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Europa :: 29/11/2023

Reproches sin arrepentimiento

Nahia Sanzo
Apuntando a diferentes culpables, Ucrania busca la clave del actual fracaso para definir ese aspecto que Kiev ha de cambiar para que todo siga igual y no se llegue a una negociación

Al contrario que hace unas semanas, cuando una parte de la prensa se aferraba aún a la posibilidad de éxito de Ucrania, son escasos los artículos que defienden que aún es posible lograr los objetivos políticos que Kiev y sus socios se habían marcado para la actual contraofensiva. Es posible que ese sea el signo más claro de su fracaso. El exembajador de EEUU en Rusia y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Stanford, Michael McFaul, es una de las pocas voces de alto perfil mediático aún dispuesta a defender los resultados de la gran operación terrestre que iba a cambiar el sentido de la guerra.

Pero incluso él, generalmente dispuesto a creer como verdades absolutas cada una de las afirmaciones del Gobierno ucraniano, ha dedicado sus últimos artículos a ejercer de grupo de presión en defensa de más armas para Ucrania a pesar de los escasos resultados en el frente. Esa es ahora la principal labor de Ucrania y sus más cercanos aliados. A ello se han dedicado la labor de la diplomacia y también los reproches, que en el último mes se han traducido en sutiles exigencias que, en ocasiones, cuentan con un matiz de chantaje. Es lo que puede argumentarse tanto de la lista de peticiones de Zaluzhny en su comentado artículo sobre el “punto muerto” en el que se encuentra la guerra, como también de las recientes declaraciones de Arajamia, en las que recuerda las palabras de Boris Johnson en Kiev, “vamos a luchar”, que llevan implícito el suministro de armas para hacerlo.

El cambio en la composición del frente, la valoración de Zaluzhny y el interés de Ucrania por comenzar a presionar en busca de un flujo aún mayor de armamento dejan pocas dudas sobre el resultado de la actual ofensiva, que el Gobierno de Kiev pretende mantener a lo largo del invierno. El discurso oficial intenta no cambiar, ya que Zelensky no puede permitirse el lujo de admitir un fracaso, aunque busca adaptarse. En esas contradicciones entre realidad y narrativa surgen también los reproches.

En un claro ejercicio de oportunismo de quien busca situarse en una mejor posición política, el exasesor de la Oficina del Presidente Oleksiy Arestovich ha resumido escuetamente las direcciones que están tomando los muchos dardos que vuelan actualmente entre las altas esferas de la política ucraniana en un post titulado “Una semana de cruce de acusaciones”:

“La entrevista de Arajamia traslada la responsabilidad de la continuación de la guerra a Johnson.

Las declaraciones de Bezuglaya [diputada de Servidor del Pueblo] traslada la responsabilidad de la falta de un plan para continuar la guerra a Zaluzhny.

Las «personas responsables» empezaron a hablar de conflicto entre Zelensky y Zaluzhny.

Zaluzhny, en un artículo en The Economist, indica claramente: el ejército hizo lo que pudo, la responsabilidad de la continuación de la guerra es de los políticos. Ellos deben buscar una salida al impasse estratégico, y cuando la encuentren y formulen, el ejército la cumplirá.

Zelensky parece haber decidido repartir las culpas entre Johnson y Zaluzhny.

Creo que se trata de un falso dilema. La verdadera responsabilidad recae en aquellos que nos prometieron a nosotros, a Ucrania, un apoyo real para librar una verdadera gran guerra y no nos lo proporcionaron”.

Con diferentes puntos de vista sobre quién ha fallado, los representantes políticos coinciden, como afirmaba Arajamia, en la necesidad de seguir luchando. No hay en el establishment político ucraniano un solo grupo relevante que abogue por el compromiso y la guerra es entendida como la única vía posible hacia una resolución. En esa lucha, desaparecen los matices y se simplifica la situación hasta el extremo para, al final, llegar a la conclusión más sencilla: Occidente debe aumentar el flujo de armas y financiación para que Ucrania pueda lograr la victoria, una en la que incluso antes de la ofensiva no creían siquiera los aliados del Pentágono.

Sin un análisis de los hechos y las posibilidades políticas, económicas y militares más allá de lo superficial de los reproches cruzados, Ucrania insiste en repetir la estrategia, esta vez contando con más artillería y con aviación occidental. Porque, pese a las diferencias tácticas y la dirección del dedo acusador de cada representante político ucraniano, todos parecen coincidir en el aspecto clave: Ucrania no ha contado con las armas que precisaba para realizar su ofensiva.

