¿Sigue siendo pertinente la categoría de imperialismo y qué países son imperialistas?
El término imperialismo se asocia a los imperios más importantes del pasado, como el romano o el persa. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, el término imperialismo se retomó para describir la nueva realidad mundial, caracterizada por la formación de varios imperios referidos principalmente a los estados de Europa Occidental. Por ello, el periodo comprendido entre la segunda mitad del siglo XIX y 1945, cuando comenzó la descolonización, se denominó la era de los imperios. El mayor imperio era el británico, seguido del francés, el español, el portugués y el holandés, que eran los imperios más antiguos. Los últimos países en sumarse a la carrera por las colonias fueron EEUU, Japón, Alemania, Bélgica e Italia.
El imperialismo moderno difiere del antiguo en que no es sólo expansionismo militar, sino principalmente expansionismo económico, basado en la conquista de territorios para explotar y utilizar económicamente las colonias. El imperialismo es una fase del desarrollo del capitalismo, que caracteriza de manera peculiar la economía de los países imperialistas. Desde una perspectiva global, el imperialismo es un sistema basado en la división entre un centro metropolitano, los países imperialistas, y una periferia y semiperiferia, ambas explotadas y oprimidas por el centro.
Dado que el proceso de descolonización comenzó después de 1945 y las antiguas colonias se convirtieron en Estados independientes, ¿podemos seguir hablando de la existencia del imperialismo en la actualidad? Creemos que sí, pero con diferencias. La del imperialismo sigue siendo, por tanto, una de las categorías más importantes para interpretar la realidad. Para analizar el imperialismo actual y definir sus novedades con respecto al de la primera mitad del siglo XX, debemos partir de un texto fundamental en la interpretación de la era de los imperios, Imperialismo. Fase superior del capitalismo de Lenin.
Lenin escribió El imperialismo en 1916, dos años después del comienzo de la Primera Guerra Mundial, que ya se había cobrado millones de vidas. Lenin describe el imperialismo como la causa del estallido de la guerra provocada por el conflicto, especialmente entre Inglaterra y Alemania, por el control imperialista de las colonias. El imperialismo, para Lenin, sin embargo, no es sólo militarismo, es sobre todo una fase del capitalismo, una fase avanzada que se produce una vez que los países individuales han alcanzado un nivel de desarrollo capitalista elevado.
Así pues, como ya se ha mencionado, el militarismo y el expansionismo agresivo, así como la hostilidad mutua entre los Estados imperialistas y la guerra mundial resultante, son una consecuencia de la economía capitalista. ¿Cuáles son las características de la economía capitalista en la fase imperialista? Las principales, según Lenin, son las cinco siguientes:
1. La concentración de la producción y la centralización del capital que conducen a la creación de monopolios que sustituyen a la libre competencia;
2. la fusión del capital bancario e industrial y la formación del capital financiero sobre la base de esta fusión;
3. la gran importancia adquirida por la exportación de capitales sobre la exportación de mercancías;
4. el surgimiento de asociaciones monopolísticas internacionales de capitalistas que se reparten el mundo;
5. el reparto completo de la tierra entre las mayores potencias capitalistas.
Las fuentes de inspiración de Lenin: Hobson y Hilferding
La obra de Lenin se inspiró en los trabajos de dos economistas. El primero de ellos es John Atkinson Hobson, un liberal de izquierdas, que escribió una obra fundamental en 1902, Imperialismo, en la que analizaba en particular el imperialismo británico. La obra se divide significativamente en dos partes: la economía del imperialismo y la política del imperialismo. Nos centraremos en la primera parte y en concreto en el capítulo VI, «Las raíces económicas del imperialismo», porque como dice Hobson «Es inútil atacar el imperialismo o el militarismo en su manifestación política si no se apunta con el hacha a la raíz económica del árbol y si no se priva a las clases que tienen interés en el imperialismo de las rentas excedentes que buscan esta salida»1
En la raíz del imperialismo Hobson sitúa la gran concentración de riqueza en manos de un pequeño número de capitanes de la industria. El asombroso aumento de sus ingresos -derivado de los enormes beneficios de sus empresas- no se ve contrarrestado por un aumento adecuado de su consumo. Esto crea un aumento sin precedentes del ahorro. Como consecuencia, la capacidad de producción supera la demanda del mercado nacional y las actividades manufactureras se saturan de capital. Así pues, no se puede ahorrar ni en la compra de bienes ni en la inversión en actividades de producción industrial en el país. La única solución podría ser la exportación de bienes y capitales a los mercados extranjeros. Pero esto es imposible, porque entretanto los países más desarrollados han adoptado el proteccionismo, defendiendo sus manufacturas, especialmente frente a la competencia británica, con elevados derechos de aduana. De ahí que el proteccionismo impulse la expansión hacia países menos desarrollados y libres de aranceles, como China, el Pacífico y Sudamérica.
Otro aspecto muy importante en la expansión hacia los mercados periféricos es el control estrecho y directo de los empresarios sobre la política, cuyo apoyo es necesario para emprender una política imperialista. Otro impulso al imperialismo lo da el desarrollo de los cárteles, es decir, los acuerdos entre empresas para controlar el mercado interior fijando cuotas de producción y precios. Los cárteles pretenden obviar la libre competencia entre empresas y la consiguiente sobreproducción de bienes regulando la actividad productiva interna, lo que, sin embargo, exige una compensación mediante la apertura de los mercados extranjeros. El imperialismo, concluye Hobson, es el esfuerzo de los grandes controladores del mercado nacional por encontrar salidas que puedan absorber los bienes y el capital que no pueden vender o utilizar en casa.
