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Asia :: 03/09/2024

Papúa Occidental: Movimiento social, por tanto “terrorismo”

Raki Ap, Julie Wark
La visión del Estado Verde de Papúa Occidental, ocupado por Indonesia, que pretende garantizar la educación y la sanidad gratuitas a los ciudadanos y residentes

Además de la brutalidad subyacente, que por lo general atiza la violencia, la desinformación política tiene algo realmente perturbador -especialmente en la Papúa Occidental ocupada por Indonesia-, por el modo en que desvirtúa a la realidad, para no decir que es bizarra. Sin embargo, está orquestada en los más altos niveles del gobierno indonesio y es aceptada sin reparos por los gobiernos poderosos y las transnacionales que cuentan con sus propios sistemas de desinformación, incluido el de Indonesia. Mienten de manera habitual por comisión y omisión para promover sus propios objetivos geoestratégicos y económicos.

En Papúa Occidental, la desinformación apuntala el proyecto genocida y ecocida de Indonesia que desde hace seis décadas está en marcha. A nivel global -donde la mentira oficial y financiada por las empresas sobre la catástrofe climática, (que a ojos vistas podemos observar y sentir), lo habitual es criminalizar a los manifestantes, hostigar y maltratar a los científicos especializados en la crisis climatica. Papúa Occidental es una parte importante de la historia, ya que acoge una de las mayores selvas tropicales del mundo, y es un elemento fundamental para cualquier intento de limitar los efectos generalizados de la catástrofe. Pero los indígenas que en todas partes luchan para salvar sus hábitats selváticos y saben cómo protegerlos, son desplazados, agredidos y asesinados. En Papúa Occidental, la lucha no consiste en tribus aisladas que tratan de proteger su trocito de territorio, sino en un movimiento social de escala nacional, con una plataforma política global: La Visión del Estado Verde. Se trata de algo diametralmente opuesto a la brutal política indonesia, que Sartre denominó como «la sistemática explotación de la humanidad del hombre para la destrucción de lo humano», y en la que no hay vida autóctona, vegetal, animal o humana que sea sagrada, y se la tacha de «terrorista». Los insultos, según los cuales todos los papúes occidentales son todos terroristas (al igual que todos los palestinos amenazan al Estado genocida de Israel), no son simple palabrería, son racismo estructural que exige la destrucción de todos los obstáculos vivos que amenazan el «desarrollo» de Indonesia.

En abril de 2021, el ministro coordinador de Política, Derecho y Seguridad del gobierno indonesio calificó oficialmente al TNPPB-OPM (Ejército Nacional para la Libertad de Papúa Occidental - Movimiento Papúa Libre) como grupo terrorista, «Grupo Criminal Secesionista Armado», «Movimiento Usurpador de la Seguridad» y «Grupo Criminal Armado». Puede que Indonesia, que es miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, haya recibido un manto de dudosa respetabilidad por formular tales acusaciones (el Estado justo abrazado por la «comunidad» internacional, acosado por terroristas salvajes), pero el responsable del terrorismo es la propia Indonesia, con su modo de gobierno basado en la tortura, en caso de que esta definición de "terrorismo" se aplique a su ocupación militar de Papúa Occidental: «El terrorismo es un método de acción violenta repetida que provoca ansiedad, empleado por actores individuales, grupales o estatales (semi)clandestinos, por razones idiosincrásicas, criminales o políticas... [Los] destinatarios directos de la violencia no son los blancos principales. Las víctimas humanas inmediatas de la violencia suelen elegirse al azar (objetivos de oportunidad) o selectivamente (objetivos representativos o simbólicos) de una población elegida como objetivo y que actúan como generadores de mensajes.»

La TNPPB-OPM se considera «terrorista» porque insiste en dar a conocer y evitar los estragos de proyectos tan catastróficos como la autopista Trans-Papua, de 4.300 km, y las carreteras de conexión que destrozan la selva tropical para permitir proyectos extractivos; las plantaciones de aceite de palma y las fincas alimentarias (sólo una de las cuales ocupa 2,7 millones de hectáreas de bosque y turba, devastando unas 200 aldeas); minas de oro vinculadas al ejército, por ejemplo en la regencia de Intan Jaya; enormes proyectos mineros como la mina Freeport Grasberg y el proyecto de gas Bintuni de BP, salvaguardados bajo el epígrafe de «proyectos nacionales vitales»; y varios proyectos menores protegidos también por violentas fuerzas de «seguridad». Todos los afectados son víctimas de lo que se denomina «contraterrorismo».

