Rusia y la guerra de Ucrania
Publicado en El Viejo Topo 316 (mayo de 2014)
La actual escena global está dominada por el intento de los centros históricos del imperialismo (EEUU, Europa occidental y central, y Japón, también llamados “la Tríada”) de mantener su control exclusivo del planeta mediante una combinación de:
1. Las llamadas políticas económicas neoliberales de la globalización, que permiten al capital financiero transnacional de la Tríada decidir en solitario todos los temas que tienen que ver con sus intereses exclusivos.
2. El control militar del planeta por parte de EEUU y de sus aliados subordinados (la OTAN y el Japón), que tiene el objetivo de aniquilar cualquier intento de cualquier país ajeno a la Tríada de escapar de su yugo.
En este sentido, todos los países del mundo que no pertenecen a la Tríada son enemigos o potenciales enemigos. Excepto aquellos que aceptan una completa sumisión a la estrategia económica y política de la Tríada. ¡Como las dos nuevas “repúblicas democráticas” de Arabia Saudita y Qatar! La denominada “comunidad internacional” a la que se refieren continuamente los medios de comunicación occidentales se reduce de hecho al G7 más Arabia Saudita y Qatar. Cualquier otro país, incluso en el caso de que su gobierno esté actualmente alineado, es un enemigo potencial, por cuanto puede que los pueblos de estos países rechacen esta sumisión.
En este marco, Rusia es “un enemigo”.
Sea cual sea la valoración que hagamos de lo que fue la Unión Soviética (una sociedad “socialista” o de otro tipo), la Tríada la combatió simplemente porque era un intento de proceder a un desarrollo independiente del capitalismo/imperialismo dominante.
Tras la descomposición del sistema soviético, hubo quien pensó (en particular en Rusia) que “Occidente” no trataría como un antagonista a una “Rusia capitalista”. Del mismo modo que Alemania y Japón habían “perdido la guerra y ganado la paz”. Olvidaban que las potencias occidentales apoyaron la reconstrucción de los países ex fascistas precisamente para hacer frente al desafío que representaba la existencia de unas políticas independientes por parte de la Unión Soviética. Ahora bien, una vez desvanecido este desafío, el objetivo de la Tríada es destruir la capacidad de Rusia de resistirse a una sumisión completa.
La Tríada ha organizado en Kiev lo que deberíamos calificar de “golpe de estado euro-nazi”. Efectiva mente, para llevar a cabo su objetivo –separar a dos naciones históricamente hermanas, la rusa y la ucraniana– necesitaban apoyar a los nazis locales.
La retórica de los medios de comunicación occidentales que afirma que el objetivo de la política de la Tríada es promover la democracia es simplemente una mentira. La Tríada no ha promovido la democracia en ninguna parte. Al contrario, sus políticas han apoyado sistemáticamente a las fuerzas locales más antidemocráticas (y en algunos casos, “fascistas”). Casi fascistas en la antigua Yugoslavia: en Croacia y en Kosovo, así como en los Estados bálticos y en la Europa oriental, Hungría por ejemplo. Los países de la Europa oriental han sido “integrados” en la Unión Europea no como socios iguales, sino en calidad de “semicolonias” de las principales potencias capitalistas/imperialistas de la Europa occidental y central.
¡La relación entre el Oeste y el Este en el sistema europeo es en cierto modo similar a la relación que existe entre EEUU y América Latina! En los países del Sur, la Tríada ha apoyado a las fuerzas antidemocráticas más extremistas, como por ejemplo al Islam político ultra-reaccionario, y con su complicidad ha destruido a dichas sociedades: los casos de Irak, Siria, Egipto y Libia ilustran estos objetivos del proyecto imperialista de la Tríada
Por consiguiente, la política de Rusia (tal como la desarrolla la administración de Putin) de resistirse al proyecto de colonización de Ucrania (y de otros países de la antigua Unión Soviética, en Transcaucasia y en Asia Central) ha de ser apoyada. La experiencia de los Estados Bálticos no ha de repetirse. El objetivo de construir una comunidad “euroasiática”, independiente de la Tríada y de su socio subordinado europeo, también merece ser apoyado.
Pero esta “política internacional” positiva rusa está condenada al fracaso si no es apoyada por el pueblo ruso. Y este apoyo no puede obtenerse sobre la base exclusiva del “nacionalismo”, ni siquiera el de un tipo progresista positivo –no chovinista– de “nacionalismo”, y a fortiori, por una retórica rusa “chovinista”. El fascismo en Ucrania no puede ser desafiado por el fascismo ruso. Solo podrá ser vencido si la política económica y social interna promueve los intereses de la mayoría de los trabajadores.
