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Europa :: 10/02/2011

Portugal: Elecciones y ruptura

Miguel Urbano Rodrigues
¿Qué hacer, si la perspectiva es la rotación de gobiernos del PS y del PSD, partidos neoliberales, sumisos a las exigencias del capital nacional e internacional?

Más de 52% de los portugueses se abstuvo de votar en las elecciones para la presidencia de la República.

La cobertura mediática de la campaña fue mala y perversa. Periódicos, televisoras y radios desinformaron intencionalmente. Especialmente indecorosa fue la televisión. Los analistas habituales, todos defensores del sistema, se exhibieron en ejercicios de pequeña política a través de mesas redondas, entrevistas y artículos. Dedicaron atención especial al involucramiento de los candidatos en escándalos mayores y menores, a episodios de bambalinas, chismes y sondeos. Manifestaron preocupación respecto a las consecuencias de la crisis, pero hablaron de Portugal como si fuera un país sin clases sociales, sin trabajadores y banqueros, donde el presente y el futuro dependen no del pueblo sino de las estrategias del PS y del PSD, del parlamento, del juego político de los dirigentes de los partidos que se turnan en el poder.

Belén tuvo muchos candidatos. Pero esa abundancia no halló correspondencia en el debate de ideas. Cuatro de los aspirantes a la presidencia se comportaron como portavoces del sistema. Coinciden en afirmar que es indispensable cambiar algunas cosas. Mas, como el príncipe del «Leopardo», de Lampedusa, desean un cambio cosmético para que todo quede en las mismas.

El discurso de los candidatos, a excepción del de Francisco Lopes, dejó clara su adhesión al engranaje responsable de las calamidades que alcanzan a la humanidad y, obviamente, al pueblo portugués. Ellos se abstuvieron de vincular la crisis, siquiera tímidamente, al capitalismo.

Fernando Nobre, lanzado por obscuras fuerzas, intentó aparecer como intelectual progresista, como un humanista situado por encima de los partidos. Recurriendo a un discurso populista anti-partidos, surgió enmascarado de salvador. Engañó a franjas del electorado, pero en su reflexión sobre la crisis mundial no logró ocultar un pensamiento reaccionario. Por sí sola, la posición asumida ante el presupuesto del estado define una opción ideológica de derecha.

Defensor Moura, el diputado del PS, se esforzó por llamar la atención, pero pasó casi desapercibido. Ciertamente, apareció, habló, pero no dijo nada. No faltó tampoco un candidato folclórico, el madeirense Coelho.

Manuel Alegre obtuvo muchos menos votos que en la elección anterior. Apoyado por el PS y el Bloque de Izquierda -un partido de pequeño burgueses “reciclados”, progresivamente integrado al sistema– gritó de norte a sur del país con la esperanza de que vieran en él a la personalidad providencial capaz de unificar la «izquierda». Pero, sediento de los votos de sus compañeros del PS, no dudó en defender a Sócrates. Reiteradamente expresó el temor de que Cavaco destruya «el estado social», simulando ignorar que el actual primer ministro golpeó como ningún otro las grandes conquistas sociales de la Revolución de Abril (salud, educación, legislación laboral, prevención social en general). El fracaso de la candidatura demostró que el pueblo portugués no ha olvidado el apoyo de Manuel Alegre --como diputado y dirigente partidario, a lo largo de más de tres décadas--, a la política de derecha emprendida por sucesivos gobiernos del PS.

Cavaco Silva fue, como se esperaba, electo, sin necesidad de una segunda vuelta. En un artículo como este, comentar las interpretaciones de su votación, inferior a la de 2006, sería desperdiciar espacio.

Del inicio al fin de la campaña, Cavaco habló como personaje de Molière. Fue monótono en el discurso farisaico, ególatra, de auto elogio, que insistió en proclamar su sabiduría, su conocimiento del vasto mundo y, sobre todo, su ética de político que viveria para servir a la patria. Creo útil subrayar que, por sí misma, la apología de la obra que realizó como Primer ministro, es decir, el orgullo de su desgobierno, justifica el legítimo temor de que su actuación en este segundo mandato sea aún más negativa que la que caracterizó el primero.

Francisco Lopes fue, repito, la excepción. No recuerdo una campaña comunista a las presidenciales que haya tocado tan profundamente las bases del partido. El discurso del candidato fue de una seriedad y austeridad ejemplares en la fidelidad a una ideología y un proyecto cuyo objetivo es la desaparición del capitalismo y la construcción de una sociedad socialista. En los debates en la televisión, y en los comicios, demostró un conocimiento profundo de los grandes problemas nacionales. Demostró estar consciente de la interrelación existente entre ellos y la crisis global del capitalismo. No hizo concesiones al sistema. En ningún momento trató de conseguir votos para ganar la simpatía de capas de la pequeña burguesía, contaminadas por los engranajes electorales.

