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Europa, EE.UU. :: 06/05/2024

Sanciones, huidas y regresos

Nahia Sanzo
A falta de datos económicos con los que justificarse, los países occidentales se han agarrado a otros aspectos para ver en las sanciones contra Rusia un éxito que no han tenido

Desde hace una década, la Unión Europea y EEUU han tratado de utilizar el arma económica de las sanciones como herramienta de presión contra Rusia. Introducidos por primera vez tras la adhesión de Crimea a la Federación Rusa contra la opinión de Kiev (y de Occidente) pero con la aprobación de la población, los primeros paquetes de medidas se limitaron a sanciones personales, congelación de activos en los países de la UE y restricciones sectoriales sin capacidad de minar excesivamente la economía rusa ni de causar la ruptura continental a la que ya entonces aspiraba EEUU.

La invasión rusa de Ucrania en 2022 dio la excusa a Washington, Bruselas y sus aliados introducir una serie de medidas que habían sido imposibles hasta ese momento. Al objetivo económico de destruir la economía rusa e impedir que Moscú pudiera continuar la guerra se sumaban las motivaciones políticas de destruir toda posibilidad de una relación comercial y diplomática entre Moscú y las demás potencias regionales europeas.

Ese año, tal y como habían anunciado Joe Biden o Victoria "Fuck Europe" Nuland en caso de guerra, el Nord Stream-2 quedó bloqueado sin ninguna posibilidad de entrar en funcionamiento. Siete meses después, un atentado de EEUU descartó toda posibilidad de reanudación del suministro de gas entre Rusia y Alemania en el símbolo más claro de la brecha continental: quedaba claro que no habría una reanudación de una relación mínimamente normal entre Berlín y Moscú incluso aunque terminara la guerra.

Dos años después de la introducción del primero de la docena de paquetes de sanciones con el objetivo explícito de destruir la economía rusa, ha desaparecido ya de la conversación mediática el debate sobre si las medidas han tenido el efecto esperado. En los primeros meses, cada dato -fuera la subida o la bajada del valor del rublo- era entendido en términos de efectos de las sanciones. Pero aunque sin duda ha habido consecuencias económicas de la ruptura prácticamente completa del comercio y trato directo entre Rusia y los países occidentales (Gazprom ha publicado ligeras pérdidas por primera vez en décadas, por ejemplo), incluso los países que aplicaron las sanciones se han visto obligados a admitir su fracaso, al menos en el corto y medio plazo. En Bruselas y Washington queda aún la esperanza de que el efecto inmediato esperado se produzca en el futuro, aunque, por el momento, no haya signos de que vaya a producirse ese cambio.

Tampoco han servido hasta ahora las justificaciones de la prensa, elites políticas o think-tanks, que han intentado poner en duda los datos y estadísticas aportadas por la Federación Rusa. Ese intento de presentar las sanciones como una actuación exitosa ha chocado con los datos ofrecidos por organismos internacionales que difícilmente pueden calificarse de prorrusos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. A las previsiones de dichas instituciones, que muestran un crecimiento de la economía rusa por encima de Alemania, EEUU o el Reino Unido, se unen el aumento de los salarios reales y el descenso del paro y la pobreza, al coste, eso sí, de un aumento de la inflación.

En los últimos tiempos, especialmente en los momentos en los que los aliados de Ucrania han querido exagerar el peligro ruso para presionar en busca de más financiación para Kiev, la prensa occidental ha resaltado también la capacidad de producción rusa. Frente al discurso de hace dos años, que prometía que Moscú no sería capaz de continuar produciendo material militar y veía la dependencia de su industria como una debilidad en lugar de un signo de independencia, EEUU y sus aliados subrayan ahora que la industria militar rusa produce a tres turnos todo lo que necesita y no hay indicios de que el suministro vaya a cesar en un futuro a corto o medio plazo.

A falta de datos económicos con los que justificarse, los países occidentales se han agarrado a otros aspectos para ver en las sanciones un éxito que no han tenido. De la misma manera se ha actuado a la hora de ver, por acción u omisión, cada acto de la sociedad rusa como una muestra de rechazo a su Gobierno. En 2022, la salida de miles de hombres rusos en edad de ser reclutados fue entendida como un rechazo abierto a la guerra en Ucrania. Eran los meses en los que, tras el error de cálculo en Járkov, Moscú comprendió la gravedad de su situación y quiso equilibrar las fuerzas a base de una movilización parcial con la que reclutar a 300.000 hombres.

