Palestina: Entender la historia
Reproducimos a continuación tres artículos de su autoría publicados por el diario Granma.
¿Cuántas Ana Frank han muerto en Palestina?
Ana Frank estuvo escondida del terror fascista, en Amsterdam, desde 1942 hasta el 4 de agosto de 1944. Su diario es quizá el diario más famoso del mundo moderno. En la mañana del 4 de agosto de 1944, Ana fue detenida por la potencia ocupante. Por estar escondidos fueron considerados criminales y eventualmente enviados a Auschwitz. Ana Frank era judía.
Ana murió probablemente en marzo de 1945, no se sabe a ciencia cierta. Tampoco se sabe la causa real de su muerte, se cree que fue de frío; quisiera poder decir que murió de amor. Pero no fue el caso. A pesar del horror, Ana, a esa edad de 16 años con la que murió, no le faltaba amor. "Quiero ser útil o traer la alegría a todas las personas, incluso aquellos que nunca he conocido. Quiero seguir viviendo aún después de mi muerte", escribió el miércoles 5 de agosto de 1944.
En diciembre de 2022, un adolescente de 16 años, Al-Rimawi, murió asesinado de dos disparos por la espalda, en Palestina. El primero le salió por el pecho, el segundo por el abdomen. Según el ejército de la potencia ocupante, los soldados dispararon contra unos «sospechosos» de tirar piedras y hacer pintadas en un auto. El domingo que le siguió, Jana Zakarneh, de 16 años, fue asesinada por militares israelitas en Cisjordania. Jana y su familia estaban escondidos en su casa en medio de una incursión del ejército israelita que disparaba contra los techos de los edificios. En algún momento, nos cuenta el tío, Jana fue al techo a ver si algún familiar había sido herido. Allí la encontraron asesinada, a la misma edad en que murió Ana Frank. Según su tío, la adolescente recibió cuatro disparos, dos en el rostro, uno en un hombro y un cuarto en el cuello. Según el Ministro de Defensa de la potencia ocupante, todo fue un accidente «si de veras no estaba involucrada en terrorismo». Es decir, como Ana años atrás, quizá esconderse del terror te hace criminal.
En noviembre de 1940, los nazis establecen el gueto de Varsovia. El hacinamiento era tal, que en promedio había 9,2 personas por habitación. Apenas se lograba sobrevivir ante la escasez de agua y alimentos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, los judíos vivían en los distritos comerciales de Varsovia. Los invasores nazis bombardearon con saña los barrios de la ciudad que albergaban judíos, los muertos se calculan en 30 000.
Después de la ocupación, los judíos fueron confinados a la fuerza en guetos. El de Varsovia fue el más grande. El gueto estaba rodeado de muros y cercas alambradas. Quien saliera del lugar sin autorización era disparado en el acto. Con la pretensión de eliminar por hambre a los residentes del lugar, los nazis redujeron los alimentos que ingresaban al gueto. Se hacían rondas de detenciones y los atrapados eran conducidos a campos de concentración donde eran asesinados.
El 18 de enero de 1943, los judíos del gueto se levantaron en armas. Los judíos habían logrado entrar armas en pequeñas partidas dentro del lugar, y se habían preparado para la resistencia. Los insurgentes lograron controlar el lugar y armaron barricadas. El 19 de abril, tres meses después de la heroica resistencia, vino el asalto final de las tropas fascistas. En un mes asesinaron a 13 000 judíos, cerca de la mitad quemados vivos. Sabiendo imposible la victoria, los judíos lucharon hasta la muerte. No pidieron tregua. Fueron héroes para su pueblo.
Dicen los sionistas que no entienden por qué los palestinos se levantan en armas, y que su insurgencia es terrorismo. Que lean su propia historia. Donde dice Ana pongan Jana. Donde dice judíos pongan palestinos, donde dice Varsovia pongan Gaza y donde dice nazis pongan sionistas. Quizás entonces entiendan.
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Los feos, los malos, los lindos y los buenos
Los palestinos son feos, eso quieren que creamos los medios hegemónicos. Las fotos que nos ponen son de personas de tez cobriza, casi todas las imágenes de gente mostrando dolor, pero sentadas sobre bultos, entre escombros, apiladas, sin afeitar, sin peinarse, sin bañarse. Medio incivilizados estos palestinos, quieren que pensemos.