Hobson no es sólo un economista, sino también un reformador social. Para él, el imperialismo y el consiguiente militarismo pueden superarse mediante la reducción del exceso de ahorro. Esto es posible mediante la redistribución de la riqueza. Si el excedente de ingresos de los terratenientes se destinara a salarios altos o a la comunidad, mediante una mayor fiscalidad de los ricos, de modo que se gastara en lugar de ahorrarse, no habría necesidad de luchar por los mercados extranjeros. Las reformas sociales defendidas por Hobson son de dos tipos: las llevadas a cabo por el movimiento obrero (salarios, pensiones, prestaciones) y las llevadas a cabo por el socialismo estatista. Por lo tanto, según Hobson, el movimiento obrero y el socialismo son enemigos naturales del imperialismo. La historia del siglo XX se encargará de desmentir las esperanzas de Hobson sobre la vulnerabilidad del imperialismo: tanto el movimiento obrero como el Partido Laborista británico, en su mayoría, apoyarán a su imperialismo nacional, especialmente a la hora de votar los créditos de guerra en 1914. El propio Lenin desarrollaría la categoría de aristocracia obrera para designar a la parte de la clase obrera que, beneficiándose de los superbeneficios imperialistas, constituía la base social del revisionismo socialista.
La segunda obra en la que se inspira Lenin es El capital financiero (1910) de Rudolf Hilferding, marxista austriaco y líder de la socialdemocracia alemana. Nos centraremos en la parte V, «Por una política económica del capital financiero», y en particular en el capítulo XXII, «La exportación de capital y la lucha por el espacio económico».
La categoría más importante que Lenin toma de Hilferding es la de capital financiero. El capital financiero es la nueva forma que adopta el capital a principios del siglo XX. Consiste en la integración de los tres tipos de capital, comercial, bancario e industrial, los tres colocados bajo la dirección de las altas finanzas. El capital financiero es, según Hilferding, el mayor factor de aumento de la importancia de la vastedad del espacio económico. La concentración de todo el capital monetario en los bancos conduce a la exportación planificada de capital, como exportación de valor para generar plusvalía en el extranjero. La exportación de capital al extranjero es tanto una liberación de las limitaciones del mercado interno como un factor atenuante de las crisis inherentes al capitalismo. La dominación incontestable sobre los nuevos territorios coloniales es el instrumento para impedir la exportación de capitales de otros países.
También según Hilferding, el proteccionismo y los cárteles desempeñan un papel importante en el desarrollo del imperialismo en este periodo. El objetivo del proteccionismo y de los cárteles es la supresión de la competencia. Es más fácil suprimir la competencia si se incorporan partes del mercado mundial al mercado nacional, es decir, si se lleva a cabo una política colonial. En resumen, los objetivos del capital financiero son tres: a) crear el mayor espacio económico posible; encerrar este espacio dentro de barreras aduaneras; c) hacer de este espacio una zona exclusiva de explotación para el capital nacional imperialista.
De ahí la hostilidad mutua entre los países europeos y la aspiración a incorporar mercados extranjeros neutrales en lugar de países con un alto grado de desarrollo capitalista. Esta última afirmación de Hilferding queda desmentida por los objetivos de la Alemania Guillermina durante la Primera Guerra Mundial, que incluían la subordinación e incluso anexión de partes de Bélgica y Francia y el proyecto de Mitteleuropa como nueva zona económica junto a América, Rusia y el Imperio Británico2, y sobre todo la política de subordinación semicolonial de la Alemania nazi incluso de los países desarrollados conquistados de Europa Occidental.
El fin del libre comercio y del proteccionismo, siempre según Hilferding, hace que se agraven las contradicciones entre el desarrollo del capitalismo alemán y la relativa estrechez de su área de mercado, llevando a una situación de conflicto entre Inglaterra y Alemania que empuja hacia una solución violenta, como de hecho ocurriría con la Primera y luego con la Segunda Guerra Mundial. De ahí que el poder político sea uno de los factores dominantes en la lucha económica. De ahí la importancia de sustituir un Estado débil, como lo era en el primer liberalismo, por un Estado fuerte capaz de llevar a cabo una política expansionista e incorporar nuevas colonias. La dominación mundial es la máxima aspiración del Estado nacional imperialista y la expansión incesante es una necesidad económica ineludible.
Además del Estado, Hilferding también entra en cuestiones políticas: la ideología imperialista es una ideología de raza o, mejor dicho, de la superioridad de las razas blancas que determina un ideal hegemónico oligárquico.
Para concluir este rápido repaso al pensamiento de Hilferding, cabe señalar que el marxista austriaco también piensa en cómo superar el imperialismo. Sin embargo, se muestra escéptico ante la ampliación del mercado interior en un contexto capitalista. De hecho, la ampliación del mercado interior mediante salarios elevados conduce a la caída de la tasa de beneficio y, por tanto, a la ralentización del proceso de acumulación del que se deriva, por un lado, la reducción aún mayor de la tasa de beneficio y, por otro, el empuje del capital hacia las industrias manufactureras donde la competencia es máxima y la capacidad de cartelización es mínima. El interés de los capitalistas es, por tanto, el de la ampliación del mercado, pero no del interior sino del exterior. El nacional debe permanecer estable, incluso a través de los derechos de cártel, que, a largo plazo, perjudican a los trabajadores y debilitan a los sindicatos.
