Mundo porno. Dime cómo coges y te diré quién eres
“A veces me vienen a la mente ideas que no comparto”
Woody Allen
Hay porno en la televisión, en los kioscos, en las calles, en los clubes, en las escuelas, en los trabajos, en las playas, en los boliches, en nuestras casas, en nuestras camas, en nuestras computadoras, en nuestras mentes. Lo porno nos puede estimular y dar placer. También nos puede incomodar, someter y violentar. Pero hay algo de lo porno que lo hace inmensamente poderoso: su condición de tabú, su omisión decorosa.
De lo porno no se habla.
Y sin embargo…
Mamita acercate, dale
Hace pocos días, una joven de 16 años de Mar del Plata denunció en su cuenta personal de facebook que, mientras caminaba por la calle, un hombre la siguió repitiendo “sabés las cosas que te haría ahí. Mamita acercate, dale”. Que lo hizo durante el tiempo que lleva caminar dos cuadras. Que no era la primera vez que le pasaba. Que era algo común y cotidiano. Que miembros de su familia y amigos, al relatarles lo ocurrido, le recomendaron no usar más calzas cuando camina por la calle.
A esto se lo conoce como “acoso callejero”, algo que no es nuevo, pero que se denuncia cada vez más. La especialista estadounidense Holly Kearl lo define como: “Las palabras y acciones no deseadas llevadas adelante por desconocidos en lugares públicos, que están motivadas por el género e invaden el espacio físico y emocional de una persona de una manera irrespetuosa, rara, sorprendente, atemorizante o insultante”.
Ahora pensemos un segundo en el seguidor. Supongamos que el hombre no es un desequilibrado, ni un enfermo, ni un monstruo, sino que es, tomando una expresión de Malena Pichot, un “hijo sano del patriarcado”. Un tipo común. El hombre la ve y la joven le gusta. ¿Lo calienta? No. Todavía no. Si la joven lo excitase, sólo la miraría pasar para estimular su fantasía y luego, si así lo deseara, se masturbaría en su intimidad. Pero no. El hombre no la persigue porque la joven lo excite, lo hace en realidad para lograr excitarse. Su excitación, pues, necesita algo más que simplemente ver a una mujer que le guste. Este hombre necesita ver a una mujer que le guste en situación de sometimiento. Su vida erótica necesita ese componente de sutil violencia para poder realizarse. Y ahora sí, el hombre está caliente.
Hipótesis sobre la calentura de un tipo
La pregunta ahora es: ¿por qué? Por qué este hombre necesita esa violencia para estimularse sexualmente. Y por si alguno no se da por aludido, la primera aclaración debería ser la siguiente: la violencia hacia la mujer en lugares públicos no es un problema de patologías psicológicas individuales, es un problema social. Una práctica cultural extendida que padecen el 90% de las mujeres, según estudios de la Stop Street Harassment, una ONG internacional que se dedica a luchar contra las agresiones sexuales a las mujeres en las calles de todo el planeta. Detengámonos en este dato: 9 de cada 10 mujeres que caminan por la calle reciben o han recibido algún tipo de acoso.
Pero volvamos al perseguidor. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué siguió a la jovencita dos cuadras para poder excitarse? Veamos si logramos entender a nuestro hombre erotizado.
Dime cómo coges y te diré quién eres
Existe una relación ineludible entre pornografía, vida sexual y vida social. Pero mientras lo porno siga escondido, poco se podrá problematizar este aspecto paradójicamente tan presente en nuestra cultura.
“Dime cómo coges, y te diré quién eres” podría ser un refrán perfectamente válido. Pero antes deberíamos decir: “Dime dónde educaste tu vida erótica, y te diré cómo coges”.
A riesgo de caer en prejuicios, podemos arriesgar que es muy posible que nuestro hombre erotizado (el que persigue a la joven por las calles marplatenses) coja mal. Porque es más que probable que su vínculo con la sexualidad esté organizado a partir del modelo de supremacía masculina y la dupla dominación/sumisión, tan dominante en nuestra sociedad. Muy probablemente desconozca que es posible un erotismo igualitario, en donde esos roles pueden ser intercambiados como juego erótico y no siempre impuestos unilateralmente como práctica aplastante. Pero, ¿dónde aprendió a coger así nuestro hombre?