Siempre ha sido mi convicción que, mucho más importante que el total de votos obtenidos, es la adecuación del discurso de un candidato del PCP al proyecto comunista, el rigor ideológico de sus intervenciones. Francisco Lopes no se desvió de la estrategia por la que optó.

Los más de 300 mil votos que recibió representan además el cuádruple de los miembros del PCP, lo cual es revelador de que su discurso revolucionario conquistó la adhesión de muchos portugueses no comunistas que repudian el sistema y comprenden la necesidad de la lucha por su eliminación.

Los mecanismos de la desinformación accionados por un engranaje mediático perverso, controlado por el gran capital, pesan mucho en el comportamiento del electorado. Incluso en Alentejo, en baluartes del PCP, escuché de boca de antiguos trabajadores de la Reforma Agraria disparates del siguiente tipo: «la gente no gana, entonces, ¿para qué votar?».

Portugal está en Europa y no en América Latina donde la consciencia antiimperialista es muy fuerte, y ha sido lo que, en los últimos 15 años, ha permitido la elección de presidentes con un discurso anti neoliberal, critico de la política de los Estados Unidos. En el espacio de la Unión Europea eso no es posible.

Las elecciones promovidas en el marco de instituciones creadas por la burguesía --y por ella controladas para que funcionen en beneficio exclusivo de sus intereses, es decir, del gran capital--, cierran la puerta a situaciones como aquellas que llevaron a la presidencia a Hugo Chávez, en Venezuela, a Evo Morales, en Bolivia, o al propio Lula en Brasil.

¿Qué hacer, entonces, si en el horizonte la perspectiva es la rotación de gobiernos del PS y del PSD, partidos neoliberales, sumisos a todas las exigencias del capital financiero nacional e internacional?

Es legítima la aspiración a una política menos reaccionaria que la desarrollada por Sócrates & Compañía. La propia dimensión de la crisis impone el cambio, contrariando la voluntad de la alianza tácita PS-PSD-CDS.

Mas no es previsible cómo y en qué circunstancias ocurrirá tal cambio. Él dependerá fundamentalmente de la amplitud de la lucha de masas y no de las urnas. Las gigantescas manifestaciones de protesta contra la política calamitosa del gobierno del PS confirmaron que el movimiento popular está en rápido ascenso y que la consciencia política de los trabajadores aumenta, forjada en la lucha en defensa de derechos y conquistas amenazados por el poder.

Hoy las masas no alimentan la ilusión de que las cosas van a cambiar por la vía electoral. Nada esperan del Parlamento, controlado por la derecha, aunque la presencia en este de una fuerte bancada comunista sea mucho más importante desde que funciona como palanca de la lucha de masas.

La campaña electoral de Francisco Lopes habrá contribuido, creo, a esclarecer la consciencia, aún difusa, de que la ruptura con la política que empuja al país a la bancarrota, en tanto rompimiento dentro del sistema, no puede alcanzar el objetivo. La misma exige, a plazo una ruptura con el propio sistema, es decir, con el capitalismo.

Pero creer en una revolución social en Portugal en un plazo previsible sería una actitud romántica. No existen para eso condiciones subjetivas mínimas en un país semicolonizado por los grandes de la Unión Europea.

Esa realidad no justifica, sin embargo, posturas pesimistas. Las revoluciones no tienen fecha en el calendario. Son el producto de procesos moleculares; maduran lentamente, distanciadas de modelos importados, inseparables de factores que son diferentes en cada sociedad.

Además, con pocas excepciones, las grandes revoluciones han irrumpido y vencido imponiéndose en contra de la lógica aparente de la historia.

Los acontecimientos de Túnez y de Egipto, el despertar repentino, inesperado, del mundo árabe convida a una reflexión profunda. Un rebelde no se transforma de un día a otro en un revolucionario, sobre todo cuando en las sociedades la contestación frontal del poder tiene un carácter espontáneo, dada la ausencia de partidos revolucionarios con arraigo popular.

Cualquier paralelo con Portugal sería no solo descabellado, sino ridículo. Pero ni siquiera por eso las lecciones que esas explosiones sociales transmiten son menos importantes para los portugueses progresistas.

Lo más importante es que las masas, cuando se movilizan y actúan como sujeto de la historia contra aquellos que las oprimen, son irresistibles.

Vila Nova de Gaia, 7 de febrero de 2011

Traduccion de Marla Muñoz

 

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