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La alianza fútbol y rock en el plástico mundo de la televisión: Matías Martin

Argentina.- Esa cultura popular emergente que canta estribillos en las tribunas y grita solos de guitarra como goles parece tomar más y más protagonismo en el plástico mundo de la televisión. En el pelotón de punta, aparece el pibe de Fugitivos como resumen certero de un estado de ebullición y cambio.

Debe ser fácil poner la cara delante de unos... dos millones de personas cada viernes a la noche, en vivo y en directo por televisión abierta de alcance nacional (Telefé-un-sentimiento, eso dicen). Tanto como subirse y conducir la montaña rusa virtual de un programa que combina picaresca criolla (los dos culos mellizos más impresionantes de la pantalla chica), dinero en juego, seres humanos dispuestos a ser golpeados, mojados o rasguñados en el mejor de los casos (por dinero), chicanas futboleras, otros seres humanos cumpliendo “misiones” que combinan cierto morbo y mucha caradurez, una tribuna diseñada cual video “Are you gonna go my way” de Lenny Kravitz, llame ya-llame ya, vote y gaste 3 pesos más IVA y una frase pronunciada por el maestro de ceremonias de turno, lanzada a los millones de aparatos encendidos en sincro. Y vos de qué lado estás, bla, bla... Y “Rebel, rebel”, de Bowie, sonando al palo durante dos horas. Una combinación posible entre los juegos de Telematch (ese programa alemán de enfrentamientos entre las comunidades de, por ejemplo, Baden-Baden y Gelserkinchen), el espíritu de vestuario masculino de Videomatch, participantes en plan Domingos para la juventud aunque algo creciditos para la secundaria y el tono exaltado de la FM Rock and Pop, en el conductor y en el público presente que hace de público presente. Telefé se encuentra con TyC Sports. Eso es Fugitivos, el programa de los dos millones de espectadores por semana, el programa en el que debe ser fácil poner la caripela cada semana.

Debe ser fácil porque –arbitrariedad en la presunción a la distancia, nomás– a Matías Martin le resulta fácil. O natural, más bien. O porque se lo toma con calma, mejor. Matías tiene 30 años, un hijo llamado Luca (adivinen por quién), un dolor de separación reciente que encima fue “convenientemente” tratada por la prensa del corazón, la banca total de Mr. T (o sea Tinelli), un viejo amor por Defensores de Belgrano y lo que debería entenderse como un futuro promisorio para ser el hombre fuerte de la tele argentina en las primeras décadas del siglo XXI. Al menos, eso parece. A él no le parece. Ya le dijeron que tuviera un poquito de paciencia, que pronto, en un ratito, Macaya Márquez se jubilaba y le dejaba el puesto de comentarista estrella del clásico del domingo y Fútbol de primera. Ahora le dicen que puede ser el nuevo Tinelli, más rockero y menos careta. Y sin la corte de bufones detrás. No se creyó ni se cree ambas cosas, Matías. Apelando al lugar comun televisivo-transgresor: ¡Está bien! Que no se la crea, está bien. Tanto no se la cree que por supuesto no le gusta que le digan “joven exitoso”. Aunque lo sea. “Qué rotulo feo”, se ataja ante el esbozo de comentario alrededor de la cuestión. Por alguna razón que vos bien sabés, ser “joven exitoso” en la Argentina de hoy no suena bien. A las pruebas habría que remitirse.

“Debería agradecerlo, o tomarlo como un elogio pero... En este país eso se piensa y se relaciona con tener un auto importado, levantarte una modelo y esos cánones de triunfo que te venden las revistas de actualidad. Las cosas que odio. Pero, claro que soy joven para lo que es el medio y me va bien, así que ojalá me sepa cuidar para que dure. Que quede claro: yo no soñaba con ser un joven exitoso parámetro Argentina 2001, apenas me conformaba con que me manden a una cancha de fútbol para cubrir un partido grande.”

Matías es, mal que le pese, un exponente reluciente de la generación que surfeó la gigantesca ola futbolera que todo lo cubrió (rock, inclusive), desde comienzos de la década del noventa en Argentina. Una cultura atizada con una sobredosis de Maradona, comerciales de cerveza y música de Underworld, clips de Fútbol de primera al ritmo de Manu Chao, los Redondos o Saint Germain, separadores de TyC Sports concebidos según el patrón universal MTV, el Zorrito Quintiero, Juanse, Calamaro y Charly García caminando por el césped de una Bombonera llena el día del gran regreso de Maradona, Los Cadillacs, La Mosca y Los Auténticos Decadentes como musasinspiradores de barras bravas, la frase “es muy difícil decir todas las cosas que siento” (copyright Los Piojos) repetidas en cientos de banderas de primera y el ascenso, Maradona, un disco de Attaque 77 bautizado Trapos (los trapos eran los del fútbol, después fueron del rock), un concepto de Charly García plagiado del título de un programa de hinchadas (El Aguante), Maradona y mil ejemplos, sorpresas e iluminaciones más a lo largo de más de diez años. De todo ese revuelto gramajo de rock, fútbol, lenguaje de la calle, brillo mediático y movimientos de masas, emerge una nueva camada de cabezas parlantes en televisión (ver recuadro). Matías parece liderar ese pelotón de nuevas caras desde su postura de pibe común y sonriente, pícaro y lúcido, capaz de gritar y sonreír como hay que hacer en tv pero mostrándote que todo eso no es hueco. Hubo un quiebre para llegar a esto, cuenta. De periodista deportivo, conductor de programas de fútbol y variedades, a candidato a estrella masiva. “Quería dejar de hacer sólo fútbol. Siendo fanático del rock, creía que tenía cosas para decir y vincular las dos cosas. Yo la vi desde mucho tiempo antes que explotara, sentía que eso venía. Creía que el público de los Redondos era futbolero y que la pica Redondos-Ratones, Soda-Redondos tenía raíz en eso.”