La "Visión del Estado Verde" es francamente amenazadora porque su alcance supera a la política local o identitaria. Tiene importancia global y universal en espíritu, y es un modelo para otros movimientos sociales de todo el mundo que luchan en contra de las fuerzas que no sólo están destruyendo las posibilidades de la vida humana, sino la mayoría de los otros tipos de vida que pueblan el planeta Tierra. Es la plataforma política de un movimiento social bien organizado, el Movimiento Unido de Liberación de Papúa Occidental (ULMWP), que reúne a «todos los papúes occidentales, tanto dentro como fuera de Papúa Occidental».

Un movimiento social es «un esfuerzo organizado de un grupo de seres humanos para producir un cambio frente a la resistencia de otros seres humanos», como dice al antropólogo David Aberle que, en The Peyote Religion Among the Navajo (1966), identifica cuatro tipos de movimientos sociales: los alternativos (que buscan un cambio parcial a través del comportamiento individual, como en el reciclaje); los redentores (a menudo movimientos religiosos que prometen la salvación a través de una transformación personal total); reformistas (que aspiran a un cambio social parcial, por ejemplo a través del derecho al voto de las mujeres); y transformadores (que buscan abolir el sistema imperante). De acuerdo con esta clasificación, la Visión del Estado Verde del ULMWP sería «redentora» y «transformadora». Aunque no es religiosa, pretende una comprensión ética y redentora de la vida y del lugar que ocupan los humanos en la Tierra, que se ajusta a los objetivos transformadores de abandonar el sistema neoliberal al que está sometido hoy el planeta. A diferencia de los movimientos sociales que buscan una mejora del statu quo, por definición la Visión del Estado Verde es antineoliberal y antisistema. También diverge en su alcance de la mayoría de los movimientos sociales, porque aborda el ecocidio y busca resultados globales porque entiende la interconexión de todas las formas de la vida en la tierra.

Ecocidio

En mayor medida el ecocidio afecta y sin duda empeora a la totalidad de la vida humana y no humana. Es un crimen perpetrado por la política extractivista mundial que se extiende desde la industrialización temprana, pasando por el colonialismo, hasta el neoliberalismo. Su alcance es mundial y exige una solución de la misma magnitud. En términos de justicia social, el principio que promueve la «felicidad de toda la comunidad», en palabras del filósofo irlandés del siglo XIX William Thompson, la única doctrina que ampara a todos los humanos es la de los derechos humanos universales, y lo humano es una categoría universal. Dado que los científicos aprenden a diario sobre la interdependencia -lo que la bióloga evolucionista Lynn Margulis llamó el «planeta simbiótico»-, ahora también es obvio que la «comunidad» debe incluir todas las formas de vida.

La definición de ecocidio del diccionario es sencilla en apariencia: «la destrucción de grandes extensiones del medio natural como consecuencia de la actividad humana». Pero no es la actividad de todos los humanos, es un crimen directo e indirecto de una minoría de humanos contra la mayoría, que más allá de las víctimas humanas alcanza a todos los seres vivos y a los elementos que los sustentan (suelo, rocas, aire, vegetación, océanos, accidentes geográficos, montañas, colinas, valles, montículos, arcenes, desiertos, cursos de agua, masas de agua, manantiales, humedales, bosques, selvas, etc.). «Eco», del griego oikos, contiene la idea de lugar y, en particular, de hogar o morada, mientras que "-cide" procede del latín caedere (demoler o matar). El ecocidio tiene consecuencias para todos los seres vivos y no vivos y para su hogar, el planeta ahora en peligro. Es más destructivo que el genocidio, que se limita a ciertos grupos humanos, el ecocidio se extiende por todo el mundo y globaliza sus consecuencias. Las medidas parciales contra el ecocidio nunca serán suficientes.

