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Mundo :: 05/05/2023

Otto René Castillo, poesía y revolución (I)

Pablo Solana
El 23 de marzo se cumplió un nuevo aniversario del crimen del poeta guatemalteco Otto René Castillo, torturado y asesinado por el ejército de su país en 1967

Promotor junto a Roque Dalton de un quiebre literario que en los años sesenta se irradió hacia toda Centroamérica, su poesía y su compromiso revolucionario se mantienen injustamente olvidados.

El poeta que convocó a su patria a andar y dio la vida para que suceda

Sea cual sea su calidad, su nivel,
su finura, su capacidad creadora,
el poeta para la burguesía solo puede ser:
SIRVIENTE,
PAYASO
o ENEMIGO.

Roque Dalton

Pasó más de un cuarto de siglo desde que las guerrillas guatemaltecas se reconvirtieron a la política legal por medio de la firma de los acuerdos de paz de 1996. Sin embargo, el bagaje histórico y cultural que acompañó a la insurgencia armada sigue en gran medida oculto.

La obra poética de Otto René Castillo es víctima de ese reparo residual ante todo lo que huela a compromiso militante y revolución. Si en su país los intentos por rescatar su obra fueron tímidos, en el resto de América Latina fueron prácticamente nulos.

En esta serie de tres notas nos proponemos aportar a revertir esa injusticia. Esta primera entrega recoge los aspectos centrales de su biografía personal, política y poética. En una segunda parte abordaremos la relación íntima, fundamental, que Otto mantuvo con su amigo, colega y camarada Roque Dalton. En la tercera, reconstruiremos su paso por la guerrilla de la mano del testimonio del comandante Pablo Monsanto, el único sobreviviente del grupo de las Fuerzas Armadas Rebeldes que fue emboscado cuando detuvieron a Otto René y después le dieron muerte de manera brutal. Con él dialogamos en Ciudad de Guatemala una tarde de 2018 y mantuvimos una entrevista inédita hasta hoy.

Un día,
los intelectuales
apolíticos
de mi país
serán interrogados
por el hombre
sencillo
de nuestro pueblo.
Se les preguntará,
sobre lo que hicieron
cuando
la patria se apagaba
lentamente,
como una hoguera dulce,
pequeña y sola.

Otto René Castillo

De historia y pueblo

Otto Castillo nació el 25 de abril de 1934 en Quetzaltenango, una de las ciudades más importantes de Guatemala, a unos 200 kilómetros al noreste de la capital del país (aunque en la mayoría de las reseñas biográficas se señala como año de nacimiento 1936, su familia confirma que esta es la fecha correcta). Así fue bautizado y así se lo conoció hasta su juventud: Otto Castillo, sin segundo nombre; solo con los años él elegirá adosarse el René. Lo parió Juana de Dios Castillo Mérida. Su padre, Reginaldo Cabrera Ordoñez, no se hizo cargo de su crianza. Otto fue el más chico de cinco hijos: compartió hogar con sus hermanas Zoila y Haydée y sus hermanos Jorge y José.

El abuelo de la familia, padre de su madre, fue Juan de Dios Castillo y Castillo, miembro de la Corte Suprema de Justicia, congresista y profesor universitario. El hombre garantizó un buen pasar económico al grupo familiar hasta 1935, cuando murió. Sin el sustento del patriarca, el nivel de vida de la familia desmejoró. «Nos acomodamos mi madre y los cinco hermanos en una sola habitación. Mi madre y Zoila trabajaron bordando sombreros de palma. Jorge y yo empezamos a trabajar para llevar dinero a la casa. Fuimos vendedores de golosinas en el cine Roma de Quetzaltenango», cuenta José. En 1941 se mudaron a la capital. Zoila recuerda que Otto era «disciplinado y responsable; desde niño se caracterizó como un excelente estudiante».

Primavera en el país de la eterna tiranía

«Nuestra familia tuvo siempre militancia política antidictatorial», cuenta Zoila. Otto tenía 10 años cuando las protestas populares derivaron en una rebelión contra la dictadura del general Jorge Ubico que llevaba 14 años en el poder. De las movilizaciones «participaron hermanos de nuestra madre y dos de nuestros hermanos, que para ese entonces eran menores de edad», agrega. Durante la década democrática que siguió a aquella revuelta sus dos hermanos y sus dos hermanas mayores trabajaron para el nuevo gobierno en «puestos de regular importancia, en la ampliación de reformas sociales». Un año después asumió la presidencia el profesor Juan José Arévalo. Era la primera vez en la historia de Guatemala que había algo parecido a un gobierno popular. Después de Arévalo, en 1951 fue electo Jacobo Árbenz, otro nacionalista que siguió los pasos de su antecesor y se animó a un poco más.

