Vargas Llosa no leía a Vargas Llosa


Andan los medios oficiales con las banderas a media asta por el fallecimiento de Mario Vargas Llosa. No andan con las banderas a media asta por los asesinatos en Palestina ni por los muertos de la prolongada guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania ni por los fallecidos en Yemen ni, por supuesto, porque le hayan robado las elecciones en Ecuador a Luisa González y a la revolución ciudadana. Pero eso no es lo importante, porque Vargas Llosa era un escritor. De hecho era "su" escritor.
Sabemos que los muertos convocan el duelo en virtud del barrio en el que viven. Siempre se ha dicho que en el ataque de septiembre de 2001 a las torres gemelas y al pentágono murieron 2977 personas. Ese mismo día murieron 30.000 personas de hambre en el mundo.
Igual que las 30.000 personas que murieron de hambre un día antes, el 10 de septiembre, y las 30.000 personas que fallecieron por no tener nada que echarse a la boca el 12 de septiembre. Y todos los días del año.
Llevaba tiempo enfermo Vargas Llosa pero bien sabemos que, de habérselo permitido la salud, habría ido con la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, a hacer campaña por Noboa y habría dedicado sus entrevistas en los principales medios del Ecuador a insultar a la candidata de la centroizquierda, Luisa González. De hecho, Díaz Ayuso, que de joven fue falangista y algunos piensan que sigue siéndolo, estuvo en Ecuador pero se confundió y dijo Venezuela, por esa obsesión que tiene la extrema derecha con el gobierno de Nicolás Maduro. Vargas Llosa hubiera dicho en Quito que si se votaba a Luisa González, en Ecuador vivirían peor que en su retrato terrible y falso de Venezuela, y les caerían todas las plagas de la Biblia. Pero nos dirán que de eso no hablemos porque lo importante es que Vargas Llosa era escritor.
Nadie puede dudar de que, si no hubiera fallecido el mismo día de las elecciones en Ecuador, el Nobel de literatura habría salido a defender la victoria fraudulenta de Daniel Noboa. Y diría todo lo contrario de lo que dijo y dijeron cuando la CNE venezolana le dio la victoria a Nicolás Maduro. Todos los sapos y culebras que soltó la derecha sobre el proceso electoral en Venezuela, las actas, el Tribunal Supremo, el no reconocimiento del CNE, todo lo que valía para desconocer al Gobierno chavista, ahora ya no sirve porque lo relevante es reconocer al gobierno del empresario vinculado a empresas que han sido agarradas traficando con cocaína.
En Venezuela, la derecha fue la que no reconoció el resultado del CNE y llamó a la violencia a las calles y no entregó las actas cuando se las requirió el Tribunal Supremo y enseñó algunas actas verdaderas y muchas falsas porque, como hemos dicho muchas, si en verdad las hubieran tenido alguna vez ya las habría publicado la CNN en su portal para que todo el mundo las viera. Y todos los gobiernos que salieron casi de inmediato a reconocer como cierta la victoria de Edmundo González, son los que han salido ahora a reconocer como cierta la victoria de Daniel Noboa. Son los mismos que celebran a Trump o que lo que está pasando en Palestina no les parece lo suficientemente grave como para tomar decisiones drásticas.
En Ecuador, Luisa González ha dicho que no reconoce el resultado, algo que nunca había hecho la izquierda, que siempre aceptó el resultado que decían las autoridades. Pero es que ahora, lo del CNE ecuatoriano es escandaloso. Luisa González ha pedido que se muestren las actas, se abran las urnas y que se cuenten los votos. ¿Y qué habría hecho Vargas Llosa? La habría llamado loca, castro-chavista y enemiga de la libertad. E incluso hubiera celebrado que la detuvieran y que reprimieran a sus seguidores. Es lo que hizo en Bolivia durante el golpe de Jeaninne Añez o en la represión en Perú a los seguidores del presidente depuesto por otro golpe, Pedro Castillo.
Porque los mismos que bramaban por las actas en Venezuela con el único fin de empezar una guerra de actas que hubiera impedido continuar gobernando, son los que han reconocido de inmediato a Daniel Noboa pese a que nadie con dos dedos de frente puede dudar de que el resultado es un fraude. En la pelea contra China, EEUU defendía un mundo basado en reglas. Hoy, la derecha mundial defiende un mundo en donde ellos son los que se saltan las reglas. Y si no te gusta, por el módico precio de 20.000 dólares, Nayib Bukele te guarda una litera en el Guantánamo de El Salvador.
