Un gigante llamado Pablo González Casanova
Durante años, cada noche, antes de dormir, el investigador Pablo González Casanova leía poesía o teatro. Desde muy joven, como herencia de su padre, memorizó algunos poemas. Con ellos, alimentaba sus sueños y hacía contrapunto a los conceptos de las ciencias sociales con los que trabajaba durante el día.
De esta mezcla surgió así un original y poderoso lenguaje para nombrar al mundo, en el que se mezclaron creativamente el arsenal teórico de diversas humanidades, las más destacadas obras de la literatura universal, el idioma matemático y la infinita riqueza de la vida misma. Como Carlos Marx en El Capital, usó las matemáticas –la diosa de las ciencias– como un método de razonar y, más adelante, como herramienta para bregar sobre lo posible y lo imposible.
–Don Pablo: ¿cómo trabaja? ¿Cómo le nacen sus inquietudes intelectuales? ¿Cómo las elabora? –le pregunté una mañana, en medio de una larga entrevista en su cubículo en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, intrigado por reflexiones suyas en torno a la confusión de los pueblos o la historia del uso de la mentira en la academia, como una forma de mistificación.
Sonriendo, explicó: Tengo muy mala memoria, aunque mi antigua secretaria me decía que tengo buena memoria cuando me da la gana y para todo lo demás tengo mala memoria. Probablemente no le faltaba algo de razón. Me cuesta trabajo acordarme del nombre de las gentes. Pero mi memoria asociativa es fuerte. Esa es la que me permite establecer vínculos y, además, corresponde a mi formación de hace mucho tiempo.
Y añadió: “El momento en el que más cosas se me ocurren es cuando me estoy rasurando. Es en la mañana cuando empiezo a establecer vínculos que me parecen atractivos para seguir pensando en ellos. Corresponde a procesos de información que vienen de distintas fuentes y que de pronto se juntan. Eso es lo más frecuente pero no el único momento.
–Con razón usted va siempre tan bien afeitado –le respondí, en medio de sus carcajadas.
Autor de 24 libros, y coordinador, editor o director de otros 32, además de innumerables artículos académicos, su obra da cuenta de que esas mañanas frente al espejo, con el rastrillo de afeitar en la mano, fueron verdaderamente fecundas.
Nunca se integró a partido político alguno, aunque mientras estudiaba su posgrado en París, acarició la idea de sumarse a las filas del Partido Comunista Francés. Hombre de ideas, pero también de acción, que navegó toda su vida en las turbulentas aguas de la izquierda sin zozobrar en ellas, se autodefinió como intelectual orgánico de la universidad. En América Latina –decía– la universidad cumple un papel extraordinario. Tanto así, que de la universidad salió, en gran medida, el 26 de Julio cubano.
Con La democracia en México, don Pablo inventó una nueva forma de comprender y estudiar al país. Como ha señalado Lorenzo Meyer, el libro es el primer gran estudio general del sistema político contemporáneo hecho por un mexicano, desde una perspectiva mexicana y académica. La obra colocó en el centro del debate nacional una agenda de investigación y una metodología para conocer el país.
Inauguró líneas de investigación y reflexión sobre la realidad nacional vigentes hoy en día, y estableció un momento clave en el desarrollo de la sociología: el de la plena madurez de las ciencias sociales y el fin de los monopolios de los estudios extranjeros sobre el país.
Cuando se publicó la obra, Carlos Madrazo era el presidente del PRI. En ella, González Casanova integró, con gran imaginación, la sociología estadounidense con el marxismo (cuya esencia, según él, es la teoría de la explotación), la historia y la estadística. Reflexionó creativamente sobre el marginalismo, el colonialismo interno, las sociedades duales, para analizar la relación entre modernización y democracia, y entre economía y política. Concluyó que la falta de democracia producida por la explotación y el colonialismo interno impedía al país caminar hacia una democracia representativa y el desarrollo.