Durante casi una década el pueblo vivió una inédita «primavera en el país de la eterna tiranía», como definió el escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón (parafraseando a Alexander Von Humboldt, quien había dicho de Cuernavaca, México, que era la «ciudad de la eterna primavera»). Pero el 27 de junio de 1954 se acabó el buen tiempo. Árbenz fue forzado a renunciar en nombre del anticomunismo agitado por los EEUU y de los intereses de la United Fruit Company, la bananera que la CIA usaba como cobertura en la región.

América Latina volvía a agitarse. Los movimientos campesinos, obreros y populares pujaban por sacarse de encima a las clases oligárquicas en el poder. El fin de la Segunda Guerra Mundial y la crisis de las potencias hegemónicas habían alentado la rebeldía de los países oprimidos.

La figura de Jacobo Árbenz se emparenta con las de otros líderes que buscaron dar cuenta de esos procesos sociales, como Juan Domingo Perón en Argentina (apresado en 1945, lo que originó la rebelión popular del 17 de octubre); Jorge Eliécer Gaitán en Colombia (asesinado en 1948, tras lo que se desencadenó El Bogotazo), Getulio Vargas en Brasil (electo por segunda vez presidente en 1950); Víctor Paz Estenssoro en Bolivia (iniciaría en 1952 su Revolución Nacional).

Pero las limitaciones de esos procesos nacionalistas llevarán a la juventud a orientar la lucha de manera más radical. Por esos días andaba por la capital guatemalteca un joven argentino algunos años mayor que Otto, a quien todavía llamaban Ernesto. En su recorrida por América Latina se había interesado cada vez más por la política. En Guatemala lo desilusionó la falta de resistencia al golpe. «Árbenz no supo estar a la altura de las circunstancias, los militares [que lo apoyan] se cagaron en las patas», escribió en una carta a su familia.

Las vías alternativas de lucha ante esa desilusión generacional se catalizarán años después, en 1959 en Cuba, con el triunfo de la Revolución.

¿Has oído que estúpidamente te digan: / ¡comunista!, porque eres diferente / al rebaño que deifica al déspota?

Ser de izquierda en aquellos tiempos en Centroamérica era, básicamente, apoyar al Partido Comunista o directamente militar en él. En Guatemala, tras años de persecución, el PC había pasado a llamarse Partido Guatemalteco del Trabajo, PGT.

Al momento del golpe contra Árbenz, Otto era uno de los activistas juveniles más destacados de su generación. En 1953 había sido electo presidente de la Asociación de Estudiantes de Post-primaria y con 18 años había publicado su primer poema, «Canción de amor para tu flor de sueños», en la revista guatemalteca La Hora Dominical. En ese tiempo compone una serie de poemas que giran en torno a una concepción romántica del amor. Basta mencionar algunos títulos que después fueron reunidos en el volumen El sabor de la sal: «Acontece así, enamorados», «Amemos este invierno», «Cuando te alejas», «Por ti», «Tienes miedo al amor», «Todo ternura», «Comienzas a ser mi lejanía».

En ese mismo año se graduó de bachiller y se unió a la agrupación Alianza de la Juventud Democrática, orientada por el PGT. Desde allí impulsó el autogobierno estudiantil que logró cierto reconocimiento durante la presidencia de Árbenz. Su encuadramiento militante se dio en la Juventud Patriótica del Trabajo (JPT), el brazo juvenil del PGT. Tras el derrocamiento del gobierno nacionalista volvieron los tiempos de confrontación y persecución.

Otto creía que para ser un verdadero revolucionario no alcanzaba con su compromiso individual, que debía militar en un proyecto colectivo, de manera organizada.

Pero el PGT, tras haber tenido unos pocos cuadros en el gobierno de Árbenz y como resultado del anticomunismo exacerbado de los golpistas, debió reorganizarse en la clandestinidad.

Exilio

Muchos dirigentes e intelectuales se vieron forzados al exilio. Otto decidió irse a El Salvador. Transitó el cambio de país con un cambio sutil de identidad: cuenta su hermana Haydée que fue a partir de ese año que comenzó a agregar a su firma René, en busca de un nombre «artístico» a la hora de firmar sus poemas.

