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Europa :: 09/09/2022

Ucrania: El papel del Reino Unido

Nahia Sanzo
El cambio de liderazgo no supone más que un cambio de caras al frente de las comunicaciones oficiales

Se consumó el cambio de liderazgo en las autoridades británicas y, como se esperaba desde hacía semanas, la exministra de Asuntos Exteriores Liz Truss sustituyó a Boris Johnson al mando del régimen, en una sustitución que, en cuestiones de relaciones internacionales, no va a suponer cambio alguno en la línea política del país. Las declaraciones recientes de la nueva primera ministra y sus intervenciones a lo largo de los últimos meses así lo corroboran. Esa es también la sensación que ha transmitido el Gobierno ruso, para el que Truss evoca el recuerdo de la incómoda reunión mantenida por la entonces ministra de Exteriores y Sergey Lavrov apenas unos días antes del reconocimiento ruso de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.

En una visita a Moscú que buscaba más lograr aumentar su perfil en vistas a la carrera por suceder al ya entonces cuestionado Boris Johnson, Truss se fotografió por Moscú evocando a Margaret Thatcher y acudió a una reunión con el ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa sin gran intención de diálogo ni grandes conocimientos sobre la cuestión. Ante la constante repetición de que Occidente no aceptaría nunca anexión rusa alguna y molesto por un discurso unilateral sin intención de escuchar argumentos contrarios, Sergey Lavrov preguntó a Liz Truss si Occidente acepta la soberanía rusa de Rostov y Vorónezh.

Fuera simplemente un comentario sarcástico o una pequeña emboscada verbal para hacer caer a la ministra en un error de principiante, el embajador británico en Rusia hubo de corregir a la ministra ante su rechazo a aceptar la soberanía rusa de dos regiones que se encuentran dentro del territorio de la Federación Rusa según sus fronteras internacionalmente reconocidas desde 1991.

Desde entonces, Truss, aliada cercana de Boris Johnson, ha sido una de las piezas de una maquinaria que ha convertido al Reino Unido en uno de los principales socios de Ucrania tanto en lo militar como en lo político, diplomático y económico. Hace unas semanas, una confundida Truss defendía en el Parlamento la necesidad de sustituir el autocrático petróleo ruso por el aparentemente menos autocrático petróleo saudí y ha formado parte de uno de los gobiernos que más sanciones ha impuesto contra Rusia y sus ciudadanos, sanciones que han llegado incluso al veto a ciudadanos rusos y bielorrusos en eventos deportivos tan importantes como Wimbledon.

En su última conversación antes del traspaso de poder, Volodymyr Zelensky agradeció al ahora ya ex primer ministro británico su incondicional apoyo a Ucrania, que espera que continúe con la nueva premier. En realidad, la continuidad está garantizada, no solo porque Truss ha participado en la construcción de la maquinaria de apoyo militar, político y diplomático, sino porque esa maquinaria, ya en marcha, es difícil de parar ante la certeza de que no habrá negociación de paz alguna, más enfrentadas que nunca las posturas y cronificado ya el estado de guerra. Los países occidentales, el Reino Unido entre ellos, han invertido demasiado en sus proxis ucranianos, por lo que un cambio de postura es improbable a pesar incluso de la fuerte crisis energética a la que se enfrentan este invierno los países europeos.

En estos seis meses, aunque el multimillonario suministro militar estadounidense se ha llevado más y mayores titulares, ha cobrado gran importancia el papel del Reino Unido en esta guerra, que puede calificarse de guerra subsidiaria o guerra de proxis contra Rusia. No es casualidad que el informe de 'inteligencia' del Reino Unido sea una de las publicaciones comentadas a diario por la prensa ucraniana y mundial.

Siempre en línea con el discurso oficial ucraniano -el papel británico en la estrategia de comunicación del régimen ucraniano parece tan claro como su participación en la preparación de la estrategia militar-, la inteligencia británica habla a diario de los fracasos rusos, de las carencias de las tropas y de cada contratiempo, y solo con retraso y subestimando las pérdidas informa de las derrotas ucranianas. Pese a tratarse de una parte interesada e involucrada en el conflicto, aunque sea de forma indirecta, esos informes de inteligencia se han convertido en estos meses en una de las principales fuentes de la prensa occidental para “informar” sobre el conflicto.

La participación británica en la guerra no se limita a la estrategia de comunicación, entrega de datos de inteligencia en tiempo real o constante suministro de armas y financiación a las Fuerzas Armadas de Ucrania. Durante el mandato de Johnson, y es previsible que continúe con el mandato de Truss, el Reino Unido se ha convertido en el centro de entrenamiento e instrucción de reclutas ucranianos que posteriormente son enviados al frente, un aspecto clave a la hora de sustituir a aquellas unidades que quedaron diezmadas en los primeros meses de combates cuerpo a cuerpo contra Rusia y las Repúblicas Populares.