Sin embargo, la visión de Hilferding sobre la superación del imperialismo no se basa en el liberalismo, sino en el socialismo. El imperialismo universaliza el impulso revolucionario inherente al capitalismo, universalizando las condiciones previas para la victoria del socialismo. La función socializadora del capital financiero -la unificación del capital comercial, bancario e industrial- y el papel más fuerte del Estado determinan la posibilidad de que la clase obrera se apodere del capital a través de la conquista del Estado. También en este caso, la historia se ha encargado de desmentir el determinismo de Hilferding, ya que la conquista electoral del poder político por la socialdemocracia durante la República de Weimar no condujo al socialismo sino, a la larga, al nazismo y a la Segunda Guerra Mundial, al mantenerse firme el dominio del capital financiero sobre el Estado. No bastaba, por tanto, con tomar el control del Estado mediante elecciones. La afirmación del socialismo, como señaló Lenin, pasa necesariamente por la destrucción del Estado del capital, caracterizado por la burocracia y el militarismo, y la construcción desde los cimientos de un Estado socialista.
Las diferencias y similitudes entre el imperialismo pasado y el actual
Han pasado más de cien años desde que Lenin escribió El imperialismo y el capitalismo ha cambiado entretanto. Por lo tanto, debemos preguntarnos si lo que escribió Lenin sigue siendo válido. Para responder a esto, debemos preguntarnos cómo se caracteriza el capital hoy en día, especialmente en su dimensión internacional.
En primer lugar, debemos preguntarnos si se han reducido las diferencias entre centro y periferia. A este respecto, cabe señalar que la globalización ha coincidido con una era de reequilibrio del desarrollo a favor de ciertos países periféricos que han sido definidos como emergentes precisamente porque han reducido la distancia que les separaba del centro. El país emergente más importante es China, que durante décadas ha experimentado un crecimiento vertiginoso de su PIB hasta convertirse en la segunda economía del planeta. A pesar de ello, el nivel de desigualdad entre el centro y la mayoría de los países periféricos sigue siendo mayor que a principios del siglo XX. Esto confirma que la era del imperialismo está lejos de haber terminado, aunque haya países como China y el resto de los BRICS (Brasil, Rusia, India, Sudáfrica) que se esfuerzan, con diferentes resultados, por emanciparse de la subalternidad respecto al centro imperialista, representado por EEUU, Europa Occidental y Japón.
En cuanto a la forma que adopta el imperialismo, ya no es la que era. La razón reside en los cambios que se han producido en los mercados y en las empresas. A principios del siglo XX, los mercados en los que operaban los capitales eran nacionales y las empresas, incluso las grandes, eran empresas nacionales. Los mercados también estaban protegidos por elevados derechos de aduana para defender las industrias locales. Las colonias también formaban parte de esta defensa aduanera, porque eran extensiones de los mercados nacionales. De ahí la existencia de un imperialismo formal, basado en la gestión directa y administrativa de la periferia, que quedaba reducida a la condición de colonia. Por eso Lenin en el punto número cinco de las características del imperialismo citaba «la división consumada de la tierra entre las mayores potencias capitalistas». Hoy en día ya no hay colonias ni un reparto de tierras consumado entre las potencias imperialistas, y el imperialismo es de tipo informal. Ya no existe una dominación administrativa directa sino una dominación indirecta principalmente financiera y económica. El aspecto militar sigue existiendo pero se declina de otra manera, como veremos más adelante.
Otro elemento de diferencia es la fuerte reducción de las barreras aduaneras y del proteccionismo, que fue pareja a la eliminación de las colonias. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la potencia hegemónica, EEUU, ha sentado las bases para la reconstrucción del mercado mundial, en el que el flujo de mercancías y capitales era libre. La globalización ha acentuado este rasgo, dando lugar al crecimiento del comercio internacional y a la libre circulación de capitales y, en particular, de inversiones productivas entre los países del centro y del centro a la periferia. Las empresas también han cambiado. En una época, la concentración y centralización del capital llevó a la creación de monopolios y cárteles a escala nacional. Hoy en día, siguen existiendo sectores monopolísticos, pero lo más frecuente es que prevalezca el oligopolio. Las empresas más importantes ya no operan únicamente a escala nacional. De hecho, el mercado nacional es a menudo uno de los menos importantes para las empresas. Las empresas contemporáneas son multinacionales, es decir, tienen la cabeza en un país y la producción repartida por todo el mundo, o transnacionales con la cabeza, así como la producción, repartidas por todo el mundo. Aunque sigue existiendo una tendencia al monopolio y a la superación de la competencia, el aspecto dominante es el de la competencia, a nivel del mercado mundial, entre empresas multinacionales y transnacionales. La dominación es ejercida económicamente por las multinacionales sobre los países subordinados donde se localiza la producción, generalmente de bajo valor añadido, o de donde se importan materias primas baratas.
El del capital es un proceso dialéctico y oscila entre tendencias hacia el proteccionismo y el liberalismo. De hecho, Trump prometió en su campaña electoral la introducción de nuevos aranceles aduaneros sobre todas las mercancías procedentes de la UE y China, sin perdonar siquiera a Canadá y México. Se introducirán aranceles aduaneros «automáticos» del 10% al 20% sobre todas las mercancías que entren en EE.UU., con picos de hasta el 60% para las que lleguen de China. Es significativo que Trump proponga que las empresas que quieran exportar bienes exporten capital construyendo instalaciones de producción en EEUU. Las palabras de Trump significan una división dentro del capital estadounidense, entre los sectores industriales que necesitan protección y los sectores aún vinculados a las ventajas de la globalización. Pero las palabras de Trump también significan una actitud diferente hacia los aliados europeos, cuya base de producción, ya penalizada por los altos costes de la energía debido a la guerra en Ucrania, podría reducirse aún más, en favor de EE.UU., con la transferencia de la producción para eludir los derechos de aduana.