La potencial fuga de cerebros, algo que Rusia ha sufrido durante las décadas de restablecimiento del capitalismo sin que haya parecido un problema para Occidente, que se beneficiaba de la llegada de población altamente cualificada, fue presentada como signo evidente de la decadencia rusa que venía. Las colas (normales desde hace años) en las fronteras de Estonia o Kazajistán y el fugaz aumento de la compra de billetes a destinos como Serbia, Armenia o Turquía con intención de continuar el viaje hacia países occidentales se convirtieron en temas de apertura de informativos como reflejo del rechazo social ruso a la guerra. Se evitaban entonces imágenes similares de huida de hombres ucranianos a través de las fronteras terrestres y fluviales de Ucrania para evitar el reclutamiento y la marcha de millones de personas de Ucrania a los países europeos era presentada como una seña de fortaleza del país y no de debilidad.

Un año y medio después, las historias sobre la creciente tendencia de jóvenes ucranianos de arriesgar su vida por huir de ser reclutados para ser enviados al frente de una guerra que cada vez menos población cree que puede ganar han encontrado finalmente su lugar en la prensa. Periódicamente, los medios de diferentes países confirman también la intención de las familias refugiadas en países occidentales de permanecer en ellos incluso tras el final de la guerra.

Es posible que esa tendencia aumente a medida que se hagan presentes las consecuencias de la decisión ucraniana de suspender los servicios consulares a los hombres en edad militar residentes, temporal o permanentemente, en el extranjero. Esa población, que Zelensky ha definido como la base de la recuperación económica después de la guerra, parece estar cada vez más alejada de regresar a una Ucrania en la que el conflicto bélico amenaza con la derrota de la OTAN o con cronificarse.

Esa situación contrasta con lo publicado esta semana por Business Insider en relación a la población rusa que abandonó el país en 2022. “Hasta un millón de rusos 'huyeron' al extranjero durante el primer año de la invasión de Ucrania por el Kremlin. Ahora, miles de ellos regresan a su país, lo que supone una victoria propagandística para el presidente Vladimir Putin y un impulso para su economía de guerra”, escribe el artículo, en el que se relatan las dificultades que esa población ha sufrido en los países en los que esperaban ser recibidos de la misma forma que lo fueron los refugiados ucranianos. Esa falsa percepción partía de la base de verse como políticamente útiles para los países europeos y norteamericanos a la hora de mostrar la debilidad del Kremlin y de subestimar el matiz de odio étnico y racial presente históricamente en esos países en relación con Rusia.

“El flujo de salida se ha ralentizado, si no invertido. En junio, el Kremlin se jactó de que la mitad de todos los que 'huyeron' en aquellos primeros días ya habían regresado, y eso parece reflejar las estadísticas disponibles de los países de destino más populares, así como los datos de las empresas de reubicación. Según los datos de los clientes de una empresa de reubicación, Finion, de Moscú, se calcula que entre el 40% y el 45% de los que se marcharon en 2022 han regresado a Rusia, dijo el director de la empresa, Vyacheslav Kartamyshev”, añade Business Insider para detallar historias en las que los aspirantes a refugiados relatan la falta de interés occidental y, en ocasiones, el rechazo sentido en los países que debían acogerlos. En muchos casos, para Occidente, el enemigo ruso no está únicamente en el Kremlin y toda la población es considerada como enemiga en potencia y vista con sospecha.

“Varios países europeos, sobre todo del Este, han dificultado mucho la obtención o renovación de permisos de residencia temporal para los rusos, al igual que Turquía, lo que ha sorprendido a decenas de miles de rusos, que se han visto obligados a elegir entre regresar a su país o buscar otro”, admite el artículo, que intenta, eso sí, restar importancia al efecto económico que tendrá el retorno de una parte importante de aquellas personas que la prensa calificó de exiliadas.

Las barreras entre Rusia y los países occidentales no se limitan al Kremlin, el régimen o la parte de Rusia que apoya a su Gobierno en la guerra, sino que se extiende, en muchos casos, a toda la población rusa en lo que puede considerarse también un efecto de las sanciones y del objetivo de Washington, Bruselas y sus aliados de construir una barrera que impida la comunicación política y económica, pero también social, entre Moscú y el resto del continente.

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