Vivimos en un mundo de mentiras
Vivimos en un mundo de política-ficción. Un mundo en el que los hilos que mueven los intereses de los superricos son cada vez más visibles. Pero se espera de nosotros que hagamos como si no viéramos esos hilos. Y lo más sorprendente: mucha gente parece realmente ciega ante este espectáculo de marionetas.
1. El «líder del mundo libre», Biden, apenas puede mantener la atención durante más de unos minutos sin desviarse del tema o salirse del escenario. Cuando tiene que caminar ante las cámaras, lo hace como si estuviera desempeñando el papel de un errático robot. Todo su cuerpo está atenazado por la concentración que necesita para caminar en línea recta. Sin embargo, se supone que debemos creer que está manejando cuidadosamente los resortes del imperio occidental, haciendo cálculos críticamente difíciles para mantener a Occidente libre y próspero, al tiempo que mantiene a raya a sus enemigos -Rusia, China, Irán- sin provocar una guerra nuclear. ¿Es realmente capaz de hacer todo eso cuando le cuesta poner un pie delante del otro?
2. Parte de ese complicado acto de equilibrio diplomático que supuestamente está llevando a cabo Biden, junto con otros líderes occidentales, está relacionado con la agresión militar de Israel en Gaza. La «diplomacia» de Occidente -respaldada por transferencias de armas- ha provocado el asesinato de decenas de miles de palestinos, en su mayoría mujeres y niños; la inanición gradual de 2,3 millones de palestinos durante muchos meses; y la destrucción del 70% del parque de viviendas del enclave y de casi todas sus principales infraestructuras e instituciones, incluidas escuelas, universidades y hospitales. Sin embargo, nos hacen creer que Biden no tiene ninguna influencia sobre Israel, a pesar de que el régimen israelí depende totalmente de EEUU para obtener las armas que está utilizando en el genocidio de Gaza.
Debemos creer que Israel está actuando únicamente en «defensa propia», pese a que la mayoría de las personas asesinadas son civiles desarmados; y que está «eliminando» a Hamás, pese a que Hamás no parece haberse debilitado, al contrario, y aun cuando las políticas de hambruna de Israel se cobrarán víctimas entre los jóvenes, los ancianos y las personas vulnerables mucho antes de matar a un solo combatiente de Hamás.
Hay que creer que Israel tiene un plan para el «día después» en Gaza que no se parecerá en nada al resultado que estas políticas parecen destinadas a conseguir: hacer de Gaza un lugar inhabitable para que la población palestina se vea obligada a marcharse.
Y encima de todo esto, debemos creer que, al dictaminar que se ha presentado un caso «plausible» de que Israel está cometiendo genocidio, los jueces del más alto tribunal del mundo, la Corte Internacional de Justicia, han demostrado que no entienden la definición jurídica del delito de genocidio. O, posiblemente, que les mueve el antisemitismo.
3. Mientras tanto, los mismos líderes occidentales que arman la matanza israelí de decenas de miles de civiles palestinos en Gaza, incluidos más de 15.000 niños, han estado enviando cientos de miles de millones de dólares en armamento a Ucrania para ayudar a sus fuerzas armadas. Hay que ayudar a Ucrania, nos dicen, porque es víctima de una potencia vecina agresiva, Rusia, decidida a la expansión y al robo de tierras.
Debemos ignorar las dos décadas de expansión militar occidental hacia el este, a través de la OTAN, que finalmente ha llegado a la puerta de Rusia en Ucrania, y el hecho de que los mejores expertos occidentales en Rusia advirtieron durante todo ese tiempo que estábamos jugando con fuego al hacerlo y que Ucrania sería una línea roja para Moscú.
Se supone que no debemos hacer comparaciones entre la agresión rusa contra Ucrania y la agresión de Israel contra los palestinos. En este último caso, Israel es supuestamente la víctima, a pesar de que lleva tres cuartos de siglo ocupando violentamente el territorio de sus vecinos palestinos mientras, en flagrante violación del derecho internacional, construye asentamientos de colonos supremacistas judíos en el territorio destinado a formar la base de un Estado palestino.
Debemos creer que los palestinos de Gaza no tienen ningún derecho a defenderse comparable al derecho de Ucrania, ningún derecho a defenderse contra décadas de beligerancia israelí, ya sean las operaciones de limpieza étnica de 1948 y 1967, el sistema de apartheid impuesto a la población palestina remanente después, el bloqueo de Gaza durante 17 años que negó a sus habitantes lo esencial para vivir, o el «genocidio plausible» que Occidente está armando ahora y al que está dando cobertura diplomática. De hecho, si los palestinos intentan defenderse, Occidente no sólo se niega a ayudarles, como ha hecho con Ucrania, sino que los considera terroristas, al parecer incluso a los niños.
4. Julian Assange, el periodista y editor que más hizo por sacar a la luz los entresijos de las instituciones occidentales y sus planes criminales en lugares como Irak y Afganistán, lleva cinco años entre rejas en la prisión de alta seguridad de Belmarsh. Antes de eso, pasó siete años detenido arbitrariamente -según expertos jurídicos de las Naciones Unidas- en la embajada de Ecuador en Londres, obligado a pedir asilo allí por persecución política. En un interminable proceso legal, EEUU busca su extradición para poder encerrarlo en un régimen de casi aislamiento durante un máximo de 175 años. Y, sin embargo, debemos creer que sus doce años de detención efectiva -sin haber sido declarado culpable de ningún delito- no tienen nada que ver con el hecho de que, al publicar cables secretos, Assange revelara que, a puerta cerrada, Occidente y sus dirigentes suenan y actúan como gángsters y psicópatas, especialmente en asuntos exteriores, y no como los administradores de un orden mundial benigno que dicen supervisar.