Lo que hemos dicho son las principales diferencias entre el imperialismo de la época de Lenin y el actual. Sin embargo, el texto de Lenin sigue manteniendo su validez porque los aspectos más característicos del imperialismo siguen siendo relevantes hoy en día. El primer aspecto, y el más importante, reside en el hecho de que hoy, como hace cien años, el capital se caracteriza por una sobreproducción de mercancías y una sobreacumulación de capital, lo que conduce a una tendencia a la baja de la tasa de beneficio. Por esta razón, las empresas tienden a expandirse en el extranjero, tanto en los países avanzados, donde existen mercados más ricos, como en los países periféricos, donde la tasa de beneficio es más elevada. Esta tendencia se expresa no sólo a través de la exportación de mercancías, sino sobre todo, como ya señalaron Hilferding y Lenin, a través de la exportación de capital, que puede adoptar dos formas: inversiones de cartera e inversiones directas en el extranjero. Las inversiones de cartera son inversiones a corto plazo generalmente en instrumentos financieros, las inversiones directas en el extranjero (IDE) son a largo plazo y son productivas. Las IDE son de dos tipos, aquellas de campo verde que implican la construcción de plantas industriales desde cero y las fusiones y adquisiciones, cuyo objetivo es controlar o participar en empresas extranjeras ya existentes. Las IDE se dividen a su vez en inversiones de salida (outward) de un solo país a países extranjeros e inversiones de entrada (inward) de países extranjeros a un solo país.
Nos centraremos en el stock de salidas de IDE porque representa mejor la permanencia de la tendencia a la prevalencia de las exportaciones de capital. En primer lugar, hay que señalar que los países centrales de la metrópoli imperialista, en particular los del G7 (EE.UU., Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá, Japón), tienen un stock de IDE hacia el exterior en porcentaje de su PIB muy superior al de los países emergentes del BRICS y, sobre todo, al de los países periféricos. También tienen un mayor stock de IDE hacia el exterior que hacia el interior, con la excepción de EE.UU. y el Reino Unido, que, dado su carácter de centros económicos y financieros mundiales, atraen mucho capital del exterior. Por lo que se refiere a 2023, entre los países del G7 mencionamos a EE.UU. con un IDE outward igual al 34,49% del PIB y un IDE inward igual al 46,87% del PIB, Francia con un 53,87% y un 33,35%, Alemania con un 48,85% y un 25,29% y Japón con un 50,92% y un 5,89%. En cuanto a los BRICS, el stock de IDE de salida es inferior en porcentaje del PIB no sólo en comparación con el G7, sino también en comparación con el IDE de entrada, con la excepción de Sudáfrica, que alberga importantes multinacionales anglosajonas. El más importante entre los BRICS, China, tiene un IDE hacia el exterior sobre el PIB del 16,4% y del 20,60% hacia el interior, Rusia del 13,02% y del 14,05%, Brasil del 17,08% y del 46,57%. Como ejemplo de país periférico, citamos Túnez, fuertemente participado por capitales franceses e italianos, con un stock de IDE del 2,88% hacia el exterior y del 79,07% hacia el interior3.
Otro aspecto que se confirma con respecto al análisis de Lenin es el parasitismo como característica específica del imperialismo. Los países imperialistas tienden a importar mucho más de lo que exportan, habiendo transferido una parte sustancial de sus industrias y manufacturas a los países periféricos y emergentes. Esto significa que estos países producen menos de lo que consumen. Las deudas comerciales de los países imperialistas más importantes del G7 son muy elevadas (a excepción de Alemania y, en menor medida, Italia, que tienen superávit comercial), a pesar de que las monedas imperialistas (dólar, euro, libra y yen) están sobrevaloradas y permiten comprar a la periferia a precios bajos y vender a la periferia a precios altos. Además, las deudas comerciales se combinan con deudas públicas muy elevadas. En 2023, Francia tenía una deuda comercial de 137.600 millones de dólares4 y una deuda pública del 110% del PIB, el Reino Unido 270.500 millones y el 100% y Japón 68.500 millones y el 250%. Pero el país imperialista que presenta el carácter parasitario en mayor grado es EEUU, que tiene una enorme doble deuda. Su deuda comercial en 2023 alcanzó los 1.152 billones de dólares, mientras que la deuda nacional se situó en 30 billones de dólares, es decir, el 122,3% del PIB. EEUU sostiene su doble deuda gracias al dólar, su «privilegio exorbitante», como lo llamó Giscard d'Estaing, un político francés. El dólar es la moneda comercial y de reserva del mundo, por lo que todos los demás países del mundo, especialmente los que tienen grandes superávits comerciales, tienden a comprar bonos del Estado en dólares, financiando así la economía estadounidense. Desde que el dólar dejó de ser convertible en oro en 1971, EEUU ha financiado su deuda comercial simplemente imprimiendo dólares. Además, el papel hegemónico del dólar significa que la política monetaria del país emisor, es decir, EE.UU., también determina la dirección de la política monetaria en todo el mundo. A menor escala, Francia ha hecho algo parecido: se ha apoyado hasta ahora en el franco CFA, que, vinculado al euro, drena recursos y riqueza de las antiguas colonias francesas en África. Pero es EEUU, como imperialismo hegemónico, el que ha hecho de su moneda un instrumento de presión global para obligar a otros estados a seguir sus directrices hasta el punto de que podríamos definir su imperialismo como «imperialismo monetario».
