cual precisaba que ningún incidente sería causado, ni por un lado ni por el otro. Para él, se trató de una falta de ética, que atribuyó a un acuerdo en el seno de la Conferencia Episcopal.
En ese punto intervine: “Comandante, no es nada seguro que se trate de una distribución de las tareas dentro del episcopado. La Iglesia Católica no funciona como el Partido comunista. Cada obispo es autónomo en su diócesis”. La cena se prolongó hasta las dos de la madrugada. Al día siguiente, me puse en contacto con el padre Carlos Manuel de Céspedes, un antiguo alumno mío y secretario de la Conferencia Episcopal durante mucho tiempo. Me confirmó que la iniciativa del obispo de Santiago había sido puramente personal y que el cardenal Jaime Ortega estaba muy molesto. Envié esta información al secretariado de Fidel.
Durante la comida, Fidel abordó el tema de la Doctrina Social de la Iglesia (cuando salía, me mostró en su escritorio la pila de documentos que había leido sobre el tema, en particular las encíclicas de los tres últimos papas). La elogió tanto que Giulio Girardi y yo intervinimos para resaltar algunos puntos débiles, sobre todo en el análisis de las sociedades en términos de estratos y no de clases y para indicar la necesidad de una orientación diferente, la de la teología de la liberación.
Las reuniones sobre la globalización de la economía
En varias ocasiones, entre 1990 y 2000, Fidel participó en las reuniones convocadas por la Asociación de economistas cubanos sobre el tema. Entre los invitados a estos encuentros estaban ni más ni menos que varios funcionarios del Banco Mundial y del FMI y ganadores del Premio Nobel de Economía, incluso el autor de la fórmula: “consenso de Washington”. ¡Plataforma inesperada para la lógica neoliberal! Sobra decir que estas tesis eran objeto de duras críticas. Hice varias presentaciones para defender la idea de un nuevo paradigma pos-capitalista: el Bien Común de la Humanidad frente a la crisis sistémica del capitalismo. Fidel clausuraba los debates con un discurso de varias horas, hasta altas horas de la noche. En las otras veladas, todos bailaban salsa.
Sin embargo, Fidel siempre ha sido implacable con aquellos que, desde dentro o desde fuera, ponían en peligro el proceso revolucionario, es decir, el proyecto de una sociedad más justa, el reconocimiento político del derecho de todos a la vida, a la salud, a la educación, a la cultura, al deporte; la transformación de los valores sociales hacia una solidaridad real opuesta al individualismo y al cebo del consumo. Muchos obstáculos caracterizaron este recorrido: la pobreza del país; su burguesía parasitaria, que afortunadamente se fue del país masivamente; el embargo económico; la rigidez de una economía de Estado demasiado exclusiva; a finales de los años 70, un comienzo de narcotráfico; después, la caída de la URSS, causando un periodo de austeridad extrema; la fragilidad de Venezuela, que había organizado a través del ALBA una solidaridad económica; por no hablar de una oposición interna financiada en gran parte por los EEUU y una reacción autoritaria a veces excesiva.
Los ajustes estructurales: el caso de Sri Lanka
En las reuniones sobre la globalización de la economía expuse, en presencia de Fidel, un trabajo sobre cómo el Banco Mundial imponía el ajuste estructural a Sri Lanka, un país que conocía bastante bien porque ahí fue donde redacté mi tesis doctoral sobre una sociología del budismo y donde seguí trabajando con el movimiento campesino MONLAR. En 1996, el Banco solicitó al gobierno de la isla poner fin a la producción de arroz, porque resultaba más barato comprárselo a Vietnam o a Tailandia. Para eso se rogó a las autoridades eliminar cualquier control de precios del arroz, obligar a los agricultores pagar por el agua de riego y a privatizar las tierras colectivas de las comunidades campesinas. De hecho, el plan consistía en sustituir el arroz por monocultivos de exportación y las empresas nacionales e internacionales interesadas en el proyecto estaban listas para comprarles a los campesinos las tierras recién distribuidas.
Hacía más de 3.000 años que Sri Lanka producía arroz. Era la base de la comida, con sabores particulares. Formaba parte de la historia, de la cultura, de la literatura, de la poesía. Los campos de arroz ondulaban en las faldas de las colinas, marcando las características del paisaje.