Los Estados, que controlan los discursos económicos, políticos, sociales e ideológicos sobre el ecocidio (y que con frecuencia castigan de manera severa a los activistas cuando se oponen a algunas de sus causas, por ejemplo la dependencia de los combustibles fósiles), protegen los intereses de quienes detentan el poder. Esto implica encubrir que el ecocidio produce «grandes sufrimientos o lesiones graves al cuerpo o a la salud mental o física», lo que está catalogado como un crimen contra la humanidad por la Corte Penal Internacional. Ya hace más de quinientos años que el colonialismo fundó Estados sustentados en el expolio cuya «legitimidad», respaldada por leyes de propiedad e instituciones gubernamentales (y, más recientemente, por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los bancos de «desarrollo»), depende de los beneficios de expoliar tierras «subdesarrolladas» para financiar fastuosos adornos de poder y dotar a las poblaciones «desarrolladas» de grandes proyectos de infraestructuras que se presentan como un seductor sueño de modernidad. Someter la tierra significa mucho más que acaparar ciertos recursos aquí y allá. Es todo un sistema económico de merodeo y desposesión, una ideología que afecta profundamente las relaciones sociales, y las relaciones entre el hombre y la naturaleza. El saqueo se produce en «enclaves», pero las consecuencias son internacionales. La miseria causada es enorme y los beneficios muy concentrados.

Ecocidio y genocidio están relacionados, aunque difieren en magnitud y consecuencias políticas. Los pueblos indígenas hace mucho tiempo son diezmados por el genocidio perpetrado por gobiernos coloniales y poscoloniales, y por empresas nacionales y multinacionales, aunque por lo general se esconde bajo la alfombra diplomática de la «soberanía nacional», una postura política de no injerencia. Un racismo tácito subyace a la indiferencia ante el genocidio porque no ocurre en Occidente. El ecocidio, sin embargo, también afecta a Occidente, y sí afecta al planeta Tierra en su conjunto, como está demostrando la actual crisis climática. Stop Ecocide International pretende introducir el ecocidio como quinto crimen internacional (después del genocidio, los crímenes contra la humanidad, los crímenes de guerra y el crimen de agresión) en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional (CPI). Define el ecocidio como «actos ilícitos o gratuitos cometidos a sabiendas de que existe una probabilidad sustancial de que esos actos causen daños graves y generalizados o a largo plazo al medio ambiente». La inclusión del delito de ecocidio en el Estatuto de Roma podría contribuir a un «cambio de conciencia» mundial, además de ofrecer un marco jurídico más eficaz para salvaguardar el futuro del planeta Tierra.

Para comprender al «ecocidio» es necesario cuestionar las nociones occidentales de especies separadas y de excepcionalismo humano. Taxonomizar la naturaleza en especies, como si hiciéramos un inventario de las posesiones humanas, produce una falsa idea de existencias independientes. Lynn Margulis ha dicho que la simbiosis reúne constantemente diferentes formas de vida, de modo que los «individuos» generan nuevas formas simbióticas en niveles de integración cada vez mayores y más inclusivos. Toda la vida depende del mundo microbiano, que es la «fuente y manantial del suelo y del aire». Aún queda mucho por aprender sobre las interrelaciones de las distintas partes de la naturaleza en entornos que mutan con rapidez y en los que se están extinguiendo grandes grupos de formas de vida. La catástrofe climática actual es el laboratorio global que de forma aterradora nos muestra la verdad de la teoría de Margulis sobre la profunda interdependencia de las especies. Pero Margulis no fue a primera persona en comprenderlo, ya que es una noción central de las cosmologías indígenas.

Papúa Occidental y el orden mundial

Quienes defienden el hábitat indígena, lo hacen a partir de cosmologías que no podrían ser menos extractivistas ni menos capitalistas. Este hecho se hace patente en el uso del lenguaje, cuando utilizan, por ejemplo, conceptos circulares de tiempo que implican cuidado y responsabilidad, en lugar de la mortífera «flecha» que «progresa» hacia un futuro, destrozando un pasado y un presente. A menudo también utilizan pocos números, para reforzar la calidad frente a la cantidad (y evitar la perversión final de los algoritmos que controlan la existencia humana). Si los pueblos indígenas siempre han entendido su hábitat natural como un mundo, como un cosmos o un todo bien ordenado; también saben que dañar un entorno, un mar, un lago, un bosque, una sabana, un desierto, significa dañar el mundo, quizá irreparablemente. Benny Wenda, Presidente Interino del Gobierno Provisional de la ULMWP, lo expresa así: «Si quieres salvar el mundo, debes salvar Papúa Occidental».