Así, la característica que el imperialismo contemporáneo comparte con el de principios del siglo XX es que no se caracteriza por la libertad sino por la dominación, que se basa no sólo en la coerción económica sino también en la fuerza militar. EEUU posee con diferencia las Fuerzas Armadas más poderosas del mundo, lo que le permite controlar todos los rincones del planeta con «proyecciones de fuerza». En particular, EEUU, gracias a sus 11 portaaviones nucleares, tiene el control de los mares, por los que viajan la mayoría de las mercancías y por cuyas profundidades corren los cables del 99% de las comunicaciones digitales, incluidos los de Internet. Además, EEUU cuenta con más de 700 bases militares repartidas por todo el mundo, que representan la versión estadounidense de las colonias y permiten el control estratégico del globo. En 2023, el gasto militar estadounidense ascendía a 916.000 millones de dólares, más del triple que el de China (296.000 millones) y nueve veces el de Rusia (109.000 millones)5. El gasto militar del imperialismo occidental (EEUU, Reino Unido, UE) asciende a 3,5 veces el de China y Rusia juntos. Semejante fuerza no quedó inutilizada en las décadas que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial. EEUU, solo o con la colaboración de otros Estados imperialistas menores, ha librado una larga serie de golpes de Estado y guerras ilegales, es decir, sin autorización de la ONU, desde Irán en 1953 hasta Siria en 2014-2015, pasando por Cuba, Vietnam, Serbia, Afganistán, Irak, Ucrania y otros Estados que no aceptaban la hegemonía estadounidense. EEUU es efectivamente un país en estado de guerra casi permanente. Se confirma así la tendencia del imperialismo, ya señalada por Hilferding y Lenin, a dominar y utilizar la fuerza como instrumento para dirimir las disputas.
¿Existe hoy el conflicto interimperialista y Rusia y China pueden definirse como imperialistas? .
La cuestión del uso de la fuerza apunta a otra característica del imperialismo: la existencia de rivalidades entre Estados imperialistas que desembocan en guerras interimperialistas como fueron la Primera y, con algunas diferencias, la Segunda Guerra Mundial. Lenin señaló que el capitalismo se caracteriza por el crecimiento desigual de los distintos países. Los países capitalistas más maduros y hegemónicos, como el Reino Unido, se enfrentaron al declive económico y al crecimiento meteórico de competidores industriales como Alemania y EEUU. Como consecuencia, las relaciones de poder económico cambiaron y entraron en conflicto con las políticas, que, a instancias de las potencias imperialistas emergentes, tuvieron que modificarse. Como el viejo hegemón se niega a tal modificación, estalla la guerra, que es precisamente interimperialista, es decir, entre Estados imperialistas por el dominio mundial de los mercados de mercancías y materias primas.
Hoy no estamos ante la perspectiva de una guerra interimperialista, y los viejos estados imperialistas, EEUU, Europa Occidental, empezando por Francia y Alemania, y Japón aparecen interdependientes y conectados económicamente y unidos militarmente en la OTAN. Esto no significa que estemos ante la formación de ese ultraimperialismo, es decir, esa alianza y reparto del mundo entre capitales, que el teórico socialdemócrata Karl Kautsky teorizó hace más de un siglo y contra el que Lenin polemizó amargamente. Las contradicciones entre imperialismos se mantienen, por ejemplo si pensamos en el intercambio comercial entre EEUU y la UE, e incluso pueden ampliarse si Trump introduce aranceles y debilita la OTAN. También persiste la competencia entre imperialismos por las materias primas y los mercados de salida de mercancías, por ejemplo en África, como se desprende del renovado interés estadounidense por el continente negro, donde Francia, en cambio, sufre serios reveses en sus antiguas colonias.
Sin embargo, hay factores que, por el momento, impiden que las contradicciones interimperialistas desemboquen en un conflicto abierto. El primero es que el capital europeo está estrechamente integrado con el capital estadounidense, al que está sustancialmente subordinado, dependiendo de él en materia de defensa, tecnología y muchas materias primas. La segunda es que la UE no es un superestado, sino una formación intergubernamental en la que los Estados individuales son autónomos en términos de política fiscal y militar. Incluso en este frente, hay tendencias contrarias que empujan hacia la integración militar y de política exterior, pero los resultados están aún muy lejos. Además, la UE no dispone ni de disuasión nuclear ni de un asiento con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, con la excepción de Francia, que, sin embargo, se muestra reacia a ponerlos en común con los demás Estados de la UE. Por último, y ésta es la razón principal, la UE ha perdido muchas posiciones económicas en favor de las economías emergentes y de China en particular, más o menos lo mismo que EEUU. En efecto, mientras que el PIB de China pasó del 3,6% del PIB mundial al 16,9% entre 2000 y 2023, el de EEUU cayó del 30,3% al 26% y el de la UE del 21,5% al 17,5%6. Por todo ello estamos ante una realidad que podemos denominar «imperialismo occidental» que, a pesar de sus contradicciones internas, se presenta unido. Unidos, sí, pero ¿contra quién?