El hecho de que ese aspecto fuera evidente meses antes de que los tanques occidentales comenzaran a chocar contra los campos minados rusos no parece ser un detalle relevante y Ucrania busca aplicar tan solo una parte de las lecciones aprendidas en la actual ofensiva para caer nuevamente en errores similares. Kiev busca equilibrar aquellos aspectos en los que Rusia se ha mostrado superior, entre los que se encuentra la artillería, pese a la enorme inversión occidental, olvidando las carencias que la actual operación ha puesto de manifiesto. Un ejemplo de ello es la deficiencia de la instrucción occidental, que no ha supuesto un cambio cualitativo, pero es una de las soluciones propuestas por Zaluzhny para mejorar las condiciones de las Fuerzas Armadas de Ucrania.

Apuntando a diferentes culpables, todo tipo de representantes ucranianos buscan la clave del porqué del actual fracaso para lograr así definir ese aspecto que Kiev ha de cambiar para que todo siga igual y no aparezcan presiones políticas en busca de una negociación. La certeza de que la guerra ha entrado en las trincheras y la cronificación de esta situación puede ser un hecho que se alargue en el tiempo está cada vez más extendida. Pero ante la negativa rotunda a la diplomacia, continuar la lucha es la única opción aceptable para las autoridades políticas y militares de Ucrania, que han de adaptarse a los acontecimientos al margen de sus consecuencias.

Los escasos medios que se han hecho eco de las palabras de David Arajamia han destacado fundamentalmente el comentario sobre la intervención de Boris Johnson. Quedándose únicamente con el titular y sin añadir que Arajamia incluyó las palabras del entonces primer ministro británico como uno más de tres factores que contribuyeron a que no hubiera acuerdo, esos medios han vuelto a dar crédito a Boris Johnson por la decisión de optar por continuar la guerra.

Todos ellos han obviado o restado importancia a los otros dos factores -las dificultades políticas y legislativas que implicaba la renuncia a la OTAN y la falta de garantías de seguridad de sus 'socios', dos aspectos estrechamente relacionados con el punto de vista del régimen ucraniano, no solo de sus socios extranjeros- mencionados por Arajamia, que en ningún momento reniega de la postura de Boris Johnson, de lo que se puede deducir que no hubo entonces contradicción entre la postura del político británico y el círculo de Zelensky.

Entre todos los reproches que emergen actualmente ante la impotencia de observar cómo es Rusia y no Ucrania quien avanza en varias zonas del frente, llama la atención la completa ausencia de arrepentimiento. El fin parece justificar no solo los medios -entre los que para Ucrania se encuentra, por ejemplo, privar de suministro de agua a la población residente en determinados territorios bajo control ruso- sino las consecuencias.

En su mensaje, Oleksiy Arestovich deja caer la cifra de “un par de cientos de miles de personas no estarían vivas”. Periodistas proucranianos como Leonid Ragozin han entendido el dato como la filtración intencionada de las bajas ucranianas, que es muy superior al dado por The Economist, 70.000 soldados ucranianos fallecidos, que siempre pareció excesivamente favorable a Ucrania.

Ayer, Naciones Unidas publicaba su última estimación de bajas civiles y denunciaba que se han superado ya las 10.000. El dato supone la mitad de bajas de las que ha causado en los últimos 50 días la guerra entre Israel y Gaza, de las cuales, según las propias cifras israelíes, apenas entre 1000 y 1500 son soldados de Hamás. Aun así, pese a que el ratio entre bajas civiles y militares sea notablemente inferior al de la guerra en Oriente Medio, Kiev continúa calificando la situación actual como genocidio ruso contra la población de Ucrania. Así lo hizo Zelensky en la conmemoración actual de Holodomor. Ucrania continúa utilizando esos argumentos compaginándolos con el apoyo incondicional a la guerra de Israel, comparativamente mucho más dañina para la población civil, que al contrario que Kiev no cuenta con un suministro constante de armamento, financiación o incluso ayuda humanitaria.

Aun así, el único reproche que se hace el régimen que prefirió cerrar la vía diplomática -tanto en Minsk como en Estambul- para condenar a su país a una escalada bélica continua es no haber logrado una cantidad aún más elevada de armas pesadas de sus socios. El punto de inflexión de esta guerra no ha sido la contraofensiva de 2023, sino la cumbre de Estambul. El rechazo a la diplomacia y no la falta de munición, la escasez de entrenamiento o las divisiones políticas es la causa de la situación actual de destrucción de armamento occidental, bloqueo militar y político y privación e incertidumbre para la población civil.

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