Papúa Occidental, la mitad occidental de la isla melanesia de Nueva Guinea, que comparte con la independiente Papúa Nueva Guinea una frontera impuesta por la colonia (y atraviesa el centro de la isla, dividiendo tribus y tierras), es uno de los países más traicionados y castigados de la tierra. Con un interior montañoso, tierras bajas boscosas, grandes manglares, así como numerosas islas pequeñas y arrecifes de coral, Papúa Occidental cuenta con unas 230 tribus, con culturas y lenguas únicas. Son los guardianes de la selva tropical, que observan antiguas prácticas agrícolas a pequeña escala de cultivo de ñames, batatas y cerdos en las tierras altas, o un estilo de vida de cazadores-recolectores con una dieta basada principalmente en el sagú y el pescado en las tierras bajas. Los bosques biodiversos de Papúa Occidental cubren unos 34,6 millones de hectáreas, de las cuales más de 27,6 millones han sido designadas como bosques de «producción» (léase, para el saqueo). Los expoliadores son el ejército indonesio y sus socios corporativos transnacionales.

El proyecto colonial de Indonesia en Papúa Occidental se asienta en un racismo estructural. Al igual que el bosque, las personas que protegen la tierra deben ser taladas y desalojadas. Obstaculizan el «progreso». Desde 1963, cuando se invadió Papúa Occidental, se está ejecutando un gigantesco proyecto de ingeniería social (transmigración o indonesianización), que lleva a más de un millón (la cifra es secreto de Estado) de pobres de varias islas a vivir en campamentos horadados en la selva. Parece que los indonesios ya superan en número a los papúes occidentales. Luego están los ataques directos y asesinos contra las aldeas de Papúa Occidental. Como lo describe Benny Wenda, «Indonesia ha intentado construir el desarrollo sobre los huesos de nuestro pueblo. La comunidad internacional debe detener el genocidio y el ecocidio de mi pueblo para proteger el planeta Tierra». También señala que la política de justicia social no se presenta en casilleros separados donde se marca uno (como salvar los árboles) pero se olvida el resto (como todos los seres vivos del bosque, como los derechos humanos universales).

La protección de las selvas tropicales no puede llevarse a cabo sin el reconocimiento de que los pueblos que viven en ellas son actores con un papel protagonista como custodios de las mismas. Sus voces deben ser escuchadas, no sólo cuando aportan testimonio de los crímenes cometidos contra ellos, sino también cuando comparten sus conocimientos sobre la cohabitación en y con la naturaleza, ahora esencial para la supervivencia del planeta (al menos como hábitat humano). Sin embargo, cuando los líderes de Papúa Occidental presentaron la Visión de un Estado Verde en la COP26 de Glasgow, fue ampliamente ignorada, entonces y desde entonces.

Una de las razones por las que este valioso y constructivo documento presentado por los guardianes de la selva tropical no fue bien acogido con gratitud y difundido ampliamente es que, en términos geopolíticos, supondría la condena de seis décadas de genocidio en Papúa Occidental. No sólo Indonesia es la responsable. El genocidio es también el resultado de un falso referéndum supervisado por la ONU en 1969, tras el cual la Asamblea General «tomó nota» formalmente de que no representaba la voluntad del pueblo, pero siguió adelante de todos modos para reconocer la soberanía indonesia, para luego ayudar a encubrir la matanza de hasta (o más de) el diez por ciento de la población. Los aliados de Indonesia, incluidos EEUU, los países europeos y Australia (y si quieren hacerse una idea de lo cómplice que es Australia, vean este documental sobre su encubrimiento en 1975, motivado por el petróleo y el gas, del asesinato por Indonesia de cinco de sus periodistas en Balibo, Timor Oriental), son cómplices «estratégicamente alineados». ¿Por qué? Porque geopolíticamente Indonesia ocupa una posición crucial en la intersección del Océano Pacífico, el Estrecho de Malaca y el Océano Índico. Más de la mitad del transporte marítimo mundial pasa por aguas indonesias, incluidos los submarinos nucleares de ataque de EEUU que merodean para burlarse de China con su poderío.