Los documentos filtrados que publicó Assange muestran a dirigentes occidentales dispuestos a destruir sociedades enteras para favorecer el dominio de los recursos naturales y su propio enriquecimiento, y deseosos de esgrimir las mentiras más escandalosas para lograr sus objetivos. No tienen ningún interés en defender el valor supuestamente preciado de la libertad de prensa, excepto cuando esa libertad se utiliza como arma contra sus enemigos.
Debemos creer que los líderes occidentales quieren de verdad que los periodistas actúen como guardianes, como freno a su poder, incluso cuando están acosando hasta la muerte al mismo periodista que creó una plataforma de denunciantes, WikiLeaks, para hacer precisamente eso. (Assange ya ha sufrido un derrame cerebral por el esfuerzo de más de una década de lucha por su libertad).
Debemos creer que Occidente le dará a Assange un juicio justo, cuando los mismos Estados que conspiran en su encarcelamiento -y en el caso de la CIA, en su asesinato planificado- son los que él ha denunciado por participar en crímenes de guerra y terrorismo de Estado. Debemos creer que están siguiendo un proceso legal, no una persecución, al redefinir como delito de «espionaje» sus esfuerzos por aportar transparencia y responsabilidad a los asuntos internacionales.
5. Los medios de comunicación pretenden representar los intereses de los públicos occidentales en toda su diversidad y actuar como una verdadera ventana al mundo. Creemos que estos mismos medios de comunicación son libres y pluralistas, incluso cuando son propiedad de los superricos así como de los estados occidentales que hace tiempo fueron vaciados para servir a los superricos.
Debemos creer que un medio de comunicación cuya supervivencia depende por completo de los ingresos de las grandes empresas anunciantes puede ofrecernos noticias y análisis sin miedo ni favoritismos. Debemos creer que un medio de comunicación cuya función principal es vender audiencias a las empresas anunciantes puede preguntarse si, al hacerlo, está desempeñando un papel beneficioso o perjudicial.
Debemos creer que unos medios de comunicación firmemente enchufados al sistema financiero capitalista que puso de rodillas a la economía mundial en 2008, y que nos ha estado precipitando hacia la catástrofe ecológica, están en condiciones de evaluar y criticar ese modelo capitalista desapasionadamente, que los medios de comunicación podrían de alguna manera volverse contra los multimillonarios que los poseen, o podrían renunciar a los ingresos de las corporaciones propiedad de multimillonarios que apuntalan las finanzas de los medios de comunicación a través de la publicidad.
Debemos creer que los medios de comunicación pueden evaluar objetivamente los méritos de ir a la guerra. Es decir, las guerras emprendidas en serie por Occidente -de Afganistán a Irak, de Libia a Siria, de Ucrania a Gaza- cuando las corporaciones mediáticas están integradas en conglomerados empresariales cuyos otros grandes intereses incluyen la fabricación de armas y la extracción de combustibles fósiles.
Debemos creer que los medios de comunicación promueven acríticamente el crecimiento sin fin por razones de necesidad económica y sentido común, a pesar de que las contradicciones son flagrantes: que el modelo de crecimiento eterno es imposible de sostener en un planeta finito en el que los recursos se están agotando.
6. En los sistemas políticos occidentales, a diferencia de los de sus enemigos, existe supuestamente una elección democrática significativa entre candidatos que representan visiones del mundo y valores opuestos.
Debemos creer en un modelo político occidental de apertura, pluralismo y responsabilidad, incluso cuando en EEUU y el Reino Unido se ofrece a los ciudadanos una pugna electoral entre dos candidatos y partidos que, para tener posibilidades de ganar, necesitan ganarse el favor de los medios de comunicación corporativos que representan los intereses de sus propietarios multimillonarios, necesitan mantener contentos a los donantes multimillonarios que financian sus campañas y necesitan ganarse a las grandes empresas demostrando su compromiso inquebrantable con un modelo de crecimiento sin fin que es completamente insostenible.
Debemos creer que estos líderes sirven al público votante -ofreciéndole una elección entre la derecha y la izquierda, entre el capital y el trabajo- cuando, en realidad, al público sólo se le presenta una elección entre dos partidos postrados ante el Gran Dinero, cuando los programas políticos de los partidos no son más que competiciones sobre quién puede apaciguar mejor a la élite de la riqueza (y al enemigo de clase: trabajadores ocupados y desocupados).
Debemos creer que el Occidente «democrático» representa el epítome de la salud política, a pesar de que repetidamente arrastra a las peores personas imaginables para dirigirlo. En EEUU, la «elección» que se impone al electorado es entre un candidato (Biden) que debería estar dando vueltas por su jardín, o tal vez preparándose para sus últimos y difíciles años en una residencia, y un competidor (Donald Trump) cuya búsqueda incesante de adoración y enriquecimiento personal nunca debería haber ido más allá de presentar un 'reality show' televisivo.
En el Reino Unido, la «elección» no es mejor: entre un candidato (Rishi Sunak) más rico que el rey británico e igualmente mimado y un competidor ('Sir' Keir Starmer) tan vacío ideológicamente que su historial público es un ejercicio de décadas de cambio de forma.
Todos, señalémoslo, están totalmente de acuerdo con el genocidio continuado en Gaza, todos permanecen impasibles ante los muchos meses de matanza y hambruna de niños palestinos, todos están demasiado dispuestos a difamar como antisemitas a cualquiera que muestre una pizca de los principios y la humanidad de los que ellos carecen de forma tan obvia.
Puede que los superricos no estén a la vista, pero los hilos que mueven son demasiado visibles. Es hora de liberarnos.
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