Victoria rusa, capitulación occidental
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La llamada telefónica de Donald Trump a Vladimir Putin no puede ser caracterizada como el resultado de una intermediación pacificadora propuesta por el mandatario estadounidense, como quiere ser descrita por los medios de comunicación occidentales.
La comunicación entablada fue lisa y llanamente el intercambio entre el líder de un país victorioso y otro vapuleado, que hace un esfuerzo propagandístico para disimular su capitulación. Los mandobles trumpistas buscan enmascarar que fue Washington quien inició esta guerra hace más de tres décadas, cuando la OTAN resolvió desplazarse hacia la frontera rusa, falseando el compromiso asumido de que permanecería en los límites de la Alemania unificada, sin avanzar “ni una pulgada” hacia el Oriente.
Más allá de los malabares propagandísticos, Washington fue también el soporte económico y financiero de los ucronazis que pretendieron instalar baterías misilísticas de la OTAN a 500 kilómetros de Moscú. Y fueron, además, los beneficiarios de la sustitución del gas ruso y los máximos vendedores de aparatología bélica.
La última vez que un presidente de los EEUU dialogó con su par ruso fue en febrero de 2022, pocos días antes del inicio de la Operación Militar Especial. Tres años después, las fuerzas armadas de la Federación rusa han logrado ocupar una quinta parte de lo que fue Ucrania hasta 2022, alrededor de 100 mil kilómetros cuadrados. Dicha superficie corresponde a los territorios de Lugansk, Donetsk, Zaporozhye y Jersón, habitados por poblacional rusoparlante.
Trump busca presentarse como un pacificador orientado a disfrazar el fracaso del proyecto de debilitamiento de Rusia coordinado por la OTAN desde la implosión de la URSS. Dicho intento, planificado por el Departamento de Estado, incluyó el progresivo cerco del atlantismo sobre las fronteras de Rusia, el golpe de Estado en Ucrania en febrero de 2014 (el denominado Euromaidán, impulsado por la subsecretaria de Estado Victoria "Fuck Europe" Nuland), la traición a los acuerdos de Minsk de 2014 y 2015 –que la excanciller alemana Merkel y el expresidente francés Hollande definieron como un intento de “ganar tiempo” para que Kiev se fortaleciera militarmente–, y el bombardeo sistemático sobre la población rusa del Donbas.
El intercambio entre Putin y Trump, y la decisión de imponer aranceles fueron interpretados por Bruselas como una doble humillación. La declaración del último jueves realizada por el presidente estadounidense, en la que advertía que vería con buenos ojos el regreso de Rusia al G7, consumó el ultraje dedicado a quienes fueron los socios de las políticas globalistas. Los funcionarios de Washington insistieron en que la única manera de llegar a la paz implica tratar directamente con Putin, concederle a Rusia las tierras conquistadas y aceptar la posición de fuerza que deviene del resultado militar. El retraso de esta negociación supondría, avisó Washington, una mayor pérdida territorial para Ucrania.
El último lunes, Trump reiteró ante Fox News su interés en apropiarse de los minerales críticos ucranianos, cuyo valor estimado asciende a 500 000 millones de dólares. Con ese latrocinio, sugieren en Washington, se recuperará lo invertido en Kiev para consumar la actual derrota. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, ofreció la última semana un convenio por el cual se habilita a los estadounidenses la explotación de los recursos ucranianos.
Volodymir Zelensky aún no lo rubricó, en protesta por la conversación directa entre Trump y Putin. “Vemos a los minerales como la motivación más importante de nuestra estrategia en el exterior”, afirmó Gracelin Baskaran, directora del Programa de Seguridad de Minerales Críticos del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, 'think tank' gringo. Lo que se omite –por ahora– es que gran parte de esos minerales se encuentran en los territorios anexados por la Federación rusa.
La crisis producida por la derrota militar y económica –que porfían en no asumir como tal– genera desconcierto, confusión y pase de facturas entre los antiguos socios otantistas. El secretario general de la Alianza Atlántica, Mark Rutte declaró la última semana que “nunca ha prometido a Ucrania la adhesión a la OTAN”. Mientras tanto el mandatario estadounidense prescinde de Europa porque su megalomanía lo autoriza a lidiar con quienes considera se encuentran a su altura: la Federación rusa y la República Popular China.
En este marco, aparece como indudable que 2025 es la fecha formal de la nueva etapa geopolítica, caracterizada tanto por la emergencia de los BRICS como por el declive relativo del atlantismo globalista. Mientras Trump intenta regresar al paraíso perdido (hacer grande nuevamente a EEUU), Bruselas imagina algún protagonismo capaz de encubrir la defección socialdemócrata, corresponsable de darle impulso al neoliberalismo financiarista durante el último medio siglo.
La guerra comercial desatada por Washington tiene a Europa como damnificada. La disputa por las tierras raras en Ucrania es una de las dimensiones en disputa. También figuran la regulación de las redes sociales –insumo para la acumulación de datos necesarios para nutrir a la Inteligencia Artificial (IA)– y la cobertura satelital, ambos rubros en los que compite Elon Musk, junto al resto de sus colegas 'tecnofeudales'.
Bruselas aprobó en 2022 la Ley de Servicios Digitales (DSA), que establece obligaciones para las empresas respecto a la moderación de contenidos, la propagación de "desinformación" y la proliferación de contenidos ilícitos. El propietario de Starlink, Tesla y la Red X (ex Twitter) es uno de los damnificados por la aplicación de la DSA al exigirles programas de verificación de datos.
El otro espacio en pugna es el lanzamiento del Programa europeo de Infraestructura para la Resiliencia, Interconexión y Seguridad por Satélite (IRIS2) que rivaliza con Starlink. En los últimos meses, la Comisión Europea ha firmado un contrato con el consorcio SpaceRISE, para poner en órbita una constelación de satélites propios. Starlink pretendía contar con el monopolio, luego de lanzar cuatro mil satélites desde 2018. Durante los últimos meses, la primera ministra italiana Giorgia Meloni eludió las normativas de la UE e inició negociaciones con Musk para la provisión de sistemas de información satelital, con un contrato de 1500 millones de euros.
El triunfo de la Federación rusa frente a 32 países de la OTAN liderados por EEUU supone un cambio de época. Occidente deberá asumir la derrota y adaptarse a la emergencia de los BRICS, negociar con el Sur Global y aceptar el poderío económico del sudeste asiático.
El intercambio telefónico entre Putin y Trump expresa la enorme distancia entre un estadista que defiende la soberanía de su país con la de un empresario que resguarda los intereses de las corporaciones. En la Federación se insiste en referir una anécdota relacionada con Fiódor Dostoievski. Cuando le preguntaban cómo había sobrevivido al pelotón de fusilamiento y a su encarcelamiento en Siberia, durante cinco años, respondía: “El alma rusa nunca te abandona”.
Cubadebate