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Europa, Asia :: 12/05/2022

Rusia está librando una segunda edición de la Gran Guerra Patria

Ernesto Cazal
Rusia tiene que reformatearse para manejar el desafío existencial de un estado de sitio global, que es parte de la ofensiva estratégica de Occidente

Los rusos, y en general en el Sur Global, comprenden que EEUU y sus vasallos europeos están llevando a cabo una guerra total contra la Federación Rusa, con el régimen ucraniano de delegado en el terreno.

Ya los portavoces del Pentágono y los funcionarios de la Casa Blanca no pueden seguir ocultando que el objetivo, durante las últimas dos décadas, pero con mayor agresividad desde febrero, ha sido destruir la economía rusa junto a su base material, minar el tejido social de la Federación Rusa y provocar, bajo estos efectos, un cambio de gobierno en el Kremlin a la Yeltsin.

A esto se añade el cerco militar que la OTAN ha venido ampliando desde la desintegración de la Unión Soviética en la década de 1990. Ucrania estaba siendo dirigida hacia los objetivos de anexión estadounidense vía otanización territorial. La operación militar especial ordenada por el presidente Vladímir Putin vino a contener esas pretensiones, con el poderío armamentístico que lo caracteriza.

La respuesta rusa no ha sido desdeñada por los poderes anglosajones, que han abierto la caja de Pandora financiera contra Rusia, provocando un caos económico y comercial en Europa y todo el espectro de influencia estadounidense.

Además, está en marcha un proceso de «cancelación» rusofóbica que se ha llevado por delante la cultura, las artes y la historia misma en la que los pueblos eslavos de Eurasia ya no son considerados parte integrante de la formación misma de Occidente.

Se trataría, en suma, de una segunda edición de la Gran Guerra Patria, la defensa y ofensiva soviética antinazi durante la llamada Segunda Guerra Mundial, que los rusos traen a colación, y no de manera forzada, si nos atenemos a las semejanzas del ayer con el hoy.

Esa guerra duró, para la Unión Soviética, mil 418 días y noches, en la que perdió 27 millones de vidas y que trajo enormes pérdidas económicas para la gran nación dirigida por Stalin. El fascismo, con el Tercer Reich nazi de vanguardia, fundamentó su componente ideológico con base en el anticomunismo y la rusofobia.

El ejército alemán se dio a la tarea de ocupar Ucrania, Bielorrusia, el Cáucaso y otras regiones de la Unión Soviética. El plan consistía, como actualmente contra la Federación Rusa, en destruir aquel grande país y sus cimientos políticos y económicos.

Stalin y el Partido Comunista de la URSS prepararon a la economía y a la población soviética para cortar de raíz la invasión germanofascista sobre su propia patria, logrando una victoria excepcional en Stalingrado y derrotando al Tercer Reich, de manera decisiva, el 9 de mayo de 1945 [cuando los "aliados" estaban todavía a cientos de kilómetros de Berlín].

Hace 77 años el pueblo soviético culminó una de las gestas militares más impresionantes de la historia reciente, que no pudo haberse hecho de tal manera sin el liderazgo de Stalin, duélale a quien le duela esta verdad.

Por eso el Día de la Victoria tiene un significado especial en la actualidad, teniendo en cuenta que desde EEUU y Europa continuamente se toman acciones intentando, por delegación, infligir bajas a las fuerzas militares rusas y generar el máximo daño a la economía y la sociedad rusas. Como antaño, bajo la dirección del Tercer Reich hitleriano.

La «guerra relámpago» de los nazis contra la Unión Soviética (Operación Barbarroja) estaba prevista para avasallarla en muy poco tiempo, un mes quizás, pero se les vino encima la respuesta liderada por el Kremlin: cuatro años de resistencia y luego de ofensiva militar lograron dar al traste con los planes de conquista y esclavitud planificadas por Adolf Hitler y sus acólitos nazis.

El filósofo italiano Domenico Losurdo explica, en su libro 'Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra' (https://lahaine.org/bI5p), la estrategia soviética trazada por la dirección estalinista:

«Lejos de ser una reacción improvisada y desesperada a la situación creada con el comienzo de la Operación Barbarroja, la estrategia de la Gran guerra patriótica señalaba una orientación teórica de carácter general madurada desde hacía tiempo: el internacionalismo y la causa internacional de la emancipación de los pueblos apuntaban concretamente hacia las guerras de liberación nacional, necesarias dada la pretensión de Hitler de retomar y radicalizar la tradición colonial, sometiendo y esclavizando en primer lugar a las supuestas razas serviles de Europa oriental. Son temas retomados en los discursos y declaraciones pronunciados por Stalin en el transcurso de la guerra: estos constituyen «importantes piedras angulares en la clarificación de la estrategia militar soviética y sus objetivos políticos, y jugaron un papel importante a la hora de reforzar la moral popular» (Roberts, 2006); alcanzaron además una importancia también internacional, como observaba contrariado Goebbels a propósito del discurso radiado el 3 de julio de 1941, que «suscita enorme admiración en Inglaterra y en los EEUU» (nota del diario de Joseph Goebbels del 5 de julio de 1941)».

