¿Qué hacemos? Tesis sobre la praxis política feminista en el laboratorio de la ultraderecha


Nos interesa partir de la afirmación de una fuerza colectiva feminista que produjo desplazamientos, innovaciones, cuestionamientos profundos de jerarquías, vectores de politización que están siendo contestados con una reacción patriarcal que se expresa, por ejemplo, en el gobierno de ultraderecha de Javier Milei.
Queremos plantear que la virulencia política que vemos hoy en Argentina responde, en particular, a dos saldos del proceso de organización feminista de los últimos años: la transversalidad de las alianzas políticas y la politización de zonas de la reproducción social, hoy claves para asegurar un pasaje de umbral en la superexplotación del trabajo y la privatización del ajuste en los contornos de la vida familiar.
La victoria electoral de Javier Milei como reacción contra un ciclo de luchas
La reacción colonial-patriarcal de este momento del capitalismo de guerra es global, pero tiene características particulares para América Latina y, más aún, en el laboratorio argentino. En todo el continente se contesta en términos contrarrevolucionarios a un ciclo de movilizaciones caracterizado por un protagonismo feminista, popular y callejero que abarca desde la revuelta y el proceso constituyente en Chile, los paros en Colombia y Ecuador, hasta las masivas movilizaciones y paros feministas en Argentina. Hace un tiempo señalamos, durante el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), una contraofensiva que se jugaba en términos represivos, financieros y religiosos: fue en el momento que coincidió el pico de movilizaciones por el derecho al aborto con el retorno del FMI al país. Milei es una radicalización extrema y por la derecha de aquel primer gobierno, que gana, después de la dictadura militar (1976-1983), con un programa explícitamente de derecha, de una derecha ya organizada como partido en superación del esquema del partido militar.
Hoy la reacción incluye a algunos sectores de los progresismos y las izquierdas que despliegan una culpabilización sobre movimientos que propusieron una radicalidad masiva en el último ciclo de luchas. La culpabilización que, a su vez, se quiere hacer pasar como crítica al progresismo, lo pone a salvo de hacer un balance de su propia descomposición.
En Argentina es imposible leer el gobierno de Milei en una secuencia corta: hay que conectarlo con la secuencia de luchas regionales de los últimos años, pero también en relación a la crisis de 2001. Milei clausura, por la derecha, aquel ciclo de crisis caracterizado por el rechazo a las políticas de austeridad y de impunidad y, al mismo tiempo, expresa la continuidad de una crisis de legitimidad del sistema político que no terminó de saldarse en años posteriores y que conecta, de modo no lineal a nivel global, con la salida reaccionaria de la crisis financiera de 2008.
La extrema derecha de Milei emerge así como una respuesta a un neoliberalismo que a pesar de sus ruinas -para parafrasear a Wendy Brown (2020)- relanza una agenda neoextractivista en nuestra región para auxiliar al mercado global (vía colonialismo verde, vía ciclos de endeudamiento), particularmente en torno a la energía, los minerales raros como el litio y el agronegocio. Una novedad es que el gobierno de Milei no está dispuesto a hacer concesiones ante el aumento de la conflictividad social, evidenciando una radicalización de las elites económicas en su proyecto de avanzada contra los derechos de las clases trabajadoras, de los pueblos indígenas y de la radicalización feminista.
El voto a Milei como promesa de estabilidad frente a una economía cotidiana atravesada por la deuda y la inflación permanente
Afirmar que el régimen de Milei tiene elementos fascistas no es decir que la mayoría de sus votantes sean fascistas. De hecho, gran parte de su apoyo puede explicarse a través de la economía cotidiana. Es un terreno que parece ser ignorado una y otra vez en su inexorable materialidad y, como tal, en su racionalidad política.
Es decir, proponemos una lectura de la ultraderecha en Argentina que al mismo tiempo que da cuenta de una reacción patriarcal, colonial y neoliberal sobre un ciclo de luchas, también expresa procesos de largo plazo que han sido leídos de una forma eficaz por las fuerzas reaccionarias. Nos referimos concretamente a la proliferación de la subjetividad política ligada al emprendedurismo a partir de la desestructuración del mercado de trabajo y la consolidación de un "neoliberalismo desde abajo" (Gago, 2014). A su vez, la expansión del endeudamiento y de la microespeculación en la vida cotidiana para resolver la reproducción social terminan de consolidar esa trama que hace frente a la precariedad y la realidad del "sobreempleo" actual (Cavallero y Gago 2019).