Sus muertos aparecen cubiertos de telas, no les vemos los rostros, ni la sangre. En cambio, cuando se trata de los israelitas es otra cosa. Con caras de dolor, pero peinados, limpios, en entornos asépticos, con piel mucho más blanca estos israelitas. Incluso veo la foto en close up de una mujer que nos dice que está secuestrada por Hamás. Joven, rubia, de ojos azules, con un piercing plateado en la nariz, labios gruesos sugerentes y pintados, tez tersa. Casi perfecta, de acuerdo con el canon occidental.
Que conste que no es el peor medio hegemónico. Se atreve a decirnos, en un mar de noticias sesgadas a favor del invasor, ocupante por décadas, y genocida, alguna que otra noticia sobre que sus acciones causan muertes de civiles e inocentes. En tal caso, la idea que se avanza es equiparar al ocupante con los ocupados. Dibujar como simétrico un conflicto en el que la parte invasora tiene el apoyo militar unánime de la OTAN.
Se estima que han muerto 4 200 personas; los palestinos el doble de los israelitas. La aviación sionista sigue bombardeando la Franja de Gaza, a la que ha reducido a escombros. Se considera que el lugar tiene la mayor densidad de población del mundo. Me viene a la mente Guernica, Lídice. Pero dice la embajadora de Israel en Londres, Tzipi Hotovely, que no hay una crisis humanitaria en la Franja de Gaza, solo una operación militar.
Pero tampoco desesperemos. El mismo medio hegemónico nos anuncia, casi para compensarnos de tanto horror con nombre y apellido, cuáles son los lugares más «suaves» del paneta. Esos barrios más «divertidos, interesantes, en moda». ¡Qué sabroso es todo en esos barrios! También hay fotos de esos lugares de gente linda pasándola «rico», para que todos las veamos.
Hay medios peores. El más popular de derecha en los EE. UU. nos pone en primera plana la imagen de un líder de Hamás con un titular que dice «hombre muerto caminando». La frase viene, históricamente, de cómo se anunciaba, en la prisión, el paseo del reo condenado a muerte hacia la sala de ejecución.
El titular también parece un anuncio, como el del carro, pero esta vez nos anuncia un asesinato por venir, una crónica de una muerte anunciada, sin juicio, sin pruebas, sin presunción de inocencia. Algo al estilo de «se busca, vivo o muerto», pero en este caso, solo muerto.
En Chicago, un hombre de 71 años asesinó a puñaladas a un niño palestino de seis años.
Setenta y un años debería ser una edad venerable, seis años debería ser una edad sagrada. El hombre también apuñaló a la madre. El asesino, arrendador del apartamento de las víctimas, discutió con la madre sobre el conflicto, y consideró saldar la discusión dándole 26 puñaladas al niño. Un alienado, sin duda, pero ¿cuál fue el ambiente de odio enfermizo que le desató la furia asesina? Acaso fue excitado viendo en la televisión, horas tras horas, en monotonía constante, cómo los culpables son los palestinos, esos cobrizos, sin afeitar, sin peinarse, sin bañarse, esos potenciales terroristas. ¿No es acaso ese mensaje el de la embajadora israelita en el Reino Unido, cuando nos dice, implícitamente, que todos los muertos en Gaza son objetivos militares?
Un oficial israelí llamó a que no se permita entrar agua en Gaza, eso sería una muestra de debilidad según el personaje. En Gaza viven cerca de dos millones de personas. Un veterano yanqui, en un análisis sobre qué debe hacer el ejército israelita, nos ilumina con que, por cada civil muerto, se harán militantes diez palestinos. Habla de un escenario hipotético en el que las tropas invasoras asesinen a 150 civiles «por accidente, puesto que ya sabemos que Hamás no tiene respeto por las vidas inocentes». O sea, nos vende la idea de que, de los cerca de 3 000 muertos por los bombardeos genocidas de los ocupantes, solo 150 son civiles; y han sido asesinados «por accidente»; en todo caso, por culpa de los palestinos.
Un frente de grupos estudiantiles de solidaridad con Palestina, de la Universidad de Harvard, ha escrito una carta llamando al cese de la agresión israelí a Palestina. Pobres estudiantes, les cayó la furia del establishment. Desde la publicación de la carta, el acoso no ha cesado. Alguien consideró útil que un auto recorriera el campus universitario con bocinas acusando a los muchachos de apoyar terroristas, y con fotos de los firmantes de la carta, para que todos supieran quiénes son. Si mañana otro enajenado decide apuñalar a uno de los firmantes, la culpa reacerá sobre el asesino, pero poco se dirá de los instigadores.