Resumiendo, la Visión del Estado Verde reta al sistema imperialista de Westfalia, al abrazar la idea de los sistemas indígenas que reconocen la interdependencia entre los actores políticos y la propia tierra. Cualquier apoyo estatal al proyecto de Papúa Occidental supondría enfurecer al régimen indonesio y a sus grandes financiadores occidentales. Se habla mucho de un sistema global que, lógicamente, debería incluir a todo el mundo, pero con esas palabras suelen hablar del G8, o quizá al G20. No acostumbran a incluir a los ciudadanos de a pie, y especialmente a los indígenas. Las selvas tropicales y todas sus especies no estarán protegidas si los derechos humanos de sus habitantes indígenas -el 5% de la población mundial que cuida del 85% de su biodiversidad- no se incluyen y reconocen como líderes en el proyecto de salvar las selvas tropicales. Sus derechos humanos son cruciales para los de todos los demás.

La visión del Estado Verde: Educación y política

Si alguna vez se habla de la resistencia de Papúa Occidental, se suele mencionar al OPM (Movimiento Papúa Libre), degradado a menudo como primitivo y exótico. Formado por varios grupos armados con arcos y flechas, machetes, hachas y algunos rifles y revólveres, existe desde la década de 1960. La prensa dominante suele ignorar las vertientes política y diplomática de la lucha. Son esenciales porque han logrado un movimiento social a escala nacional, el Movimiento Unido de Liberación de Papúa Occidental (UMLWP), con un programa político, la Visión del Estado Verde. Centrado en la protección de la selva tropical de Papúa Occidental, representa lo que el Grupo de Expertos Independientes para la Definición Jurídica del Ecocidio denomina un cambio de conciencia. Redactado con la ayuda de juristas internacionales, es un documento esencialmente papú, pero de importancia mundial. Es una declaración ética de intenciones, que explica cómo «restaurar, promover y mantener el equilibrio y la armonía entre los seres humanos y no humanos, sobre la base de la reciprocidad y el respeto hacia todos los seres». Comprendiendo que la justicia social fomenta la «felicidad de toda la comunidad», el pueblo de Papúa Occidental ha organizado un gobierno en espera y, no sólo eso, sino un plan oficial para «Hacer las paces con la naturaleza en el siglo XXI».

La Visión del Estado Verde es conceptualmente inseparable del Movimiento Unido para la Liberación de Papúa Occidental (ULMWP, por sus siglas en inglés), que se formalizó cuando los líderes de las diferentes facciones del movimiento independentista se reunieron en Vanuatu en diciembre de 2014 para unir a las tres principales organizaciones políticas que llevan tiempo luchando por la independencia: República Federal de Papúa Occidental (NRFPB), Coalición Nacional para la Liberación (WPNCL) y Parlamento Nacional de Papúa Occidental (PNWP). Esta iniciativa supuso el reconocimiento de uno de los puntos fuertes de la lucha general por la independencia. El hecho de que haya tantas tribus con sus propias lenguas y fronteras puede parecer fragmentación para el occidental. Sin embargo, se trata de un sistema de democracia tribal, de normas centenarias y de acuerdos con las tribus vecinas que ha funcionado durante unos 50.000 años. La gente, identificada con sus tribus y como papúes occidentales, siempre ha entendido los controles y equilibrios del sistema, y el ULMWP planea conservarlos en una estructura federal de ámbito nacional.

El Estado Verde pretende garantizar la educación y la sanidad gratuitas a los ciudadanos y residentes. Sin embargo, la educación «redentora» y «transformadora» está ocurriendo ahora, como parte permanente de la lucha. Mantener vivos los valores tradicionales, transmitir las lenguas y las costumbres significa rechazar el sistema que intenta acabar con ellos. La educación para una futura Visión Verde se produce en la vida cotidiana a través de la resistencia, manteniendo el ethos de aprender de la naturaleza, reforzando la comunidad, comprendiendo que las mujeres -proveedoras de alimentos y educadoras a nivel de aldea- son una parte esencial de la lucha, evitando el consumismo individualista, aceptando las responsabilidades de la tutela consuetudinaria, la diplomacia de base (entre tribus) y la gobernanza democrática. Desde 1963, la lucha política ha sido la dura escuela de la supervivencia, y el pueblo de Papúa Occidental y sus líderes han aprendido no sólo que sus costumbres ancestrales son la defensa más firme de su identidad nacional, sino también, a medida que la catástrofe climática hace estragos terribles en todas partes, que los principios que fomentan entre su propio pueblo tienen relevancia mundial.

La Visión del Estado Verde se compromete, entre otras cosas, a lo siguiente:

+ Restaurar y promover la armonía, la reciprocidad y el respeto entre los seres humanos y no humanos, y que las personas acepten su responsabilidad como protectores y cuidadores.

