Occidente y la revancha antichina
Las cuarentenas militarizadas forzosas de las megalópolis chinas son un ejemplo que se ha demostrado efectivo para bloqear la expansión del virus.
«Flujos incontrolados de afirmaciones científicamente infundadas o del todo falsas, declaraciones irresponsables de representantes políticos, medidas incomprensibles de entes locales y una información obsesivamente centrada en el coronavirus han dado lugar a una vergonzosa oleada de sinofobia en nuestro país»: palabras esclarecedoras y definitivas estas de Gianni Rufini, director de A. Internacional [Italia], que, entre otras cosas, acusa de que pueden sufrir las consecuencias los más débiles, los niños y niñas, excluidos de su derecho a la educación.
Pero quizás vale la pena añadir algo más. Porque la impresión que se saca del opinionismo-ideologismo que se difunde en la Red, en televisión, e los medios sobre la epodemia del coronavirus – quizás incluso más que el miedo mismo a una enfermedad, de todos modos, peligrosa -, es que con China ya había ganas de ajustar cuentas.
Porque los vientos antichinos soplan ya desde hace tiempo, y los anticipó la ideología del “America First” de Donald Trump, que ha hecho de China su principal enemigo estratégico en un intento de poner a China y a los chinos «en su lugar» evocando el cuento que hasta los años 80 colocaba a los chinos entre los «feos, sucios y malos» de la Historia, con esta manía sesentayochista suya de otro modelo de desarrollo.
Y luego con la pretensión de querer competir con el capitalismo que, a finales de los años 60, con la Revolución Cultural, todavía rechazaban. Allí desde hace tiempo derrotaron esas “manías” alternativas tachando de «bandidos» a quienes desde hace tiempo luchaban por otro modelo de desarrollo; también allí comenzó una “larga marcha” en sentido contrario al del acontecimiento maoísta de los años 30.
Venció, con gran aplauso de Occidente, la «línea capitalista»: abolición de las 60.000 comunas populares, quiebra de la distribución igualitaria del trabajo en el campo, industrialización forzada en zonas especiales hiper-capitalistas, privatización de amplios sectores de las empresas del Estado, desmantelamiento del Estado Igualitario. Todo bajo la guía de un centralizado Partido Comunista.
Pero, y aquí está la cuestión, a partir del '89 (con la revuelta de Tian An Men, una protesta estudiantil con el objetivo de una democracia a la norteamericana) cambia la percepción occidental de China: es antidemocrática, pero cada vez más el nuevo mercado más grande del mundo en importación-exportación. La tendencia es a tal punto así que en quince años China se convierte, de hecho, en el único país que verdaderamente crece del mundo [a pesar que que no hay una "democracia" al estilo occidental], con un crecimiento del PIB con picos del 7-8% y reinversión de capitales, impensable en Occidente, con una capacidad productiva que la transformará en la fabrica del mundo entero.
En ese momento, los chinos pasaron de ser «feos, sucios y malos» a convertirse en salvadores; muchas multinacionales resuelven su crisis gracias al mercado chino, que era capaz, en este intercambio, de vendernos también “know-how” [ahora es la principal desarrolladora de “know-how”].
Y finalmente, con el histórico ingreso en la OMC el 11 diciembre de 2001, Pekín se convierte en fuerza motriz de la economía mundial. Pero no es suficiente, porque al precipitarse la crisis del capitalismo financiero occidental de 2008-2009, Pekín corre en auxilio del desastre deudor de Occidente con sus masivas inversiones y con sus propias reservas monetarias, hasta convertirse en mega-polo productivo ecológico para responder también a la devastación interna provocada por el hiperproductivismo llevado a cabo a imitación del desarrollo destructivo del capitalismo occidental.
En suma, los chinos se vuelven peligrosamente necesarios y mejores que nosotros. Hasta el punto de que, llegado al poder en los EEUU el “psycho-populista” Trump, comienza la era del “America First” con la guerra de aranceles contra el competidor estratégico representado por China: se pone en marcha así la ideología de la «revancha» antichina.
Ahora el coronavirus parece poner todo esto en cuestión. De hecho, es como una suerte de «auto-arancel» que China se inflige inconscientemente a sí misma, con efectos que palidecen comparados con los dictados de Trump. Están en cuestión las realizaciones chinas (del crecimiento del PIB al comercio mundial); el coronavirus socava asimismo la dirección del Partido Comunista con Xi Jinping, que ahora deberá profundizar en la cuestión histórica de atraso-desarrollo que la epidemia vuelve a poner de relieve, así como, de algún modo, deberá mejorar la idea hasta ahora seguida de una Gran NEP, una fase intermedia de capitalismo controlado para sentar las bases del socialismo chino moderno, de acuerdo con los dictados de Deng Xiaoping.
La epidemia está poniendo a prueba además el autoritarismo democrático de Pekín, también en el dominio del centro sobre las ciudades (tan inmensas y habitadas, como Wuhan, como para ser de hecho estados). Sin embargo, va de suyo que las cuarentenas militarizadas forzosas de las megalópolis chinas – un ejemplo que se ha demostrado efectivo para bloqear la expansión del virus – solo podían llevarse a cabo en «esta» China.
Justo igual que en Occidente. Porque en la falta de información entre autoridades locales y gobierno central chino podemos leer la misma dinámica occidental entre ciudades, regiones y ejecutivos nacionales (a causa de terremotos, crisis de refugiados, clima, medio ambiente), mezcla de abdicación de responsabilidades, desinformación y minimalismo en las medidas que estamos acostumbrados a ver, más que un conflicto estratégico centro-periferia que, con todo, ya ha estallado en China [aunque la reacción del Gobierno chino haya sido mucho mejor y más rápida que la que nos tenen acostumbrados nuestros gobierno; por ejemplo, en el caso de la construcción de nuevos hospitales de 3.000 camas en una semana]].
Y explota así entonces en Occidente la ideología de la revancha: los chinos se vuelven «feos, sucios y malos». Y parlotean todos los ideólogos-opinadores que hasta ahora guardaban silencio sobre el crecimiento de la economía china y sobre la «Ruta de la Seda» – que corre ahora el riesgo de convertirse en “Ruta del virus” – aunque en realidad siga siendo, sin embargo, la única propuesta de desarrollo internacional que (conscientes de que el imperialismo se hace también con el precio del azúcar y no sólo con las cañoneras) excluye el recurso al uso de la fuerza y a la guerra a los que, por contra, nos ha acostumbrado la práctica occidental.
Por nuestra parte, todavía convencidos de que las formas de rescate de este pueblo nos tocan de cerca, seguimos siendo, es verdad que muy críticamente, filochinos.
il manifesto. Traducción: Lucas Antón para sinpermiso. Extractado por La Haine.