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Cuba, Pensamiento :: 14/05/2017

'Pensamiento Crítico' en la transición socialista

Frank Josué Solar Cabrales
El socialismo al que aspiramos, aquí y en todo el mundo, es uno de libertad, igualdad y desarrollo pleno, que apunte a una sociedad de trabajadores libres asociados

Ponencia presentada en el Coloquio a propósito del 50 aniversario de la revista 'Pensamiento Crítico'

La distancia que nos separa hoy de la salida del primer número de Pensamiento Crítico es exactamente la misma que mediaba entre esa aventura intelectual y revolucionaria y la Revolución de Octubre: medio siglo. La coincidencia en este caso no se limita solo al azar temporal.

La Revolución Rusa y la Cubana desataron la energía creadora de las masas, que por primera vez se sintieron dueñas de todo y se apropiaron de todo; propiciaron un ambiente de debate libre y abierto entre revolucionarios, impulsaron una ola de luchas revolucionarias en todo el mundo, que apoyaron con todas sus fuerzas, y ambas confiaron su destino al éxito de esas contiendas. De igual modo el resultado desfavorable de la lucha de clases a nivel internacional produjo, aunque con diferencias enormes de grado y calidad en cada caso, retrocesos y recortes en sus proyectos revolucionarios.

En los años finales de la URSS las corrientes revolucionarias que pretendían la defensa y profundización del socialismo reclamaban una vuelta a Lenin y los bolcheviques para encontrar allí sustento a sus posiciones. Nosotros hoy, ante el descalabro del modelo burocrático de socialismo que se ensayó en la Unión Soviética y la Europa del Este, y ante los peligros reales de restauración capitalista que nos amenazan, podemos encontrar la alternativa en nuestra propia historia, en los aportes originales de nuestra suerte de “bolchevismo” cubano de la primera década de poder revolucionario, del cual formó parte, por derecho propio, Pensamiento Crítico, y del cual fueron principales exponentes el Che y Fidel. A esa fuente original acudió Fidel en otra coyuntura vital para la Revolución Cubana, cuando en los años 80 se inició el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas.

Pensamiento Crítico fue una hija intelectual de su tiempo y de la Revolución, nacida de la necesidad de formación teórica que era sentida entonces como una urgencia. En contraste con el empobrecimiento del pensamiento social que vino después, la revista exhibía una amplia diversidad y pluralidad en la publicación del pensamiento de izquierda mundial. Su único criterio de selección era la calidad y el rigor intelectual. En sus páginas encontraron espacio los principales exponentes del pensamiento revolucionario universal, incluso escuelas, tesis y teorías opuestas a las posiciones que mantenía el equipo de redacción de la revista. Era parte de la libertad de pensar que la Revolución inauguraba, de ese lee y no cree expresado como principio, de esa democratización del conocimiento y del acceso a la cultura que inauguró la Revolución Cubana. Ella reflejó los grandes temas que eran ejes transversales a todas las investigaciones sociales de la época: la Revolución, las luchas de liberación nacional y las resistencias populares, las estructuras económicas y de dominación, la teoría del socialismo.

Como se cerró en 1971, Pensamiento Crítico solo puede estar relacionada con lo más creativo y liberador de la Revolución Cubana, y no con los errores y grisuras que vinieron después, es decir, con la parte de la Revolución que no es la Revolución. Hoy, a cinco décadas, Pensamiento Crítico no se cansa de servir, y sus escasos e intensos cinco años de existencia siguen siendo una herramienta útil para el avance de las liberaciones y el socialismo en Cuba. Claro, para que su recuperación nos sea verdaderamente valiosa, deberá ser creadora, no una copia mecánica.

Hoy casi nadie habla de la transición socialista, a algunos le parece un concepto viejo y anticuado, pero es indispensable para nuestro proyecto que se rescate del olvido y sean retomados los debates sobre ella. Urge recuperarlo por su utilidad política, teórica y metodológica. El establecimiento del comunismo como principal meta a alcanzar no tiene solo la función del horizonte utópico que sirve para avanzar, sino que provee el referente ideal con el cual contrastar nuestras prácticas y realidades cotidianas durante la transición.