La presidenta Claudia Sheinbaum, que vio cómo el gobierno de Ecuador profanaba la embajada de México en Quito no se ha dado tanta prisa en reconocer a Noboa como los presidentes Lula y Boric, de la misma manera que desde Colombia ha sido la canciller y no el presidente Petro quien le ha "felicitado" un par de días después. Es como si ese tipo de reconocimientos estuviera en virtud de la comodidad de cada gobierno para poder tener una lectura ideológica y no solo administrativa de este fraude. Algunos alcaldes ecuatorianos también han apresurado el reconocimiento.
Aunque eso no ayuda a construir un bloque de progreso que tanto necesita el continente. Durante mucho tiempo las relaciones entre López Obrador y Lula fueron malas precisamente porque Lula reconoció y visitó a Felipe Calderón y no se reunió con Obrador durante su plantón en Reforma para exigir su reconocimiento como presidente legítimo tras las elecciones de 2006.
Se me ocurría estos días de Semana Santa, y lo compartía con los compañeros de SinEmbargo, que después de haber dedicado unos días a disparar contra la centroizquierda ecuatoriana y de legitimar el fraude electoral en Ecuador, Vargas Llosa no habría dudado en escribir una nueva novela, en este caso, sobre Ecuador. Incluso me atrevía a inventar un argumento.
En esa novela, ambientada a mediados del siglo pasado y en medio de una crisis económica y social, se hacía popular una candidata de izquierda, académica y madre soltera, a la que llamaba Luisa Ileana Paredes. Su vocación popular, su fuerza y su convicción la hacían aparecer como favorita en las elecciones presidenciales. La protagonista era hija de profesores rurales y defendía, en consonancia con la mirada plural que implicaba la mirada indígena, un «nuevo socialismo plurinacional». El carisma de la joven política y su capacidad de diálogo lograba unir a una parte importante del movimiento indígena, a estudiantes y a trabajadores, todo en mitad de la guerra fría y con la embajada de los EEUU intrigando para evitar su triunfo. Finalmente, en las elecciones, su triunfo era arrebatado mediante un fraude que se desplegaba el día de los comicios, y que se disfrazaba con encuestas manipuladas, apagones digitales, una campaña de miedo amplificada por los medios y el apoyo de dictadores y políticos-empresarios entregados al poder económico de la región. EEUU por supuesto sancionaba su victoria. La trama de la novela estaba lista.
En la novela, el poder lo mantiene Alcides Romero, un banquero reconvertido en presidente, respaldado por las élites conservadoras, los militares y alianzas oscuras con cárteles mexicanos y colombianos. La guerra fría justificaba el golpe electoral y una quirúrgica represión descabezaba cualquier oposición.
En esta novela del escritor peruano-'español', Luisa Ileana Paredes era la protagonista. Con trazos de heroínas latinoamericanas, como Manuelita Sáez. Una mujer humanista, dura, luchadora y sensible. Su condición de mujer también sería usada para denigrarla. Leónidas Saá es un joven líder indígena de la Sierra Central, descendiente ficticio de resistentes a la colonia española y lleno de contradicciones. «El Gato» Mejía es un joven narcotraficante costeño que, de adolescente, militó en colectivos de izquierda. Ahora es uno de los financiadores ocultos del régimen de derecha y trabaja con el presidente narco y corrupto. Tiene conflictos internos, pues admira a Ileana en secreto y desprecia a los militares y políticos corruptos con los que negocia.
El General Rodrigo Carrión es un militar retirado, héroe de la "guerra contra el narco" en la frontera. Es ahora el operador del terror estatal, experto en torturas, chantajes, y desaparecidos. Tiene negocios en puertos, minería ilegal y protección a cargamentos de cocaína. También está la jueza María Belén Loor, descendiente de Eloy Alfaro, ascendida gracias a su lealtad política al gobierno corrupto. Un mal ejemplo que desautorizaría su abuelo. Es la encargada de armar casos judiciales contra la oposición usando testimonios falsos, informes manipulados y presiones desde la prensa. Entra en crisis cuando su hermano, un activista, es detenido por el mismo sistema que ella representa. Y, por supuesto, está el pueblo, que de manera coral representa la dignidad y la lucha contra la opresión. Ya casi tiene la novela.
