Netanyahu forma gobierno de racistas y fascistas en Israel
Setenta y cinco años después de que la ONU votara a favor de establecer un país para los judíos en parte de las tierras palestinas administradas por el mandato británico, Benjamín Netanyahu formará un gobierno compuesto por las fuerzas más reaccionarias del país, incluyendo el Partido Sionista Religioso de tinte fascista y racista que se convirtió en la tercera fuerza de la Knesset (Asamblea) de 120 escaños.
Es un momento histórico de la crisis del Estado sionista y su trayectoria hacia la derecha pura y dura.
El gobierno de Netanyahu estará compuesto por racistas de los partidos religiosos y ultranacionalistas comprometidos a defender el supremacismo judío e implementar medidas propias del apartheid. Sus ataques despiadados a los palestinos buscan expulsarlos tanto de las fronteras de Israel reconocidas internacionalmente como de las tierras que Israel ha estado ocupando ilegalmente desde la guerra árabe-israelí de junio de 1967, violando el derecho internacional e incontables resoluciones de la ONU.
Un candidato para altos cargos es Itamar Ben-Gvir, líder de la facción Poder Judío dentro de la coalición Sionismo Religioso. Ben-Gvir es un virulento antiárabe que hace llamados regulares a la violencia contra los palestinos, coreando “muerte a los árabes”, y que ha sido objeto de docenas de cargos por discurso de odio.
Tenía un retrato en su sala de estar del terrorista israelí-estadounidense Baruch Goldstein, quien asesinó a 29 palestinos e hirió a 125 más cuando rezaban en Hebrón en la llamada masacre de la Tumba de los Patriarcas de 1994. Nunca perdonó al primer ministro Isaac Rabin por firmar los Acuerdos de Oslo, que supuestamente creaban un mini-Estado palestino. En 1995, dos semanas antes del asesinato de Rabin, robó un ornamento del Cadillac de Rabin y declaró: “Llegamos a su coche y llegaremos a él también”.
Ben-Gvir se autoproclamó discípulo de Meir Kahane, un fascista nacido en EEUU cuyo movimiento fue prohibido en Israel y declarado una organización terrorista en EEUU.
La agenda de Sionismo Religioso incluye el dominio israelí de Cisjordania, la expulsión de Israel de los ciudadanos palestinos, a quienes califica de “desleales” y que componen el 20 por ciento de la población del país, la demolición de la mezquita de Al-Aqsa para construir un templo judío, la imposición del derecho religioso y la destrucción del sistema judicial.
El mes pasado, Yaakov Katz, editor jefe del Jerusalem Post, describió a Ben-Gvir como “la versión israelí moderna de un supremacista blanco estadounidense y un fascista europeo”. Un Gobierno que le abra las puertas, advirtió Katz, “asumirá el perfil de un Estado fascista”.
El gobierno de Biden, a pesar de sus diferencias con Netanyahu, lo felicitó por su victoria. El jueves, el embajador de EEUU en Israel, Tom Nides, llamó a Netanyahu y tuiteó poco después “Acabo de tener una buena llamada con Benjamín. Lo felicité por su victoria y le dije que espero que trabajemos juntos para mantener el vínculo inquebrantable” entre Israel y EEUU.
Los líderes de la extrema derecha europea se apresuraron a celebrar su regreso al poder. El presidente-comediante ucraniano, Volodymyr Zelensky, felicitó a Netanyahu, tuiteando que esperaba abrir “una nueva página de cooperación” con el gobierno entrante, en referencia a la negativa del gobierno anterior a enviar la tecnología de la Cúpula de Hierro de Israel y otros sistemas avanzados a Ucrania en un esfuerzo por mantener las relaciones con Rusia.
Los otros bastiones de la reacción derechista –el primer ministro húngaro Viktor Orbán, la primera ministra italiana Georgia Meloni y el primer ministro indio Narendra Modi— también se apresuraron a felicitar a Netanyahu.
