"Traducido para Rebelión por Germán Leyens"
Durante muchos años, los lectores de Rebelión encontraban en el encabezamiento de los textos la leyenda “Traducido para Rebelion por German Leyens”. El autor podía ser Noam Chomsky, James Petras, Amy Goodman, Naomi Klein, Michel Chossudovsky o incluso algún autor no muy conocido, pero había algo que se repetía con mucha frecuencia: “Traducido para Rebelión por German Leyens”. Se repetía tantas veces que ese nombre parecía menos el de una persona que el de un colectivo. Al final, muchos lectores, de hecho, aceptaron que esta frase inscrita en el arranque de sus traducciones era una garantía sobre los textos. O dicho de otra forma, Germán Leyens se había convertido en un sello de calidad, tanto en lo que se refiere a la elección de originales como a la hechura misma de la versión en castellano.
Desde el 6 de febrero de 2022 los editores de Rebelión ya no pondrán “Traducido para Rebelión por German Leyens”, porque ese día, a la edad de 88 años, Germán nos dejó tras no superar un shock séptico.
Los que estuvimos en los principios de Rebelión tuvimos la oportunidad de compartir con él varios días de convivencia en alguna de las pocas reuniones físicas que teníamos. Hermann (ese era su verdadero nombre, que había hispanizado como Germán) era un tratado andante de historia y de vida. Nació en Alemania en los peores tiempos para que un niño de origen judío naciera en ese país. Sus padres tuvieron que huir a Chile. Fue allí donde pasó su juventud, donde hizo sus primeras traducciones y donde desarrolló su activismo estudiantil antes y durante la época de la Unidad Popular de Allende. Tras el golpe de Pinochet se trasladó a vivir entre Suiza y Alemania y trabajó muchos años como alto directivo de una multinacional suiza en el sudeste asiático, lo que le sirvió para conocer de primera mano "las entrañas del monstruo", según sus propias palabras.
Poco antes de jubilarse en 1998, Germán comenzó a traducir de forma comprometida, primero en Znet y después, entusiasmado por la existencia de una buena página de izquierda en castellano, me contactó para empezar a traducir en Rebelión. Tuvimos una primera reunión en Madrid y al cabo de un tiempo me invitó a pasar unos días en su casa de Vélez-Málaga, donde vi su entusiasmo, un sábado a las 12 de la noche, por un texto que había encontrado, y ponerse a traducirlo de inmediato. Hace unos diez años se contaron en torno a 18.000 páginas traducidas por él. Es indudable que, de algún modo, Germán contenía en su cuerpo una multitud y que su muerte es la muerte de un colectivo entero: una legión de traductores reunidos en un solo cuerpo.
La humildad de Hermann, que hablaba siete idiomas, lo convertía en una persona introvertida en lo referente a su vida y trayectoria personal, de manera que en cada encuentro te descubría, como a regañadientes, una nueva sorpresa de su historia. Recordamos, por ejemplo, el día que nos enseñó una foto en una reunión con Fidel Castro en la montaña, no sabemos si después de la toma revolucionaria de La Habana o antes. En otras ocasiones nos deslumbraba con sus conocimientos sobre la intrapolítica en Israel o sobre la intelectualidad de EEUU.
Siempre nos sorprendía con su modestia y afán de aprendizaje. Conservamos centenares de mensajes suyos en los que, antes de su edición, nos consultaba el contenido de una traducción, nos exponía dudas o nos pedía confirmar informaciones cuyo origen o veracidad se le escapaban. La edad le fue volviendo más desconfiado, más perfeccionista y más fiel a sus principios, pero no más rígido ni más dogmático.
En términos políticos, su visión del mundo y su compromiso ideológico siguieron siendo los mismos hasta el final. Pero nunca quiso dar lecciones a nadie y siempre quiso recibir enseñanzas de cualquiera que pudiera proporcionárselas. Nosotros sabíamos que su criterio era más valioso que el de los responsables de las secciones de Rebelión. Germán era una especie de “editorialista” en la sombra, sin protagonismo ni pretensiones. A ninguno de nosotros se le ocurrió jamás cuestionar o rechazar una de sus traducciones. De hecho, la mayor parte de nosotros solo las leíamos una vez publicadas, como lectores convencidos de que valía la pena leer cualquier cosa que hubiera elegido y traducido él.
En una entrevista del año 2010, Germán explicaba sus motivos para traducir: “Lo hago porque me satisface, la satisfacción resulta del hecho de que puedo hacer una minúscula contribución para tratar que cambien las cosas en el mundo y porque aprendo mucho”. Y seguía: “No me cabe la menor duda de que la traducción acerca pueblos y culturas. Por otra parte, el capitalismo por su propia esencia y objetivos no desea una comunicación efectiva de la ciudadanía. Cuando la esencia del sistema es el lucro y la existencia de explotados y explotadores, consumidores y especuladores, y los medios de información están en manos de una clase y de corporaciones la consecuencia inevitable es que la comunicación dominante refleje los intereses correspondientes”.
Estas frases resumen muy bien sus principios y su carácter: el deseo de contribuir a la transformación del mundo a través de la internacionalización del saber, la generosidad solidaria, el placer sobrio de aprender.
Se suele decir que una persona querida es insustituible, pero en el caso de Germán, y en Rebelión, no solo es insustituible desde el punto de vista emocional, el más doloroso, sino que tampoco se podrá nunca sustituir su talento para la selección de textos y su capacidad de traducción. A partir de ahora los amigos de Germán estaremos más solos, los lectores de Rebelión con menos información y el mundo más separado por los idiomas.