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EE.UU. :: 18/11/2020

Republicanos del Valle del Río Grande

Mike Davis
Los Demócratas de ahora cometen el mismo error que los de Hillary: apuntan a la clase media, en lugar de a trabajadores e inmigrantes

Esperando un 2008, los demócratas han logrado de nuevo un 2016, unas elecciones que parece haber ganado Joe Biden por la mínima en unos cuantos estados. Si la ola azul se ha demostrado casi tan ilusoria como el muro azul de hace cuatro años es porque los demócratas centristas, tal como avisaron constantemente Bernie Sanders y Elizabeth Warren durante los debates de las primarias, se han negado a aprender las lecciones de 2016. La campaña de Biden no fue más que una versión modificada del fallido manual de Hillary Clinton.

Esto ha quedado contundentemente ilustrado por los avances de los republicanos entre los votantes latinos en varios estados. No resulta particularmente sorprendente que los pudientes exiliados cubanos y venezolanos, que chillan con que están los comunistas a la puerta, lograran una profunda incursión en los márgenes de los demócratas en Miami. Pero ¿qué pasó en los siete condados fronterizos principales de Tejas, cuya población de 2,6 millones de personas es mexicana de origen (tejanos) en un 90 %?

El partido a escala nacional ha descuidado o abandonado muchas circunscripciones electorales, entre ellas Puerto Rico, las zonas indígenas (Indian Country) y los Apalaches, pero el sur de Tejas posee una significación estratégica única. Así se reconocía dos días antes de las elecciones cuando el presidente del Comité Nacional Demócrata, Tom Pérez, visitó la zona de McAllen, en la punta más meridional del estado. ‘El camino a la Casa Blanca’, declaró, ‘pasa por el sur de Tejas. Acuérdense de que Beto [O´Rourke] perdió por cerca de 200.000 votos en 2018. Tan sólo en el Valle podemos ya conseguir esos votos. Si elevamos la participación hispana del 40 al 50 %, eso bastaría para dar el vuelco en Tejas’.

Pero la campaña de Biden fracasó a la hora de allanar el camino al poder con recursos de campaña o prestar atención a cuestiones locales. Siguiendo una prolongada tradición de negligencia electoral, los demócratas del Comité Nacional tenían la confianza de que Biden ensanchara el margen de victoria de Clinton en la región aun sin tener que desviar fondos o personal de las importantísimas contiendas de los barrios residenciales de las afueras. La frontera, al fin y al cabo, es una de las regiones más pobres del país, con una población a la que la propaganda republicana denigra por sistema como foráneos y violadores. En todo caso, las encuestas preveían victorias históricas de los demócratas; se garantizaba una ola azul a lo largo del Río Grande.

A medida que se disipaba la fantasía de grandes avances en Tejas, los demócratas quedaban estupefactos al descubrir que la alta participación había propulsado, por el contrario, una subida de Trump a lo largo de la frontera. En los tres condados del Valle del Río Grande (el pasillo agrícola de Brownsville a Río Grande City), que Clinton se había llevado con un 39 %, Biden logró un margen de un 15 % solamente.

Más de la mitad de la población del condado de Starr County, antiguo escenario de lucha del movimiento de peones agrícolas, vive en la pobreza, pero Trump consiguió allí el 47 % del voto, un increíble avance de 28 puntos respecto a 2016. Río arriba, le dio en realidad un vuelco al condado de Val Verde County (escaño de condado: Del Río), que es un 82% latino, y aumentó sus votos en el condado de Maverick (Eagle Pass) en 24 puntos, y en el condado de Webb (Laredo) por 15 puntos. El congresista demócrata Vicente Gonzalez (McAllen) tuvo que luchar contrarreloj para salvar el escaño que había ganado por seis puntos en 2018. Hasta en El Paso, semillero de activismo demócrata, Trump logró un avance de seis puntos.

Considerando el sur de Tejas en su conjunto, los demócratas tenían grandes esperanzas de ganar el Distrito 21 del Congreso, que conecta San Antonio y Austin, así como el Distrito 23, hispano en un 78%, que está anclado en las afueras residenciales de San Antonio, pero abarca una enorme franja del sudoeste de Tejas. En ambos casos, los republicanos ganaron con bastante facilidad.

¿La explicación? En palabras del congresista Filemón Vela (Brownsville) citadas en el Valley Morning Star, un periódico de Harlingen, ‘creo que no hubo ningún esfuerzo organizativo nacional de los demócratas en el sur de Tejas y los resultados lo dejan ver. Las visitas están bien, pero sin una planificación de medios y una estrategia de base es que no se puede persuadir a los votantes. Cuando das por seguros a los votantes, como durante cuarenta años han hecho los demócratas en el sur de Tejas, se pagan las consecuencias’.