Si en la actualidad no existe un conflicto interimperialista explícito entre las antiguas potencias, es decir, entre EEUU, Europa Occidental y Japón, ¿existen otros tipos de contradicciones entre países y áreas mundiales, y son éstas de naturaleza interimperialista? Si existe un imperialismo occidental, ¿existe también un imperialismo oriental opuesto a él? Este nuevo imperialismo, de existir, tendría que basarse en Rusia y sobre todo en China, en torno a las cuales se están formando alianzas como el BRICS+, que, sin embargo, son alianzas económicas primero y políticas después. Actualmente no existe ninguna alianza militar en la que participen Rusia, China y otros países. La Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que prevé algún tipo de cooperación en cuestiones de defensa, no puede compararse ni remotamente con la OTAN. La contradicción entre los BRICS y el imperialismo occidental existe, sin duda, pero no concierne sólo a los Brics, sino más bien a lo que los medios de comunicación denominan Global South, el Sur Global, que se opone al orden mundial tal como ha sido definido por los occidentales. Por ejemplo, un factor muy importante de contestación por parte del Sur Global es la hegemonía del dólar. Los países del Sur Global también reclaman la reforma de las instituciones surgidas con los acuerdos de Bretton Woods, establecidos en 1945 y en la base de la hegemonía estadounidense y occidental, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, cuya gobernanza refleja el equilibrio de poder y la economía de la posguerra y no los de hoy.
La contradicción entre el imperialismo occidental y Rusia, China y otros países no puede llamarse interimperialista porque China y Rusia no son países imperialistas. La propia guerra entre Ucrania y Rusia no puede definirse como una guerra imperialista desde el punto de vista de Rusia. Para Rusia, se trata de una guerra de defensa nacional contra la expansión de la OTAN hacia el Este, que amenaza directamente sus fronteras. En 1990, cuando la URSS se retiró de Alemania Oriental y ésta se reunificó con »Alemania Occidental, el Secretario de Estado estadounidense, James Baker, prometió a Gorbachov que la OTAN «no ampliaría su esfera de influencia ni un milímetro». La misma promesa hizo el Ministro de Asuntos Exteriores alemán, Genscher, quien declaró que «no habría ninguna extensión hacia el este del territorio ocupado por la OTAN, es decir, la OTAN no se acercaría a las fronteras de la Unión Soviética». No obstante, en el periodo posterior la OTAN incorporó a casi todos los países de Europa del Este, incluidos los que formaban parte del Pacto de Varsovia. En 2008, Bush apoyó la propuesta de incluir también a Georgia y Ucrania en la OTAN. En 2014, EEUU facilitó un golpe de Estado en Ucrania, defenestrando al presidente que mantenía buenas relaciones con Rusia. Tras el golpe de Estado en Ucrania, comenzó una guerra civil entre el nuevo gobierno prooccidental y la minoría rusoparlante del Donbás que ha durado diez años con decenas de miles de muertos entre la población civil rusoparlante. En 2021 se formuló de nuevo la intención de proceder a la entrada de Ucrania en la OTAN, lo que permitiría a Ucrania desplegar misiles nucleares en las fronteras rusas capaces de alcanzar Moscú en cuestión de minutos, dejando así sin efecto la disuasión nuclear rusa. La intervención rusa en Ucrania en 2022 fue, por tanto, una respuesta a una grave amenaza y, por tanto, tenía como objetivo defender la posición estratégica de Rusia frente a una OTAN cada vez más agresiva y apoyar a las poblaciones rusoparlantes del Donbás tras diez años de conflicto.
Pero, independientemente de la naturaleza de la guerra por Rusia, ¿puede definirse ésta como imperialista? El imperialismo representa una fase de gran desarrollo de las fuerzas productivas, característica de los países capitalistamente avanzados que buscan salidas para los excedentes de mercancías y capitales. Rusia no presenta tales condiciones. En primer lugar, no cuenta con un desarrollo adecuado de las fuerzas productivas, careciendo de una fabricación extensiva y puntera. La posición de Rusia en la división internacional es de las más bajas, ya que se centra casi exclusivamente en la producción y exportación de materias primas en las que es rica. El único sector manufacturero avanzado y grande es el militar, que, de hecho, exporta parte de su producción. Rusia no es un país rico, como los países imperialistas, sino un país de renta media, que no puede alcanzar a los países del centro imperialista. Sus exportaciones de capital son bajas en comparación con las de los países imperialistas. Además, Rusia no tiene ningún interés en la exportación de capital ni en el expansionismo económico-militar, en primer lugar porque no tiene una verdadera industria manufacturera y, en segundo lugar, porque obtiene sus recursos de la exportación de materias primas, gracias a la cual logra un importante superávit comercial. Por lo tanto, Rusia no tiene ningún interés en explotar a los países periféricos en busca de materias primas ni en exportar mercancías o invertir allí su excedente de capital. Rusia es ciertamente un país capitalista pero económicamente subordinado, aunque tiene un Estado fuerte. Este Estado, sin embargo, ejerce su fuerza principalmente a nivel defensivo contra el imperialismo occidental en Ucrania, como había hecho anteriormente en Georgia y Siria. El objetivo del imperialismo occidental, de hecho, es debilitar a Rusia, quizás fragmentándola aún más, para controlar sus riquezas minerales y las de Asia Central y privar a China de un aliado fuerte.