En 1954 otro joven poeta, el salvadoreño Roque Dalton, se encontraba de regreso en San Salvador tras un año de estudios en Chile. Se conocieron en la Universidad. Roque contará que Otto era «extrovertido, vital, de personalidad fuerte y simpática. Su afán de vivir intensa y apasionadamente la vida le cobró su precio. Sus camaradas jóvenes le aceptaron siempre, en su rica totalidad humana, necesariamente contradictoria con el medio». Dalton escribió sobre él después de enterarse de su asesinato, por eso la intención de «salvarlo del riesgo, que puede propiciarle su muerte admirable, de pasar a la historia como un santón, como uno de esos personajes planos a que nos tiene acostumbrados el apologismo póstumo».

El vínculo entre ambos poetas fue tan intenso, fructífero y determinante que dedicaremos una próxima entrega a abordar de manera plena esa relación.

Durante esos años en El Salvador, Castillo desarrolló su militancia en los medios intelectuales y los grupos de la resistencia que el PGT mantenía en ese país. Algunos militares nacionalistas guatemaltecos exiliados se sumaron a los jóvenes universitarios y crearon un programa radial llamado Radioprensa, que llegó a ser muy escuchado.

«Fundaron una tradición de prensa hablada que no existía hasta entonces en El Salvador», cuenta el escritor Manlio Argueta, quien compartió aquellos tiempos de militancia y juventud [hoy es columnista de un periódico de derecha]. En ese programa de radio trabajaron Dalton y Castillo. Después Otto René fue redactor en La Prensa Gráfica, en donde publicó artículos críticos que le dieron notoriedad y provocaron su despido al poco tiempo. «Nos pusimos de moda, como quien dice, porque estábamos planteando un problema social y político por primera vez en El Salvador. Sólo Otto militaba en el PC. Él fue el que sacó a Roque de su educación jesuita», completa Manlio. Además de los trabajos periodísticos, Otto trabajó en obras de construcción como pintor, fue cuidador de automóviles y vendedor de libros.

Cuenta el coronel Carlos Paz Tejada, un militar alineado con el gobierno nacionalista de Árbenz que se encontraba en el exilio al igual que Otto, que fue el joven poeta quien primero lo buscó para planificar el regreso: «Me fue a decir que yo tenía que encabezar la lucha (…) entramos clandestinamente a Guatemala Otto René Castillo y yo. Veníamos de tener reuniones conspirativas contra el gobierno dictatorial». Hasta que la resistencia logró imponerse, Otto cruzó la frontera entre Guatemala y El Salvador de manera clandestina en más de una oportunidad.

A la vez, durante ese tiempo Castillo siguió profundizando su vocación poética. Fue una figura destacada del Círculo Literario Universitario que ayudó a fundar. En ese período leyó y difundió a Miguel Hernández, César Vallejo y el turco Nazim Hikmet. Su propia poesía comenzó a tener otra densidad. Aún influenciado por el estilo lírico nerudiano, comienza a madurar su propia identidad poética, como puede verse en estos versos del poema «Exilio»:

Tú, mercader de mi país,
escucha:
¿Has oído caminar a la patria
más allá de tu sangre?
¿Te has despertado alguna vez
llorando por su pulso sonoro?
¿Has oído, algún día de invierno,
sentado en un café de país lejano,
que platiquen los hombres de su lucha?
¿Has visto el exiliado moribundo,
tirado en un cartucho sucio, acostado
sobre una cama construida de cajones,
preguntar por la vaga estatura
de sus hijos ausentes de su amor?
¿Has oído penar a la risa? ¿Has
llorado alguna vez sobre el vientre
altísimo de nuestra patria? ¿Has
oído que estúpidamente te digan:
¡comunista!, porque eres diferente
al rebaño que deifica al déspota?

Su consolidación poética tiene otro punto de referencia: el poemario escrito a cuatro manos con su amigo Roque Dalton titulado Dos puños por la tierra. Abordaremos la importancia que tuvo ese trabajo en el ambiente literario de la época en la próxima nota de esta serie.