 Al final, fue la economía la que hundió las esperanzas de una victoria aplastante de los demócratas. Fue un error gigantesco convertir las elecciones en un plebiscito sobre la chapucería de Trump en la pandemia sin llevar a cabo un esfuerzo que echase el resto para convencer a los votantes de que una administración de Biden sostendría los ingresos familiares y las pequeñas empresas hasta derrotar al Covid. La ley de asistencia de 2,2 billones de dólares aprobada por la Cámara tendría que haber sido la base de una campaña agresiva, pero la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, permitió que el líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, tomara la ley como rehén, y Biden, farfullando a lo largo de dos debates presidenciales, nunca se entregó a una verdadera cruzada por liberarla. Mientras tanto, las cifras del tercer cuatrimestre, por engañosas que fueran, le dieron un empujón inesperado a Trump; eran prueba, afirmaba él, de un brillante futuro por delante.

Un nuevo confinamiento nacional arruinaría esa ‘recuperación’. Los demócratas subestimaron la reverberación que este argumento ha tenido entre las clases medias empresariales y los propietarios de tiendas que se enfrentan a su extinción o a verse engullidos por Amazon. No resultaba tan difícil convencer a propietarios de bares, contratistas de la construcción, gerentes de franquicias, pequeños fabricantes y otros similares de que los cierres eran un mal mayor que medio millón de muertes más causadas por la Covid (se trata, por supuesto, de un fenómeno global: no hay más que ver el papel desempeñado por los propietarios histéricos de pequeños negocios en las protestas violentas en contra de nuevos confinamientos en Europa Occidental).

Por lo que se refiere a los trabajadores, obligados todos los días a elegir entre tener ingresos o salud, a la promesa de Biden de poner la ciencia al frente de la pandemia le dieron fácilmente la vuelta los republicanos como prueba de un apocalipsis económico supervisado por el temido Dr. Fauci. La contrarrespuesta de los demócratas fue débil, debido en parte a que el movimiento sindical tuvo todavía menos protagonismo que en la campaña de 2016. La difusión incontrolada del Covid restringió la campaña puerta a puerta en que ha consistido siempre la aportación de los miembros de los sindicatos a las batallas electorales. La campaña de Biden sí que le otorgó un mayor énfasis que Clinton a los derechos de los trabajadores, la negociación colectiva y los 15 dólares de salario mínimo, pero difundió los mismos mensajes vacuos sobre la creación de empleo y el futuro del trabajo.

‘Millones de empleos en energías verdes’ es una abstracción que fracasa totalmente a la hora de conectar con las circunstancias concretas del Rustbelt [cinturón industrial en torno a los grandes lagos] y las comunidades de los barrios marginados. Los demócratas más convencionales han tenido más de una generación para responder a una sencilla pregunta: ¿qué vais a hacer para incrementar las oportunidades laborales aquí en Erie (o en Warren, Dubuque, Lorraine, Wilkes-Barre y así sucesivamente)? Nunca han ofrecido una respuesta seria. Las soluciones concretas entrañarían inversiones públicas orientadas geográficamente, controles sobre la fuga de capitales y la sangría financiera, y, sobre todo, una expansión masiva de empleo público. Y estas son las vías para transitar las cuales la mayoría de los demócratas está demasiado aterrada.

Desde Reagan, los republicanos han luchado siempre por volver el poder institucional contra los demócratas, empujándoles a un terreno desfavorable y desorganizando a su base. Al conseguir la presidencia de la Cámara en 1994, Newt Gingrich introdujo el despiadado estilo de oposición absoluta que McConnell ha refinado de modo tan exquisito. Las elecciones de 2010 supusieron un punto de inflexión todavía más importante. Ese año los republicanos movilizaron todo el poder de la red de donantes multimillonarios, centros regionales de política y comités de acción política que llevaban levantando desde hacía treinta años para tomar por asalto los parlamentos de los estados y las mansiones de los gobernadores a lo largo y ancho de los estados del centro y el Sunbelt. Consiguieron 700 escaños legislativos y le dieron la vuelta a veinte cámaras legislativas, cifras que se incrementaron durante los años de Obama.

Puesto que en la mayoría de los estados el parlamento sigue siendo el responsable de redibujar los distritos electorales, los republicanos manipularon desesperadamente los distritos electorales de los parlamentos de los estados y el Congreso para consagrar su mayoría. Esa es la razón por la que recuperar las mayorías parlamentarias en los estados en este año de censo debería haber sido la mayor prioridad de los demócratas después de la Casa Blanca y el Senado. La diana más importante era Tejas, donde los demócratas confiaban en que podrían quedarse con los nueve escaños adicionales necesarios para controlar la Cámara. Al final, no lograron ninguno, con lo que los republicanos tendrán las manos libres para llevar a cabo una nueva manipulación de los distritos electorales.

Los EEUU, tal como nos recuerdan los comentaristas a cada hora, están hendido entre dos universos políticos de casi igual tamaño. Pero el poder detesta los empates y está claro que en el mundo actual la evolución se encamina a experimentos diferenciales con oligarquías postfascistas y pseudodemocracias. Una Casa Blanca de Biden-Harris débil y encadenada por los tribunales, erigida sobre la traición a los progresistas y subordinada a una clase de multimillonarios donantes de Silicon Valley y Wall Street, se enfrentará a una nueva depresión sin el viento del entusiasmo popular a la espalda. ¿Adónde apunta esto salvo a la total destrucción en las elecciones de mitad de mandato de 2022 y a un triunfo más a fondo de la nueva obscuridad?

The London Review of Books

 

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