La simultaneidad de esta doble lectura evita caer en procesos de culpabilización o bien de reduccionismo. Creemos que la producción de teoría, lejos de contribuir a un nihilismo o a una justificación de lo que existe, debe encontrar los puntos desde donde afirmar una fuerza, sin eludir el examen de la eficacia de la propia práctica política.
Este enfoque es producto de las luchas del movimiento feminista del que somos parte porque lo hemos colocado como un análisis construido desde la práctica política, fundamental para entender las violencias económicas que sostienen la austeridad como discurso de disciplinamiento.
El desprecio de creer que quienes son más afectadxs por las dinámicas económicas de empobrecimiento no lo entienden, o no lo traducirán electoralmente, es un procedimiento recurrente. Supone, además, que habría una ideología o unos valores superiores que le sacarían importancia a lo que se siente en el bolsillo.
El desprecio, lo sabemos bien, es un modo de consideración y confinamiento de lo doméstico, de lo que sucede al ras de la cotidianeidad. Lo doméstico es ese espacio que en el discurso económico queda borrado como lugar de producción de valor, pero también como ámbito central en el que se experimentan en concreto los efectos de las devaluaciones. Donde se organiza una economía de gestos que van desde buscar precios incansablemente frente a una inflación que se dispara hasta tomar el transporte público con demoras o con la sensación de que se puede ser víctima de un hecho de inseguridad. La idea de que esas sensaciones podrían no constituir una dinámica política o que son reparadas a nivel de evocaciones históricas a tiempos pasados y mejores, es a todas luces insuficiente.
Lo doméstico -que no se reduce a la casa, porque desborda al barrio, las redes, las comunidades- es el lugar donde el dinero se transforma en deuda rápidamente, donde la moneda es humo, o donde se siente la baja arbitraria de un salario social complementario por haber hecho una compra en dólares. La sensación de injusticia que se vive entre esfuerzo y dinero es clave. La casta (sea del tipo que sea) es aquella que no debe pasar por ese cálculo cotidiano.
No podemos descansar en etiquetas fáciles y condenar al fascismo en abstracto o señalar con el dedo a un sector que expresa la crisis de la representación política de maneras difusas y contradictorias. Más bien hay que entender cómo Milei expresó, durante la campaña electoral, a quien siente que el dinero se hace agua o que la deuda es la presencia más permanente en las casas y fantasee con dinamitar el Banco Central. Una fantasía radical.
Ahí también hay que comprender una voluntad de cambio radicalizada que encuentra expresión en quien promete lo que a todas luces todos dicen: el dólar -la moneda del imperio- es lo único estable. En una economía que tiene bienes y servicios fundamentales dolarizados (el precio de la vivienda por caso), la propuesta de dolarización de Milei pone el negacionismo del otro lado (y hace que el negacionismo del terrorismo estatal parezca menos importante). Se hace cargo de ponerle palabras a un mundo de experiencias cotidianas de lxs de abajo que oscilan entre el cálculo, la frustración y la especulación.
Esta propuesta de llevar al máximo de radicalidad el gobierno financiero de nuestras vidas (la especulación a la que se ve obligado cada quien que debe lidiar con la precariedad) se combina a la vez con un discurso reaccionario, misógino y patriarcal. La inseguridad llevada a lo cotidiano lubrica un discurso sobre la necesidad de armarse, de buscar seguridad a toda costa.
De la pandemia a la ultraderecha: umbrales de la violencia financiera
Estamos ante un pasaje de umbral de las violencias económicas-financieras que combina su intensificación y aceleración y que reconfigura las posibilidades de supervivencia de las mayorías.
La aceleración de la violencia económica a través de lo que hemos llamado extractivismo financiero encuentra en las plataformas su medio predilecto. Desde la pandemia, las empresas llamadas FinTech (tecnología financiera) se consolidaron y se expandieron como medios de pago, de especulación y, sobre todo, como fuentes de endeudamiento.