Cindy Gallop, una mujer de 53 años que revolucionó las redes con su conferencia TED de cuatro minutos, problematiza la pornografía dura o “hardcore” (el género masificado en los años 90 que reemplazó el porno “softcore”, cuando éste empezó a verse diariamente en la televisión). Su enfoque propone una mirada crítica de la pornografía heterosexual desde una óptica no-conservadora y en función de lo que considera una necesidad social de primer orden: que los seres humanos cojamos más y mejor. Por eso creó una web dedicada a desterrar los “mitos del hardcore”.
Gallop sostiene que vivimos en una sociedad que manifiesta su puritanismo en tres dimensiones: en la todavía influyente moral cristiana, en padres y madres a quienes aún nos avergüenza tener charlas abiertas de sexo con nuestros hijos y en un sistema educativo que insiste en un enfoque biologicista de la educación sexual, centrado en enseñar anticoncepción y cuidados frente a enfermedades venéreas, pero muy poco sobre el deseo y los modos de enfrentar los comienzos de una vida sexual plena (hay que decir que la nueva Ley de Educación Sexual Integral ha avanzado en este aspecto, pero todos coinciden en que aún no se verifican cambios significativos en las aulas).
Para Gallop el resultado es claro: la pornografía hardcore se ha convertido, en los hechos, en la más potente educación sexual de las personas.
Clases de sexo duro
Para quienes les resulte exagerada la idea de que la pornografía es nuestra gran escuela sexual, hay números que pueden ayudar.
En internet hay 4 millones 200 mil sitios dedicados a la pornografía, dentro de los cuales se despliegan 420 millones de páginas webs porno. Estos representan el 12% del total de sitios que existen en internet. Cada segundo, 28.258 usuarios en todo el mundo están mirando páginas porno. Los sitios pagos recaudan 3.075 dólares por cada uno de esos segundos.
El 70% de quienes lo consumen son hombres, el 30% restante corresponde a mujeres. Se estima que actualmente los primeros vínculos con la pornografía en la web se tienen a los 11 años, siendo el segmento más activo el que va de los 12 a los 44. Además, un 34% de internautas se han visto expuestos a pornografía sin pedirlo, ya sea a través de “pop-ups”, “enlaces engañosos” o correos electrónicos. También, las estadísticas informan que el 25% de todas las búsquedas que se realizan en la web, son consultas de contenido porno.
Los datos pertenecen a Top Ten Reviews y dan cuenta de que el consumo de pornografía es mucho más masivo de lo que creemos/reconocemos y que, sobre todo, su poderosa influencia cultural está siendo subestimada.
¿Tendrá buena conexión a internet nuestro hombre erotizado?
Los números de la industria del sexo
En un estudio realizado en 2007, Top Ten Reviews estimó que las ganancias de la industria pornográfica en todo el mundo habían alcanzado los 97.060 millones de dólares, más que la suma de las diez compañías informáticas más grandes de aquel momento, entre ellas Microsoft, Google y Amazon.
La escritora y licenciada en ciencias políticas británica, Sheila Jeffreys, sostiene que la pornografía se ha convertido en una plataforma de lanzamiento en occidente para la industria global del sexo (que incluye, además, a la prostitución, las cadenas de clubes de strip-tease y la trata de mujeres que se desarrolla para proveer a esta creciente industria).
En su libro “La industria de la Vagina”, Jeffreys estudia la globalización de la explotación sexual (a la que entiende como “la comercialización de la subordinación femenina”) y analiza las formas en que la industria del sexo ha sido integrada a la economía política mundial. Los números que ofrece su investigación son impactantes.
