Una nueva zona gris
Desde hace meses, especialmente tras el fracaso de la ofensiva terrestre de 2023 con la que Ucrania no pudo romper el frente de Zaporozhie en dirección a Crimea, Kiev ha buscado la manera de extender la guerra al territorio de la Rusia continental. La guerra lleva activamente presente en las vidas de la población de Donbass que Kiev perdió hace ahora una década, y que desde el inicio de la operación antiterrorista de 2014 ha mirado a Moscú en busca de seguridad frente a la agresión ucraniana.
Aunque no la guerra, el conflicto entre los dos países ha marcado también la situación de la población de Crimea, protegida de ataques terrestres ucranianos, aunque no tanto de los drones ni de los periódicos ataques con misiles. Sin posibilidad de utilizar la vía militar, un castigo colectivo militar contra la población desleal, que desde marzo de 2014 se mostró mayoritariamente partidaria de la secesión de Ucrania y adhesión a Rusia, Kiev optó por el castigo colectivo en forma de cortes de luz y especialmente mediante el bloqueo del canal Crimea-Norte, principal fuente de suministro de agua de la península, destruyendo la agricultura, una de las fuentes de empleo y riqueza del territorio. Ahora, Kiev aspira a disponer de más armamento y munición para mostrar a las personas residentes en lugares como Sebastopol, Simferópol o Yalta las consecuencias de haber rechazado el golpe de estado de hace una década y de haber optado por Moscú en el momento en el que el caos de Kiev hizo posible la separación.
Sin embargo, la situación actual difiere de esos ataques a la población que se autopercibe como rusa, que ha obtenido la nacionalidad y que reside en unos territorios que han pasado a formar parte de la Federación Rusa. Con el tiempo, y tras meses de presión y trabajo de lobby, Ucrania ha conseguido el permiso explícito de EEUU y otros aliados para utilizar el armamento de largo alcance proporcionado por Occidente contra objetivos militares rusos. En un primer momento, se habló únicamente de las zonas de frontera, aunque el planteamiento es cada vez más ambiguo y son escasas las acciones ucraniana que Washington está dispuesto a condenar.
Esta semana ha podido verse que Kiev dispone de carta blanca para extender la guerra, no solo a territorio ruso, sino a aldeas civiles sin la más mínima importancia militar táctica, estratégica o logística. Y es que además de avanzar sobre objetivos que sí son importantes, sobre todo el último gasoducto que surte gas a la Unión Europea, las acciones ucranianas buscan abiertamente “hacer que sientan lo que es la guerra”. La lógica de Ucrania en el tratamiento de la población civil es la de la venganza: fue Rusia quien inició la guerra, por lo tanto su población es tan culpable como su Gobierno y debe sentir las consecuencias. Hace meses, Volodymyr Zelensky ya había preparado el terreno para acciones como las que actualmente realiza Ucrania alegando que “apenas tienen civiles” en la zona de la frontera, algo flagrantemente falso.
Es mucho más lo que se desconoce que lo que sí se sabe de las operaciones que se llevan a cabo actualmente en Kursk, que vienen acompañadas de bombardeos de zonas civiles de Belgorod y ataques contra bases militares rusas, la última de ellas en Lipetsk. Los canales alternativos rusos, microblogueros como los ha definido The Guardian para calificarlos como la mejor fuente para conocer los hechos, se mantienen muy críticos con la actuación del Ministerio de Defensa y el Estado Mayor rusos, a los que acusan de haberse visto sorprendidos por una acción que debió ser detectada.
Estas mismas fuentes confirman el lento avance ucraniano sobre las zonas por las que irrumpió el martes pasado. Ucrania trata de evitar ciertas zonas fortificadas, cortar la principal vía de suministro y atrincherarse en posiciones similares a las que acostumbra a utilizar en Donbass, es decir, en edificios residenciales después de bombardear a sus habitantes. Y lo que es más preocupante para Rusia, las tropas de Kiev son capaces, ya sea por medio de drones o tras haber obtenido acceso a las cámaras de seguridad de las autopistas como temen periodistas como Aleksandr Kots, de detectar el movimiento de tropas rusas.
En las últimas horas, Ucrania ha sido capaz de destruir una pequeña columna blindada rusa causando pérdidas de material, reemplazable, y de personal, no reemplazable. A su vez Rusia ha destruido varias columnas blindadas ucraniana, por lo que las partes acumulan en esta lucha bajas que tendrán que compensar en el futuro.
Pero como asegura un ex alto militar estadounidense, la ventaja sigue siendo rusa ya que esta maniobra alarga un frente de por sí larguísimo, y Ucrania no tiene tropas ni materiales para mantenerlo. Al mismo tiempo, no puede trasladar tropas de otros puntos del frente a Kursk, porque eso facilitaría aún más el avance ruso. Y Rusia no ha necesitado mover tropas del frente para defender este territorio, que era el plan original de Kiev. Sin contar con que los soldados del régimen de Kiev llevan meses sin ser reemplazados para descansar.
