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Europa :: 30/07/2023

Tendencias autoritarias

Nahia Sanzo
La prohibición de partidos y políticos opositores, el cierre de medios de comunicación, el acoso de la extrema derecha ahora integrada en las estructuras oficiales

El candidato Zelensky llegó al poder en el año 2019 aupado por una ola de popularidad derivada de su fama en el mundo de la televisión, donde daba vida al presidente de Ucrania, generosamente financiado por la parte de la oligarquía que se había enemistado con su predecesor y con promesas de compromiso tanto en las cuestiones culturales que habían comenzado tras la victoria del golpe fascista del Maidan como en lo referente a la guerra de Donbass.

Zelensky prometió, por ejemplo, derogar la ley sobre el uso de la lengua, que se excedía en la legítima voluntad del Estado de promover el idioma considerado nacional discriminando a la parte del país cuya lengua materna no era la ucraniana sino la rusa, una minoría que era ampliamente mayoritaria en zonas importantes del país. El candidato había afirmado de forma explícita y repetida también su intención de negociar una salida al conflicto en Donbass, propuesta que le valió la oposición de una parte significativa del nacionalismo ucraniano, que siempre consideró la negociación -cualquier negociación que fuera más allá de exigir la rendición unilateral, no de Donetsk y Lugansk, sino de Rusia- como una capitulación.

La situación económica, la cronificación de la guerra en Donbass, una serie de medidas culturales impopulares para la parte rusoparlante del país habían minado ya las posibilidades de reelección de Petro Poroshenko, que a finales de 2018 sentenció cualquier opción que pudiera haber mantenido. Posiblemente con la intención de causar una situación tan grave que la Rada aceptara decretar el estado de excepción que el presidente planteaba, Poroshenko envió una treintena de miembros de la armada en dos pequeños buques a atravesar el estrecho de Kerch sin notificar antes a Rusia. Los buques fueron capturados sin que mediaran disparos y los marines apresados y enviados a Moscú.

Durante meses, su retorno a Ucrania fue uno de los centros del discurso nacional ucraniano, que dio a este episodio absurdo una épica inexistente. El incidente no fue suficiente para que la Rada aceptara las medidas de Poroshenko, que tuvo que conformarse con el rechazo a su deseado estado de excepción, que habría permitido retrasar las elecciones, otorgando así un tiempo extra al mandato presidencial y alguna posibilidad de mejorar la imagen del candidato a la reelección.

En realidad, este pobre intento de lograr decretar el estado de excepción fue el canto de cisne de la presidencia de Poroshenko, que a partir de ahí no tuvo ninguna opción de disputar a Zelensky, destacado ya en las encuestas, la segunda vuelta de las elecciones. Poroshenko había pagado el grave error de tratar de imponer artificialmente un estado de excepción en el que sus oponentes claramente percibieron el engaño y la maniobra autoritaria de un dirigente que se sabía condenado a la derrota.

Los detractores de Zelensky han querido ver en la confirmación del presidente del retraso de las elecciones legislativas, que debían celebrarse este otoño, una maniobra similar. Sin embargo, las situaciones no son comparables y la legislación ucraniana, que impide la celebración de comicios durante el estado de excepción, da la razón al actual presidente.

Partida por la línea del frente y con millones de personas desplazadas interna y externamente, no se dan las condiciones para celebrar unos comicios mínimamente creíbles, especialmente teniendo en cuenta las prácticas pasadas de compra de votos y todo tipo de triquiñuelas que figuras locales y oligarcas de todo tipo han utilizado a lo largo de los últimos años para conseguir cuotas de poder en comicios escasamente vigilados. Es posible que, en el futuro, Zelensky busque maniobras similares a la de su predecesor para retrasar a su voluntad esos comicios, pero, por ahora, la legislación y la lógica le avalan si se pretende obtener un resultado representativo de la voluntad de la población.

El retraso de los comicios no es el ejemplo más claro del creciente autoritarismo de Volodymyr Zelensky, tan evidente que incluso algunos medios occidentales lo han recogido. El último ha sido un medio suizo, que se hace eco de un informe del Servicio Federal de Inteligencia en el que la figura del presidente, generalmente presentado como la personificación del valiente pueblo ucraniano que lucha por su libertad y por los valores europeos, queda seriamente cuestionada.

El notorio desinterés por la política ucraniana y por la actuación de aquellas figuras a las que Occidente proporcionaba continua financiación y apoyo político y diplomático incondicional hace que todos los argumentos se refieran única y exclusivamente al presente.

Las críticas se refieren fundamentalmente al tratamiento por parte de Zelensky de quien posiblemente sea la única figura política que pudiera hacerle sombra: el exboxeador Vitaly Klitschko, alcalde de Kiev desde las primeras elecciones municipales celebradas tras la victoria del golpe de Maidan. “En su intento de eliminar políticamente a Klitschko, Zelensky está mostrando sus tendencias autoritarias”, afirma el informe en defensa de quien durante la revolución de la dignidad fuera el hombre de Alemania.