En la domesticidad reorganizada durante la pandemia, la deuda evidenció de modo paradójico la combinación entre su capacidad de resolución de emergencias frente a la caída de los ingresos y el aumento del trabajo no remunerado necesario para sostener la vida. Las recientes medidas de ajuste estructural lanzadas por el gobierno de Milei radicalizaron y extendieron estos procesos (desregulación absoluta de precios, tarifas de servicios, intereses de las tarjetas de crédito, etc.), produciendo resultados inéditos en términos de velocidad del empobrecimiento de la población y difusión de herramientas financieras para acelerar el endeudamiento. De modo tal que, en el caso de Argentina, los vínculos entre los efectos de la pandemia y el ascenso de la ultraderecha son estrechos.
El hogar, en un contexto de privatizaciones y desregulaciones neoliberales, se ha destacado por una creciente cantidad de dispositivos que se utilizan para transferir actividades desde los ámbitos asalariados hacia el trabajo no remunerado, y se ha convertido en un espacio de permanente gestión tecnológica de las finanzas personales. En primer lugar, entendemos que el teléfono móvil y la infraestructura de comunicación digital ha tomado un rol fundamental en la gestión de la reproducción social. Es allí donde las plataformas digitales se afirman tanto como infraestructura para tomar deuda (el caso de las billeteras virtuales que ofrecen créditos de forma rápida) como para obtener trabajos intermitentes y precarios (plataformas que ofrecen servicio de transporte, de alquiler, etc.) para pagar deudas acumuladas y combinarlo con el trabajo de cuidados no remunerado.
La articulación del capitalismo financiero con las plataformas virtuales permite organizar la cooperación social como fuerza productiva a la vez que -como sugiere Josep Vogl (2023)- echa mano del resentimiento como el afecto que comanda su individualización.
Siendo versátiles a la hora de resolver múltiples tareas de la reproducción social en medio de la precariedad, las plataformas financieras devinieron actores fundamentales de este nuevo umbral de extractivismo financiero que inauguró la pandemia pero que se intensificó a partir de la desregulación de la economía.
Descomposición de la institucionalidad política vía aceleracionismo neoliberal fascista
Este sistema de gobernanza se sostiene a través de tres vectores: la capacidad de destrucción (despidos masivos, la eliminación de órganos del Estado enteros, la destrucción de los vínculos sociales fomentados por grupos comunitarios); la creación del caos (políticas de shock neoliberales y la imposición de nuevas políticas y normas, algunas de ellas inconstitucionales); y el despliegue de crueldad (retener alimentos de la gente más pobre y vanagloriarse de ello, festejar los despidos estatales).
La velocidad es estratégica en esta forma de gobierno porque cumple distintos objetivos. Por un lado, es un balance de experiencias neoliberales anteriores, bajo la idea de hacer lo mismo, pero más rápido. Por otro lado, aporta a la construcción de una radicalidad que antagoniza con la sensación de inmovilidad de los gobiernos previos. Por último, antagoniza de forma concreta con el tiempo que implica la producción de alianzas políticas y de sostener instancias de organización para tomar la calle.
La llamada calma financiera, conseguida en los últimos meses por el gobierno y festejada internacionalmente, es una forma de producción de gobernabilidad: un gobierno del tiempo de la conflictividad tomando deuda, lo que produce una sensación de estabilidad en la economía sostenida a base de incrementar la recesión. Una doble pinza financiera sostiene la motosierra (el electrodoméstico fetiche de Milei): endeudamiento de las familias y endeudamiento estatal; combinado con la velocidad del shock del empobrecimiento y la canalización de las energías a la sobrevivencia, así como la radicalización que quiere condensar la crisis de la institucionalidad democrática.
Milei deriva su poder de sus vínculos con fondos de inversión (como BlackRock) y con poderosas corporaciones con intereses extractivistas (de ahí sus frecuentes visitas a Elon Musk). Estos profundos vínculos se hacen evidentes al mismo tiempo que la sociedad argentina está siendo reconfigurada por nuevos extremos del capitalismo hacia un modelo -como ya señalamos- extractivo y bélico.
