Munich: Las nueve derrotas del moribundo bloque occidental que ya son una realidad
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Los derrotados lloran sobre la leche derramada. Después de haber arrastrado a las naciones y pueblos de Europa a una guerra suicida por poderes en la que Europa tenía todo que perder, desde la relevancia geopolítica hasta las importaciones de recursos estratégicos, desde el comercio exterior hasta los logros democráticos más básicos y las ilusiones liberales, los líderes europeos están asombrados: han perdido en todos los aspectos.
El juego en Ucrania aún no ha terminado, pero algunos objetivos estratégicos del moribundo bloque occidental han fracasado miserablemente:
- Rusia no fue derrotada, ni desmembrada, ni destruida por las “democracias” (es decir, los “buenos”);
- Rusia no se ha quedado aislada, sino que ha construido fuertes alianzas y asociaciones con potencias nucleares asiáticas y países emergentes, aumentando su influencia en África y otras regiones del mundo;
- Putin está vivo y bien, tanto biológicamente como, sobre todo, políticamente (no se puede decir lo mismo de Boris Johnson, Sanna Marin, etc.), y está vivo al igual que sus aliados Ramzan Kadyrov y Alexander Lukashenko;
- No hubo ningún levantamiento en Rusia para oponerse a la guerra en Ucrania o exigir más democracia. Por el contrario, la única insurrección que podría haber dividido a la sociedad rusa fue la de los ultramilitaristas-nacionalistas de Prigozhin;
- Los territorios ucranianos “liberados” o (si lo prefieren) “ocupados” ahora son rusos y esto es irreversible;
- Ucrania no se unirá a la OTAN;
- Rusia no pagará ninguna reparación de guerra;
- Es poco probable que veamos un tribunal internacional que juzgue a Putin o a presuntos criminales de guerra, como anuncian repetidamente Ukrinform y la prensa occidental de USAID;
- Ningún arma secreta ni poderosa ha logrado revertir la guerra.
¿Y cómo habría podido hacer eso, de todos modos? No se puede derrotar a una potencia nuclear bien organizada y con objetivos nacionales en una guerra convencional, y es precisamente por eso que Biden utilizó al ejército ucraniano (no al suyo, muy derrotado en Vietnam y Afganistán) para luchar contra Rusia. A pesar de los anatemas iniciales del ex presidente contra su homólogo ruso, nunca tomó en serio la idea de poner tropas sobre el terreno. La guerra se habría librado hasta el último ucraniano o, en el peor de los casos, hasta el último europeo.
Hay más. No sólo las predicciones de Occidente fueron erróneas, sino que las sanciones contra Rusia tuvieron una consecuencia imprevista: el fortalecimiento de la economía rusa y la consolidación del diálogo Moscú-Pekín, y por ende una aceleración hacia un mundo multipolar.
Y así, una guerra que había comenzado como un conflicto regional (la operación militar especial), fue transformada por Occidente en una guerra por el orden global. El resultado es el funeral del llamado orden internacional basado en reglas, es decir, el orden internacional liberal.
El nuevo capitán del Occidente Titanic, tras el impacto con el iceberg siberiano, escapa del barco que se hunde. Trump pide un acuerdo para evitar una victoria estratégica de Rusia, ante el colapso del frente y la afirmación de un nuevo orden multipolar dominado por los BRICS liderados por China y Rusia, que eclipsaría irreversiblemente la primacía “estadounidense”. Subirse al carro es fácil: basta con encontrar un chivo expiatorio (el “incompetente” Biden) y deshacerse de sus aliados.
De ahí el descontento de los clientes (por utilizar un término educado). No lo pueden entender y no queda claro si lloran más por la derrota o por haber perdido a su amo.
Al igual que los japoneses que permanecieron en sus puestos esperando órdenes que nunca llegarían después del final de la II Guerra Mundial, los servidores más leales de Washington continúan mostrándose fieles a la línea incluso cuando no hay línea. Kaja Kallas, la única primera ministra que tuvo el coraje de dimitir para cubrir un papel puramente cosmético como el de jefa de la diplomacia europea, prometió que permaneceremos al lado de Kiev incluso si Kiev no acepta las condiciones fijadas por el presidente Trump (es decir, ¿haremos la guerra a EEUU?).
Ursula von der Leyen, como otros dirigentes, repitió lo que parece ser la fórmula mágica del momento, es decir, obtener “la paz a través de la fuerza”. Para aquellos que no creen en la magia, esto significa simplemente que la UE debe comprar más armas a EEUU para dárselas a Kiev. Estas son las exigencias del amo, presentadas a los aliados el martes por el jefe del Pentágono Hegset en la reunión del Grupo de Ramstein: aumentar el gasto común de defensa al 5% y prepararse para enviar tropas de paz, fuera de una misión de la OTAN y sin la protección del artículo 5.
El presidente de la Comisión Europea respondió inmediatamente con un “obbedisco” [obdedezco] (perdónenme los garibaldinos que se sienten ofendidos por la comparación), anunciando la “cláusula de emergencia” que permitirá aumentar el gasto militar sin activar los procedimientos de infracción europeos.
La primera ministra italiana también intervino en la disputa entre Bruselas y Washington, según un comunicado publicado ayer por el presidente ucraniano Zelensky, para alinearse con los países europeos. Lo que está en juego es la participación en la mesa de negociaciones y, por supuesto, en el banquete de reparto del botín de guerra. Según dijo Trump, estamos hablando de 500 mil millones de dólares en tierras raras la cuales quiere (por supuesto) todas para EEUU. Los dirigentes europeos todavía esperan recibir algunas migajas, algunas concesiones.
Sin embargo, el nuevo inquilino de la Casa Blanca no parece tener intención de hacer concesiones. La línea es clara: todos los beneficios para EEUU, todas las cargas para los clientes. Como resultado, aumentará la dependencia energética y militar de la UE con respecto a Washington. Además, nuestro ahora ex amigo impondrá aranceles a nuestras exportaciones, además de atraer nuestras empresas e industrias a su territorio.
Como dijo Macron, fue una descarga eléctrica para Europa. Washington y Moscú llegaron a un acuerdo entre ellos, en silencio, sin involucrar a otros actores. ¿Y por qué lo harían? ¿Por qué deberían participar los intermediarios subordinados en las negociaciones de paz entre dos potencias que libran una guerra por poderes? ¿Desde cuándo importan los vasallos?
Parece poco probable que la delegación estadounidense plantee en la mesa de negociaciones cuestiones como la devolución de Mariúpol o las reparaciones de guerra (si no tenemos que pagarlas nosotros mismos). Más plausible es que busquen un desacoplamiento de Pekín, un aflojamiento del apoyo a Teherán o el abandono de los socios latinoamericanos, a cambio de baratijas y espejos. Es decir, la promesa de liderar conjuntamente el nuevo orden internacional que surgirá de Yalta 2, de cooperar en las rutas del Ártico y algunas portadas de Vogue o Times para Nabiullina [la economista jefa del Banco Central ruso] o algún multimillonario prooccidental. En Washington esperan que se forme otra fila kilométrica en la reapertura del McDonald's de la Plaza Roja, tras la histórica reconciliación. Y eso no quiere decir que no puedan.
En este nuevo mundo que Trump quiere construir, convirtiendo Gaza en un mega resort en la Riviera Medio Oriental y saqueando los recursos ucranianos, los europeos no tendrán otro papel que el de seguir órdenes. El jardín de flores de Borrell se transformará en el patio trasero del Imperio.
sinistrainrete.info. Traducción de Carlos X. Blanco