Esta admiración duró poco, como se sabe, pues con el inicio de la Guerra Fría EEUU se propuso lo que no pudo la Alemania nazi. Y luego de la extinción de la Unión Soviética, y con el ascenso de Vladímir Putin a la presidencia de la Federación Rusa, se volvieron a convocar los esfuerzos por minar al Kremlin y a la sociedad rusa en su conjunto desde el espectro angloimperial.

Para esto han armado, financiado y lavado el rostro a los nazis de nuevo cuño y nacionalidad en territorio ucraniano, dándole las llaves de facto de un Estado fallido y con personeros, si no abiertamente fascistas, al menos simpatizantes de la causa rusófoba y en sintonía con la “cancelación” total en curso. La mano de la OTAN está en todas partes allí.

Esta segunda edición de la Gran Guerra Patria, como bien reflexiona el diplomático de SriLanka, Dayan Jayatilleka, no puede tener una victoria rusa si no existe una cohesión total ante una guerra total, como ocurrió en 1945:

«Rusia tiene un bloque de poder que ahora puede tener que reformatearse para manejar el desafío existencial de un estado de sitio global, que es parte de la ofensiva estratégica de Occidente. La guerra contra Rusia no puede ser derrotada únicamente por el Estado. En la situación histórica extrema que enfrenta Rusia hoy, se necesitará un frente unido de patriotas, estadistas y comunistas rusos; de tradicionalistas y modernistas; conservadores y radicales; románticos y realistas para resistir y prevalecer contra sus adversarios».

Y asimismo, concluye Jayatilleka, el apoyo internacional es un factor determinante a la hora de resistir las patadas de ahogado estadounidenses, un soporte que viene jalando los hilos de la historia soviética traídas a colación actual:

«Los treinta y cinco países que se abstuvieron durante la votación de la ONU sobre Rusia y los pocos que votaron con Rusia lo hicieron no solo por las relaciones actuales con la Federación Rusa sino también porque sus direcciones, partidos gobernantes y públicos tenían un recuerdo residual de la URSS, lo que los hizo relativamente desprovistos de reflejos rusofóbicos. Eso, unido a los recuerdos que tienen estos países de la hipocresía occidental, les ha dado cierto escepticismo y agnosticismo. Ese no era un recuerdo de la Rusia zarista sino de la Rusia soviética. Estos países, principalmente asiáticos y africanos, son el embrión de un orden mundial multipolar».

El llamado a actualizar el Día de la Victoria en Rusia pasaría por unificar no solo a los factores políticos y a trazar una estrategia internacional conectada con el Sur Global: también tendría que comprender una nueva lógica económica, financiera y comercial no dependiente del capitalismo neoliberal, y por ende, a fomentar los cimientos de otro sistema acordes a las expectativas de un novísimo orden multipolar. Los gobiernos de China y Venezuela (por poner un ejemplo cercano), cada uno por su lado, han hecho el mismo clamor, cada uno dentro de sus limitaciones, realidades y acervos históricos.

Por último, la guerra total que está llevando a cabo Occidente (u Oxidente, con su herrumbre colgándole en el rostro ante los ojos de quien quiera verlo) contra Rusia tiene otra similitud a la Operación Barbarroja de 1941.

La dirección del Tercer Reich tenía en mente lograr una victoria rápida y fácil contra la URSS para luego proceder a la ocupación de India, Irak, Egipto y el canal de Suez. Después, habría pensado en apoderarse, en alianza con la España de Francisco Franco, de Gibraltar y aislar e invadir a Gran Bretaña, estableciendo un régimen fascista unificado bajo un «nuevo orden».

Por lo que entonces la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética estaba decidiendo el destino de la mitad del mundo como se conocía, pues era la frontera entre el fascismo europeo y el resto de la humanidad que no deseaba ser esclavizada y degradada a una abyección material y existencial de factura nazi. La victoria antifascista contuvo estos planes, que sin embargo se retomaron bajo la égida estadounidense y otanista durante su momento unipolar, pero con un discurso ideológico «más humano», ya hoy demasiado manido e hipócritamente inconvincente.

De igual manera, la Federación Rusa estaría librando en sus fronteras una segunda edición de la Gran Guerra Patria, una reminiscencia actualizada, que está colocando los cimientos de un mundo multipolar en ascenso, pues la victoria militar en Ucrania es inminente (a pesar de las operaciones psicológicas en curso que intentan convencernos de lo contrario) y el avance del fascismo europeo en Eurasia está siendo contenido por los momentos. Es un momento decisivo para la historia reciente y futura de la humanidad.

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