Las autoridades de la universidad se han pronunciado en contra de este acoso automovilístico, pero también de la carta. Veremos, el dinero manda, no lo olvidemos. Hay otras formas de suprimir cualquier disidencia. Grandes donantes a dicha universidad, es decir, millonarios que aportan millones en contribuciones a la universidad de élite están anunciando que dejarán de apoyar al centro por su posición blandengue contra grupos propalestinos.
En la feria del libro de Frankfurt, la más grande del mundo, suspenden la presentación de un libro de una escritora palestina, Adania Shibili. El libro narra sucesos reales, cuando en 1949 un grupo de militares israelíes violó y asesinó a una niña palestina. Dicen los organizadores que el horno no está para pastelitos... ¿palestinos?
La rueda sigue girando.
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Guernica: siempre el genocida tiene algún argumento para justificar su existencia
Cuando las cosas se ponen abrumadoramente difíciles, las personas publican poesía. Quisiera apelar a un lugar común para explicar el fenómeno, pero no es tan fácil la explicación. En la inacabable complejidad que nos define como género humano, cuando los diques de esa humanidad se quiebran y, como avalancha, sale desenfrenada su antítesis, qué hacer es la esencia misma del desconcierto.
Todos de alguna manera somos culpables del ser colectivo que comete un crimen. No solo somos humanidad cuando nos enaltece. Quizá la poesía es esa última trinchera simbólica que nos queda cuando otra parte de nosotros nos ha renunciado. Quizá sea el rescate. Quizá sea nuestra invocación al ave Fénix que nos habita. Ya ven, terminé en el lugar común que evitaba.
Pero no me voy a disculpar por ello.
El Guernica fue pintado hace 87 años como respuesta, en ese mismo 1937, al bombardeo, el 26 de abril, del pueblo vasco del mismo nombre. Juan Larrea le trajo a Picasso la idea urgente de hacer, del símbolo del crimen, arte: 1 654 seres murieron bajo las bombas de la legión Cóndor de los nazis, y el mundo ha terminado considerándolo, gracias al pintor español, epítome de crimen abominable.
René Magritte también hizo del genocidio, ese mismo año, motivo de un cuadro: Le Drapeau Noir (La bandera Negra). Unos artefactos voladores, siniestros y fríos, ocupan casi toda el área de la pintura, y abajo de ellos apenas un paisaje árido y oscuro. El silencio del cuadro contrasta con el ensordecedor sonido del Guernica, y no por ello deja de ser dramático.
De alguna manera se complementan. Magritte pintó al agresor, Picasso a las víctimas.
Con el mismo motivo, Paul Éluard escribió una poesía que comienza diciendo: Mundo tranquilo de casas en mal estado / De noche y campos, para luego decir: Caras listas para cualquier cosa / Aquí viene el vacío para arreglarte / Tu muerte va a ser un ejemplo.
Tu muerte va a ser un ejemplo, llora Éluard.
Dice una frase manida que la única certeza es la muerte. En realidad para que ocurra, debió precederla la vida, y por ello, la certeza fundamental no es el final, sino la historia que nos condujo a ella. La vida es lo que siempre nos define, por más que nos ronde la muerte. Por más que la provoquemos como negación de nosotros mismos.
Guernica fue el preámbulo, no lo olvidemos. La indiferencia ante ella condujo a males tremendos. Casi absolutos. Del Guernica local al Guernica global pasaron pocos años. Se fue del gueto a la muerte llegada por los aires. Siempre el genocida tiene algún argumento para justificar su existencia. Para volver a repetir el crimen. Cambian los actores y, sin embargo, sigue siendo parte del mismo ser colectivo del que somos todos. Él es quien se niega a morir.
Todavía el fascista insolente tiene la soberbia de pedirles a las Naciones Unidas que deje de ser la razón para lo que fue creada. Aprovecha su tribuna para reiterar el grito de ¡Viva la muerte!
Termina Paul: Los marginados, la muerte, la tierra y el asco / De nuestros enemigos tienen el aburrido / Color de nuestra noche / Lo venceremos.
Nos debemos vencer a la muerte, o mejor aún, vencer las causas que la atizan, aunque el precio de ello sea que no se pinten más cuadros, ni se celebre más poesía como refugio de culpas, por lo que nunca debimos ser.
Al Mayadeen