En un país como China se estima que ejercen la prostitución unas 20 millones de mujeres y que el dinero que mueve el pago por sexo y las actividades vinculadas alcanzan el 8% de la economía de ese país (y hablamos del Producto Bruto Interno -PBI- más grande del planeta), unos 700 mil millones de dólares. Un informe de la Organización Internacional del Trabajo estimó que la industria del sexo constituye entre el 2% y el 14% del PBI en Filipinas, Malasia, Tailandia e Indonesia. En Corea, donde se prostituye a más de un millón de mujeres, se estima que representa un 4,4% del PBI, más que la forestación, la pesca y la agricultura combinadas (4,1%). En Holanda, que legalizó la prostitución en 2001, representaba en ese año el 5% de su PBI. En todos los Países Bajos donde está legalizada, las ganancias superaran el billón de dólares.
¿Hará su aporte al PBI nacional nuestro hombre erotizado?
Yankees go home
Es sabido que EEUU gusta mucho de exportar sus costumbres hacia todo el planeta. Así, nos ha regalado el placer de morder una Big Mac, la felicidad de destapar una Coca Cola y la emoción de nuestros hijos cada año cuando llega Halloween. Delicias del imperialismo.
Del mismo modo, ha sido EEUU la principal productora de contenidos para la industria pornográfica global. Un sólo dato lo deja claro: en el país del Norte se produce un nuevo video porno cada 39 minutos. Pero hay más: el mayor número de páginas webs del género provienen de ese país, unas 244.661.900 (le sigue, muy lejos, Alemania, con algo más de 10 millones). Con esos videos vienen hacia nosotros los modos de hacer, sentir y pensar el sexo según la idiosincrasia norteamericana.
Para la activista y filósofa Beatriz Preciado, la pornografía opera normalizando y modelando la utilización de los órganos y la relación entre los cuerpos. De este modo, asegura, una película porno lo que nos propone son “pedagogías de la sexualidad”. “No representa la realidad del sexo, sino que opera como una máquina performativa que lo que hace es producir modelos de sexualidad”. ¿Qué quiere decir? Que, sin darnos cuenta, todos terminamos cogiendo, o creyendo que deberíamos coger, como lo hacen los norteamericanos.
¿Será bilingüe nuestro hombre erotizado?
Del cristianismo a lo porno
Podemos considerar que la pornografía tiene un efecto tan espectacular en nuestra vida sexual como el que supo tener, en su momento de gloria, la Iglesia cristiana. El cristianismo socavó las prácticas sexuales tradicionales en el momento que declaró como anticristiana toda actividad sexual no reproductiva y que no tuviera lugar dentro del matrimonio. El impacto de la pornografía ha sido sin duda igualmente poderoso en la promoción de un nuevo sistema de valores sexuales, pero de una forma muy diferente. La nueva forma de colonización cultural consiste, en este caso, en la difusión desmesurada del sistema de valores de la pornografía estadounidense.
Una historia pornográfica
En su famosa crónica sobre la Coca Cola, Osvaldo Soriano cuenta la importancia que tuvo la guerra en su expansión. La decisión de los creadores de la gaseosa de abastecer a los soldados norteamericanos en los frentes de batalla, catapultó las rentabilidad de la empresa. Pero no fue sólo Coca Cola lo que entraba en las trincheras, también lo hacían revistas porno.
El período 1953-1973 es considerado la “edad de oro de la pornografía”. El impulso significativo para el negocio tuvo lugar unos años antes, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados norteamericanos rogaban por “revistas con mujeres”. Cuando la guerra terminó, se lanzaron al mercado “civil”. Playboy se fundó en 1953 y empezó a cotizar en bolsa en 1971. La revista Hustler nació en 1974 y en poco tiempo pasó a vender tres millones de ejemplares por número.
Según Jeffrey, en la “edad de oro” la industria estaba controlada por la mafia, quien se vinculó con los activistas por la libre expresión para pelear los juicios y proteger la industria contra los intentos de limitarla. La película hollywoodense “Larry Flynt: el nombre del escándalo” (1996) es paradigmática en este aspecto. Muestra al fundador de la cadena de clubes de strip-tease y de la revista Hustler, como el abanderado de la Primera Enmienda de la Constitución de EEUU que garantiza la libertad de expresión. Precisamente, fue en los años 70 que la industria tuvo un nuevo impulso. No fueron pocas las contradicciones al interior del propio movimiento feminista de aquellos años, entre quienes se oponían a la explotación sexual de la mujer y quienes combatían la censura de la pornografía, defendiéndola como una expresión de la liberación sexual. “La fisura entre estas diferentes perspectivas sobre la sexualidad era tan profunda, y el campo de la libertad sexual tenía un apoyo tan poderoso de los liberales y pornógrafos en los medios y la cultura, que la campaña feminista contra la pornografía perdió su momentum”, considera Jeffrey.
