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Medio Oriente :: 05/11/2019

Para comprender la operación militar de Turquía en Siria

Richard Falk
Los kurdos están nerviosos, especialmente desde que Trump les segó la hierba bajo los pies, declarando de modo insultante que no eran aliados

Desde que las cosas empezaron a ir malamente en Siria tras el levantamiento provocado por la Primavera Árabe de 2011 [fomentada y financiada por Occidente], la situación ha convertido la niebla de la guerra en una impenetrable caja negra. Ninguno de los agentes políticos intervinientes, incluida Turquía, los EEUU, Irán, Rusia y Arabia Saudí, hizo los cálculos correctos, y tampoco fue este el caso de diversos grupos extremistas no estatales vinculados a Al Qaeda y luego al Daesh, ni el de una serie de grupos terroritas sirios contrarios a Damasco. Ningún conflicto internacional ha sido nunca verdaderamente tan opaco y multifacético, ni se ha visto tan asolado por el juego de fuerzas políticas contradictorias, nacionales, regionales y globales.

Dos errores de cálculo fundamentales, repetición de pasadas equivocaciones por parte de estas fuerzas contendientes, han llevado a la devastación de Siria, a un sufrimiento masivo y al desplazamiento de millones de personas, a un conjunto de circunstancias que no tienen perspectiva de un final rápido y satisfactorio. El primer error de cálculo, compartido especialmente por Turquía y Washington, fue creer que la intervención militar podía inclinar la balanza, produciendo el deseado cambio de régimen en Damasco [por uno favorable a los plabes panárabes del régimen sionista de Israel y alejado de Irán]. El segundo fue creer que Siria sería como Libia, un gobierno que carecía del apoyo político de una parte de su población y que podría ser derrocado por medio de la violencia terrorista y la ayuda militar y diplomática externas. Estos errores de cálculo pasaron por alto el potencial de Irán y Rusia a la hora de compensar las intervenciones contra Asad y subestimaron tanto el apoyo interno del gobierno de Damasco como la competencia y la efectividad en el campo de batalla de las fuerzas armadas sirias.

En los años de desorden, la lucha por el control del Estado sirio se enredó con otras preocupaciones políticas, sobre todo con la supuesta lucha dirigida por los EEUU contra el Daesh [creado por Obama, como acaba de reconocer el gobierno de EEUU], y con el empeño de los kurdos por perseguir sus metas de autodeterminación, dada la fluidez de la situación política en Siria, e inspirado en el éxito de los kurdos iraquíes en lograr prácticamente de facto un Estado en el norte de Irak. El desarrollo del plan kurdo, en colaboración con las fuerzas militares norteamericanas, supuestamente presentes para combatir al Daesh, consistía en ayudar a los kurdos sirios bajo la guía militante del YPG (Unidades de Protección del Pueblo Kurdo), al que los comentaristas más objetivos coincidían en juzgar estrechamente vinculado, material e ideológicamente, al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), que se ha visto envuelto en una lucha armada contra Turquía durante más de veinte años para crear un Kurdistán independiente o una entidad política dominada por los kurdos dentro de las fronteras turcas ya existentes. Con ser complicado y disputado este trasfondo, el primer plano es todavía más nebuloso.

Hay dos factores que deben tenerse en cuenta. En primer lugar, la diplomacia de Trump, como de costumbre, envió las señales más contradictorias posibles a todas las partes interesadas. Para Ankara, la salida de los fuerzas militares norteamericanas fue una señal a modo de luz verde, seguida luego de las bruscas amenazas de Trump de destruir la economía turca, seguidas de sanciones que pueden interpretarse bien como una luz roja, bien sencillamente como una luz amarilla destinada a apaciguar a sus críticos republicanos dentro del país, que han dejado oír duras críticas por haber abandonado al YPG, aliado en la supuesta lucha antiterrorista de los EEUU. Para los kurdos parecía el final del sueño de autodeterminación y, en lugar de esta, la perspectiva de una catástrofe militar y humanitaria. Son muchos miles los que han huido atravesando la frontera turca para añadir todavía más refugiados a los cuatro millones ya presentes.