Esa instrucción no solo implica entrenamiento en el uso de armas, sino también sobre guerra de trincheras y guerrilla urbana, un aspecto importante teniendo en cuenta el tipo de guerra que ha elegido hacer Ucrania. Como admitía abiertamente Mijailo Podoliak en una entrevista concedida a un medio occidental, la cuidad ofrece una serie de defensas que el campo abierto de la estepa no favorece. Entre esas ventajas está, como se ha mostrado en batallas como la de Mariupol, la posibilidad de esconderse tras los escudos humanos de la población civil.

El lunes, medios británicos afirmaban que han pasado ya por la instrucción británica 4700 soldados -que posiblemente buscarán usar esa formación en la actual ofensiva en Jerson o en la naciente ofensiva en la región de Járkov, donde en lugares como Izium la lucha probablemente llegue a la batalla urbana- y se prevé que sean decenas de miles los que lo hagan en próximos meses.

La última semana se ha hablado también del importante papel que jugó, o dijo jugar, Boris Johnson a la hora de sabotear una resolución política a la guerra entre Rusia y Ucrania el pasado marzo. Un artículo publicado recientemente en Foreign Policy, más relacionado con la visión rusa de la historia que con el presente, menciona brevemente un principio de acuerdo entre Moscú y Kiev el pasado abril, acuerdo que, según esta versión, se vino abajo por la intervención de Boris Johnson, que viajó a Kiev para garantizar a Zelensky apoyo a largo plazo en busca de una victoria militar contra Rusia.

Como publicaron entonces medios ucranianos como Ukrainska Pravda, la intervención de Johnson buscaba hacer saber al presidente ucraniano que, pese a que Ucrania pudiera aceptar un acuerdo, Occidente no lo haría, una forma evidente de presionar a Kiev a continuar una guerra que ya entonces había costado miles de vidas de militares ucranianos y enorme destrucción. Desde entonces, tanto el número de víctimas civiles y militares como la destrucción se han multiplicado y la cronificación de la guerra en condiciones de enfrentamiento político y económico extremo entre Rusia y los socios occidentales de Ucrania implica que todo riesgo para los planes occidentales de que Ucrania luche una guerra hasta el final ha desaparecido.

Pese a la voluntad de Johnson de otorgarse un papel más relevante, la realidad del momento en el que se produjo aquella negociación dejaba claro que el acuerdo era inviable. El optimismo de Vladimir Medinsky tras la reunión de Estambul, en la que intervino incluso el jefe de Estado de Turquía, que anunció una hoja de ruta para el final de la guerra que implicaba el abandono ruso de todo territorio fuera de Donbass y la renuncia de Ucrania a la OTAN en favor de una neutralidad con garantías de seguridad de terceros países, fue rápidamente destruido por Mijailo Podoliak.

Frente a lo sugerido por Medinsky, que quiso ver en el principio de acuerdo la voluntad de Ucrania de reconocer la pérdida de Crimea y Donbass, Podoliak respondió rápidamente recordando que Kiev no realizaría concesiones territoriales.

Como se comentó en aquel momento, el acuerdo era inviable por varios motivos. Por una parte, Rusia y Ucrania no podían negociar unas garantías de seguridad de terceros países que, como EEUU, ya habían filtrado a la prensa que no aceptarían (y además fueron los causantes de la guerra). Por otra parte, la voluntad rusa de creer que Ucrania aceptaría la pérdida de territorios pecaba de un exceso de ingenuidad que dejó en entredicho a todo el equipo negociador enviado por Moscú.

La intervención de Boris Johnson no fue más que la representación de la inviabilidad de un acuerdo. Sin embargo, la presencia del entonces primer ministro británico en Kiev, primera figura de alto nivel que llegaba a la capital ucraniana desde el 24 de febrero, supuso una temporal recuperación de la figura del cuestionado Johnson y un espaldarazo para Zelensky, reafirmado ya por la garantía de suministro de armas.

Aunque quizá en la sombra de su aliado de Washington, el papel de Londres ha sido clave para apuntalar al régimen de Zelensky y mantener la capacidad de combate de las Fuerzas Armadas de Ucrania. En esta guerra, que va mucho más allá de la guerra de trincheras de Donbass, los bombardeos de Novaya Kajovka o la fallida contraofensiva de Jerson y Járkov, el papel de Londres no se limita a sabotear negociaciones imposibles, sino que participa en el día a día de la estrategia militar y de comunicación y suministra un inestimable apoyo diplomático que se traduce en la lealtad mediática de la potente prensa británica. En este contexto, el cambio de liderazgo no supone más que un cambio de caras al frente de las comunicaciones oficiales.

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