Los obstáculos que nos encontramos desde las luchas feministas
La guerra económica contra la población pone en crisis las condiciones de supervivencia y a la vez las condiciones de reproducción de las luchas. Es importante volver sobre una secuencia histórica que tiene al 2001 como contrapunto con el estado de situación actual.
A diferencia de aquella crisis, no nos encontramos con una crisis de desempleo, sino con una situación de pluriempleo y endeudamiento que disputa tiempo y energía física y psíquica con la posibilidad de organizarse.
El agotamiento, la depresión, el estado de incertidumbre que se acelera a partir de la aplicación de una guerra contra la reproducción social, desafían la capacidad de armar un cuerpo colectivo para sostener las luchas e imaginar desobediencias.
Los costos de la crisis se han privatizado en cada casa y han secuestrado la posibilidad de hacerse tiempo para luchar e imaginar en común. Al mismo tiempo, la aplicación de un ajuste sobre los ingresos populares que, desde el 2018, no dejan de caer, junto con la estabilización del endeudamiento como recurso permanente, han producido que el llamado a la austeridad y el sacrificio devengan un lenguaje popular.
La deuda se metió en las casas, organizando una economía cotidiana en la que palabras como sacrificio o expresiones como no hay plata (utilizadas por el presidente) parecen coincidir con el realismo práctico de las mayorías.
En medio de una lucha permanente por los recursos, el resentimiento es una afectividad que ha tomado una preponderancia. El resentimiento -si evocamos la definición de Adorno (2021)- vehiculiza un desplazamiento en la atribución de causas y culpas por la situación de padecimiento. Es un sentimiento causado por la pérdida de poder en sociedades neoliberales con una alta concentración de la riqueza.
En Argentina, la estrategia del gobierno de promover una guerra entre quienes tienen aún algún derecho para señalizarlos como privilegiados hace mella incluso en la posibilidad de establecer solidaridad entre las luchas. Las luchas contra los despidos de lxs trabajadoras estatales o contra la privatización de organismos públicos, son miradas con indiferencia -o hasta hostilidad- por una parte de la sociedad que no se siente beneficiaria de esos derechos.
En Argentina, el feminismo hizo un trabajo de costura y acercamiento entre distintas realidades laborales: los paros feministas han sido momentos en que se ha logrado unidad y transversalidad y, sobre todo, experiencias comunes para percibir y dimensionar la heterogeneidad de la explotación. Sobre eso, la ultraderecha trabaja intentando quebrar confluencias, segmentando en pequeñas guerras cuasi personales las fronteras de los padecimientos, los escalones del deterioro.
La direccionalidad de este afecto es un desafío permanente en nuestra práctica política, que antagoniza de forma directa con la posibilidad de tramar y tejer alianzas políticas entre una composición cada vez más heterogénea entre quienes vivimos de nuestro trabajo.
Queremos proponer allí una política de la interseccionalidad -en su genealogía en Améfrica Ladina, como la propone Mara Viveros Vigoya (2023)- como antídoto frente al encapsulamiento permanente de los conflictos entre los sectores afectados.
Por último, el otro gran desafío con el que nos estamos encontrando es la posibilidad de articular frente a la caotización de la vida cotidiana. Si la gobernabilidad de la ultraderecha como fuerza política se construye en la producción de caos, propio del aceleracionismo neoliberal fascista, la tarea de la articulación, de la composición y la confluencia de las luchas, se vuelve un permanente dilema entre emergencias y focos de conflictos que se multiplican.
Jubilaciones, educación pública, salud mental y vivienda: conflictos concretos de recomposición de la trama política
La secuencia temporal que va desde la asunción de la ultraderecha está marcada por la proliferación de una conflictividad en múltiples ámbitos que van desde lxs trabajadores estatales, la economía popular, las universidades, los despidos en el sector privado y la respuesta frente a los ataques contra los transfeminismos.
Esta conflictividad se ve sorprendida por la no negociación de ningún tipo, sino, por el contrario, la negación de todo tipo de mediaciones. Esto se combina con una pedagogía permanente de la impotencia que el gobierno propone para desmoralizar a quienes se movilizan.