El socialismo, más que un estado, un modelo o un momento determinado, un modo de producción específico, es un período de transición, un movimiento, un proceso. Más que un lugar de llegada es un camino. Visto de esta manera, que es la de los clásicos, el socialismo es el período de construcción del comunismo, y su objetivo fundamental sería hacer avanzar el modo de vida comunista sobre el capitalista. Esa era la concepción que sustentaba la posición radical de los revolucionarios cubanos en los 60 cuando hablaban de la construcción paralela del socialismo y el comunismo.

Con los criterios de sostenibilidad de tecnócratas y capitalistas no hubiera sido posible la Revolución y sus conquistas. Para una estrecha visión economicista no será nunca sostenible la conquista de toda la justicia, la garantía de una vida digna para todas las personas. Eso será solo sueño de locos o fanáticos. El desarrollo social alcanzado por los cubanos en tantos órdenes de la vida en estos casi 60 años está al nivel del mundo capitalista desarrollado, muy por encima de sus condiciones materiales de reproducción. Él hubiera estado fuera de lo posible, de lo sostenible, de lo que podía ser alcanzado por esta pequeña islita sin en ella no se hubiera producido una Revolución Socialista que derribara todos los límites de posibilidad y racionalidad que la realidad parecía imponerle.

El mercado y las categorías económicas del capitalismo no sirven para construir el socialismo. Deben entenderse como un mal necesario que deberá tolerarse por un período transicional, pero precisamente uno de los datos del avance del socialismo en la transición socialista es su paulatina reducción. Si existe la imperiosa necesidad de generalizarlos y extenderlos, obligados por circunstancias adversas, debemos entenderlo y explicarlo como un retroceso, como lo hizo Lenin cuando aplicó la Nueva Política Económica (NEP), y nunca, en ningún sentido, como un paso de avance en dirección al comunismo. Es decir, el mercado y los mecanismos capitalistas de producción pueden ser utilizados coyunturalmente, para sobrevivir y recuperarnos, pero no para generar la riqueza y la base material indispensables al socialismo, porque ellos solo pueden conducir al capitalismo.

Todo esto parte de un equívoco bastante extendido, que se ve constantemente reforzado desde el sentido común: el socialismo es muy justo, una maravilla en cuanto a la garantía de derechos sociales y culturales, pero un desastre económico, es ineficiente y no crea riqueza, no incentiva la producción ni el desarrollo. Por tanto, la solución parece bastante clara: combinemos lo mejor de ambos sistemas, utilicemos los mecanismos y categorías del capitalismo, ya probados en su eficiencia, para producir la riqueza, y el modelo político y social del socialismo para distribuirla de la manera más justa posible, sobre todo para asistir a los más desamparados. El viejo sueño, siempre incumplido por su absoluta desconexión de la realidad, del reformismo socialdemócrata. El pragmatismo chino lo sintetizaba ejemplarmente en una frase: “No importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”.

Lo de menos es el color del gato. Por supuesto que al socialismo le interesa que el gato cace ratones, mientras más mejor, pero tanto como eso también le importa cómo los caza. O sea, si entendemos que el socialismo no puede ser un mero sistema de distribución, más o menos justa, de la riqueza, sino la creación de una nueva cultura, de nuevas relaciones sociales, de seres humanos nuevos, junto con la creación de una base material indispensable para la satisfacción de las necesidades de las personas, entonces no nos sirve cualquier tipo de desarrollo económico, sobre todo si es uno basado en la explotación del trabajo ajeno, en la potenciación del egoísmo, de la desigualdad, de la pobreza. No se pueden naturalizar la miseria y las inequidades.

El crecimiento económico necesario al socialismo debe lograrse por medios socialistas, no con las herramientas melladas del capitalismo. Ni siquiera se trata de que la creación de la llamada base material del socialismo y la creación del hombre nuevo sean dos procesos paralelos, que deben darse al unísono, o sea, por un lado socialismo económico y por el otro moral comunista. Porque, como ha dicho el Che, en realidad son un mismo proceso.

Imposibilitados de usar los viejos látigos del capitalismo si de verdad queremos alcanzar objetivos trascendentes de emancipación, el único modo que tenemos de aumentar la productividad y la eficiencia, de generar crecimiento económico por medios socialistas, es a través de la conciencia, de la educación, de la formación de nuevos hombres y mujeres, y de nuevas relaciones sociales de producción entre ellos. En este sentido, el control real de los trabajadores sobre la política y la economía, no es un adorno o un lujo, sino una necesidad vital de la transición, su modo de existencia, y la principal forma que tiene para desarrollar las fuerzas productivas en un sentido socialista.

