Trump, Biden y la continuidad del imperio
1. Después de haber traicionado casi todas sus promesas electorales progresistas y girado a la derecha, retomando y continuando muchas de las políticas internas de Trump que él mismo criticaba −por ejemplo, las políticas migratorias− e igualmente después de un bizarro episodio de “trumpificación en tiempo real”, cuando el presidente se negaba a abandonar, debido a su avanzada edad, la contienda electoral dando pataletas dignas de su predecesor, finalmente queda claro que la política exterior de Biden se entiende igualmente mucho mejor en términos de continuidad, no de ruptura, con Trump.
2. Si bien en años pasados había toda una legión de analistas que trataban de tildar −incorrectamente− la política exterior de Trump como aislacionista por vía de asociarlo con ciertas corrientes aislacionistas filonazis estadounidenses, incluso de una suerte de fascismo aislacionista de Trump, la mejor manera de entender toda su geoeconomía es, tiene razón Adam Tooze −que igualmente apuntando con razón a las radicales diferencias del contexto histórico se opone a las comparaciones de Trump con el fascismo empujadas por los círculos liberales− en verla como una suerte de revisionismo, no de aislacionismo.
3. Una vez desechado aquel último concepto que impide entender propiamente el carácter de la política exterior de Trump −del mismo modo que el fascismo impide entender propiamente su anatomía política, siendo el bonapartismo y/o cesarismo los términos más apropiados−, se ve también propiamente la continuidad entre las políticas de Trump y Biden.
4. Como bien anotaban hace unos años otros observadores −igualmente críticos a comparar a Trump con el fascismo−, cuando estaba en el poder, éste no fue tan aislacionista de derecha como Charles Lindbergh o Pat Buchanan ni tan conquistador hipermilitarista como los fascistas clásicos. En cambio, zigzagueaba entre la escalada de tensiones preexistentes, por ejemplo, con Irán, e intentos ocasionales de reducir el uso de la fuerza en el extranjero, persiguiendo su errático curso de desglobalización.
5. Igualmente, en medio de quejas de algunos prominentes neoconservadores, Trump nombró y trabajó con varios de ellos haciendo que su política exterior se entendiera mejor en términos de continuación e innovación con sus predecesores republicanos, lo mismo que se aplica a Biden, que emuló muchas de las políticas de Trump −las mismas que en su momento fueron tildadas de peligrosas, locas, aislacionistas y fascistas por el mismo Kagan o Frum−, sólo que su gente lo hacía con menos fanfarria y de modo más coordinado y sistemático.
6. El meollo del revisionismo trumpista en la política exterior −bien apunta Tooze− radicaba en su afán de alterar los acontecimientos corrientes y querer redireccionar el flujo de la globalización, en su nostalgia por los viejos tiempos perdidos (MAGA) y su desdén por las reglas del juego, tratados y alianzas. Si bien Biden presumía su compromiso con un orden basado en reglas, prometiendo restablecer la credibilidad y el liderazgo de EEUU respecto a la economía mundial (OMC), el auge de China y el Medio Oriente, al final resultó ser igual de agresivo y revisionista que Trump o incluso más.
7. Allí está su política hacia China (que representa en esencia la radicalización del curso trumpista, más allá de la sola obsesión con la balanza comercial o las iniciativas teatrales, como la acusación al director financiero de Huawei) o el apoyo incondicional a Israel (con ambos políticos peleándose literalmente por quién ha hecho más por este país) y donde la invasión y el genocidio en Gaza (posibles solamente gracias al apoyo militar y la protección diplomática de Biden) están abriendo finalmente, como demuestra el permiso de Washington a Tel Aviv de arrasar con Líbano y cambiar el régimen allí al estilo de Irak o Libia, las puertas al viejo afán estadounidense de remodelar la región.
8. La misma continuidad aplica al caso de Irán, sobre el cual Trump, en consonancia con Netanyahu, siempre mantenía un curso duro, cancelando por ejemplo el deal nuclear de Obama, el mismo que el dúo Biden/Harris se negó a reactivar (Trump igualmente hoy llama a dar luz verde a Israel para atacar las instalaciones nucleares iraníes, algo que oficialmente para Biden es una línea roja…, tal como ha sido, supuestamente, Rafah, arrasado luego por Netanyahu).
9. Donde ambos claramente difieren −como otra vez apunta bien Tooze− es sobre Ucrania, pero esto sólo demuestra que el revisionismo de Biden por vía de las tensiones también con Rusia es mucho más sistemático −¡y sistémico!− y aún más enfocado en hacer el imperio estadounidense grande otra vez. De allí en todas las tres arenas −China, Medio Oriente, Ucrania−, aunque fuese, como se podría argumentar, en respuesta a las agresiones, el equipo de Biden está subiendo las apuestas en vez de trabajar por la distensión.
10. La inmensa ironía en esta de por sí irónica continuidad es que es la administración demócrata, que según todo el comentariat liberal nos iba a salvar de la irresponsabilidad del régimen fascista de Trump y su violencia, restaurando la decencia y la habilidad en la toma de las decisiones en la política exterior, la que está mucho más cerca en su persecución de las fantasías revisionistas imperiales −propias, en esencia, de la extrema derecha y del neoconservadurismo− a ponernos en el camino hacia la Tercera Guerra Mundial de lo que jamás haya estado Trump.
@MaciekWizz