Esas mismas herramientas teóricas, que siguió desarrollando a lo largo de su vida académica, sirvieron para analizar Sudamérica y el Caribe de otra manera. Fueron un afluente medular del florecimiento de la sociología latinoamericana, que, como don Pablo le dijo a Claudio Albertani, es uno de los pensamientos más originales de nuestro tiempo, no sólo en el terreno académico, sino en el de tipo político y revolucionario.
Junto a pensadores como Immanuel Wallerstein, Samir Amin y François Houtart, don Pablo se dedicó, también, mirando desde abajo, a construir los instrumentos adecuados para leer las sociedades con los ojos de los oprimidos. Su trabajo permitió armar el rompecabezas teórico para comprender del altermundismo y las nuevas luchas de liberación nacional en Asia y África.
Sin embargo, no obstante su enorme peso intelectual, González Casanova desarrolló una extraordinaria capacidad para escuchar con sencillez y paciencia a la gente más sencilla. Y cosechó algo de lo que muy pocos intelectuales pueden jactarse: hablar a una abigarrada masa de dirigentes sociales y políticos pertenecientes a las más diversas organizaciones, y lograr que lo escuchen en silencio y con interés.
Convencido de la necesidad de contar con una prensa independiente, aportó tiempo, energía y dedicación a la fundación de La Jornada. “Me acuerdo en sueños –escribió– de aquella noche en que llegaron varios amigos. Más que mi memoria me despertó su consternación. Acababan de renunciar a un periódico en el que se hacía cada vez más difícil trabajar… Cuando me contaron de su renuncia, recuerdo que les dije con cierta irresponsabilidad: ¿Y por qué no fundamos otro? Era uno de esos desplantes de juventud que a veces provocan efectos reales. Este los tuvo gracias a que en el grupo de fundadores estarían Carlos Payán y Carmen Lira”.
Al caer la noche del 29 de febrero de 1984, más de 5 mil personas se reunieron en un salón del Hotel de México. Era la presentación en sociedad del proyecto para fundar La Jornada. Don Pablo tomó la palabra. Porque somos optimistas luchamos. Porque tenemos esperanza en un destino somos críticos, dijo. Y concluyó en medio de una larga ovación: Hemos decidido fundar una sociedad nacional, que realice sus tareas en la prensa escrita. La primera tarea será fundar un periódico diario.
Desde entonces se entabló una estrecha relación entre el medio y el intelectual. Su cariño y admiración por Carmen Lira y por La Jornada se mantuvieron incólumes con el paso de los años.
Comprometido siempre en la lucha por la democracia, la independencia y el socialismo, don Pablo hizo de la defensa de la revolución cubana y de la reivindicación del pensamiento de José Martí una de las grandes causas de su vida.
No fue la única. Otra de ellas fue la lucha de los pueblos originarios y del zapatismo. En 2017, el subcomandante Galeano lo presentó como hombre de pensamiento crítico e independiente, al que nunca se le indica qué decir o cómo pensar, pero que siempre está del lado de los pueblos. Por eso, explicó, en algunas comunidades rebeldes es conocido como Pablo Contreras.
Y en el punto culminante de esa relación, el 21 de abril de 2018, González Casanova, con 96 años en ese momento, se convirtió en el comandante Pablo Contreras del CCRI-EZLN. Para ser zapatista –explicó el comandante Tacho– hay que trabajar y él ha trabajado para la vida de nuestros pueblos. No se ha cansado, no se ha vendido, no ha claudicado.
Cuando, en 2018, en la presentación de uno de sus libros pidieron a don Pablo que compartiera su receta para llegar a los 96 con tal fuerza intelectual, respondió: Luchar y amar. Participen. Nos toca un periodo sin precedente en la historia de la humanidad. Nuestra lucha ya no es sólo por libertad, justicia y democracia, es de hecho por la vida misma.
Fiel a la causa de los condenados de la tierra, Pablo González Casanova explicó que lo nuevo en política no es ser moderado, de izquierda o ultra. Lo nuevo es la coherencia. Si algo fue a lo largo de toda su vida ese gigante conocido como don Pablo, fue el ser un hombre coherente.
La Jornada