Había soberanía alimentaria en caso de desastres naturales o de conflictos. Pero la lógica del mercado era la ley que debía prevalecer.
Como el gobierno de turno, de sensibilidad socialista, no cumplía con la suficiente rapidez con la instrucción del Banco, este cortó todo crédito internacional al país durante un año. El siguiente gobierno neoliberal estimó que la idea no era mala. Permitiría en particular liberar un millón de trabajadores para la industria, especialmente en las zonas francas donde las empresas extranjeras desarrollaban la producción textil y la electrónica. Por desgracia, la época estuvo mal escogida. En efecto, los trabajadores de esas zonas habían conseguido a través de sus luchas sociales algunos beneficios salariales y sociales. La mano de obra se había encarecido y los capitales (la ley de mercado impone) se iban de Sri Lanka para invertirse en Vietnam o China, donde los costos de mano de obra eran más bajos. Atrapado en esta contradicción, resultado de su propia lógica, el Banco tuvo que abandonar el proyecto. Fidel quedó impresionado por este caso y a menudo lo retomó en sus discursos ulteriores.
El Foro Social Mundial
En vísperas del Foro Social de Mumbai, en la India, se realizó un seminario en La Habana sobre la actualidad del marxismo, en el que participó Fidel. Yo había elegido como tema un análisis marxista del FSM, que debía presentar en un panel de 4 personas, donde cada uno disponía de 15 minutos. El primer orador, un chino, hizo una alabanza interminable de Fidel antes de entrar en su tema. Siguió un latinoamericano, inagotable. Isabel Rauber, una colega que me precedía, respetó su tiempo. Cuando llegó mi turno, de acuerdo con el programa, me quedé sin tiempo. “Mis predecesores se han comido todos mis minutos –declaré–, sin embargo, siguiendo el ejemplo del comandante, voy a tratar de ser breve”. Esto provocó la hilaridad de todos, incluido el comandante, que en repetidas ocasiones a partir de entonces, cuando me veía en la audiencia, comenzaba sus discursos señalándome con el dedo y diciendo: “Voy a ser breve” y hablaba durante 4 horas.
Cuando acabé mi ponencia, Fidel pidió la palabra: “Es en el momento en que nuevos gobiernos se establecen en América Latina y el imperialismo se vuelve más agresivo, que el FSM decide abandonar el continente e irse a la India. ¿Por qué?”. Mi respuesta fue breve: “Si el FSM quiere ser verdaderamente mundial, tiene que organizar sus sesiones en los diferentes continentes”. “No –contestó Fidel–, fue el resultado de una decisión de los europeos, con la complicidad de algunos brasileños”. Le contesté: “Comandante, no creo, en este caso, en una teoría de las conspiraciones. Esto es mucho más sencillo. Se trata de internacionalizar el Foro. Decir que debe permanecer en América Latina es latinoamericano-centrismo”.Esto provocó una explosión de protestas.
No sólo me había atrevido a contradecir al líder supremo, sino que fue interpretada como un ataque a Cuba. En el tumulto, algunos defendían mi posición, entre ellos un sindicalista, cubano, miembro del Consejo internacional del FSM. La mayoría apoyaba al comandante. Abel Prieto se levantó: “François, no puedes acusar a Cuba de americano-centrismo, cuando nosotros apoyamos la lucha de Vietnam, luchamos en Angola contra la intromisión de Sudáfrica, enviamos decenas de miles de médicos en los lugares más pobres del mundo, formamos cientos de especialistas del sur en nuestras escuelas”. Yo contesté: “Esto no se pone en duda y todo el mundo lo reconoce, pero afirmar que el FSM debe permanecer en América Latina es latinoamericano-centrismo”.
La discusión empezó de nuevo. Fidel pidió la palabra: “¿Existen movimientos sociales en la India?” Le contesté: “Comandante, no solamente existen, sino que tienen decenas de veces más miembros que en América Latina.” El debate continuó, alterando el programa de la tarde, cuando Fidel declaró: “Son las cuatro de la tarde y tenemos que almorzar.” La sesión se reanudó a las 17 horas, con las mismas controversias, hasta acabar el día. Unos meses más tarde, volví a ver a Abel Prieto, que me confesó: “Fidel me dijo: él tenía razón.”
