Palestina y la receta del doctor Fanon
1. La guerra contra Palestina, bien dice Rashid Khalidi, es una guerra librada en varias etapas desde 1917 contra su población indígena por grandes potencias imperiales patrocinadoras del sionismo –el movimiento a la vez colonialista y nacionalista− a fin de remplazar al pueblo palestino en su patria ancestral. Sin este marco histórico no se entiende lo que pasó el 7 de octubre (ni a su violento impulso liberador) ni qué pasó después: la extrema violencia de los métodos coloniales europeos empleados por el sionismo para transformar Palestina en la tierra de Israel. Sólo en una perspectiva orientalista (Said) los palestinos son un pueblo sin historia, y sólo en ella su resistencia al colonialismo, ocupación militar y violencia es terrorista y antisemita.
2. Un buen ejemplo de distorsión semejante fue en los meses pasados una serie de textos proisraelíes que culpaban a las controvertidas teorías de Frantz Fanon −el siquiatra revolucionario y teórico anticolonial, vocero del FLN argelino, autor de Los condenados de la tierra (1961), donde aseguraba que la descolonización es siempre un fenómeno violento, y que fue reivindicado, en efecto, por algunos comentaristas y activistas que querían dar sentido al ataque de Hamas− por justificar la violencia y el ángulo exterminatorio de los palestinos (sic). Otra de tantas caricaturas de Fanon. Otra de tantas caricaturas de la lucha palestina.
3. Pero cuando Hamid Dabashi, el profesor de la Universidad de Columbia, EEUU (alma mater de Said) al criticar uno de estos textos metió en el mismo saco a Adam Shatz y su nueva biografía de Fanon por querer pacificarlo mediante la especulación sobre una frase francesa (o más bien, sobre su traducción inglesa en una popular edición), una curiosidad académica que -igual tenía razón- es irrelevante para los palestinos que mueren en la lluvia de balas y bombas israelíes, algo sonó off.
4. Shatz, en efecto, fue citado en aquel texto, pero esta no es su posición. Su biografía, La clínica de un rebelde (2024), no sólo hace buen trabajo reconstruyendo el pensamiento anticolonial de Fanon y la totalidad de él mismo, un autor notoriamente fragmentando, entendido y malentendido a través de sus aforismos (p. 355-395), sino que deja buenas pistas para ir pensando desde su legado sobre la lucha palestina.
5. Su autor traza, por ejemplo, una incómoda analogía entre Herzl, el padre del sionismo, y Louis Bertrand, el ideólogo de la Argelia francesa, para ver cómo ambos proyectos coloniales presentaban a colonos como verdaderos nativos (p. 127) y, después del 7 de octubre, apuntó oportunamente al olvidado levantamiento de Philippeville (1955), en el que los argelinos masacraron a 123 colonos (pieds-noirs) −algo que a su vez hizo que el ejército francés asesinara hasta a 10 mil argelinos−, como una analogía al ataque de Hamas para pensarlo no como orgía de violencia, sino como fruto del colonialismo.
6. Dabashi tenía razón al sostener que los prosionistas, que querían asegurarse de que la liberación nacional palestina no tenga derechos sobre uno de los pensadores revolucionarios más potentes, recurrieron a Shatz y su cuestionamiento (en una nota al pie) de la traducción de uno los pasajes de Los condenados… que no debería hablar de las bondades purificadoras de la violencia -que “libera al nativo de su complejo de inferioridad y de su desesperación e inacción (…)” (p. 62)-, sino apenas desintoxicadoras, pero ése es el objetivo de ellos, no de él.
7. No es ninguna pista falsa para predicar la no violencia a los palestinos o pintar la violencia de su resistencia como terrorista, sino el afán de Shatz de reconstruir con más rigor la praxis siquiátrica de Fanon −así, la elección de una palabra más clínica en francés indicaba la superación de un estado de embriaguez inducido por la subyugación colonial (p. 181)−, algo que éste logra mucho mejor que otros biógrafos de Fanon, como David Macey o Peter Hudis.
8. El mismo Shatz bien recuerda que Los condenados… se difundió por el mundo a pocos años de su aparición y fue leído en español por guerrilleros latinoamericanos en una traducción encargada por el Che; en inglés, por los rebeldes del ANC en Sudáfrica; en portugués, por combatientes anticoloniales en Angola, Guinea-Bissau y Mozambique; en farsi por marxistas iraníes y revolucionarios islámicos; y en árabe, por fedayines palestinos en campos de entrenamiento en Jordania, Líbano y Siria (p. 358). Hasta en mi versión polaca de 1985 se habla de desintoxicación.
9. Sólo en la imaginación de los prosionistas un mal traducido pasaje en inglés es la fuente de la violencia palestina y algo que les permite ocultar lo obvio: la violencia colonial y sistemática de Israel. Además es únicamente un detalle en una metódica reconstrucción de Fanon como médico y como militante que sí promovía la violencia −el colonizado no tiene de otra− pero buscaba también la curación, algo que queda claro sólo si se lo ve y lee en su totalidad (estos dos enfoques están literalmente en el primer y en el último capítulo de Los condenados…), pasando por alto fragmentaciones y distorsiones (el prólogo de Sartre incluido).
10. Una de las recetas de Fanon −y eso está en Shatz− era convertir la violencia vengativa en violencia liberadora y revolucionaria. Cómo hacerlo en la Palestina de hoy es una gran pregunta a la que Haidar Eid, leyendo también a Fanon, en un libro escrito en medio del genocidio en Gaza responde abogando a retornar al anticolonialismo y abandonar a Oslo, que permitió que la colonización avanzara y abrió la puerta a la masacre de hoy. Pocos le hicieron caso a Said cuando lo advertía hace 30 años.
@MaciekWizz