–¿Cómo es, entonces? ¿El fútbol se rockerizó o el rock se futbolizó?

–Definitivamente, el rock se futbolizó. El fútbol está igual de rockero que siempre, que es poco o mucho menos de lo que la gente cree. O lo que las bandas de rock creen. En la cancha se cantan más propagandas de tele y canciones de cumbia que otra cosa. El rock chabón antes debería llamarse rock futbolero. Las banderas, ser hincha de una banda, definirse por el enemigo. Empezó a pasar desde la gente, al margen de las canciones para Maradona y demás: algunas bandas, con mucha inteligencia, lo aprovecharon muy bien. Pero hay otras razones, no te olvides que hay mucha gente muy sola. Sola de verdad, que necesita agarrarse de los personajes de la tele, de los jugadores, de los músicos.

–¿Cómo se hace para entrar y salir del circo de la tele? Estás en Telefé, hacés un programa de entretenimientos y concursos, es de la productora de Tinelli. Poco rocker, puede considerarse...

–Inevitablemente todavía la situación me genera un cierto conflicto interno, depende qué... Dentro de mi trabajo tengo que admitir que, si bien hay cosas que me gustan mucho y por eso las hago, hay otras que no me gustan tanto. Pero no hay nada que me avergüence. El perfil del programa que hago es zarpado y quilombero, pero sé que tiene cosas que no están muy buenas. Así como hay otras que realmente me divierten y creo que eso también le pasa a la gente que lo ve. Mis propios prejuicios me llevaron a darme cuenta que es bueno no tener tantos prejuicios. Tuve que luchar contra eso. Tardé pero me di cuenta de que no tiene nada de malo hacer un programa de entretenimientos, que a la gente le gustan los programas de entretenimientos. La gente quiere divertirse y pasarla bien. Así empecé mi cruzada contra los prejuicios. Detesto lo políticamente correcto, esta onda de criticar lo criticable y elogiar lo elogiable, sin salirse del molde. Entonces, por ahí se ve en Jackass es de culto porque es MTV y si lo hacemos nosotros, somos las mierda de Telefé, la tele basura. Aunque sea bueno y para un público que tal vez no tenga que ver con el formato del canal “para la familia”, queda sepultado en el prejuicio generalizado. Persona-personaje, ésa es la cuestión. Para Matías, al menos. Cuenta su historia de pequeño saltamontes.

“Fue lo primero que me dijo Tinelli... Ya estaba planteado el juego del programa, que era como una gran persecución y quedaba un espacio ¿Qué se hace? El me dijo ‘Podemos poner musicales’. Me puse terminante. Dije que no, ‘yo sé cuáles son tus musicales, me vas a traer a Cristian Castro, El Gato Volador y qué sé yo...’ Me respondió: ‘Tenés que separar de persona y personaje. ¿Vos te crees que yo escucho a Cristian Castro en mi casa? En el auto venía escuchando a Tom Waits’ Claro, la gente no sabe. Detrás de una figura televisiva que pueda detestar, tal vez hay una persona muy inteligente. Tengo en claro que lagente está en otra. Llega a su casa, prende la tele y si el que aparece le parece un boludo, cambia de canal y listo.”

“Todos los días, a toda hora y en todo lugar”, resume brutalmente el rubio hijo de dibujante y psicóloga, criado en Palermo y empachado de Sumo desde pibe. ¿Pertenecer tiene sus privilegios? Estar en la tele es eso: que te hablen, saludan, pidan, critiquen, ofrezcan, etc., etc., porque sos “famoso”. “Con la megaexposición que tuve, no deseada, fue realmente... Ya estaba acostumbrado y también sé cómo es: si en vacaciones el programa no está en el aire, capaz que baja la repercusión.

Pero con esto, subió a niveles que ni me hubiera imaginado.” Interrupción: Matías se enamoró, se casó y tuvo un hijo con actriz de tele, famosa y bonita. Eran la pareja ideal: jóvenes y exitosos (otra vez...) Ahora se separó. Suficiente para ser carne de Caras, Gente, Pronto y toda la banda. Lo siguieron, le sacaron fotos en la puerta de su casa, comprando comida para el gato o masticando una milanesa a caballo. “Pasé una época, ahora, recién, en la que no quedaba un lugar para ir sin que supiera que me estaban mirando o comentando por lo bajo, o esperando por sacarme una foto. Prefiero que me digan algo, bueno o malo, a saber que están comentando ‘Uy... pidió papas fritas’. Ya me acostumbré, igual, no me quejo: laburo en lo que me gusta, gano bien y vivo de esto. No sé cómo me irá más adelante, pero ahora la paso bien.”

–Entonces, ¿no vas a ser el nuevo Tinelli, pero rockero?

–No. Creo que hay algunos puntos de contacto con lo que era él cuando empezó Videomatch: venía del fútbol, más o menos con la misma edad (29), sintonizaba con lo popular. Pero no tengo interés en parecerme a nadie. Parte del esfuerzo que hice es por tener una imagen propia, rechacé muchas más cosas de las que acepté justamente por no querer quedar pegado. Digo, pegado en una imagen que no es la mía.

–¿Y no quedaste pegado?

–Aprendí a que me importara menos. Ese es un buen comienzo.

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