Por aquellos años Otto y sus camaradas solían frecuentar las tertulias celebradas en El Rancho del Artista, ubicado en las afueras de San Salvador. El lugar, una construcción rústica con espacio para diversas actividades, se había convertido en uno de los centros más importantes para las vanguardias artísticas y la bohemia. Estaba a cargo de la poetisa hondureña Clementina Suárez, quien daba lugar a exposiciones, lecturas de versos, conferencias y conciertos. Por entonces «surgieron los grandes amores efímeros y las trágicas pasiones que repetirían hasta el cansancio “Los versos del Capitán”», contará Dalton años después. Sin embargo, una visión menos romántica transmitirá Otto René a sus compañeros guatemaltecos: «[las jornadas literarias] terminaban cuando la anfitriona (…) los echaba “barranca abajo” de la casa», les dirá.

Roberto Cruz conoció a Otto por aquellos años; luego estuvieron juntos en Guatemala, en la Facultad de Derecho, donde fueron compañeros, y posteriormente en Alemania.

«Cuando lo conocí trabajaba en un radioperiódico y ya había ganado el Premio Centroamericano de Poesía de la Universidad de El Salvador. Otto era entonces un joven delgado, moreno, de mirada profunda, lleno de dinamismo y entusiasmo. La nostalgia por la patria no le había hecho perder la alegría. Más que su éxito como poeta me impresionó su decisión de impulsar con toda su pasión el proceso revolucionario del pueblo de Guatemala.»

La poesía en Centroamérica, un arma de liberación

Durante la segunda mitad del siglo XX, en Centroamérica, la lucha revolucionaria y la poesía fueron de la mano. Persecuciones y matanzas cometidas contra comunidades enteras impiden abordar ese momento histórico de forma liviana; sin embargo, aquellas apuestas por revolucionarlo todo —el poder, las relaciones de propiedad, el arte, la cultura— merecen ser reivindicadas, también, desde la dimensión poética que acompañó cada intento insurgente.

Aportaron a ello, en El Salvador, Roque Dalton, pero también Roberto Armijo, Manlio Argueta o Claribel Alegría, por mencionar algunas de las figuras destacadas de la Generación Comprometida. En Nicaragua, Ernesto Cardenal, Leonel Rugama o Gioconda Belli; en Guatemala, los ya por entonces famosos Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón, además, por supuesto, de Otto René Castillo.

En aquel contexto los poetas eran figuras socialmente reconocidas. «No existían partidos políticos: el partido único era el de los militares. Por lo tanto, los poetas desempeñaron una labor de crítica social. En un país donde no había espacio para la divergencia política, esto ocupaba la atención de los diarios, pero también de la policía», explica el escritor salvadoreño Luis Alvarenga. Se refiere a la década de 1950 en su país, pero refleja la situación de toda la región.

Alvarenga dice además que las vidas de Roque Dalton u Otto René Castillo dan cuenta de otra función del poeta en América Latina: «Se ha dicho que los pueblos de lengua española tienen, a falta de una filosofía —según los cánones occidentales—, a la literatura como un modo de llegar a dar esa vista filosófica de la realidad».

La integración de poesía, historia, identidad nacional y sentido universal que expresan las obras de estas generaciones da cuenta de ese fenómeno que excede lo meramente artístico o literario. Lo que en otras sociedades podría haber sido motivo de prestigio, en la Centroamérica surcada por tamañas injusticias fue motivo de persecución.

En aquellos años de Guerra Fría había un ensañamiento especial con quienes se convertían en voceros de las ideas críticas. Relata el poeta rumano-francés Tristán Tzara en la presentación de un libro del turco Nazim Hikmet, quien había pasado 12 años preso: «Está de más preguntarse de dónde proviene este encarnizamiento de los reaccionarios por querer suprimir a los poetas: ¿no es esta la mejor prueba de la eficacia de sus escritos, cuando, bajo la presión de los acontecimientos, la poesía se vuelve un arma de liberación?».

Ahora quiero caminar contigo

Casi cuatro años después de haber iniciado su primer exilio, en diciembre de 1957, Otto René regresa a Guatemala. Se habían relajado las condiciones represivas, el nuevo gobierno había permitido que los exiliados volvieran al país. Con 23 años, un pasado de activista y poemas publicados, ya era reconocido entre los círculos políticos y literarios. En 1956 había ganado el Premio Autonomía patrocinado por la Asociación de Estudiantes Universitarios por su poema «Pequeño canto a la patria» (recuperado en su versión original en la edición de Vamos patria a caminar del año 2015, F&G Editores, Guatemala). En Budapest, Hungría, donde había enviado algunos de sus trabajos por intermedio de los contactos del PGT, también ganó en 1957 el Premio Internacional de Poesía.