Las tendencias autoritarias de Zelensky no son nuevas y no pueden justificarse por la situación de guerra, el estado de excepción o la emergencia nacional de un pueblo que lucha por su supervivencia como está haciéndose para justificar actuaciones que, en otras condiciones, serían inaceptables. Las tendencias autoritarias no son tampoco una característica exclusiva de Volodymyr Zelensky, que pese a su campaña de político alternativo, ha continuado paso a paso el camino iniciado por sus predecesores Poroshenko y Turchinov.

Ya en aquellos años iniciales de la Ucrania post-Maidan, la guerra fue utilizada como cortina de humo para justificar todo tipo de medidas antidemocráticas, comenzando por la operación antiterrorista contra la población de Donbass o la interrupción del pago de salarios públicos, pensiones y prestaciones sociales ya en el verano de 2014.

Con un equipo más tecnócrata que su predecesor, Zelensky solo dio una imagen diferente de la de Poroshenko hasta su victoria electoral, tras lo cual se instaló en una dinámica de nacionalismo en lo social, ultraliberal en lo económico y autoritario en lo político que solo ha pasado desapercibido por el hecho de que sus oponentes eran generalmente calificados de prorrusos, una etiqueta útil para demonizar a cualquier persona, medio de comunicación o incluso empresa que molestara al presidente.

“¿Cuáles son los requisitos para tener una democracia funcional?”, se pregunta una de las fuentes del artículo suizo. “Partidos políticos independientes y una prensa libre. Ninguno de ellos está presente en Ucrania en este momento”, responde. El problema es que esas carencias no se deben a la actual guerra con Rusia, sino que preceden en mucho tiempo la aparición de las tropas rusas. Lo mismo ha de decirse del intento de Zelensky de acabar políticamente con Vitali Klitschko, actuaciones que comenzaron prácticamente desde el inicio de su presidencia en 2019.

La prohibición de partidos políticos y toma de control de la política informativa, acabando, en la práctica, con una mínima libertad de prensa, fue justificada por la situación extrema en la que se producía. Sin embargo, la experiencia de Ucrania en la prohibición de partidos o limitación de la libertad de prensa se remonta a los años de guerra en Donbass.

Por medio de una ley que supuestamente debía prohibir tanto el comunismo como el nazismo, equiparando así “al régimen más genocida de la historia con el que liberó Auschwitz”, Ucrania prohibió en 2015 el Partido Comunista, cuyos locales habían sido capturados por la extrema derecha durante la revolución de Maidan. A la prohibición del principal partido de la izquierda, en realidad el único partido con de izquierdas con presencia institucional, hay que sumar el acoso constante, en ocasiones oficial y en otras por medio del uso de la extrema derecha como fuerza de choque al servicio de los intereses del Estado nacionalista, de toda figura o grupo mínimamente opositor.

Esa deriva autoritaria se ha traducido en ataques de la extrema derecha y encarcelamientos -en muchos casos a base de abuso de la prisión preventiva por crímenes imaginarios basados en pruebas colocadas por el SBU- de comunistas, socialistas, sindicalistas o cualquier persona que osara mantener una postura de oposición no nacionalista al régimen de Maidan. Alexander Bondarchuk, exdiputado comunista, pasó meses en prisión antes de ser absuelto en una causa puramente política por el crimen de publicar, en 2014, una entrevista a Pavel Gubarev en el periódico local que editaba. En 2022, sin ninguna argumentación, Bondarchuk vio denegada su petición de registrar un partido de izquierdas.

La guerra tampoco puede utilizarse como justificación para explicar la forma en que Zelensky acosó durante meses al Tribunal Supremo, una actuación que no causó críticas internacionales ni cuestionamiento de la democracia ucraniana, más que dudosa desde el momento en el que el presidente elegido en las urnas fue derrocado por una revolución en la que las autoridades occidentales competían por si su hombre sería quien liderara el Gobierno que iba a nacer del flagrante incumplimiento del acuerdo de reparto del poder al que habían obligado a Viktor Yanukovich, por medio del uso de la fuerza en las calles.

La guerra polariza la situación y exagera tendencias ya existentes. En el caso de Ucrania, no solo Zelensky, todas esas tendencias autoritarias eran perfectamente perceptibles años antes de que las tropas rusas cruzaran las fronteras de Ucrania. La prohibición de la hoz y el martillo de la Bandera de la Victoria, el acoso a políticos opositores, el cierre de medios de comunicación o el acoso por parte de la extrema derecha ahora perfectamente integrada en las estructuras oficiales, la justificación de la interrupción del pago de pensiones a una parte de la ciudadanía o la eliminación progresiva de la lengua materna y la cultura de una parte importante de la población han actuado como el preludio necesario para el manifiesto autoritarismo actual, en el que Zelensky puede escudarse en el supuestamente masivo apoyo popular del que disfruta.

Haber ignorado el inicio de esas tendencias a lo largo de los años de guerra en Donbass hace posible a Zelensky limitar la democracia y justificar los evidentes excesos con la presencia de tropas rusas en el territorio, ocultando que esa ha sido la naturaleza de la Ucrania post-Maidan desde 2014.

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