+ Atender las necesidades de la sociedad y del medio ambiente en lugar del PIB.

+ Actuar global y localmente para combatir y mitigar la emergencia climática, tipificando el ecocidio como delito grave y apoyando su inclusión como crimen en la Corte Penal Internacional.

+ Advertir a las empresas petroleras, gasísticas, mineras, madereras y de aceite de palma de que deben respetar las mejores prácticas internacionales en materia de protección del medio ambiente.

+ Proporcionar educación y sanidad gratuitas a los ciudadanos y residentes, con políticas sociales sólidas en general.

+ Restablecer la custodia de las tierras, bosques, ríos y otras aguas a las autoridades locales, junto con el poder de decisión sobre su ocupación y uso; proporcionar apoyo estatal con leyes, políticas, asistencia técnica, fondos y aplicación adecuados; y garantizar que una proporción sustancial y justa de los beneficios revierta en la comunidad local.

+ Establecer salvaguardias institucionales y jurídicas para garantizar que no se abusa de los poderes consuetudinarios y que el medio ambiente se salvaguarda en todo momento de acuerdo con las normas internacionales.

+ Adoptar y adaptar las mejores prácticas del Estado democrático moderno, como un poder legislativo representativo, un poder ejecutivo responsable, un poder judicial independiente e imparcial y otras instituciones y mecanismos independientes para prevenir la corrupción y el abuso o mal uso del poder a todos los niveles (nacional, regional y consuetudinario); garantizar la protección efectiva de los derechos humanos; consultar a las partes interesadas antes y durante la elaboración de leyes y políticas que afecten a sus derechos e intereses; y cooperar con otros Estados en la lucha contra la emergencia climática, la justicia penal internacional y otros aspectos clave de la cooperación mundial.

+ Garantizar que los poderes coercitivos del Estado no abusen de su poder ni lo utilicen indebidamente.

Conocimiento indígena

Un gran obstáculo para que los occidentales comprendan cómo viven los pueblos indígenas en sus hábitats selváticos, que son la fuente de su sustento, es que en Occidente la comida está divorciada de la vida social. Desinfectados, envueltos en plástico, manipulados genéticamente, se transportan por avión y camión desde todo el mundo para ser vendidos en supermercados donde la cajera apenas tiene tiempo de levantar la vista y saludar, y a menudo se consumen en soledad. En cambio, las comunidades de la selva tropical se organizan en torno a la pesca, la caza, la recolección y la siembra como actividades sociales y culturales. Su entorno es esencial para su salud, por lo que lo aman, lo comprenden y lo cuidan. Este cosmos forma parte inseparable de la naturaleza, el lenguaje y la cultura humanas. Los pueblos indígenas pertenecen a su entorno y no son dueños de él.

Por supuesto, el conocimiento indígena no es homogéneo. En los diferentes hábitats del mundo, las personas interactúan con su entorno de formas históricamente, lo que significa que hay que evitar las soluciones generales y rápidas, y prestar la debida atención a los ecosistemas particulares que, a su vez, beneficiarán la biodiversidad en general. No obstante, con sus sólidos principios, la Visión del Estado Verde puede servir internacionalmente como documento fundacional para los defensores de la selva tropical, para hacer frente al ecocidio, así como para establecer un ejemplo de buena práctica política y filosófica para los movimientos sociales occidentales.

La crisis climática comenzó hace mucho tiempo. Para que existiera el capitalismo, había que destruir las creencias que vinculaban a las personas con los animales, el suelo, el sol, las estrellas, la luna, los mares, los ríos y las rocas. También fue necesario separar a los humanos de los animales que explotan. Hoy en día, el desprecio por los animales y su hábitat es el núcleo del sistema global que ha causado la crisis climática. En sus oficinas estériles, de gran altura (separadas de la tierra), con aire acondicionado y falsas plantas exóticas, las personas que toman las decisiones sobre el destino del planeta son también las más alejadas de la naturaleza. Tenemos que detener a los verdaderos autores del terror que están destruyendo las condiciones de vida en todas partes. Necesitamos un nuevo sistema que respete la naturaleza, que respete los derechos humanos, y el pueblo de Papúa Occidental está ofreciendo una propuesta ejemplar de movimiento social redentor y transformador que intenta «efectuar un cambio». Un cambio vital.

counterpunch.org. Traducción: María Julia Bertomeu para Sinpermiso.

 

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