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Europa :: 03/06/2009

Unión Europea, el nuevo sueño imperial

Carlos X. Blanco
Elecciones 7-J: La Unión Europea es la versión pragmática y capitalista de la idea del viejo Imperio Germánico. La UE es Alemania, una Alemania Grande y Unida

Los estados, como ya dijo el gran Michel Foucault, no son realidades trascendentes que puedan ser analizadas en sí mismas al margen de las técnicas y procedimientos que ciertas personas, grupos y clases emplean con el fin de controlar, dominar y someter. Los estados europeos han ido creciendo en la edad moderna sobre la base complicada del orden feudal como aparatos crecientes en poder y regulación sobre los habitantes.

El papel económico y “policiaco” que la modernidad les ha reservado no era el propio de los estados la edad media. En ésta época prevalecía una gran superestructura, el Imperio. Imperio e Iglesia eran monarquías de perfil trascendente, constituían el sueño utópico de una Cristiandad unida que jamás llegaría a consolidarse como realidad. En cada reino, el príncipe respectivo ejercía su soberanía, su imperium: era allí su emperador de facto, independientemente de que se soñara con un Imperio universal. La Iglesia Católica (“Universal”) y el Sacro Imperio Romano Germánico eran verdaderos obstáculos ideológicos en la realización del estado-nación. Este solamente pudo surgir después de las transformaciones burguesas que se dieron en la baja edad media (ciudades-estado italianas) o en el renacimiento (invención, por cierto sangrienta, de los estados-nación en el caso de España, Inglaterra y Francia).

El estado-nación no pudo nacer únicamente como resultado de un derrocamiento de la nobleza levantisca de los feudos particulares. Éste se dio, sin duda, pero tal proceso fue únicamente la “limpieza” previa para alzar después estados centralizados que tardaron mucho en desarrollar la tecnología de poder suficiente como para imponerse no ya a unos partidos de nobles o a unos territorios levantiscos, sino para controlar de manera exhaustiva una población.

La población como concepto es un invento absolutamente moderno. Es una creación de los estados monárquicos modernos que entienden ésta en un sentido naturalista, como si de un fenómeno natural se tratara. Hoy en día estamos muy habituados a esta forma de consideración: se habla de “flujos migratorios”, para referirse a personas que buscan –con todo derecho- un país distinto para vivir mejor. Se habla de “riesgo de exclusión social” para referirse a colectivos que, de un modo otro, se hacen difíciles de controlar según los dispositivos de gobierno.

La terminología naturalista en cuestiones de población es muy parecida a la que usan los patólogos y los especialistas en salud pública para referirse a epidemias, pandemias, riesgos de infección, etc. No deja de ser casualidad que Foucault encuentre en la asunción de responsabilidades sociosanitarias por parte del Estado, uno de los procedimientos gubernamentales pioneros para ejercer control sobre la población.

El estado, más allá de ser una mera “superestructura” al servicio del capitalismo, un comité de empleados puestos por la burguesía con el fin de asegurar las condiciones tranquilas y adecuadas para la extracción de la plusvalía, es, además de esto, un complejo tinglado en el que se han ido perfeccionando, ajustando, montando unas sobre otras las más diversas estrategias de control sobre la población. Control, en principio, en un sentido puramente técnico: cuántos individuos, cómo son, qué hacen, qué subgrupos se distinguen en esos grupos, etc.

La estadística es, etimológica y originariamente, eso, la ciencia del “Estado”. Pero en cuanto el Estado-nación se perfeccionó como máquina de poder, se pasó, bajo la férula de una monarquía administrativa y, después, absolutista, de la Estadística-Conocimiento a la Estadística-Dominación y Estadística como arma de sometimiento. Las poblaciones ya eran fenómenos naturales, algo distinto a meras colecciones o conjuntos de súbditos. Del súbdito se exigía fidelidad, lealtad a la corona. Apenas existía un concepto de Patria en el sentido de “nación” en los tiempos de la monarquía administrativa y absoluta (el Antiguo Régimen).

Cuando los estados entran, en cambio, en un juego de equilibrio europeo (partir de mediados del siglo XVII, con la paz de Westfalia), pasan a ser “potencias”, esto es, reagrupaciones de los viejos microestados (centro-europeos, sobre todo) que se vigilan mutuamente, que se miran unos a otros de forma continua y exhaustiva. Fueron los pequeños estados y principados alemanes los que pudieron probar por vez primera, a modo de experimento, la rentabilidad y eficacia de las técnicas estadísticas y de control poblacional que después las potencias grandes (Francia, Inglaterra, España…) después copiarían y ampliarían. Y estas potencias “grandes” en lo territorial y en lo poblacional eran, precisamente, las que menos interés tenían, hasta fines de la II Guerra Mundial, en una resurrección de la vieja idea del “Imperio”. Su Imperio miraba hacia dentro de sus respectivas fronteras.

Se me dirá que es excesivo vincular el sueño de la Unión Europea a la vieja utopía (sueño, superestructura, mitología) del Imperio. La Unión Europea es la versión pragmática y capitalista de la idea del viejo Imperio Germánico que a partir del siglo XVII comenzó a dormir. La UE es Alemania, una Alemania Grande y Unida que se presenta como metonimia de Europa. Pero es una metonimia, es una figura del lenguaje, demasiado brusca y excluyente: necesita la esclavización de los eslavos al este. Necesita de un triunfo, si quiera moral ya que no bélico, sobre los galos al oeste. Necesita olvidarse de todas las periferias o, más bien, colonizarlas. Alemania no es nada sin Francia, y sabe que entre las dos el sueño de Carlomagno, el sueño del Sacro Imperio, puede volver a resucitar.

Hoy se nos quiere dar a entender que Europa es el fin de los estados-nación. Unos estados-nación que, como en el caso del Reino de España, ni siquiera pudieron completar su ciclo de colonización interna y aculturación de los pueblos que lo conformaron. A la vez, los estados-nación, sin necesidad de ser (en modo alguno) verdaderas naciones consolidadas, se parapetan bajo poderosas superestructuras imperiales, verbigracia la U.E., para así conseguir un mayor control (estadístico) de sus poblaciones y, eventualmente, dominarlas de manera exhaustiva.

Los estados europeos han comprendido perfectamente la necesidad de coordinarse, y no sólo vigilarse comercial o diplomáticamente. Coordinación normativa, pero ante todo coordinación policial en el más amplio sentido de la palabra: vigilar, disciplinar, clasificar, marginar diferencialmente, reprimir o fomentar selectivamente, ese inmenso mosaico de etnias y culturas en que se está convirtiendo Europa y cada uno de los estados socios.

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