Rafah, la nueva Nakba
Las condiciones están dadas. Según publican medios estadounidenses, Biden apoya el plan del régimen israelita para invadir la ciudad palestina de Rafah. Netanyahu ha rechazado las propuestas de alto el fuego de Hamas. Las negociaciones parecen haber fracasado. La situación es compleja. Supuestamente el gobierno norteamericano habría marcado una serie de «líneas rojas» que el Ejecutivo de Netanyahu no podría traspasar. La "protección" de los civiles sería una de ellas.
Son sólo palabras, en múltiples ocasiones se han puesto de manifiesto disensiones entre los dos ejecutivos, aunque casi siempre Tel Aviv ha actuado por su cuenta. Es una disputa cara a la galería. Israel no se ha sentido presionada. El régimen de apartheid goza de inmunidad política bajo el amparo de la administración estadounidense que cuenta, a su vez con el apoyo de la UE. Biden asume incluso el desgaste político de imponer vetos a las resoluciones de la ONU que condenan el genocidio. Israel por tanto no cumplirá ningún acuerdo al que no se vea obligado por la propia Resistencia. Cuenta, como carta de triunfo, con el apoyo de los donantes a la carrera presidencial de Biden.
El genocidio israelí ha provocado el éxodo forzoso de casi dos millones de personas de toda la Franja de Gaza. Su único destino posible era la ya densamente poblada ciudad de Rafah, cerca de la frontera con Egipto. Es, en estos momentos, la ciudad más grande de Palestina desde el éxodo masivo de la Nakba en 1948.
El objetivo de la invasión de Rafah es empujar a los refugiados palestinos a la zona del Sinaí controlada por Egipto. Este país ha construido, a gran velocidad, un enorme muro que ocupa una zona de 20 Km cuadrados, donde se crearía una nueva cárcel a cielo abierto para los palestinos. EEUU está utilizando el gran talón de Aquiles de Egipto para imponer esa solución. El hundimiento de la libra egipcia en los mercados mundiales hace pocos días, incluidos los rumores sobre un posible default financiero, "animó" a El Cairo a renegociar nuevos créditos con el FMI e iniciar en contrapartida la construcción de la valla. Abdelfatah El-Sisi, el presidente egipcio, estaría dispuesto a sacrificar al pueblo palestino y a su propia población para hacerse con un trozo de ese pastel que, como sabemos, no llegará al conjunto de la población que realmente lo necesita.
Es una partida que se dirime entre trileros y criminales, donde las fichas son las vidas de miles de palestinos. Biden, en época preelectoral y acuciado tanto por los electores árabes que tienen un peso significativo en algunos estados clave como por la presión de los donantes sionistas (los grandes financiadores de la campaña electoral), intenta salvar la cara. Dice que envía ayuda humanitaria vía marítima (en realidad una gota de agua en un mar de necesidad) mientras margina a la UNRWA que había mostrado al mundo la barbarie de la ocupación.
De nuevo las ONGs corren en "auxilio desinteresado" de los necesitados. En realidad, estas organizaciones, financiadas en múltiples ocasiones por criminales revestidos de "filántropos", ayudan a tender cortinas de humo. Como hemos visto en otras ocasiones actúan de coartada moral para que la ciudadanía se desmovilice. La ayuda "desinteresada" que se proporciona, en el caso que nos ocupa unas 120.000 comidas para una población de 2.200.000 de personas, traslada lo que debería ser una denuncia política al campo de la "solidaridad naif".
En ningún momento esta acción solidaria desnuda el hecho de que Washington, mientras habla de paz, rellena los arsenales de Israel. Mientras la aviación norteamericana envía harina en paracaídas, la artillería israelí toma como objetivo esas concentraciones humanas. La prensa norteamericana lo ha titulado de forma gráfica: "las masacres de la harina".
Según las fuentes, Biden apoyaría un ataque a Rafah con el objetivo de eliminar a los dirigentes de Hamás siempre y cuando se evite la invasión a gran escala que enconaría aún más las acciones del "Eje de la Resistencia". Yemen ya ha anunciado la extensión de sus acciones militares a zonas cada vez más amplias.
EEUU pretende evitar una escalada mayor. Sigue insistiendo sobre la necesidad de las acciones "antiterroristas" aunque este argumento esté gastado y no preocupe a Netanyahu. Biden siente el peso de la opinión pública tras de sí y le preocupa su propio aislamiento político y el de su pupilo sionista.
Netanyahu, que está perdiendo esta guerra, ha introducido un nuevo giro en el guión; declara ahora que la «victoria» de Israel en Gaza depende de la invasión de Rafah. Hace cinco meses, en el inicio de este genocidio, Netanyahu había declarado esta zona como un lugar seguro. La incapacidad del ejército para mantener el control sobre el terreno en las zonas disputadas hasta ahora le obliga a cambiar de objetivo. El ejército israelí no es capaz de controlar las zonas que teóricamente había "limpiado". Los combates continúan en todas partes de la Franja, Ciudad de Gaza en el norte y Khahn Younis en el sur.
El objetivo inicial era el aniquilamiento de la Resistencia. Cinco meses después la acumulación de bajas en el ejército provoca cada vez más disensiones entre la cúpula militar y el ejecutivo. La guerra está siendo terriblemente costosa en recursos humanos y financieros. Los israelitas desplazados superan los 200.000, otros cientos de miles han sido movilizados. Decenas de miles abandonaron el país al comienzo de las hostilidades.
La economía de la Franja norte, la más rica del país, que ahora vive bajo el asedio de los misiles de Hezbollah y de la resistencia iraquí, está paralizada. Los ataques yemeníes que bloquean el tráfico marítimo provocan la parálisis de algunos puertos importantes. La inflación crece y el régimen de Netanyahu ha comenzado a reducir las ayudas sociales a la población desplazada. El hundimiento del PIB en el último trimestre del 2023 alcanzó la enorme cifra del 19,4%.
La guerra sigue, Netanyahu parece dispuesto a incrementar la apuesta. Las sociedades occidentales (ya que no sus gobiernos) comienzan a salir de su letargo porque Gaza no es sino una parte de la Guerra Global en la que estamos instalados. La paz ha de ser el gran reto colectivo porque la guerra se acerca cada vez más a nuestras propias casas.