Garganta profunda
Una noche de 1972, el entonces vicepresidente de los EEUU, Spiro Agnew, tocaba el timbre de la casa de Frank Sinatra, en Palm Spring. La razón de la visita no era un problema de Estado, tampoco un asunto musical. Los muchachos se juntaban a ver una película porno. Sinatra había convocado a un número selecto para ver una función privada de la recientemente estrenada “Garganta profunda”.
En la película, Linda Lovelace da cátedra de sexo oral, ya que representa a una joven que descubre que tiene el clítoris en su garganta. Fue tal el éxito de la película, que fue la primera en pasar de las salas X a las salas comerciales, a las que llenaba sin pausa. Este hito popularizó las “películas para adultos”, que dejaron de ser un secreto y se convirtieron en una parte más del entretenimiento. Lovelace contó luego que no recibió un sólo peso por su papel en el film, solo cobró su pareja y representante, quien recibió 1.250 dólares por realizar tareas de producción. No obstante, la película -cuya realización costó 47 mil dólares- se estima que recaudó 50 millones.
No sólo la política y el arte se entregó al éxito de taquilla. También lo hizo el periodismo: Woodward y Bernstein, artífices del Watergate, pusieron como seudónimo “garganta profunda” a su informante.
Porno neoliberal
El neoliberalismo de los 80 y 90, fue para el mercado en general un “déjalo ser”. Esto ayudó al desarrollo de la industria porno, favorecida por las nuevas tecnologías como el video e internet. A su vez, se volvió más accesible, tan pronto como se extendió al cable y a los sistemas satelitales, permitiendo comprar videos desde el sillón de una casa. Fue en ese momento que la industria dejó de ser un negocio marginal o mafioso y se volvió atractivo incluso para corporaciones como la General Motors, AT&T o el Banco de Irlanda, que invirtieron en canales codificados.
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Hardcore porn
A mediados de los noventa, la pornografía más dura, en inglés “hardcore porn”, se hizo popular entre los más jóvenes. Atrás quedaron las películas suaves o softcore de I-Sat, en donde se simulaba las escenas de sexo con frotaciones y gestos inverosímiles. La cooptación de este tipo de escenas por la televisión abierta, en sus series y telenovelas, dejó todo el espacio del porno al hardcore, que comenzó con simple sexo explícito, pero que paulatinamente fue incorporando niveles cada vez más elevados de violencia sexual hacia las mujeres. Jeffreys detalla en qué devino actualmente el porno más visto: “Hoy el hardcore incluye prácticas como la de ‘escupir y abrir’, en la que el hombre estira el ano de su compañera tanto como sea posible, coloca un espéculo y lo humecta, ya sea escupiendo u orinando allí. La penetración anal doble se volvió requisito y también lo que se conoce en la industria como el truco del ‘sellamiento’, que consiste en la introducción del pene en cada orificio, la violación en grupo, lo que se llama ‘asfixiar y coger’ y bukkake, una práctica en la que entre cincuenta y ochenta hombres eyaculan a la vez sobre el cuerpo desnudo de una mujer que está acostada en el piso”.
La producción porno, su marca en los cuerpos
Muchos estudios sobre pornografía la consideran prostitución filmada. Con el agravante de que a las actrices porno les pagan (muy poco) por el acceso sexual a su cuerpo una sola vez (al igual que a las prostitutas), pero el contenido lo pueden utilizar en variedad de películas y es reproducido por millones de personas que lo visualizan infinidad de veces en la web.
Como sea, los efectos nocivos sobre la salud de las mujeres que son parte de esta industria son similares. “Vaginas y anos desgastados y un dolor considerable. Esto incluye daños físicos provocados por las enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, abortos, infertilidad, enfermedades en el tracto reproductivo, adicciones a las drogas, casos recurrentes de suicidios y severos daños psicológicos”.
