No. Lo que parece sólido se desvanece
Desde la dictadura militar nunca fueron tan agónicas las elecciones. La de 2018 tal vez pueda tener alguna semejanza con 1989, cuando Collor apareció como un “tapado” de civil que entusiasmó a los “de arriba” y arrastró a muchos “de abajo”. Duró dos años, y reventó al país. Empobreció aún más a los que poco tenían. El nuevo “tapado”, ahora semi-uniformado, una especie de Trump de las cavernas, vocifera “contra el sistema” que siempre lo benefició.
Sería realmente un milagro que, en un mundo tan conmocionado, no ocurriera aquí algo semejante. Trump en los EEUU, el “brexit” en el Reino Unido, neonazismo en Alemania, Orban xenófobo en Hungría, y Matteo Salvini, ministro fascista decidiendo la política inmigratoria en Italia. En fin, es larga la lista de las aberraciones efectuadas por las derechas en el mundo. Portugal representa un pequeño contrapunto en este escenario.
En América Latina, Macri es el gran ejemplo. Hace lo que la derecha impone y sólo trajo devastación. Piñera, en Chile, resurge de las cenizas de la desertificación neoliberal. Es demasiado pronto para decir si López Obrador, en México, será algo más que un buen orador.
Esta “era de las tinieblas” ha sido la respuesta de las corporaciones financieras globales y sus gobiernos (de derecha y de “izquierda”) frente a la “era de las rebeliones” que sacudieron el mundo pos-crisis 2009.
De Grecia a España, de los Estados Unidos a Inglaterra, de Túnez a casi todo el mundo árabe, lo que parecía sólido se derretía.
Derrotadas casi todas las rebeliones, llegó el turno de que el implacable péndulo electoral regresara nuevamente hacia las derechas, en versiones más extremas. Hemos entrado en un ciclo de “contrarrevolución preventiva” que rechaza cualquier forma de conciliación, pues aspira realmente a la devastación.
En Brasil, lo aparentemente inesperado también ocurrió: la centro-derecha se desvaneció y proliferó la extrema derecha. La primera corriente, dividida entre Alckmin, Meirelles y el promovido Álvaro Días, se empequeñeció. Novedoso fue el buen desempeño del banquero Amoedo, el Joao da Moneda.
Generado el vacío, la extrema derecha soltó sus demonios también en Brasil. Salió del armario. Sus experimentos nazifascista pretéritos ya mancharon de manera indeleble la historia de la humanidad, exacerbando el odio a los judíos y a los comunistas.
En su actual versión, agregaron nuevos “valores”: tienen horror a los pobres y a los negros, adoptan la misoginia como práctica cotidiana, quieren ver a las mujeres en la cocina, se enorgullecen del feminicidio, odian a las hermosas Marielles, quieren exterminar a los “anormales” LGBTs y extirpar a las comunidades indígenas.
Sumaron nuevos trazos a su nueva esvástica, sin abandonar los anteriores. Con Pinochet, aprendieron a rimar dictadura militar con neoliberalismo.
Para impedir la victoria de ese horror en el segundo turno, es imprescindible ampliar el abanico de votantes. Incluir a los liberales que conserven algún valor humanitario; a los demócratas de centro y de izquierda, a los cristianos conservadores y a los de la teología que lucha por los pobres; a los socialdemócratas, los diversos socialistas, los distintos comunismos, los varios anarquistas y libertarios. Todos saben cómo comienza el fascismo, pero nadie se imagina hasta donde va. Las mujeres, los jóvenes, la clase trabajadora y los movimientos sociales son las víctimas de este ataque.
Todos esos votos son imprescindibles para que las elecciones desde 1989 no pasen a ser “cosa del pasado”. En la historia, nada es eterno. Pero hoy es imperioso derrotar al fascismo. Lo que sólo es posible con un voto claro por Haddad, que, hay que decirlo, significa mucho más que votar al PT.
Folha de São Paulo. Traducido por Aldo Casas para Herramienta.