El segundo factor a tener en cuenta es la campaña internacional contra el gobierno turco. Los enemigos exteriores del presidente turco y del AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) en el gobierno aprovecharon para tachar la incursión turca de “limpieza étnica” o algo peor, para sostener que Turquía es una desgracia tal para la OTAN que habría que expulsarla, y señalar que Norteamérica ha abandonado una vez más a los kurdos en cuanto dejaron de ser necesarios. No es que estos sentimientos antiturcos anden del todo errados, pero desde luego se recurre a ellos para fines más amplios sin relación con el ataque y, por tanto, exagerados hasta resultar irreconocibles.

Esta campaña antiturca la ha librado un grupo de fuerzas turcas, entre las que se cuentan kurdos del exterior, kemalistas y seguidores del movimiento Fetullah Gülen que intentaron un golpe en 2016, que ocasionó lo que en Turquía se vio como indiferencia de Washington, Europa Occidental e Israel a la supervivencia de un gobierno democráticamente elegido.

Si se echa un vistazo a páginas digitales contundentemente a favor de Israel como Middle East Forum, vehículo de las opiniones de extremistas del sionismo como Daniel Pipes y el Instituto Gatestone, vinculadas a figuras tan a la derecha como Alan Dershowitz y John Bolton, se puede leer un torrente continuo de rabiosos artículos de opinión destinados a deslegitimar a Turquía por cualquier medio. Se escribe mucho y muy moralizante en estas páginas sobre las violaciones de derechos humanos en Turquía, como debe ser, pero hay un silencio absolutamente ensordecedor sobre violaciones bastante peores en Egipto y Arabia Saudí. No hace falta un doctorado para entender que lo que está en juego es la hegemonía de Oriente Medio bajo el mando de Israel, y teniendo en cuenta esa agenda, no resulta sorprendente que exista una interpretación desequilibrada de la operación Manantial de Paz, nombre eufemístico de la operación militar de Turquía.

De forma un tanto sorprendente, The New York Times publicó un artículo de opinión del ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavuşoğlu, que describía en términos claros y plausibles las dimensiones de la iniciativa militar turca y las intenciones de conjunto de Turquía. Lo que resultaba central, amén de algo totalmente descuidado por el zumbido hostil de la cobertura mediática antiturca, era la afirmación de que Turquía buscaba una “zona segura” en sus fronteras y no trataba de atacar al pueblo kurdo. Cavuşoğlu sostenía que el objetivo turco se limitaba a limpiar una franja de veinte millas de la presencia del YPG y el Daesh, y permitir a los refugiados sirios en Turquía que desearan volver a Siria asentarse en ese terreno una vez despejado. Un objetivo secundario consistía en restaurar la soberanía siria sobre su propio territorio, lo que implicaba derrotar la esperanza de un pequeño Estado en Rojava, en el noreste de Siria. Çavuşoğlu rechazaba, con razón, como maliciosa propaganda las afirmaciones de que las fuerzas turcas o sus simpatizantes estaban liberando combatientes del Daesh detenidos. Este aspecto incendiario del relato antiturco tiene poco sentido, pues el Daesh dirigía constantemente su violencia contra objetivos turcos.

Dentro de Turquía, incluso entre aquellos radicalmente opuestos a Erdogan y el AKP, existe un consenso que apoya la operación militar en la medida en que se limite a fines contraterroristas. La diplomacia de Trump combinada con la alianza del AKP con la derecha antiturca desde 2014 explica por qué los kurdos, aunque no simpaticen con la táctica o militancia del YPG, están nerviosos por lo que está pasando, especialmente desde que Trump les segó la hierba bajo los pies, declarando de modo insultante que no eran aliados y que su protección no era asunto de interés nacional. El giro radical de los kurdos, que vuelven a alinearse con Damasco, no resulta ni estúpido ni sorprendente. No es posible todavía decir si este giro del YPG en su alineamiento y expectativas es sólo un recurso táctico o representa un giro de envergadura en sus ambiciones políticas.

il Manifesto. Traducción: Lucas Antón para Sinpermiso. Revisada por La Haine.

 

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