Esto nos lleva a otra cuestión importante, a saber, si China es un país capitalista y si, en caso afirmativo, ha alcanzado la fase del imperialismo. Es cierto que en China existen empresas privadas y capitalistas, pero las empresas públicas son más importantes y, sobre todo, existe un control del Estado y, a través de él, del Partido Comunista sobre el conjunto de la economía. Por ejemplo, es crucial que, a diferencia de lo que ocurre en los países plenamente capitalistas e imperialistas, la circulación de capitales no es libre, sino que está sometida a un estricto control estatal. La interpretación de la formación socioeconómica china remite a la concepción del socialismo. Éste, de hecho, representa una fase muy larga en la que los elementos capitalistas permanecen junto a elementos de socialización de la producción, que son más propiamente socialistas. Así pues, China es un país socialista, pero, como reconocen los propios teóricos marxistas chinos, se encuentra en una fase temprana del socialismo. El socialismo chino se define como «socialismo con características chinas» o «socialismo de mercado», es decir, en el que el mercado desempeña un papel importante7. La actual fase de transición del capitalismo al socialismo en China se caracteriza por una lucha por la hegemonía entre las tendencias hacia el capitalismo y hacia el socialismo maduro. Sin embargo, por las razones que hemos mencionado, China no puede definirse como un país imperialista también porque el movimiento de capitales está controlado por el Estado. Además, las exportaciones de mercancías son mucho más importantes para China, ya que tiene con diferencia el mayor superávit comercial del mundo (822.000 millones de dólares en 2023), que las exportaciones de capital, ya que el porcentaje de salida de IDE sobre el PIB, como hemos visto anteriormente, es bastante bajo. Por consiguiente, China produce más de lo que consume y no comparte la naturaleza parasitaria del imperialismo. Sin embargo, China está lejos de ser imperialista también porque es un país de renta media. Por último, China, a diferencia de EE.UU., no tiene una postura agresiva en términos de política internacional y trabaja por la introducción de un mayor multilateralismo y multipolaridad económica y política a nivel internacional. La fuerza militar de China no puede compararse a la de EE.UU. y, especialmente en los últimos setenta años, nunca se ha empleado en guerras reales, salvo algunos enfrentamientos fronterizos de alcance limitado con países vecinos (URSS, India y Vietnam). De hecho, las relaciones con los países periféricos no se basan en la explotación y la opresión neocolonialistas, como en el caso de EEUU y Francia, sino que representan una importante alternativa económica al imperialismo occidental para países como los africanos.
De lo que hemos dicho se deduce que las contradicciones interimperialistas entre la UE y EEUU existen y es probable que empeoren en caso de una presidencia de Trump, pero, por el momento, están bajo el radar y es poco probable que desemboquen en una confrontación directa. En cambio, la contradicción principal es entre el imperialismo occidental y el Sur Global, con un papel decisivo para los BRICS, que recientemente se ampliaron a BRICS+, con la incorporación de Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos. De hecho, estamos asistiendo a un proceso de descolonización real que tiene lugar décadas después de la descolonización formal. De hecho, la independencia política de muchos países periféricos se combinó con el mantenimiento y, en muchos casos, la acentuación de su dependencia económica. Este proceso de descolonización real se ve al menos facilitado por la presencia, como alternativa al capital occidental, de Rusia y especialmente China, que están asumiendo un papel hegemónico dentro del Sur Global. En cualquier caso, el enfrentamiento entre EEUU y sus aliados imperialistas, por un lado, y Rusia y China, por otro, no puede calificarse de interimperialista.
Conclusiones: una categoría que sigue siendo relevante pero con llamativas diferencias
El imperialismo de Lenin fue un importante ejemplo de innovación en su época porque correlacionaba los aspectos económicos con los políticos y militares. De hecho, el imperialismo estaba estrechamente vinculado por Lenin con el capitalismo. Las características económicas y políticas que Lenin postuló como base del imperialismo siguen siendo válidas en gran medida, pero con algunas diferencias. La concentración y centralización del capital, es decir, la fusión de diferentes capitales para crear empresas más grandes sigue siendo una característica del capitalismo. Sin embargo, los cárteles, es decir, los acuerdos para limitar la competencia fijando los niveles de producción y precios, ya no son una característica dominante. Los monopolios y el proteccionismo tampoco son ya el aspecto decisivo del capitalismo actual. Por el contrario, hoy existe más competencia que en la época de los imperios coloniales, debido principalmente a la globalización, es decir, al mercado mundial. Pensemos, por ejemplo, en la industria del automóvil, que, a pesar de estar muy centralizada e internacionalizada, es un campo de feroz competencia tanto entre las empresas occidentales como entre éstas y las asiáticas, especialmente las chinas en el sector de los coches eléctricos. Esto, sin embargo, no significa que no haya tendencias contrarias, basadas en la reintroducción del proteccionismo, como aparece, por ejemplo en la UE, precisamente contra los coches eléctricos chinos. De hecho, según algunos, existe una tendencia a la desglobalización, es decir, a la fragmentación del mercado mundial en áreas económicas regionales. El monopolio también está lejos de desaparecer. La caída de la tasa de beneficios y la saturación de los mercados manufactureros han desplazado gran parte del capital hacia sectores monopolísticos naturales en los últimos años. Además, las grandes tecnológicas estadounidenses, como Google, Amazon y Facebook, son de facto nuevos monopolios. Otro aspecto que permanece, aunque parcialmente modificado, es el capital financiero, cuyo papel era central en el imperialismo de Lenin, que tomó de Hilferding. Hoy, sin embargo, ya no es posible pensar en el dominio de los bancos sobre las empresas industriales, que a menudo son gigantes multinacionales que obtienen superbeneficios. Sin embargo, al mismo tiempo, el capital, de nuevo a raíz de las crisis de la industria, se ha volcado masivamente hacia la especulación financiera, mientras que las altas finanzas, a través de sociedades de gestión de inversiones como BlackRock, desempeñan un papel importante en el capitalismo mundial.