Sin embargo, esta situación no ha impedido que aparezcan conflictividades que intenten recomponer la trama política y muestren una oposición que dispute y recupere la radicalidad de las prácticas políticas que siguen asumiendo la exigencia de liberación. Luchas como las que protagonizan los y las jubiladas, las y los estudiantes universitarios, los feminismos y los sectores más combativos del sindicalismo mantienen una dinámica política de no abandonó de la calle. Un espacio que, hay que remarcarlo, el gobierno no logra conquistar.
¿Qué hacer?
Esto es lo que más nos interesa, no nos sentimos cómodas con asumir el "realismo capitalista" (Fisher, 2023). Durante todo este año hicimos asambleas, apostamos a fortalecer redes, a entramarnos con los diferentes conflictos, a la vez que sostuvimos las instancias de organización transversal.
Un ciclo de movilizaciones feministas que en 2025 cumple 10 años -con la primera movilización masiva de Ni Una Menos en junio de 2015- y desde donde hemos sabido traducir el malestar en organización, construir masividad y operar en interseccionalidad. Un proceso que, por supuesto, ha tenido límites y errores pero que de ninguna manera son aquellos que la reacción (por izquierda y por derecha) quiere hacer pasar como balance público. En esa clave nos parece fundamental sostener algunas cuestiones:
Primero. Es necesario reafirmarse en la radicalidad contra la culpabilización que intenta desterrar la memoria de radicalización del último ciclo de lucha. Así, se pretende reducir el largo y extenso ciclo de lucha feminista (por lo menos el de los feminismos populares latinoamericanos) a un plano meramente simbólico, ahí justo donde hubo transformaciones concretas para poner en crisis la modulación subjetiva, afectiva, material del neoliberalismo. Los paros feministas, las luchas por el derecho al aborto y contra la precarización del trabajo, las luchas por la vivienda, contra la deuda externa y privada son confrontaciones materiales con zonas donde el neoliberalismo produce inseguridad y en las que la ultraderecha le contrapone la intemperie del mercado.
Segundo. Al mismo tiempo, nos parece indispensable renarrar las violencias. Uno de los saldos del proceso de masificación del feminismo ha sido la repolitización de las violencias y la capacidad para dar cuenta de las guerras que se libran en la reproducción social entramando violencias financieras, institucionales, racistas y machistas. Hoy nos encontramos en un pasaje de umbral que nos exige repensar no sólo la conceptualización de las violencias, sino también los mecanismos de autodefensa, una vez que se despliega una contraofensiva que disputa la radicalidad con nosotrxs.
Este es un proceso paralelo a la crisis del pacto democrático liberal -conseguido en países como el nuestro como efecto de luchas anti-dictadura y de peleas radicales por los derechos humanos- y es un marco del que se ha retirado la élite económica, pero que nosotras y nosotros quedamos sosteniendo. De hecho, es el que permite la insistencia en luchas antirepresivas. La pregunta es qué prácticas podrían ser hoy de contraviolencia o de autodefensa frente a este nivel de destrucción y crueldad, una vez que el uso de la violencia como estrategia de liberación no está entre las opciones/repertorios de acción de los movimientos; está aún en elaboración.
Tercero. Insistimos en disputar desde la reproducción social: se trata de disputar la resolución de la interdependencia desde una lógica antineoliberal y antifascista. Para eso las luchas por la reproducción social son y seguirán siendo esenciales. Esto implica un programa político que dé solución a las mayorías (alimentación, vivienda, salud, educación, etc.), explorando formas de organización que se hagan cargo de los puntos donde el neoliberalismo ha producido legitimidad política por abajo.
Construir política desde la reproducción social es estratégico, tanto como laboratorio de otras formas de resolver la interdependencia como de cuestionar el consumo, y de poner límites a la violencia de la explotación en la vida cotidiana. Es allí donde está contenida, aún en un marco de guerra, la posibilidad de disputar el tiempo para la producción de vida en común. Dicho de otro modo, no hay formas de combatir el agotamiento del trabajo sobreexplotado y precario sin hojaldrar otras temporalidades en la reproducción social, lo que implica seguir desarrollando un sindicalismo feminista que organice la confrontación con la explotación laboral, financiera, afectiva y algorítmica.