El giro abierto de Israel hacia el supremacismo judío y el terrorismo fascista expone a fondo los intentos de equiparar la oposición al Estado israelí con el antisemitismo. De hecho, al adoptar un programa de limpieza étnica, basado en concepciones exclusivistas de hegemonía racial, religiosa y lingüística, e identificar este programa con el pueblo judío, la burguesía israelí lleva agua al molino del antisemitismo a nivel internacional.
Esta semana, más de 240 votantes judío-estadounidenses de Pittsburgh firmaron una carta en la que denunciaban al Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (AIPAC, por sus siglas en inglés), que está estrechamente alineado tanto con Netanyahu como con Donald Trump, por gastar decenas de millones de dólares para respaldar a más de 100 candidatos republicanos que votaron a favor de anular el resultado de las elecciones estadounidenses de 2020, incluyendo a “legisladores que han promovido la conspiración antisemita del 'Gran Reemplazo' que ayudó a inspirar el asesinato de once miembros de las tres sinagogas albergadas en el Árbol de la Vida”, en Pittsburgh.
Es una trágica ironía de la historia que el mismo tipo de nacionalismo de “raza y sangre” que fue utilizado por el fascismo alemán para exterminar a seis millones de judíos esté siendo empleado hoy por la clase dirigente israelí contra los palestinos, mientras hace el juego a aquellos que buscan una vez más avivar el odio a los “forasteros” y a los “cosmopolitas” para atacar al pueblo judío.
En el propio Israel, la intensificación de los ataques contra los palestinos irá acompañada de una arremetida mayor a los derechos sociales y democráticos de todos los trabajadores, tanto judíos como palestinos, a medida que Netanyahu reprime la disidencia política en nombre de los plutócratas de Israel.
¿Cómo se explica esto? Se debe, por supuesto, al carácter ruinoso de la oposición nominal, que es un fenómeno internacional. Netanyahu puso sacar provecho del fracaso de las fuerzas “progresistas” del “Gobierno del cambio” liderado por Bennett-Lapid para presentar cualquier alternativa que aliviara la desigualdad social, que es una de las más altas del grupo de países avanzados de la OCDE. Ese fracaso refleja su posición de clase, que antepone los intereses de los oligarcas de Israel a los de la clase trabajadora, tanto judía como palestina.
Más el giro hacia políticas abiertamente racistas tiene su origen en dos factores principales: la aguda crisis del Estado sionista y la propia lógica del sionismo.
El establecimiento de una patria para los judíos basada tanto en la limpieza étnica de los palestinos que ya vivían allí como en un Estado capitalista fue siempre una utopía reaccionaria, como explicó la Cuarta Internacional en 1947.
A medida que crece la brecha entre ricos y pobres, debido en gran medida a las propias políticas económicas necesarias para llevar a cabo dicho programa, el régimen de apartheid aumentó su dependencia de los colonos de derecha y de los fanáticos nacionalistas extremos, que proporcionaron la base para la aparición de tendencias fascistizantes dentro de Israel. Se fomentó el nacionalismo extremo para desviar el enfado cada vez mayor por la caída del nivel de vida y la desigualdad social detrás de líneas reaccionarias.
Es preocupante que una parte del pueblo judío, que históricamente ha estado ligado a movimientos progresistas y que fue víctima del peor crimen de la historia, apoye a partidos políticos que solo pueden calificarse como fascistas. Esto es producto del ambiente político tóxico de Israel, que durante mucho tiempo ha sido la cabeza de playa del imperialismo estadounidense en Oriente Próximo.
Esta perspectiva reaccionaria, sin embargo, no es apoyada universalmente. La clase obrera israelí ha buscado repetidamente una salida a este terrible conflicto y un camino hacia la paz con los palestinos. Pero esto requiere renovar la cultura socialista e internacionalista en la que los trabajadores e intelectuales judíos desempeñaron un papel tan central en una época anterior.
Palestina Libre / La Haine