“Según se desprende ahora de relatos más fiables de blogueros militares rusos, la presencia ucraniana en un puñado de aldeas se explicaba por el uso activo de grupos de reconocimiento en la retaguardia rusa. Entrar en un pueblo no es lo mismo que controlarlo”, escribía para resumir a la perfección lo que se conoce de la situación el periodista opositor ruso Leonid Ragozin, que con escepticismo añadía que “cuando se asiente el polvo y se dé forma a la línea del frente, la zona ocupada va a ser considerablemente menor que los 350 kilómetros cuadrados que alegaba Agentsvo a partir de los informes iniciales de hace dos días”. Al margen del nivel de control, la realidad es que Ucrania apenas ha conseguido crear una nueva zona gris de operaciones militares en un lugar que Rusia no esperaba tener que defender.
Rybar, una de las fuentes más críticas con la actuación rusa, publicaba ayer un vídeo en el que se podía percibir la forma con la que está luchando Ucrania: pequeños grupos móviles irrumpen en una zona, uno de ellos fija a las tropas rusas y el resto avanza en diferentes direcciones, causando un problema y riesgo de quedar atrapados, a los efectivos rusos. Esta táctica es también más difícil de detectar y no puede ser destruida con artillería como sí lo fueron las columnas blindadas que se lanzaron al frente sur para estrellarse contra los campos minados y la artillería rusa en Zaporozhie hace un año. Ucrania consigue así llevar la guerra a Rusia de una forma que puede repetir a lo largo de la extensa frontera rusoucraniana e incluso bielorrusoucraniana, causando bajas, pérdidas y nerviosismo entre el establishment ruso.
La situación actual, con pequeños ataques en Rusia, nuevos bombardeos de la central nuclear de Energodar en Zaporozhie y el énfasis en los ataques en la retaguardia dejan claro que el optimismo existente en los últimos tiempos sobre la posibilidad de iniciar negociaciones y buscar un alto el fuego era el espejismo que siempre pareció. La operación en Kursk y los ataques transfronterizos muestran también el cambio que se ha producido en la guerra desde 2022 cuando, tras el ataque relámpago con el que Ucrania logró recuperar sus territorios perdidos en Járkov, Kiev no continuó atacando al otro lado de la frontera, prolongación natural a su ofensiva. En aquel momento, las tropas ucranianas no contaban con el visto bueno de sus acreedores y proveedores para invadir Rusia, aunque esa posibilidad estuviera ya sobre la mesa. Con ella soñaba, por ejemplo, Andriy Biletsky.
Ahora, aunque de una forma parca que posiblemente se deba a las necesidades electorales, Washington ha dado luz verde a Ucrania “para defenderse” de la forma que considere adecuada. En este caso, esa defensa no solo implica atacar objetivos militares, sino también aldeas puramente civiles en las que Ucrania no siente la menor responsabilidad por la población, cuya importancia disminuye para Kiev a medida que se avanza desde el Dniéper hacia el sur y el este, algo que es perfectamente percibido por quienes han sido atacados en Donbass y también ahora en Kursk.
“Los blogueros militares rusos informan de que al ejército regular que defiende la región de Kursk del avance ucraniano se están uniendo milicias locales, es decir, hombres con rifles de caza. Esto -y no el descontento popular y luchas internas- es lo que la política de llevar la guerra a la puerta de los rusos tiene más probabilidades de producir”, comentaba Ragozin. En lugar de la desestabilización que espera provocar Ucrania, el periodista prevé que la actuación de Kiev sea percibida como “una invasión de la OTAN, no de Ucrania”.
En la Ucrania nacida de la revolución de la dignidad y el golpe de estado de Maidan, la defensa suele realizarse con la participación de unidades de cuestionable gusto. La importancia del uso de drones en esta guerra ya ha quedado clara y esta operación, sean cuales sean sus objetivos reales, no iba a ser una excepción. En este caso, destaca en esa labor el batallón Nightingale, una escasamente velada referencia a Nachtigall, la unidad nazi que lideraba Roman Shujevich durante la invasión alemana de la Unión Soviética en 1941.
El batallón está liderado por Yehven Karas, uno de los líderes más radicales de la extrema derecha y cuyos asociados no han dudado nunca en tomarse la justicia por su mano y asesinar por motivos ideológicos. Sin ninguna necesidad de esconderse, Ucrania envía a Kursk, escenario de la primera batalla que detuvo el avance terrestre de la máquina de matar nazi, a una unidad cuyo nombre homenajea a quienes colaboraron con aquel régimen.
slavyangrad.es / La Haine