Cuarto. Es necesario construir organización de una forma multiescalar y capilar: la ultraderecha ha copiado esta metodología. Sonia Corrêa (2024) propone pensar estas fuerzas reaccionarias bajo la figura de la "hidra", en tanto un ecosistema complejo y mutante en que se mueven fuerzas religiosas, seculares, empresariales, intelectuales y políticas. Es evidente que responde, replica y busca capturar también a un modo multiescalar e internacionalista de organización feminista que no podemos abandonar. Esto implica identificar los puntos donde las ultraderechas están encontrando terrenos de batalla (redes sociales, universidades, escuelas, lugares de trabajo, hospitales, economía de plataformas).
Profundizar nuestra política de la capilarización implica un tejido de alianzas y una lucha cuerpo a cuerpo en cada escuela, en cada hospital, donde proliferan los discursos y prácticas contra la ideología de género. Hoy en Argentina esta batalla es cotidiana y central. La combinación de planos y escalas tiende a la dimensión estatal a través de las políticas públicas como puntos estratégicos que se están atacando o cambiando su orientación a una conservadora o familiarista.
Cinco. Disputar el futuro: La guerra cultural que la ultraderecha está librando tiene un componente furioso de disputa sobre el futuro. Diversxs autorxs caracterizan a estas fuerzas como un "aceleracionismo reaccionario" 1/ que sitúan el pasado en el futuro o, como señala Judith Butler (2024), apelan a un pasado mítico a restaurar que nunca existió. La recuperación de una "familia ideal" funciona de una forma fantasmática (ídem), al mismo tiempo que se explota y aplana la capacidad de especular sobre el futuro en una dimensión eminentemente financiera. En ese sentido, la disputa por la educación de la juventud 2/ es elocuente. Necesitamos proponer un futuro en común, que sin ser el de la especulación financiera, no sea el de la catástrofe.
La aparición de un gran movimiento estudiantil por la educación pública marca un punto de inflexión en este sentido, porque ha sido una demostración profundamente transversal, multisectorial e intergeneracional de fuerza, de dignidad y de orgullo. También porque la juventud ha entrado en escena, sacándose de encima el sesgo culpabilizador que se le quiere endilgar por los triunfos electorales de la ultraderecha. Esa misma juventud que ya fue también culpabilizada por su pasividad pospandemia y que es hoy disputada por la explotación financiera (que a través de síntomas como la ludopatía no hacen más que expresar esa disputa por el malestar). El acumulado sensible, organizativo, de lenguaje y de alianzas feminista está también en acto en esos liderazgos juveniles, en sus formas de ocupación de la calle, en su deseo contagioso de no dejarse robar la protesta y la fiesta.
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* Luci Cavallero, feminista, licenciada en sociología e investigadora de la Universidad de Buenos Aires.
* Verónica Gago, filósofa, politóloga, investigadora y activista feminista argentina.
Referencias
Adorno, Theodor W. (2021) Rasgos del nuevo radicalismo de derecha. Buenos Aires: Taurus.
Brown, Wendy (2020) Neoliberalismo en ruinas. Buenos Aires: Tinta Limón.
Butler, Judith (2024) ¿Quién le teme al género? Buenos Aires: Paidós.
Cavallero, Luci y Gago, Verónica (2019) Una lectura feminista de la deuda. ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! Buenos Aires: Tinta Limón / F. Rosa Luxemburgo.
(2021) La casa como laboratorio: vivienda, finanzas y trabajo esencial. Buenos Aires: Tinta Limón / CLACSO.
Corrêa, Sonia (2024) "En seis meses, Milei resumió treinta años", disponible en https://www.eldiarioar.com/sociedad/sonia-correa-activista-e-investigadora-feminista-seis-meses-milei-resumio-treinta-anos_1_11765936.html
Gago, Verónica (2014) La razón neoliberal. Economías barrocas y pragmática popular. Buenos Aires: Tinta Limón.
Viveros Vigoya, Mara (2023) Interseccionalidad. Giro decolonial y comunitario. Buenos Aires: CLACSO.
Vogl, Joseph (2023) Capital y Resentimiento. Buenos Aires: Hidalgo Editores.
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