Notas sobre Brasil y el mundo
Vivimos en un periodo de cambios de época en todo el mundo, como resultado de la crisis estructural del modo de producción capitalista. Esto genera inestabilidad e inseguridades y reajustes en la correlación de fuerzas de clase y en la geopolítica de países y gobiernos.
Tres son los pilares de esta inestablidad: la profunda crisis del capitalismo; cambios estructurales en el mundo del trabajo y la producción y distribución, y la disputa por la hegemonía económica, política y de ideas en el mundo entre EEUU y China.
En palabras de Marcio Porchmann, este cambio tiene tres puntos centrales. El primero es la transferencia del polo dinámico del oeste al este (que incluye a Eurasia: China, India, Rusia e Indonesia, como grandes economías y naciones de alto índice poblacional).
El segundo es la entrada en la era digital: desconectarse del plan material, que incluye el remplazo del dólar como moneda internacional por otra unidad internacional digital o internacional que ya no estaría controlada por EEUU.
El tercero es la reconfiguración del mundo laboral, entre trabajo de producción y trabajo de reproducción. Esto generará formas de organización y lucha de la clase trabajadora, y el surgimiento de un contingente de huérfanos o desheredados productivos.
China se está convirtiendo en una potencia económica, científica (tecnológica) y militar, que inaugura una nueva era civilizatoria. En ella, se busca cambiar la relación entre la humanidad y la naturaleza bajo la guía de una civilización ecológica y equilibrada, a fin de salvar el planeta. Promover el desarrollo sostenible de una manera amigable con el ambiente. Asumir los intereses de los pueblos como principal y máxima prioridad para promover la equidad y la justicia social entre todos los pueblos. Y organizar una nueva gobernanza mundial más justa y razonable, basada en la multipolaridad de todos los pueblos.
La crisis que vivimos es la del modo de producción capitalista. Su paradoja es que, cuanto mayor es el desarrollo capitalista, mayor es la crisis, porque la riqueza se concentra cada vez más en los bancos y las empresas trasnacionales, que son incapaces de producir los bienes que necesita la población. Y su explotación de la naturaleza está poniendo en riesgo la vida del planeta. Será una crisis de mediano a largo plazo: tres o cuatro décadas.
El campo popular padece la debilidad de las condiciones subjetivas (ideológicas y organizativas) de la clase obrera. Su capacidad de lucha, su proyecto y legitimidad en la sociedad, se quedan cortas ante la necesidad de enfrentar un periodo tan complejo.
Un papel fundamental en la lucha popular es la cuestión ambiental y contra el imperio estadounidense y sus empresas imperialistas.
Hoy, son los procesos electorales los que hegemonizan el proceso de cambio. Pero no debemos olvidar que nunca ha habido un cambio social sin luchas de masas.
En Brasil, las movilizaciones de junio de 2013 crearon condiciones ideológicas y un ambiente interno promovido por los medios burgueses en el país para la ofensiva de la derecha. El golpe de Estado de 2016 sumó a cinco fuerzas: los partidos burgués y anti-PT (Partido de los Trabajadores); los intereses del gran capital (nacional y extranjero); la política ultraneoliberal de privatización de los recursos naturales, privatización del Estado y los servicios públicos, reformas laborales y sociales; la aristocracia burocrática que controla el aparato estatal en favor del capital: Poder Judicial, Ministerio Público, Policía Federal; medios de comunicación burgueses y el aparato militar subordinado al imperialismo estadounidense.
La elección de Bolsonaro fue sólo una consecuencia de los movimientos de la burguesía anterior, que lo eligió para garantizar que no regrese la izquierda y el PT. Su mandato, su carácter neofascista, la corrupción de la familia y su locura revelada en la política pro-Covid, deshizo la cohesión de la unidad de la burguesía.
Avanza la perspectiva de que en 2022 haya una lucha electoral justa. La disputa electoral se polarizará entre Lula y Bolsonaro. Aunque Bolsonaro está en declive, no se puede subestimar la fuerza de la maquinaria gubernamental.
La burguesía parece dividida, porque aún no ha logrado hacer viable electoralmente la tercera vía. En ese escenario, trabaja con las siguientes alternativas: mantener a Bolsonaro hasta 2022, siempre y cuando se quede quieto y cumpla solo el programa del capital; o aceptar a Lula, pero negociar para limitar el programa de cambio.
Simultáneamente, continuará alimentando la tercera vía para ver si con su poder económico y maquinarias electorales estatales la puede hacer viable. Mientras, las instituciones del Estado buscan controlar a Bolsonaro, mantenerlo en el cabestro... pero no lo sacarán del gobierno.
En contraste, los trabajadores se mantienen a la defensiva y sus representaciones organizativas tradicionales son incapaces de movilizar a los más afectados (67 millones). Por ahora, hay una ausencia de luchas de masas que, sin embargo, pueden precipitarse durante 2022.
*Movimiento Sin Tierra, Brasil. Dirigente de la Asamblea Internacional de los Pueblos (AIP)
La Haine