Como hemos mencionado anteriormente, el principal cambio con respecto a la época de Lenin radica en la desaparición de la división completa de la tierra entre las principales potencias imperialistas, es decir, la división de la periferia en imperios nacionales. A esto se une la dominación, la competencia por el control de las colonias y la tendencia a la guerra. Hoy ya no tenemos un sistema de imperios coloniales, sino un sistema de explotación basado, por un lado, en las empresas multinacionales y transnacionales y, por otro, en las instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y sobre todo en el aparato estatal de EEUU. EEUU controla un imperio informal basado en la dominación ejercida a través del dólar y de sus fuerzas armadas. Giovanni Arrighi ha definido la historia del capitalismo mundial como una serie de ciclos seculares centrados cada uno en un «Estado líder». Al ciclo hispano-genovés le sucedieron el holandés y el británico, hasta que este último fue sustituido por el liderado por EEUU. Retomando a Gramsci y su concepto de hegemonía, según Arrighi, el «Estado líder» actúa con una combinación de consenso y coerción. El consenso proviene de la organización del sistema-mundo capitalista a través de un modo particular de regulación relativo a un régimen específico de acumulación. Otro aspecto importante que traza Arrighi es que el estado dirigente en un momento determinado entra en crisis y empieza a perder su dominio en la producción material. En ese momento, el Estado dirigente pasa a la financiarización, que le permite seguir adelante hasta la crisis final que abre una fase de caos global, de la que emerge con el surgimiento de un nuevo orden dirigido por un nuevo «Estado líder».
Cuando EEUU se convirtió en el «Estado líder» del capitalismo mundial en 1945, poseía el 50% de la producción industrial y la mayor parte de las exportaciones mundiales, por lo que su hegemonía correspondía a relaciones de poder reales. La primera crisis estadounidense se produjo en 1974, tras lo cual inició su fase de expansión financiera que finalizó en 2008 con la crisis de las hipotecas subprime. Con el tiempo, junto con la fortaleza económica, la hegemonía también declinó. Según Arrighi, tras el 11-S de 2001 comenzó para EEUU una fase de dominación sin consenso. Mientras tanto, China atraviesa una fase de crecimiento sin precedentes y se convierte en la segunda potencia económica mundial. China, en consecuencia, comienza a reclamar la aplicación de un mayor multilateralismo y multipolarismo en la gestión de la economía mundial, desafiando así el dominio estadounidense. Pero EEUU no tiene la menor intención de renunciar a su dominio, que, como hemos visto, le permite drenar riqueza de todo el mundo, sin la cual su economía, tal y como está organizada hoy, se derrumbaría. Por ello, han elegido la vía de la confrontación basada en la fuerza, intentando aislar a China. La continua expansión de la OTAN contra Rusia y la consiguiente guerra tienen como objetivo tratar de eliminar al aliado más importante de China, mientras que la guerra de Israel, abastecido de dinero y armas por EEUU, contra Irán tiene como objetivo eliminar a otro aliado, así como a uno de los principales proveedores de petróleo de China. Por todas estas razones, EEUU es el principal imperialista y el mayor obstáculo para la paz mundial.
Para concluir, volviendo a Lenin, su obra sigue confirmándose hoy en día, especialmente cuando identifica el imperialismo como un sistema económico parasitario y explotador que da lugar a la dominación de los Estados fuertes sobre los débiles y es precursor del caos, el desgobierno y la guerra.
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Otro análisis del imperialismo: La nueva negación del imperialismo desde la izquierda, John Bellamy Foster:
Bibliografía
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https://www.retedeicomunisti.net/2022/09/19/la-russia-e-un-paese-imperialista/
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Ganser, Daniele, Le guerre illegali della Nato, Fazi editore, Roma 2022.
Giacché, Vladimiro, "Introduzione" a Cheng Enfu, Dialettica dell'economia cinese, MarxVentuno edizioni, 2024.
Grifone, Pietro, Il capitale finanziario in Italia, Einaudi, Torino 1980.
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Hilferding, Rudolf, Il capitale finanziario, Mimesis edizioni, Milano-Udine 2011.
Hobson, John Atkinson, L'imperialismo, Newton Compton, Roma 1996.
Lenin, L'imperialismo. Fase suprema del capitalismo, Editori riuniti, Roma 1974.
Notas
1. J. A. Hobson, L'imperialismo, Newton & Compton editori, Roma 1996, p. 119.
2. F. Fischer, Assalto al potere mondiale. La Germania nella guerra 1914-1918, Res Gestae, Milán 2021.
3. Unctad, Statistics, Foreign direct investment: inward and outward flows and stocks, annual.
4. Unctad, Estadísticas, Mercancías: balanza comercial, anual.
5. Sipri, Base de datos de gastos militares.
6. Elaboración propia a partir de datos de UNCTAD, Statistics, Gross domestic product: Total and per capita, current and constant (2015) prices. Valores en dólares estadounidenses corrientes.
7. Vladimiro Giacché, «Introducción« a Cheng Enfu, Dialettica dell'economia cinese, MarxVentuno edizioni, 2024.
* Sociólogo. Investigador en el campo del imperialismo y del marketing.
laboratorio-21.it / espai-marx.net