Tres despachos sobre la cuestión nacional (y II)
Cataluña. ¿Casualidad? ¿Pura cosa de fechas (100 años de la Revolución 1917-2017)?Mirar la crisis catalana desde autodeterminación o colonialismo interno –que igual no es todo el espectro– y pensar en Lenin es mucho más. ¿La mejor muestra de la diferencia entre un nacionalismo opresor y un nacionalismo oprimido? El choque “‘chovinismo gran-español’ vs independentismo catalán”. Mientras el primero –diría Lenin y sabría a cuál apoyar– se asienta en la dominación –¿España, la prisión de las naciones?– e ideas (post)imperiales –España, una patria, una bandera, un idioma, porque el idioma es el compañero del imperio (sic)–, el segundo tiene un potencial emancipador (pero no es ninguna garantía). De hecho la posición de Lenin hacia autodeterminación frente a un rotundo no de Rosa tampoco es un sí a cualquier secesión (hay que ver condiciones específicas, sopesar intereses del proletariado nacional e internacional, no todas naciones quieren formar un Estado). Además, la independencia –y eso es puro pensar en Cataluña mediante Lenin– significa diferentes cosas para diferentes clases: para la clase media catalana, mejor marco económico; para la clase trabajadora –muy dividida, igual que la izquierda, en este asunto (sic)– chance de posicionar las demandas sociales. Sea como fuere la izquierda institucional que se niega a abrazar la independencia catalana –bien apunta G. López y Rivas– simplemente ignora las lecciones concretas de Lenin. S. Zizek apunta también a un lamentable correlacionismo político en obra: una vez uno se entera de la posición de su enemigo, toma la postura contraria. O sea: Putin –que de hecho odia a Lenin por dejar la puerta a autodeterminación y facilitar la desintegración de la URSS– está en favor (sic), así que según la izquierda liberal europea hay que estar en contra, un infantilismo que en su época el mismo líder bolchevique rechaza. En fin: mientras apoyar los separatismos que afecten a Rusia está bien, atentar contra la integridad de España está mal.
Ucrania. Lenin –ya se dijo– no tiene estos problemas. A pesar de que la independencia de Ucrania es la idée fix de potencias centrales y parte de su estrategia para debilitar la Revolución, también él quiere que sea independiente si así lo desea. El país –a pesar de haber intentado– al final no se independiza, pero gracias a la concedida por él soberanía de unidades nacionales de la URSS evita su absorción por Rusia y en 1991 por fin sale por la puerta de autodeterminación. Su conciencia nacional y cultura nacen, crecen y florecen de hecho en tiempos de la inicial apertura bolchevique a la cuestión nacional. Tanto Lenin como Stalin pueden reclamar el crédito por ello, si bien este último abrazando luego el chovinismo gran-ruso hace todo para borrar lo nacional en Ucrania (actitud –subraya S. Zizek– emulada hoy por Putin). Ciertos paralelismos con Cataluña aparecen –otra vez– en grietas entre la izquierda (con unos que abogan por la independencia catalana invocando a Lenin, pero que piensan en Ucrania –sobre todo tras la crisis de 2014– como zona de legítima influencia rusa, ignorando que sus lecciones se referían a... ella) y en la historia. Allí está V. Antónov-Ovséyenko, un militar y bolchevique étnicamente ucranio de corriente internacionalista más cercano a Trotsky, que el 7 de noviembre comanda el asalto final al Palacio de Invierno (!), luego dirige el frente ucranio en la Guerra Civil y acaba como cónsul soviético en la sumergida en la Guerra Civil Barcelona –con todo lo nefasto que Stalin hace allí...– donde aplaude el soberanismo de L. Companys, habla de Cataluña como Ucrania española (sic), es más catalán que los catalanes (J. Negrín dixit), pero que... al independentismo ucranio trata como una anatema.
Europa. Si “un fantasma recorre Europa –parafraseando por enésima vez aquel inmortal pasaje–, el fantasma de los ‘neo-nacionalismos’”, entonces son los austromarxistas (véase: parte I) –y no por ejemplo Lenin–, que al final tienen la razón. Contrario a los bolcheviques que aludiendo al propio Manifiesto Comunista creen que el capitalismo “paulatinamente irá diluyendo ‘lo nacional’”, O. Bauer insiste que sólo lo fortalecerá. Encima, a 100 años de la Revolución los gobiernos neoautoritarios en Mitteleuropa, herederos políticos de los Blancos –Kaczynski, Orbán, Babiš et al.– hacen justamente lo contrario que ante la amenaza nacionalista recetaban los austromarxistas: sacan “‘lo nacional’/étnico” al frente convirtiéndolo en el principio rector de la política. Con el paso del neoliberalismo –subraya G. M. Támas– en Europa Central el etnicismo (ni siquiera el nacionalismo que tiene una dimensión cívica) se convierte en la principal (y falsa) oposición al sistema, que convoca a los que resienten el neoimperialismo de las multinacionales y la subyugación ante organizaciones internacionales. También los secesionismos en la era neoliberal tienen menos que ver con anticolonialismo y antimperialismo verdadero y más con chovinismo económico (y cultural). El independentismo catalán –el menos nocivo– no es diferente. B. Kagarlitsky exagera (un poco). Pero a la vez tiene razón al apuntar a un robusto componente independentista (centro-derecha/clase media) que se siente oprimido porque tiene que pagar a la caja central en Madrid, financiar a los andaluces perezosos y sueña con “liberarse y ser una ‘Suiza ibérica’”, propinándole un golpe final a los restos del Estado redistributivo, algo parecido a lo que describía Rosa advirtiéndole a la izquierda de no aliarse con la pequeña burguesía de las pequeñas naciones.
Coda. A pesar de algunos prejuicios por fortuna no todas las explosiones de sentimientos nacionales son lo mismo –¡viva el diagnóstico diferencial!– a pesar de sus contradicciones:
- responden a impulsos legítimos (la crisis, la austeridad), aunque se revisten de racismo, xenofobia e islamofobia (UE);
- tratan de liberarse de un imperialismo, aunque caen en otro (Ucrania);
- recogen demandas legítimas (autodeterminación, anticolonialismo), aunque bordean con tribalismo codicioso (Cataluña).
A 100 años de la Revolución la cuestión nacional-colonial es tan diferente y sin embargo tan igual.
@MaciekWizz