La enfermedad de Fidel
En 2006, Fidel iba a celebrar su 80 cumpleaños. Yo llegué a la isla unos días antes, justo cuando anunciaban su grave estado de salud. Abel Prieto, ministro de Cultura, mandó su vehículo oficial al aeropuerto (un viejo Lada con los amortiguadores averiados). Me pedía que colaborase en la elaboración de un texto para hacerlo firmar por el mayor número posible de intelectuales y artistas de todo el mundo, para advertir contra cualquier intervención exterior.
El trabajo fue intenso. La primera redacción afirmaba enfáticamente la justa causa del heroico pueblo cubano. Me opuse a esta literatura insoportable en el exterior. Rehicimos varias versiones. Finalmente sugerí excluir cualquier adjetivo o adverbio. El proyecto final se terminó un viernes por la tarde. Pero su presentación pública estaba anunciada para el lunes por la mañana. En menos de tres días se consiguieron más de 400 firmas, incluyendo varios Premios Nobel. Los cubanos estaban desesperados por la firma de Noam Chomsky, el lingüista estadounidense, que siempre había sido crítico con la isla. Por correo electrónico le insistí y sí firmó.
El lunes por la mañana, la sala de prensa internacional estaba llena. Las 4 grandes cadenas estadounidenses estaban presentes. Los cubanos me habían pedido que presidiera la conferencia y que leyera el texto con las firmas más relevantes. Sin embargo, estaba claro que los periodistas no estaban ahí para escuchar esta declaración. Querían noticias de la salud de Fidel. Desde el principio, les dije que no teníamos nada que decir sobre ese tema. Entre las preguntas, un periodista me interrogó sobre qué les recomendaría a los obispos del país. Le contesté no tener ningún consejo que dar y que por cierto la Conferencia Episcopal se había posicionado en una carta pastoral, breve pero clara. Pedía oraciones para Fidel y para el nuevo gobierno, diciendo que ninguna intervención externa estaría justificada.
Reuniones con los intelectuales
En dos ocasiones, a principios de la década del 2010, con motivo de la Feria del libro, evento cultural que reúne a un millón de personas en toda la isla, yendo de ciudad en ciudad, Fidel convocó a unos sesenta participantes para intercambiar opiniones. Su condición física no era muy brillante, pero no le impidió pasar 7 u 8 horas en esta tarea. Intelectualmente hablando, estaba perfectamente lúcido. En las dos ocasiones, él introdujo el debate, pidiendo que nos expresáramos y tomó muchos apuntes. En la primera sesión abordó la cuestión de los daños ambientales, tema que había tratado durante más de 20 años, antes que todo el mundo. Yo estaba impresionado por su conocimiento en la materia, tema que tuve que estudiar cuando escribí un libro sobre la agro-energía. De memoria citó muchas cifras y desplegó un pensamiento mostrando las contradicciones del desarrollo capitalista destruyendo la naturaleza. Sus advertencias eran dramáticas, al mismo tiempo que daba soluciones.
Durante los intercambios, yo también intervine, exponiendo la idea del Bien Común de la Humanidad, como paradigma de vida, frente al de muerte del capitalismo (devastación de la naturaleza y economía que sacrifica a millones de vidas humanas para el crecimiento). El texto completo de esta intervención fue reproducido en anexo del libro que relató el contenido de esta reunión. Fidel dio a Ruth Casa Editorial, siendo Carlos Tablada su director y yo el presidente, los derechos de publicación en libros electrónicos de todas sus obras.
