Sin pena ni gloria
Pese al esfuerzo de la militancia libertaria y el apoyo de la nutrida legión de “ensobrados” que pululan en la esfera mediática y los ámbitos políticos, el salón principal que supuestamente iba a estar colmado por los partidarios del “Nuevo Orden” propuesto por el redentor de Occidente, lucía ocupado en un escaso cincuenta por ciento.
La calidad de los ponentes a lo que fuera considerada como “la cumbre conservadora más importante del mundo” no fue menos decepcionante. Las figuras que se barajaron como ilustres personeros del pensamiento reaccionario brillaron por su ausencia: ni Donald Trump o Elon Musk consideraron conveniente viajar hasta Buenos Aires y darse una vuelta por Puerto Madero. Por su parte Jair Bolsonaro y Steve Bannon, el “intelectual orgánico” y articulador internacional de la derecha neofascista, se limitaron a enviar sendos mensajes grabados.
Vino en cambio Santiago Abascal, el jefe del Vox, enamorado de Buenos Aires, ciudad a la que regresó por tercera porque por lo visto le va mejor aquí que en Madrid. Trump no vino ni envió mensaje, pero mandó a su nuera, Lara, (no su hija como dijo cierta gran prensa) , casada con Eric Trump, uno de los hijos del magnate.
En pocas palabras, la densidad intelectual y política del tan sonado evento internacional dejó mucho que desear. Justo es reconocer que tampoco lo fueron mucho más aquellos cónclaves que les precedieron porque, al fin y al cabo, la pobreza y el anacronismo del pensamiento conservador son rasgos irremediables por más manejo propagandístico que se haga de sus aportes.
De todos modos es de estricta justicia reconocer que no se reeditó en la Argentina el espanto de la conferencia de la CPAC en National Harbor, Maryland, el 23 de febrero de este año. En esa ocasión tomó la palabra el energúmeno llamado Jack Posobiec que comenzó su exposición diciendo "Bienvenidos al fin de la democracia - estamos aquí para derrocarla por completo. No llegamos hasta el final el 6 de enero (se refiere a la toma del Capitolio en 2021), pero nos esforzaremos por deshacernos de ella … porque no toda la gloria debe ser para el gobierno sino para Dios.”
La oligarquía mediática, aquí y en general en todo Occidente, se cuidó de comentar este discurso y extraer las conclusiones del caso. Posobiec, al igual que Milei y la mayoría de los libertarios, no creen en la democracia. Aquél por lo menos lo dijo. El nuestro suele evadir toda respuesta sobre el tema.
El cierre estuvo a cargo del presidente, que fiel a su estilo se dedicó a despotricar contra los “zurdos de mierda” y “los comunistas empobrecedores”, categorías teóricas que no parece proceder de la Escuela Austríaca o de los textos del patriarca del “anarco-capitalismo”, Murray Rothbard, sino que es el dudoso aporte -¿aporte dije?- argentino a la filosofía política de la extrema derecha.
Aparte de incurrir en su habitual catarata de insultos y groserías de muy mal gusto, indignas de su magistratura y que nos avergüenzan ante el mundo, Milei insistió en que el norte de su gestión es lograr la destrucción del Estado e instaurar el reinado de los mercados, una distopía que jamás se ha visto en este planeta y que sólo existe en su afiebrada imaginación.
Todo ello presuntamente justificado por la necesidad de asegurar, para los habitantes de este sufrido país, el goce de “la vida, la libertad y la propiedad privada.” Una vida que se ha tornado cada vez más miserable para la inmensa mayoría de la población, excepto los favoritos del régimen cuyos bolsillos Milei insiste en querer agrandar.
Una libertad acotada por la represión de las “fuerzas de seguridad” y el ataque al periodismo crítico, y recortada también porque para disfrutar las mieles de la libertad hacen falta condiciones de vida dignas que hoy por hoy les son negadas a una creciente proporción de argentinas y argentinos.
Esto para ni hablar de la propiedad privada, cuyos escandalosos índices de concentración no han hecho otra cosa que acrecentarse durante la gestión del actual gobierno y demostrando que nuestra democracia se ha convertido en una deplorable plutocracia donde se gobierna exclusivamente para los ricos.
Para éstos, toda la ayuda del estado; para atender a los pobres y los vulnerables están las fuerzas del mercado, que lenta pero inexorablemente practicarán la tan ansiada eutanasia de los pobres. Y quienes protesten ante tanta injusticia la respuesta presidencial grafica con elocuencia los alcances de nuestra involución democrática: “¡me importa un carajo!”, frase con la que en más de una ocasión Milei apeló para embellecer su discurso.
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