Comprender el período de transición como un proceso de tensión entre lo viejo que se niega a desaparecer y lo nuevo que no termina de nacer no significa que debemos aceptar esas contradicciones como normales y tolerables. Debemos identificarlas y conocerlas bien pero para resolverlas en un modo favorable al socialismo. Es decir, nuestra función no puede ser la de velar por la buena salud del viejo orden capitalista, sino la de ser parteros, y trabajar con todas nuestras fuerzas para ayudar a la Era en el doloroso parto del corazón de un nuevo mundo de justicia.

El marxismo revolucionario, además de guía para la acción y la transformación de la sociedad, no puede ser solo una herramienta de análisis para comprender el funcionamiento del capitalismo, tiene que servir también para la disección rigurosa y honesta de la sociedad de transición socialista, dar cuenta de sus tendencias y contradicciones, evaluar sus avances y retrocesos, prefigurar su desarrollo. En caso contrario dejaría de ser un instrumento para la liberación y se convertiría únicamente en una teoría justificativa y legitimadora del poder de grupos.

La crítica de izquierda, al menos una digna de tal nombre, no es peligrosa para la Revolución, sino para la burocracia. Crítica de izquierda fue la que hizo el Che cuando advirtió sobre los peligros que se cernían sobre la construcción socialista y sobre las posibilidades de regreso al capitalismo en la URSS, la que hizo Fidel de forma constante a lo largo de toda la revolución, como cuando el 17 de noviembre de 2005 arremetió contra los corruptos y los nuevos ricos, la que sigue haciendo Raúl cuando alerta de la necesidad de una ideología anticapitalista y antimperialista, de no perder la sensibilidad ante los problemas que afectan al pueblo, y a las presentes y futuras generaciones de dirigentes de mantener siempre la perspectiva de que esta es una Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.

Hoy esa crítica de izquierda es más necesaria que nunca, para evitar una restauración capitalista en Cuba. La unidad de los revolucionarios es condición sine qua non para defender la Revolución de los ataques imperialistas y de la derecha, y profundizarla, pero su uso por parte de la burocracia pudiera servir para defender intereses espurios y grupales, que en última instancia pondrían en peligro la Revolución, y prepararían su derrota y entrega, sin la posibilidad de un rechazo fuerte. No se pueden olvidar las lecciones de la Historia.

La acusación de una burocracia corrupta, usurpadora del poder, a revolucionarios de izquierda, de atentar contra la unidad, y por tal razón, de hacerle el juego al enemigo y perseguir sus mismos objetivos llevó al asesinato y al destierro a miles de comunistas en la antigua Unión Soviética, consumó la contrarrevolución burocrática que exterminó la generación de bolcheviques que hizo la revolución junto con Lenin y desembocó a la larga en la restauración capitalista. La misma burocracia que acusó a los revolucionarios de socavar la unidad del pueblo se reconvirtió en una nueva clase capitalista, sin que una numerosa militancia comunista, acostumbrada a obedecer sin crítica las orientaciones superiores para no afectar la unidad, pudiera hacer nada por impedirlo.

Como demuestran las experiencias socialistas del siglo XX, la unidad es imprescindible para defender la Revolución, pero por sí sola será insuficiente para profundizarla, que es el único modo de evitar su derrota. Ella deberá ir acompañada de un control popular sobre la burocracia, es decir, de un efectivo ejercicio de poder popular, y de un activo, propositivo y comprometido pensamiento crítico de izquierda.

¿Qué tipo de socialismo? Al decir de Francois Houtart, ni el que da risa, el socialdemócrata, ni el que da miedo, el estalinista. Por supuesto que buena parte de los regímenes que ocuparon el nombre del socialismo en el siglo XX no tenían nada que ver en realidad con él. Confundir el modelo estalinista, que con diferencias de grados y matices se extendió a otras latitudes, con el socialismo, es como confundir a la Inquisición con el cristianismo primitivo, revolucionario, colectivista y ligado a las entrañas populares. El socialismo al que aspiramos, aquí y en todo el mundo, es uno de libertad, igualdad y desarrollo pleno, que apunte a una sociedad de trabajadores libres asociados, donde el libre desenvolvimiento de cada uno sea la condición para el libre desenvolvimiento de todos, donde el poder y la propiedad pertenezcan a todos. Un mundo nuevo, sin César ni burgués. Un revolucionario no puede conformarse con menos.

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