¿Qué entiendo por una política “de orientación popular” y que favorezca a las clases trabajadoras? ¿Me refiero al “socialismo”? ¿Estoy tal vez manifestando nostalgia por el sistema soviético? ¡No es este el lugar para hacer una nueva evaluación de la experiencia soviética en unas cuantas líneas! Me limitaré a resumir mis puntos de vista en unas cuantas frases.
La auténtica revolución socialista rusa produjo un socialismo de Estado que era el único primer paso posible hacia el socialismo; después de Stalin, el socialismo de Estado pasó a convertirse en capitalismo de Estado (explicar la diferencia entre estos dos conceptos es importante, pero no es el objetivo de este breve artículo).
A partir de 1991 el capitalismo de Estado fue desmantelado y sustituido por el capitalismo “normal” basado en la propiedad privada, que, como en todos los países del capitalismo contemporáneo, consiste básicamente en la propiedad de los monopolios financieros, que están en manos de los oligarcas (similares, no diferentes, de los oligarcas que dirigen el capitalismo en la Tríada), muchos de los cuales proceden de la antigua nomenklatura, y algunos son recién llegados.
El nuevo patrón de capitalismo salvaje
La explosión de prácticas democráticas creativas auténticas iniciada por la revolución rusa se vio luego domeñada y reemplazada por un patrón de gestión de la sociedad de carácter autocrático aunque garantizando derechos sociales a las clases trabajadoras. Este sistema llevó a una masiva despolitización y no se vio exento de desviaciones despóticas e incluso criminales. El nuevo patrón de capitalismo salvaje se basa en la continuación de la despolitización y en el no respeto de los derechos democráticos.
Dicho sistema rige no solo en Rusia sino en todas las otras repúblicas ex soviéticas. Existen diferencias respecto a la práctica de la denominada democracia electoral “occidental”, más efectiva en Ucrania, por ejemplo, que en Rusia. Sin embargo, este patrón de gobierno no es la “democracia”, sino una farsa comparada con la democracia burguesa tal como funcionaba en etapas anteriores del desarrollo capitalista, incluidas las “democracias tradicionales” de Occidente, ya que el poder real no se limita al gobierno de los monopolios que operan en su exclusivo beneficio.
Una política de orientación popular implica, por consiguiente, alejarse lo más posible de las recetas “liberales” y de la mascarada electoral con ellas asociada, que afirma dar legitimidad a las políticas sociales regresivas. Yo sugeriría el establecimiento en su lugar de un nuevo tipo de capitalismo de Estado con una dimensión la social (digo social, no socialista). Este sistema abre el camino a eventuales avances hacia una socialización de la gestión de la economía, y por consiguiente, a auténticos nuevos avances hacia una invención de la democracia capaz de responder a los retos de una economía moderna.
Solo si Rusia se mueve en este sentido, el actual conflicto entre, por un lado, la política internacional supuestamente independiente de Moscú, y, por otro lado, la continuación de una política social interior reaccionaria, podrá tener una resolución positiva. Este movimiento es necesario y posible: sectores de la clase política dirigente podrían alinearse con este programa si la acción y la movilización popular lo promueven. En la medida en que avances similares pueden también llevarse a cabo en Ucrania, Transcaucasia y Asia Central, será posible el establecimiento de una auténtica comunidad euroasiática de naciones, que podrá convertirse en un actor poderoso en la reconstrucción del sistema mundial.
Lo que queda del poder del Estado ruso
Dentro de los estrictos límites de la receta neoliberal elimina toda posibilidad de éxito de una política exterior independiente, y la posibilidad de que Rusia se convierta en un país realmente emergente capaz de actuar como un actor internacional importante.
El neoliberalismo no puede producir en Rusia más que una trágica regresión económica y social, un patrón de “lumpendesarrollo” y un estatus cada vez más subordinado en el orden imperialista global. Rusia suministraría a la Tríada petróleo, gas y otros recursos naturales; sus industrias se verían reducidas al estatus de subcontratas en beneficio de los monopolios financieros occidentales.
En esta posición, no muy alejada de la que ocupa actualmente Rusia en el sistema global, los intentos de actuar independientemente en el campo internacional seguirán siendo frágiles en extremo y estarán amenazados por unas “sanciones” que no harán sino reforzar el desastroso alineamiento de la oligarquía económica gobernante con las demandas de los monopolios dominantes de la Tríada.
La actual salida de “capital ruso” asociada con la crisis de Ucrania ilustra este peligro. El restablecimiento del control estatal sobre los movimientos de capital es la única respuesta efectiva a este peligro.