Durante la segunda sesión, un año más tarde, Fidel expuso largo y tendido su preocupación por la despolitización de la juventud (un hecho no sólo de Cuba). De verdad, cogiendo los logros de la revolución como un hecho, no teniendo que luchar por ellos, recibiendo una formación marxista digna del pequeño catecismo de la Iglesia de antes del Vaticano II y atraídos por las imágenes de un consumismo sin sujeción de la minoría más visible del mundo capitalista, están encaminados en reaccionar en contra de la austeridad del sistema cubano, sin publicidad comercial, pero también sin una mayor participación política. Incluso si los jóvenes cubanos siguen estando muy sensibles a los valores de la nación cubana y no necesariamente son hostiles a la revolución, se despreocupan a menudo de los asuntos públicos para desarrollar valores más individuales, queriendo descubrir el mundo por sí mismos. Obviamente, no tienen ninguna experiencia existencial de las sociedades del Sur a su alrededor, tomando como modelo la clase media minoritaria, pero en expansión. Fidel era consciente de esta situación y pidió opiniones. Lastimosamente, era el final de la tarde y no hubo muchas respuestas.
Volvamos al papel del partido para la concientización popular, su tarea principal. Es difícil escapar a la institucionalización burocrática, que amenaza a todos los aparatos ideológicos, incluyendo las Iglesias, y en el campo político, evitar que órganos de participación no se conviertan en instrumentos de control (el caso de los Comités de Defensa de la Revolución). De hecho, se trata de mecanismos sociales que sin duda pueden ser superados por una referencia ética. Al interior, la aspiración general en Cuba es de más apertura, a raíz de una tensión debida a la dureza de una lucha tan larga, pero también de una cierta concepción del poder. Al exterior, el partido único es problemático para los seguidores de la democracia burguesa, acostumbrados a la pluralidad de las organizaciones políticas. Se olvidan que, en ese sistema, los beneficios reales del pluralismo y de una libertad de las religiones, de la cultura, de las organizaciones no gubernamentales, de la prensa, y así sucesivamente, están condicionados por un solo parámetro: no volver a poner en duda de manera efectiva las relaciones capital-trabajo, es decir, la esencia de la lógica capitalista. De lo contrario, es la represión, el establecimiento de dictaduras (en América Latina, en los años 60 y 70), los bloqueos y embargos, la guerra.
En la base, la democracia cubana es real: los miembros del partido están sujetos a la aprobación popular. Un ministro liberal de Luxemburgo, buen conocedor de Cuba, me dijo un día: “Hay más democracia en el partido cubano que en mi propio Luxemburgo.” En el proceso electoral también hay candidatos sin partido, pero escalando los niveles más allá de lo local para llegar a lo regional y al nacional, la hegemonía del partido se reafirma sin sorpresas, lo cual es una garantía para la continuidad del proyecto económico y social (con discusiones serias sobre los medios para lograrlo), pero también un riesgo de parálisis e incluso de abusos (oficialmente reconocidos).
Sin embargo, no podemos olvidar el peso que impusó la lucha. Después de la victoria de 1959, unos 600 defensores de Batista fueron fusilados1. Cuando el general Ochoa, héroe de la guerra de Angola, estuvo involucrado en el tráfico de drogas, pagó con su vida tal descarrío. Cuando 75 opositores fueron convencidos para recibir el apoyo financiero de los EEUU, recibieron penas de excesiva gravedad. Tres jóvenes negros, que secuestraron un ferry, fueron ejecutados. En ese momento no tuve la oportunidad de hablar con Fidel, pero al estar en Venezuela con Carlos Lage, el primer ministro, le dije: “Ustedes han fusilado a 3 delincuentes, pero también a 10.000 seguidores suyos en Europa”. Él respondió: “Pero hay que explicarlo”, y yo añadí: “Hay cosas inexplicables”. Varias veces discutí con Abel Prieto sobre la pena de muerte, lo que coloca a Cuba al mismo nivel que los EEUU, pero la respuesta fue siempre la misma: “Es nuestro único medio de presión contra los EEUU.” Cuba, sin embargo, declaró una moratoria. Unos meses más tarde, Lage y el canciller fueron destituidos por deslealtad y uso excesivo de los privilegios del poder.
El primero reanudó su trabajo de médico y el segundo de ingeniero.
Reafirmar los principios de la revolución, adaptándolos a las nuevas realidades, sin crear un proceso de acumulación individual; reactivar la participación popular mediante la apertura de nuevos espacios; resistir a las presiones externas del mundo capitalista, son los principales retos por superar para transmitir el legado de Fidel.