Raffaela Anderson, una ex estrella porno europea, da una descripción de lo que implica la producción de pornografía para las chicas explotadas en el proceso, muchas de ellas víctimas de la Trata: “Tome a una joven sin experiencia, que no hable el idioma, que esté lejos de su casa, durmiendo en un hotel o en el set. Sométala a una doble penetración, un puño en la vagina, más un puño en el ano, a veces al mismo tiempo. Luego, usted recibe una niña llorando, que orina sangre a causa de las lesiones y además se caga encima porque nadie le explicó que necesitaba un enema (…). Después de una escena, que las jóvenes no pueden interrumpir, ellas tienen dos horas para descansar”.
La estetización de la violencia sexual
El sociólogo Richard Poulin, quien investigó los daños graves provocados a las mujeres vinculadas a la industria, asegura que la pornografía ha contribuido a “la estetización de la violencia sexual”. Según él, estamos frente a una sociedad que ha erotizado la violación, la humillación y el sometimiento de la mujer.
La paradoja es que criticar la pornografía actualmente dominante puede ser tildado de conservador o moralista. Cuando en realidad, la jerarquía de género es la que limita la posibilidad de abrir nuestras camas a una sexualidad verdaderamente liberada. La apertura erótica a múltiples posibilidades como las experiencias sexuales extra-pareja, compartir la cama con terceros o terceras, o realizar cualquiera de las variadas fantasías que pueden brotar de un vínculo libre de quienes integran una relación afectiva y/o sexual, son posibilidades que sólo pueden disfrutarse en relaciones que se deciden a romper el modelo de supremacía masculina. La razón es simple: la influencia del machismo, tanto en hombres como en mujeres, vuelve intolerable que se realicen las fantasías reales de una pareja, mucho más si se trata de las fantasías de la mujer.
Jerarquías de género
Ran Gavrieli es profesor de Educación Sexual de la Universidad de Tel Aviv. En su conferencia TED “Por qué dejé de ver porno” sostiene que “la pornografía no es una comunicación sexual erótica”. Y agrega que lo que ofrece “no solo es una práctica sexual, sino una forma de ser. Una jerarquía de género en este mundo”. Gavrieli cuenta que su hábito estaba condicionando fuertemente su imaginación erótica y que, en un momento dado, necesitó recuperar para su sexualidad el control de sus fantasías íntimas y sus pensamientos erotizantes.
Plantea que si preguntásemos qué cosas considera “sexuales” la industria de la pornografía, nos respondería que todo lo que excita al hombre: ¿Excita al hombre asfixiar a una mujer? Es sexual. ¿Excita la violación? Es sexual. ¿Excita ver llorar a una niña sometida sexualmente? Es sexual.
Por eso, explica, en muchas galerías porno de la web se puede encontrar la categoría “violación”, al lado de la de “humillación” y al lado de la de “abuso”.
¿Qué lugar en la jerarquía de género de este mundo creerá que ocupa nuestro hombre erotizado? ¿Qué opinión tendrá, por ejemplo, del femicidio de Melina [Melina Romero fue drogada, violada y asesinada el 25 de agosto de 2014 en Buenos Aires]?
Hablar de lo porno
Está claro que no es la pornografía la culpable de todo, y hasta es posible encontrar pornografía no-misógina, como lo intenta la convocatoria de Gallop en su sitio web (#realworldsex). Ciertamente, la cultura machista (que normaliza el odio y desprecio hacia las mujeres, su cosificación) necesita de muchos más actores para consumarse. “Lo porno” está también en la publicidad, en la televisión basura, en la cultura prostituyente. Cada una de ellas merecería su informe también.
Pero empezar a hablar de lo porno es un buen comienzo. Quizás nos ayude a destapar el velo que cubre una práctica mucho más cotidiana e influyente de lo que se reconoce y, de paso, nos ayude a problematizar nuestras vidas eróticas, las maneras de vivir nuestras sexualidades y algunas de nuestras conductas sociales más naturalizadas.
www.revistaajo.com.ar. Fotos: Romina Elvira