Pequeña patria mía, dulce tormenta,
un litoral de amor eleva mis pupilas
y la garganta se me llena de silvestre alegría
cuando digo patria, obrero y golondrina;
es que tengo dos años de amanecer agonizando
y acostarme cadáver sobre tu nombre inmenso,
flotante sobre todos los alientos libertarios,
Guatemala, diciendo patria mía, pequeña campesina.

Durante 1958 y 1959 estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de San Carlos de Guatemala, uno de los pocos ámbitos donde la dictadura no había podido aniquilar la resistencia. Se sumó a la revista Lanzas y Letras, un proyecto nacido en mayo de 1958 que contó con el aval de la Asociación Estudiantil universitaria. La revista «muy pronto sobrepasó los límites que sus fundadores se habían planteado. Concebida originalmente como órgano cultural estudiantil, sus páginas fueron de inmediato invadidas por todas las voces del presente nacional y mundial. La labor de esta publicación fue importantísima en esa etapa y trascendió hasta los países vecinos de América Central», según rememoró Roque Dalton años después. Otto tomó esa tarea como parte de su compromiso militante. El Partido estaba en un proceso de reorganización y tejer relaciones en distintos ámbitos resultaba fundamental.

Pero la militancia no le daba de comer. Comenzó a trabajar en una empresa de aparatos eléctricos, al tiempo que terminaba su tesis de grado titulada «El poeta ante los problemas de la humanidad. Responsabilidad de los poetas guatemaltecos».

El documento incluye los capítulos «La historia humana y la función de la poesía», «El poeta como conducta moral», «El poeta y su pueblo: un mismo corazón», «Regionalismo o universalidad: dos caminos frente al poeta» y, por último, «Responsabilidad de los poetas guatemaltecos». La presentación de la tesis demarca el objetivo del trabajo: indagar sobre «la enorme importancia que tienen para todo poeta viviente los problemas que aquejan a la humanidad, es decir, al hombre de nuestro tiempo, quien, dicho sea de paso, se encuentra situado en uno de los momentos más dramáticos de su existencia». En esas páginas se condensa la concepción del mundo, del arte y de la militancia, que sostuvo con coherencia hasta el momento de su muerte.

El trabajo no se publicó como libro, pero le sirvió para ganar en 1958 otro premio, esta vez al mejor estudiante. Con ello tramitó, por medio del Partido, una beca para continuar sus estudios de Letras en la Universidad Karl Marx de Leipzig, en la República Democrática Alemana.

Todo se orienta a la canción / en esta parte de Alemania

En 1959 llegó a Leipzig, donde destinó los primeros meses a estudiar alemán. Apenas logró manejarse con el idioma inició sus estudios de literatura alemana (germanística) en la Universidad Karl Marx. Conoció a Bárbara Wenzig, con quien se casó y tuvo dos hijos: Tecún y Patrice Sandino. Su amigo Roberto Cruz, que compartió algún tiempo con él allá, recuerda que «vivían con los padres de ella, gente muy trabajadora, culta y cariñosa, que acogió con gran hospitalidad a la media docena de guatemaltecos que estudiábamos en Alemania. La familia entera quería y admiraba a Otto fuera de todo límite».

Mientras tanto,

en Guatemala, el PGT seguía siendo perseguido. En mayo de 1960 debió realizar su III Congreso de manera clandestina. El evento graficó la realidad del partido en el que militaba Otto René: el 53 % de los asistentes fueron obreros y campesinos; el 47 % había pasado por la cárcel por motivos políticos y el 6 % había sido torturado por comunista.

El relevamiento, realizado por el dirigente sindical Víctor Manuel, mostraba una representación obrera loable para un partido de izquierda clandestino. Además de la Federación Sindical Fasgua, el PGT incidía en diversas ligas campesinas, el Frente Unido del Estudiantado Guatemalteco (Fuego) y la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU). En ese congreso el partido definió la validez de «todas las formas de lucha», resolución que comenzó a hacerse práctica en 1962.

Otto René seguía los acontecimientos desde la lejana Alemania comunista. La distancia, sin embargo, no le impedía explorar vías de aproximación a la realidad y la lucha de su país. En enero de 1962 decidió dejar los estudios e integrarse a la brigada de cineastas que dirigía el director holandés Joris Ivens, quien se proponía documentar las insurgencias latinoamericanas desde adentro. Para ello, el entrenamiento del grupo constaba de formación cinematográfica pero también militar. De hecho, cuando es detenido tres años después, se aprestaba a subir a la montaña para hacer un reportaje cinematográfico sobre sus camaradas en armas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, FAR.