La cultura popular
Poco después del final del “período especial”, después de la caída de la URSS, en una época de restricciones económicas severas, Fidel revivió la idea de la cultura popular, con una nueva iniciativa: introducir el arte a nivel de la enseñanza secundaria, como asignatura ordinaria. Para ello, era necesario formar a maestros en música, arte visual, tapicería… Me invitó el Ministro de Cultura para participar en la ceremonia de entrega de diplomas por Fidel, a los primeros 800 maestros en esas áreas, en el gimnasio principal de La Habana, en presencia de miles de jóvenes de las escuelas de servicio social. Al final de la ceremonia, Fidel me dijo: “el ser humano no sólo es una máquina económica. También tiene que poder florecer culturalmente y el deber de la sociedad es darle la oportunidad”.
Fidel y Chávez
En varias ocasiones participé en actos públicos que reunían a estos dos principales actores políticos en América Latina. Uno de ellas fue la celebración del 1 de mayo en La Habana, poco antes de la enfermedad de Fidel. En la tribuna, yo observaba de cerca su actitud durante el discurso de Chávez, que expresaba tanto la satisfacción de ver surgir un líder que retomaba la antorcha, como la emoción de haber engendrado una nueva filiación. La crueldad del destino quiso que fuera él quien sobreviviera.Cierto es que, en América Latina, lo que llamamos el caudillismo, la forma tradicional de la cultura política, ha hecho estragos, incluso entre líderes partidarios del cambio. Sin embargo, la dimensión de Fidel en el orden intelectual, su preocupación ética, sus juicios políticos, su capacidad de anticipación y su carácter de líder histórico de la revolución en Cuba, compensaron las desventajas del sistema, pero sin eliminarlos por completo.
Se me ofreció otra oportunidad, en la ceremonia de presentación de la “operación milagro” en el Teatro Carlos Marx de La Habana. Ante cerca de 4.000 personas, Fidel y Chávez explicaron la filosofía y el funcionamiento de esta acción conjunta a favor de los discapacitados visuales, que nada más que en el subcontinente latinoamericano sumaban unos 10 millones de personas. Gracias a las técnicas médicas cubanas y con el apoyo financiero de Venezuela, consistía en curar o aliviar el sufrimiento de los pacientes financieramente incapaces de acceder a la atención en sus países. De hecho, en pocos años, varios millones de enfermos fueron tratados. El nombre de la operación tenía una referencia bíblica: “los ciegos verán.” En un momento dado, Chávez sacó del bolsillo de la chaqueta un pequeño crucifijo, que presentaba a menudo como una referencia a Jesús, “uno de los primeros socialistas”. Reafirmando esta convicción, se volvió hacia Fidel diciendo: “Te le regalo”. Tras un momento de desconcierto, Fidel se repuso y respondió: “Lo acepto”. Toda la asamblea aplaudió largamente.
Mis contactos con la sociedad cubana no se limitaban a los líderes políticos. Estaban incluidos numerosos intelectuales, instituciones académicas, centros de investigación, artistas, pero también los estudiantes de La Habana y de Santiago, el campesinado, el público de las parroquias católicas, la minoría protestante, los miembros de la santería y de los cultos afrocubanos. Esto me permitió ver la importancia social y cultural de la revolución cubana, que, en cierta medida, creó al “hombre nuevo” del que hablaba el Che, sin escapar, obviamente, a las contradicciones de cualquier proceso de cambio político. La historia dirá qué papel tuvo Fidel en esos 50 años para apoyar un proyecto de transformación interna y de solidaridad internacional, que logró inspirar a lo largo de toda su vida.
Pocos días después de su muerte, me invitaron en Quito a una conmemoración en la “capilla del hombre”, apelación del museo de Guayasamín, el pintor ecuatoriano que realizó cuatro retratos de Fidel en diferentes períodos. El lugar había sido inaugurado hacia unos 10 años por Fidel, Chávez y Lula. Era el Día Internacional de la medicina cubana. Cerca de 200 médicos de bata blanca, hombres y mujeres, cubanos que trabajaban en Ecuador y ecuatorianos formados en Cuba, cantaron, dando un ritmo un poco más lento a las palabras: Guantanamera… Un gran personaje había dejado este mundo.
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Nota: En Bélgica, después de la segunda guerra mundial, más de 1.000 colaboracionistas fueron ejecutados.