Y aquí nos encontrábamos con una enorme contradicción, porque la novela de Vargas Llosa iba necesariamente en la dirección contraria de lo que ladra. Como si se pudiera con una mano, la izquierda, reclamar la honra de defender la decencia política y con otra, la derecha, ayudar a que la decencia en la política no pudiera tener lugar fuera de las bibliotecas, es decir, en el mundo real.
Porque la lista de vagabunderías del régimen de Noboa para robarse las elecciones no es pequeño. Vargas Llosa tendría que olvidar que, en la primera vuelta, Noboa ganó a Luisa González por apenas 14.000 votos, y en la segunda vuelta, pese a todo lo que decían las encuestas previas, los resultados empatados de las encuestas a pie de urna, ahora le ganaba Noboa a Luisa por más de un millón de votos. Igualmente, y pese a ser amigo de la fantasía, tendría que dejar de lado que Pachakutik y la CONAIE, las más importantes organizaciones de los indígenas, apoyaron en la segunda vuelta a Luisa González. ¿Cómo explicar que tuviera con más apoyos menos votos? Eso pertenece al realismo mágico y no es el ámbito de la competencia literaria de Vargas Llosa.
Tendría que olvidar también que fue precisamente Noboa, al que días antes había estado defendiendo, el que incumplió la ley siendo candidato y presidente; que fue el que declaró el estado de excepción en Guayas, en Manabí y en Pichincha, es decir, donde tiene lugar el 80% de la votación progresista y especialmente en los lugares donde sacó un mal resultado electoral; que cambiaron sorpresivamente, igual en donde le había ido mal a Noboa en la primera vuelta, el lugar de 18 casillas electorales y cerraron recintos electorales, como en Portoviejo, donde la mayoría del voto era de Luisa González; olvidar que los veedores independientes no pudieron desarrollar su trabajo para que no dejaran constancia de que los 45.000 militares desplegados impedían el voto de los ciudadanos de izquierda; que se usaron los medios públicos y privados para hacer campaña constantemente; que no se dejó votar a los ecuatorianos que estaban en otros países, como ha pasado con los decenas de miles de ecuatorianos en Venezuela; que el CNE dio por válidas actas donde no había firmado conjuntamente, como dice la ley, el Presidente y el secretario de la junta, siempre votos a favor de Noboa...
El Vargas Llosa escritor tendría que olvidar que la campaña de Noboa utilizó 'bots' para mentir contra Luisa González usando a fallecidos, a menores de edad o cuentas donde se usurpaban identidades. Tendría que olvidar que una buena parte de los líderes de la Revolución Ciudadana, entre ellos Rafael Correa o René Ramírez, están fuera del país, exiliados porque Noboa, Lasso y los políticos de la derecha usaron ilegal e ilegítimamente a los jueces para perseguir a los adversarios, como hacía el dictador Trujillo en República Dominicana y Vargas Llosa lo contó en su novela La fiesta del chivo.
Andaba dándole vueltas al hecho de que el CNE había anunciado en primer lugar un resultado muy estrecho y, sin embargo, el resultado final anunciado era de 12 puntos de distancia. En la novela tendría que colocar a algún personaje contradictorio como responsable de esa maldad. Ya lo resolvería. Podría ser alguien en el CNE a cambio de prebendas. Aunque Vargas Llosa había firmado una declaración, junto a María Corina Machado, exigiendo el respeto al CNE, defendiendo su trabajo y avalando la proclamación del candidato empresario. Y aunque al hermano de la presidenta del CNE, Diana Atamaint, le hubiera nombrado Noboa un año antes Cónsul en EEUU. Daba lo mismo.
En mi ensoñación, imaginaba que Vargas Llosa tenía que hacer un alto para ir a Nueva York a recibir una medalla de la mano de Trump. Aunque con retraso, le querían agradecer haber apoyado la invasión de Irak y haber defendido, aunque fuera mentira, que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva. También por haber defendido el golpe en Honduras contra Mel Zelaya, que se zanjó con decenas de muertos. No menos importante, por haber defendido el golpe contra el libio Muammar Gaddafi, por haber colaborado en los intentos de desestabilización de Chávez y Maduro en Venezuela, por ser un firme opositor del gobierno revolucionario cubano. En la concesión de la medalla le alababan por apoyar la dictadura de Dina Boluarte, igual que apoyó a Keiko Fujimori, siempre contra candidatos de izquierda o populares en Perú. No había intento de desestabilización de fuerzas de izquierda en cualquier lugar del mundo donde no hubiera ayudado Vargas Llosa. Pero no hablemos de esas cosas porque lo importante es que era escritor.