Pequeña Patria, dulce tormenta

Ya de regreso en su país, durante un breve período del año 1964 dirigió el Teatro de la Municipalidad de Guatemala. Dio clases de alemán, fue editor de un periódico universitario, tradujo al español la obra de Bertolt Brecht Los Fusiles de la Señora Carrar y escribió apuntes sobre el teatro épico del dramaturgo alemán, que se convirtió en una nueva influencia en su poesía.

El 2 de marzo de 1965, fue detenido cuando estaba preparando la incursión a la guerrilla para filmar un documental sobre las FAR. El tiempo que pasó preso lo dedicó a corregir varios originales de sus poesías, que serían recogidas en el poemario Vámonos patria a caminar, reeditado póstumamente en México, en 1968, un año después de su muerte, con un prólogo del líder guerrillero guatemalteco César Montes.

Sobre esa detención, cuenta su hermana Zoila:

«La policía judicial allanó nuestra casa una noche como a las nueve o nueve y media para hacer un cateo. En ese preciso momento llegó Otto. En el dormitorio de Otto René encontraron unas botas de Cobán y una caja de papeles sin importancia, pero se lo llevaron detenido a la cárcel. Otto René estuvo preso 30 días. La ley establecía que a los 30 días el detenido debe ser consignado a los Tribunales. A Otto no pudieron levantarle cargos por lo que fue dejado en libertad. Sin embargo, la Judicial dispuso deportarlo a México cubriendo nosotros sus familiares los gastos del viaje. Otto René salió de la cárcel al avión que lo condujo a México.»

Una vez en México logró ser designado representante de la izquierda guatemalteca en el Comité Organizador del Festival Mundial de la Juventud que estaba previsto se realizaría en Argelia. Aunque el festival no se concretó por el golpe de Estado que derrocó al líder independentista Ahmed Ben Bella en junio de 1965, la responsabilidad que tenía Otto le permitió viajar. Estuvo en Argelia cuando fue el golpe y pasó por Austria, Hungría y Chipre. Finalmente viajó a Cuba, donde permaneció algún tiempo.

Su paso por La Habana fue fundamental. Allí Otto se vio con Luis Turcios Lima, el experimentado militar rebelde guatemalteco con quien cuadró su participación en la lucha armada de su país. También allí se encontró con Nora Paiz, con quien regresaría a Guatemala y sería su compañera en la guerrilla.

A ese último tramo de su vida dedicaremos la tercera parte de esta serie.

«Vamos patria a caminar», el poema por el que más se lo conoció, fue el que sus verdugos le enrostraron a la hora torturarlo y asesinarlo:

Vamos patria a caminar, yo te acompaño,
yo bajaré los abismos que me digas,
yo beberé tus cálices amargos,
yo me quedaré ciego para que tengas ojos,
yo me quedaré sin voz para que tú cantes,
yo he de morir para que tú no mueras,
para que emerja un rostro flameando al horizonte
de cada flor que nazca de mis huesos.
Tiene que ser así, indiscutiblemente.
Ya me cansé de llevar tus lágrimas conmigo
y ahora quiero caminar contigo, relampagueante,
acompañarte en tu jornada, porque soy un hombre
del pueblo, nacido en octubre para la faz del mundo.
Patria,
los generales acostumbran orinar tus muros
pero nosotros vamos a lavarte con rocío,
por ello pido que caminemos juntos, siempre
con los campesinos agrarios
con los obreros sindicales;
¡con el que tenga un corazón para quererte!
Vamos patria a caminar, yo te acompaño,
naveguemos el siglo veinte sin negarlo,
yo te doy mi brazo impersonal, mi corazón manzana,
mi frente que crece sobre la faz del trigo.
Alguien dará la mano abismo del albañil aéreo
y el pie cuadrado del arcilloso peón,
el pecho mineral del hombre de las minas
y el grito final del ferroviario muerto,
alguien será la cordillera popular que se levante
para revisar la historia del hombre sin dolor
que llena de dolor la vida de los hombres.
Vamos patria a caminar, yo te acompaño.

* Editor de La Fogata Editorial de Colombia e integrante del equipo de la revista Lanzas y Letras

 

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