Perú: Mirar a Castillo sin mirar el reino
Vargas Llosa, en algún momento, definió al Perú oficial contemporáneo (que él mismo abonó), como el “país del espectáculo”. Es decir, una sociedad superficial, sin mayor criticidad, ni contenido. Donde el “chongo” y la chacota mediática estructuran la coyuntura apabullante.
En dos siglos de República criolla, el pasado 6 de junio del 2021, las grandes mayorías sociales “negadas” en el país, convirtieron su mayoría demográfica en mayoría política, y eligieron al campesino, Pedro Castillo, como presidente de la República más acriollada y achorada de Abya Yala.
En ese entonces, incluso con la adrenalina política a tope, sabíamos que Pedro Castillo, por más que lo “apartasen” del Perú Libre (partido con el que fue electo) o se “olvidase” de sus potentes promesas electorales, no lo tendría fácil. ¡El Perú, por su naturaleza colonial, está diseñado para el gobierno de criollos, para los ricos! ¡No para campesinos, mucho menos para un provinciano “sin poses limeñas”!
En menos de seis meses, Pedro Castillo estabilizó la economía del país, repuntó el valor de la moneda local frente al dólar, bajó el precio del gas natural (con la electricidad domiciliaria impulsa hacer lo mismo), y vacunó casi a toda su población contra COVID19.
Pero, nada de ello es “mérito” para el campesino gobernante porque la prensa limeña y alimeñada simplemente mira en Castillo el sombrero que lleva puesto y escucha en los mensajes presidenciales sólo el marcado dejo provinciano.
Se escandalizan, y exigen la renuncia del presidente, porque el campesino Castillo nombró como Premier del Consejo de Ministros a un peruano “con denuncias por maltrato de mujeres”. Fue un desatino del presidente. Por supuesto que sí. Pero, Perú es tan machista como Francisco Pizarro. Y ese machismo corrupto fue cultivado también por la cultura oficial irradiada desde la limeñidad achorada.
Le acusan de incapaz, y hacen escándalo mediático porque el presidente Castillo renueva 4 veces a sus ministros en cuestión de 6 meses. Pero, no dicen nada que Perú es uno de los pocos países donde el Órgano Legislativo aprueba o castiga al gabinete de ministros incluso antes que éstos comiencen sus funciones. Situación sui generis que hace que este país sea políticamente inestable (5 presidentes en los últimos 5 años).
La prensa peruana y sus analistas no dicen nada sobre el “Estado profundo” (oligarquía limeña), quien mediante sus medios de (des)información corporativas, obligan al campesino presidente a cambiar ministros a la medida de sus intereses inmorales, en los tiempos casi exactos.
El reino llamado Perú, donde la nobleza neoliberal disfruta del banquete del crecimiento de las cifras macroeconómicas, se encuentra en óptimas condiciones. El reino peruano no corre peligro. Incluso el presidente Castillo, bastante controlado, “escarmentado” o amenazado con la “vacancia”, se comporta muy bien para que funcione el reino neoliberal peruano.
En este sentido, cualquier escándalo o cachondeo mediático de la limeñidad acriollada o de sus patrones por “culpa de Castillo”, es sólo eso: chacota espectacular.
Es verdad que Castillo es presidente del Perú, pero en los hechos no gobierna. Gobierna el "Estado profundo oligárquico" que saquea los bienes comunes del país y se resiste a compartir las ganancias. Esta oligarquía jamás perdonará que un provinciano (sin su licencia) se haya atrevido a disputar el poder formal en el Perú. Mucho menos que se hable de los logros o hábitos ejemplares de un “no ciudadano” peruano gobernando una República criolla con aroma naftalina.
Perú, por sus destructivas contradicciones internas, está condenado a la inestabilidad escandalosa continua. Y esto no es culpa de un campesino. Estas contradicciones, incluso institucionalizadas, deben ser debatidas y superadas mediante un proceso constituyente popular y plurinacional. Y para que ese proceso ocurra, debemos organizarnos y movilizarnos todos los sectores, pueblos y territorios cansados del despojo y del bicentenario colonialismo interno y externo. Las urnas no deberían desmovilizar las calles. Lo que conseguimos en las urnas debemos defenderlo desde y en las calles.
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