En los discursos no se dijo, por pudor, pero el gobierno de los EEUU estaba muy agradecido a Vargas Llosa por haber colaborado en los intentos de desestabilización de Andrés Manuel López Obrador y de Claudia Sheinbaum en México, por haber apoyado a Jeannine Añez en el golpe contra Evo Morales, por apoyar a José Antonio Kast en Chile, por lanzar las siete maldiciones y sus plagas contra Colombia si ganaba Gustavo Petro, por apoyar a Milei contra el peronismo y por decir que los peruanos que estaban con el Presidente Pedro Castillo, y el mismo Pedro Castillo, eran unos indígenas y unos analfabetos.
Allí mismo, y aprovechando el viaje, el régimen de Netanyahu también le condecoró por su apoyo irrestricto al exterminio del pueblo palestino.
Lo que depara a Ecuador es terrible. Las bandas de narcotraficantes van a consolidar su dominio de buena parte del territorio. Los empresarios que rodean a Noboa, incluidos sus familiares, van a sentirse legitimados para seguir con el saqueo del país. En las Islas Galápagos van a tener problemas medioambientales por el uso militar norteamericano de la isla y en la Amazonía la deforestación y el petróleo hará estragos. Los indígenas, incluidos los que apoyaron a Noboa, van a ser reprimidos cuando empiecen las protestas, que empezarán. El control de los medios de comunicación es total y los jueces castigan cualquier disidencia. No hay ninguna razón para que no siga aumentando el desempleo y la inflación y decenas de miles de ecuatorianos tengan que salir del país. El presidente Noboa autorizará a que los que sean detenidos en EEUU sin papeles sean mandados a la cárcel de seguridad de El Salvador. Vargas Llosa seguiría defendiendo a capa y espada a Noboa y a Bukele.
En mi ensoñación, Ramdom House publicaba la última novela de Vargas Llosa. La patria de los otros se titularía. Un fresco contra la opresión en Ecuador en los años 50 y 60. El final es esperanzador. El gobierno logra encarcelar a Ileana, tras una operación mediática y judicial. Sin embargo, Leónidas, con ayuda de un antiguo Vicepresidente llamado Satiño, convoca una marcha indígena y de trabajadores y estudiantes que paraliza al país durante semanas. El «Gato», tras descubrir que los militares han matado a un antiguo camarada suyo (que es el hermano de la jueza), revela pruebas del fraude electoral en un intento ambiguo de redención. La jueza Loor, tras comunicarle que su hermano ha sido asesinado en prisión, filtra documentos secretos y huye del país llevándose un libro de Eloy Alfaro que era el preferido de su hermano. Ileana, desde la cárcel, escribe un manifiesto titulado La patria de los otros, en el que denuncia que la democracia fue vendida al mejor postor, pero que la historia, como siempre, aún no termina de escribirse.
Y como con cada nuevo libro, Vargas Llosa da una fiesta con la flor y nata de las élites latinoamericanas y europeas, quienes celebran la última novela del escritor y aliado de los enemigos de la democracia. Todo son elogios. El diario El País le entrevista, igual que Clarin, el Mercurio, la CNN, el Nacional y el Excelsior. Todos los periodistas celebran su enorme compromiso democrático. Qué maravilla de trabajo. Todos siguen haciendo más grande al personaje, de manera que, cuando le toque la próxima vez volver a insultar a un candidato de izquierda, su prestigio será aún mayor. Hacer cada vez más grande a Vargas Llosa es una gran inversión para los enemigos de la democracia.
Si Vargas Llosa se leyera sus libros quizá le pasara lo contrario que al doctor Jeckyll de la novela de Robert Louis Stevenson, que cuando probaba su propia receta médica, se convertía en el brutal Mr. Hide. Sería maravilloso que Vargas Llosa hubiera leído Conversación en la catedral y hubiera entendido que buena parte de los políticos que defendió en su vida real iban camino de convertir sus países en algo parecido a la dictadura del general peruano Manuel Arturo Odría, que tanto despreciaba cuando escribía. Pero solo cuando escribía.